En la sala de espera del hospital, la familia Rhys se consumía en su propia agonía. Ariel Rhys, demacrado por la quimioterapia, se paseaba furioso de un lugar a otro, maldiciendo a pesar de que cada paso parecía costarle un mundo. Las lágrimas de impotencia brillaban en sus ojos hundidos, mientras su cuerpo, antes imponente, ahora se doblaba bajo el peso de la desesperación.
—Mi pequeño... mi Ariel —murmuraba entre dientes, la culpa carcomiendo sus entrañas—. ¿Por qué? ¿Por qué le hicieron esto a mi hijo?Aurora Rhys sostenía el rosario con dedos temblorosos, mientras con la otra mano intentaba detener a su esposo cada vez que éste se detenía frente a ella. Sus oraciones se quebraban entre sollozos contenidos, y sus ojos, llenos de horror, no podían apartarse de su segundo hijo.Ismael, perdido en sus propios demonios, cargaba y descargaba el armaEs tanto la rabia, la impotencia, la furia y el dolor que experimenta Marlon que casi es un gruñido amenazante lo que sale de su boca, con una promesa de venganza:—Juro por Dios que encontraré al responsable. Ese maldito pueblo pagará por esto. ¡Lo juro por la sangre de mi hermano! Que recen porque no le pase nada a Ari, porque ni el infierno será un lugar agradable para ellos.—¡Marlon! —exclaman Aurora y su esposa Marcia.La explosión de Marlon sacude a todos como una onda expansiva. El hombre de hielo, el que siempre mantiene la compostura, ahora está irreconocible, con las facciones desfiguradas por una furia primitiva y los ojos inyectados en sangre. El peso del fracaso lo aplasta, destrozando la promesa que se hizo años atrás de nunca más permitir que lastimaran a su hermano pequeño.A un lado, Ismael es una tormenta contenida. Los nudillos
Marlon mira a su padre y la culpa lo golpea, pero la impotencia es más fuerte. Toma aire, las palabras saliendo entre dientes apretados: —Lo siento, papá, pero fuimos unos completos idiotas. Solo por complacer a Ari, bajé la guardia y mira lo que pasó. Caímos directo en su trampa —se interrumpe ante la mirada severa de su madre—. De acuerdo, mamá, déjame terminar de explicarle a papá. Cometí un error imperdonable. Todos mis instintos me gritaban que algo andaba mal, no podía identificar el peligro, pero lo sabía. Todo el maldito pueblo conspiró contra nosotros, y voy a hacer que paguen, ¡cada uno de ellos! Aunque te enfurezcas conmigo, papá, ¡nadie me detendrá esta vez, nadie! Ariel Rhys contempla a sus hijos como si fueran extraños. Siempre supo que Marlon llevaba un león dormido en el pecho; a pesar de ello, jamás tuvo una pelea, siempre destacó en todo, empeñándose en enorgullecerlo. Y vaya que lo logró. Hoy es el empresario más poderoso del país, rivalizando con gigantes mundial
La sangre se le heló en las venas. No había entrado al hotel, no había visto a nadie. Como todos, creyó que su hermano estaba paranoico, que la vigilancia era excesiva. Sus hombres le habían jurado que ella estaba fuera del país. ¿Cómo mierda había vuelto? La mirada enloquecida de Ismael se clavó en ellos, destilando veneno.—¡¿Es que están ciegos?! ¡¿No vieron quién estaba encima de Ari como una maldita hiena?! —rugió, escupiendo cada palabra— ¡Era Mailen! ¡Esa perra desgraciada de Mailen con Eleonor! ¡Y el bastardo de Enrique Mason dirigiendo el circo afuera con los periodistas! —golpeó nuevamente la pared— ¡Los voy a hacer pedazos aunque me pudra en la cárcel! ¡No volverán a tocar a mi hermano!—Ismael... —la voz de su padre sonó peligrosamente baja&m
Ariel Rhys apretó los puños y su cuerpo entero se tensó con una rabia contenida. El dolor que lo había mantenido postrado durante días pareció evaporarse, reemplazado por una furia que le devolvió las fuerzas. Sus mandíbulas parecían a punto de estallar por el gran esfuerzo que hacía para contenerse, y las venas de su cuello se marcaron prominentemente bajo su pálida piel.El color había regresado a su rostro, pero no era el rubor saludable de la recuperación, sino el rojo intenso de la ira. Por primera vez en semanas, se irguió como si la preocupación por su hijo hubiera despertado en él una energía que creía perdida. Con la mirada brillando con una determinación feroz, recordando a todos los presentes al poderoso hombre de negocios que siempre había sido.—Y esa actriz… —repitió con rabia. — No q
Y si eso no fuera suficiente, Ariel..., su Ariel..., la traicionó. Nadie se lo dijo, ella lo vio con sus propios ojos. Y mientras más piensa, mientras las imágenes cruzan por su mente como una película de horror, más llora Camelia sintiendo que todo está perdido, ¡todo! Los brazos fuertes de Ariel Rhys, su suegro, la abrazan también junto a los de su esposa.—Gracias, Cami, muchas gracias por el respeto con que trataste a nuestro hijo, a pesar de la situación en que lo encontraste —dice con la voz quebrada—. Te estaré eternamente agradecido por salvar la vida de mi hijo. Vamos, tienes que venir con nosotros al hospital.—¿Al hospital? —pregunta ella incrédula.—Sí, hija. Ariel está muy grave —confiesa el señor Rhys, separándose de ella para mirarla a los ojos—. Tienes que venir a verlo, quizá
Camelia no se ha movido del lado de Ariel desde que lo vio tendido, inerte, en aquella cama. El terror a perderlo se ha apoderado de ella. Su abuela regresó a casa con los padres de Nadia, quienes vinieron a buscarla. Su amiga no ha podido visitarla, pues el forcejeo con Pedro le provocó una inflamación en el vientre. Ricardo, por mandato del señor Rhys, se ha hecho cargo de la empresa de Ariel.Sus cuñados siguen desaparecidos. Tiene cientos de llamadas de los habitantes del pueblo, pero terminó por apagar el teléfono y ordenó a los guardias que no permitieran el paso a nadie, excepto a su abuela. Sus suegros tampoco pueden estar presentes constantemente; el padre tuvo una recaída y fue hospitalizado, por lo que Aurora y sus cuñadas son quienes vienen a verlos frecuentemente. Sin embargo, ella permanece en silencio, avergonzada de seguir al lado de su prometido después de encontrarlo con otras mujeres
Camelia vuelve a bajar la mirada avergonzada y, ante su gesto interrogante, le explica que el abogado Oliver también es su mejor amigo. Así es como se mantiene al tanto de todo, pues los tres son mejores amigos desde la infancia.—¿Puedo darte un consejo? —pregunta con cautela.—Está bien, me hace falta —suspira Camelia.—Deja que Ariel despierte, se entere de todo y sea él quien decida, no tú. Estabas con él, desconocías las trampas que les tendieron a ambos. Me enteré de que casi te obligan a casarte para saldar una deuda —la mira a los ojos y ve cómo ella los abre sorprendida, señal de que no sabía nada, lo que le confirma que su familia actuó a sus espaldas—. ¿No lo sabías?—No, no he querido que me cuenten nada de ellos —aclara Camelia.—Mejor que te mantengas alejada —dice pensativo&m
Manuel toma asiento frente a ella, que sigue comiendo tranquilamente sin mirarlo, concentrada en sus pensamientos. Él aclara su garganta para llamar su atención. Ella levanta la mirada para observarlo en silencio.—Camelia, quería en primer lugar pedirte disculpas por no advertirte sobre los chocolates. Gracias a Dios que te marchaste mientras me llevé a Leandro a hacer un recorrido —comienza Manuel, para asombro de ella—. En realidad, él y yo no somos amigos. Es un abusador, lo reconozco, le tenía miedo. Por eso lo seguía en todo, pero nunca estuve de acuerdo con nada de lo que te hacía.—No hay problema, Manuel, ya todo pasó y está preso —contesta Camelia con serenidad—. ¿Qué haces aquí, estás enfermo?—Sí, mis riñones no están muy bien —contesta y cambia de inmediato el tema—. ¿Cóm