El hombre palideció, pero no soltó el vaso. —¿Quién eres? —interrogó y se quedó viéndolo con atención. El hombre guardó silencio, tragó grueso, nervioso, porque sabía que ese individuo junto a él, no era fácil engañar, y así fue, pese a estar disfrazado con una barba, Conrado se quedó viéndolo y u
Conrado escuchó atentamente, sintiendo cómo cada pieza del rompecabezas comenzaba a encajar. —Entonces, Salomé es la hija de Graciela y Graymond. Kistong asintió. —Necesitamos la prueba, por eso debe darme el vaso, solo que no sería bueno darle falsas expectativas a su esposa… por favor, no le d
—Tenemos que hacer algo al respecto. No puedo permitir que mi familia esté en peligro, llama a Dino, necesito hablar con él, creo que es hora de la verdad. El rostro de Melquiades palideció, en ese momento entró Dino. —Jefe, Melquiades me llamó ¿Qué ocurre? —Kistong, puedes irte, así quedamos… si
Conrado asintió, sintiendo un alivio, al tener a sus dos hombres de confianza a su lado. Sabía que podía confiar en ellos plenamente y qué juntos podrían enfrentar lo que fuera necesario para proteger a su familia y poner fin a la red criminal liderada por Costelli. —Gracias, chicos. Sabía que podí
Conrado sonrió, entendiendo las palabras de Dino.—Lo sé, solo quiero ayudarte, además, Salomé me amenazó que si Julia y tú no llegaban a nada, yo sería castigado y te juro que me niego a recibir ese castigo —dijo con una expresión de preocupación. A medida que se iban acercando a la casa, los dos
Los hombres a su alrededor asintieron, demostrando su lealtad a Costelli. Estaban dispuestos a llevar a cabo cualquier acción que él les ordenara, sin importar cuán malvadas o peligrosas fueran. Costelli se paseó por la habitación, pensando en su plan para acabar con Conrado Abad. Sabía que no serí
Mientras estaban, apareció repentinamente un hombre corriendo, vio a todos lados, luego fingió tropezarse con la mesa y le dejó una nota.Conrado fue el primero que la agarró y la abrió, la leyó en voz baja. “Deben estar atento, Costelli va a secuestrar a las dos niñas, al niño Abad y a la esposa d
Estaba concentrado respondiendo unas comunicaciones cuando escuchó unos golpes en la puerta del despacho. —¡Adelante! De inmediato, Lores hizo acto de presencia. —El señor Kistong está en la entrada, dice que quiere hablar con usted. —Dile que pase —pronunció sintiéndose nervioso, porque sabía q