CAPÍTULO 3

Presente…

—Estás cometiendo un grave error Ian —el tono de voz de Diana era de completa indignación.

—Sí, es cierto y es totalmente mío —masculló él.

—Entonces, con más razón no puedes obligarme a irme contigo. No estamos en la edad media en donde los hombres obligan a las mujeres a estar con ellos —expresó poniendo cerrando los puños a cada lado.

Ian caminaba en la pequeña sala de un lado a otro, como un león enjaulado. Estaba inspeccionando el lugar, sin importarle ser obvio.

—A ver si entendí —trataba de calmarse, llevando una mano hasta su frente, para masajear su sien— ¿Piensas que voy a permitir que tengas a mi hijo lejos de mí? ¿En dónde no pueda cuidarlo y protegerlo de cualquier eventualidad?

—Yo no te estoy apartando de la vida de nadie, Ian. —para Diana las cosas se estaban saliendo de control.

—¿No? —chasqueó los dientes.

—No voy a negarte que estoy encantada con la idea de que te responsabilices, pero creo que estás llevando esto muy lejos —replicó Diana.

—¡Ah! Tomándolo a pecho. ¿Quieres decir? —espetó furioso.

—No hay necesidad de que vaya contigo —Diana habló con voz suave, y alzó una mano para tratar de calmar el ambiente.

—Es tan difícil para ti entender, que no quiero perderme ninguno de los detalles de tu embarazo. Además, estás sola en esta ciudad, y tampoco tienes empleo con el cual mantenerte cómodamente.

Ella abrió la boca para decir algo. Pero en ese momento fue él quien alzó la mano, para que no hablara.

—No me interrumpas diciendo que no estoy en lo cierto. Porque sé que apenas acabas de abrir tu sitio web y que, aunque ya te han llamado para varios proyectos con ninguno has cerrado algún tipo de acuerdo —continuó caminando inquieto—. Aunque eso no está mal, porque estas comenzando, pero la situación hace que me pregunte —señaló su vientre—. ¿Qué harás cuando el embarazo este más avanzado? ¿Y luego cuando la criatura nazca?

—Continuaré con mi vida. Este bebé que estar por llegar es quien me da ganas de vivir, y salir adelante. ¿Por qué piensas que algo podría cambiar?  —acarició su vientre aun plano.

Ian dio una sonrisa ladeada, le gustó mucho su respuesta. La estaba bombardeando con la lógica. Todo lo que decía era cierto. Por tanto, ella no tenía nada que objetar, y eso la hacía rechinar los dientes.

—Sabes que eso no es suficiente, y no contesta a mis preguntas —le estaba presionando, como siempre hacía cuando ella no quería hablar.

—¿Qué sugieres entonces qué haga? —cuestionó sacudiendo los brazos en señal de exasperación.

—Lo más lógico. Que vivas conmigo —contestó confiado—. Al menos hasta que él o ella nazca.

Aquella declaración le hizo poner la mano en la boca, para amortiguar su gemido de sorpresa. Negó con la cabeza, para que Ian no notará el efecto que había causado en ella.

—¿Qué yo haga qué cosa? Eso es absurdo, Ian. ¿Acaso te has vuelto loco? —se quejó ella sentándose en el sofá, cruzando los brazos en el pecho.

—Absurdas son las ideas que tienes últimamente en la cabeza. No puedes quitarme el derecho sobre mi hijo., menos de velar por él. No es tuyo solamente —sonrió al recordar cómo había sucedido—. Te recuerdo que, para su concepción participamos los dos.

—Estás tomando decisiones por mí, Ian. Eso no voy a permitirlo —replicó un poco furiosa, no con él, sino consigo misma, porque a la mente le llegaron imágenes de Ian hundiéndose sin piedad en su sexo, y ella suplicando por más.

—¿Acaso eso no fue lo que hiciste cuando huiste de mi casa, sin decirme al menos adiós? Simplemente te fuiste y me dejaste. Sin importarte lo que tenía para decir. ¿En ese instante no fuiste quien tomó una decisión por mí?

—Me fui porque en ese momento, eso era lo correcto. Lo de nosotros fue solo una casualidad —Contestó Diana en voz suave y baja, mirando hacia el suelo.

Él se acercó a ella y se inclinó para agarrarla suavemente por los hombros.

—Diana nos conocemos desde hace mucho tiempo —negó con la cabeza—. No puedo creer que me hayas hecho esto. No pensaste en mí, me dejaste tirado como si yo no significara nada para ti. ¿Acaso tienes una idea de lo mal que me sentí al salir del baño, y darme cuenta de que te habías marchado?

—No hables así —pidió—, me haces sentir como si hubiese hecho alguna cosa mala. Sabes que me importas —era mejor decir eso a decirle que lo amaba incluso más que antes.

Negó con la cabeza y la miró a los ojos, se inclinó un poco más y pegó su frente a la de ella, y suspirando le dijo:

—Ay Diana. Si no hubieses huido esa noche de mí. Si te hubieses quedado... sabrías que estás en este problema por mi culpa.

—¿Por tú culpa? ¿Por qué dices eso? Como acabas de decir no estás solo en esto —Diana tenía el ceño fruncido en confusión.

Ian suspiró, y confesó:

—Es totalmente mi culpa. Porque por alguna casualidad divina. Esa noche el preservativo que usé, se rompió.

—¿Y hasta ahora es qué me lo dices? —preguntó gritando, levantándose de golpe y alejándose de él—. Tuviste oportunidad, Ian para hacerlo. ¿Por qué demonios no lo hiciste? ¿Por qué esperaste hasta ahora para contármelo?

—¡Joder Diana! No lo hice… porque tú me negaste la posibilidad de hacerlo. Al marcharte como lo hiciste.

—No te lo había dicho, porque nunca fue mi intención quedar embarazada. Y tampoco quería que pensaras que lo hacía con segundas intenciones, para obtener un beneficio de ti.

—Jamás pensaría eso de ti. No estás sola. Eres mi responsabilidad ahora.

—No podrás entenderlo, no me fui de la ciudad únicamente por ti —Diana caminó unos pasos, pero volvió a la sala y se sentó en el sofá—. También es por mi familia —la voz era quebrada—, no quiero gente tóxica alrededor de mi bebé, no lo soportaría.

Con esas palabras fue cuando Ian supo, que Diana cuidaría muy bien de su hijo.

—Mañana nos iremos a Miami —le informó sin derecho a réplica.

—No puedo… —el sonido de su voz era de disculpa—, al menos no todavía. Necesito tiempo, te recuerdo que tampoco puedes obligarme.

—Entonces ven conmigo, por unos días. Te caerá bien otro ambiente.

—¿A dónde? —preguntó curiosa.

—A Italia —contestó encogiéndose de hombros.

—¿A Italia? Definitivamente Ian, te has vuelto loco.

—Ven conmigo —repitió—, mientras resolvemos lo que sea que está pasando entre nosotros —sus palabras hicieron pensar en un futuro con él.

—Es mejor Miami, entonces —resolvió Diana, pasando la mano por su cabeza.

Ian soltó una carcajada de autoburla.

 —Eres increíble, Diana —habló con ironía—. Nos conocemos desde hace muchos años. Compartimos muchas noches, entre ellas una de pasión. Llevas a mi hijo en tu vientre, y tu aun así me tratas como si fuese un extraño. ¡No puedo creerlo!

Ella se sonrojó, y negó con la cabeza.

—¡Uff! —resopló—. Siempre tan directo. Deberías de ser más un poco más comprensivo conmigo, Ian —acarició brevemente su vientre.

Él se puso de cuclillas en frente de ella y le tomó la barbilla con la mano.

—Hay muchas cosas de las cuales tenemos que hablar. ¿Has ido al médico? —aunque su tono de voz era suave tenía un toque de preocupación.

Ella asintió.

—Sí. Hace dos días fui a la consulta. Al parecer todo está en orden para el primer trimestre del embarazo —se encogió de hombros.

—Me alegra escuchar eso —manifestó aliviado.

—No puedo irme por ahora de aquí —volvió a insistir ella.

Ian se levantó y se metió las manos en los bolsillos.

—Diana... de verdad es importante que vaya a Italia. Puede que sean tres días o tal vez una semana. No quiero irme y dejar esto a medias. Quiero dejarte en un lugar y ambiente seguros.

—Lo que menos quiero es retenerte —se levantó del sofá decidida a enfrentar toda su lógica—.Vete a donde sea que tengas que irte. Te aseguro que todo estará bien.

—¿Aún no lo entiendes? ¿Verdad? No quiero perderte de vista.

—Si te refieres con eso a que voy a huir de ti… —hizo un mohín y negó con la cabeza—. Eso es imposible, siempre me encuentras.

Había sido así desde que estaban en la universidad. Cuando ella aceptó que estaba atraída por él. Puso distancia entre ellos y lo evitaba a toda costa, lo que no traía buenos resultados, porque él siempre daba con ella. No importaba dónde o con quién estuviera, y le hacía escenas reprochando su abandono.

—Anteriormente solíamos llevarnos muy bien —le recordó Ian con voz cautivadora.

—Estás en lo cierto —suspiró ella.

—¿Qué pasó con nosotros, Diana? —era una pregunta que él siempre se hacía.

—Las circunstancias de la vida, Ian. No siempre todo puede salirnos como queremos —caminó hasta la cocina y abrió el refrigerador. Se giró y miró a Ian— Lo siento —se encogió de hombros—, tengo hambre.

—¡Por Dios, Diana! Son las diez y treinta de la noche.

—Pero tengo hambre. —Se quejó y volvió a cerrar el refrigerador.

Ian la miró con el ceño fruncido.

—¿Qué ocurre? ¿Por qué no comes? —quiso saber.

—Mmm no... Nada… Lo haré cuando te marches —contestó como si no tuviese nada de importancia.

 Él dio unos pasos hacia ella entrecerrando los ojos, la movió un poco para abrir la puerta del refrigerador. Chasqueó los dientes, ya se lo que se imaginaba. No había comida.

—No me mires así —le dijo señalándole con el dedo.

—¿Tienes algún número de comida rápida? —indagó entornando los ojos.

—Sí, claro —le sonrió de oreja a oreja.

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