CAPÍTULO 2

Tomó su rostro entre sus manos, y se inclinó un poco para cubrir sus labios con los de ella. Al principio mordisqueando, para que le diera acceso a su boca.

Ella le permitió entrar y respondió al beso. Sus lenguas entrelazadas mientras sus labios se acariciaban. No pudo aguantar, y colocó las manos alrededor de su cuello mientras él la aprisionó más a su cuerpo. Él rompió el beso y colocó su frente con la de ella.

—Pasa la noche conmigo —pidió con voz ronca.

Diana solo asintió. En pocos minutos ya estaban en el exageradamente lujoso edificio. Ella no podía pensar. En el sótano del estacionamiento, la había vuelto a besar, y con eso prácticamente había perdido todo tipo de racionamiento.

Apenas él abrió la puerta, la instó a que entrara, sin darle tiempo a nada la tomó de la mano y con su cuerpo presionado al de ella, la cerró. Para dejarla arrinconada totalmente a la madera, y tenerla a su merced. 

—¿Sabes cuántas veces quise tenerte así? —la voz de Ian cada vez era más gutural.

—No.

—Muchas. Pero ahora estás aquí. —Acarició su cuello con la punta de su nariz.

Él se alejó un poco para llevarla de la mano hasta su habitación. Cuando Ian encendió la luz. Ella parpadeó dos veces, para que sus ojos se acostumbraran a la claridad.

Las paredes estaban pintadas de blanco, con la decoración en gris que le daba un toque moderno. La gran cama en el medio con sábanas negras, dos mesas de noches a los lados en acero y vidrio que le daban el toque masculino.

Ella solo pudo dar un paso y ver nada más eso. Porque en ese momento, la tomó desde atrás por la cintura e hizo que pegara la espalda en su pecho. Se relajó en ese momento y comenzó a dejarse llevar. 

—Voy a disfrutar de tu cuerpo. —Le aseguró mientras le apartaba el cabello hacía un lado y comenzaba a besar su cuello.

La soltó por un momento y sintió cómo él se despojó de su ropa sin dejar de besarla, y de mordisquear su cuello. Ella se sentía flotando en una nube. La pasión que estaba surgiendo en ella, era desconocida. 

Brincó cuando la piel caliente del pecho de Ian, se pegó una vez más a su espalda, y sintió su erección en su trasero.

—Estás muy callada —la hizo girar para mirarla—. Dime que “NO” y te llevaré en este momento a tu casa.

Diana quedó fascinada al ver el deseo que veía en los ojos de Ian por ella.

—Sí —fue lo único que dijo.

En ese instante fue ella quien se puso de puntillas para besar sus labios. Él la tomó de las caderas para pegarla más a su cuerpo. Diana enredó las manos en su cabello, soltando la pequeña coleta que llevaba. Mientras sus lenguas bailaban en una erótica danza. Caminó con ella hasta la cama. Rompió de nuevo el beso.

—Espera —la hizo girar de nuevo. —Déjame sacarte de este vestido antes de que lo rompa.

Le bajó el zipper del vestido, y sintió como él aguantaba la respiración, al descubrir la tanga de encaje que ella llevaba puesta que hacía juego con su sujetador.

Él bajó lentamente por su cuerpo, mientras hacía que el vestido bajara al mismo tiempo. Amasó los globos de su trasero, y no pudo aguantar cuando los tuvo en frente de él, para darle un pequeño mordisco a cada uno después de lamerlos. Diana solo pudo gemir.

Él fue subiendo poco a poco besando su espalda. Hasta que se incorporó completamente y la giró para que lo mirara a los ojos de nuevo.

—Voy hacerte gritar de placer, Diana. Espero que estés preparada para ese hecho.

Sin darle oportunidad la colocó de espaldas encima del colchón. Cubrió su cuerpo con el de ella, mientras la besaba y se apoyaba sobre sus brazos. Gimió cuando Diana comenzó a frotarse contra su cuerpo.

—Tu olor me vuelve loco —habló seriamente, mientras volvía a acariciar el cuello con su nariz.

Diana no podía pensar en ese momento. Ráfagas de placer recorrían todo su cuerpo haciéndola estremecer. Despacio él comenzó a descender hasta sus pechos redondeados. Tomó cada una de sus manos.

—Mira. Son del tamaño justo para mi mano —La voz de Ethan era cada vez más ronca.

Ella arqueó su cuerpo un poco más hacia él, necesitaba más. Cuando Ian amasó sus montículos por encima de la tela del sujetador, y apretó los pezones que estaban duros como pequeñas piedras, de su boca salió un gemido roto.

—¡Oh, si! —exclamó Diana.

—Mmm... veo que te gusta —su voz fue pura seducción, mientras sacó cada uno de sus hermosos pechos del sujetador, y cuando los pudo ver fuera los apretó de nuevo. —Son las mejores tetas que he visto en mucho tiempo.

Se inclinó hacía ella, para meterlas a la boca y acariciar con su lengua las pequeñas protuberancias que lo tentaban. Cada vez que él succionaba el henchido pezón, le enviaba una descarga eléctrica justo a su vientre que hizo que su sexo se empapara de necesidad por él.

—Ian... —salió de sus labios su nombre.

—Dime... ¿Quieres más?

—Si, por favor. Dame más —suplicó.

—Por supuesto que te daré más.

Él fue descendiendo poco a poco, pero no pudo evitar morder en medio de sus pechos. Sintió como Diana en ese momento con los pies apoyados en el colchón se arqueó más hacía él y le jalo el cabello para mantenerlo en el sitio.

—No. Ian más...

—Te daré más pero primero tengo que probarte. 

Acarició su vientre con la lengua y con la mano hasta que estuvo exactamente donde él quería. Con los hombros en medio de sus muslos. Aspiró el olor de su sexo, por encima de la tanga y no pudo evitar mordisquear su montículo. Diana se retorció y trató de cerrar las piernas, pero le fue imposible porque él estaba en medio de ellas.

—Ian, por favor —una súplica con voz rota. 

Él gruñó.

—¿Qué? —preguntó mientras se escuchó de pronto, el sonido de la tela de encaje desgarrarse—. Si no me dices no puedo saber qué es lo que necesitas.

Diana no sabía qué responder. Jamás había sentido tanta lujuria. No sabía que la intimidad con Ian iba a ser tan arrolladora como en ese momento lo era.

—A ti... lo único que necesito en este momento, es a ti.

Miró a los ojos de Ian, que parecía el mismo dios del sexo reclamando sacrificio en ese instante, y no pudo evitar que su sexo se inundara de jugos, cuando vio como él cerró los ojos disfrutando de su olor de su necesidad.

—Creo que si no te pruebo. Me volveré loco.

Le abrió más los muslos. Ella vio como sus ojos brillaban más por la lujuria contenida, quedó fascinado al ver su sexo sedoso y brillante al estar desprovisto de vello. No aguantó las ganas y con su dedo índice acarició la abertura de su intimidad. Dio una sonrisa de satisfacción cuando la sintió estremecerse.

—Este es el coño más mojado que he sentido en toda mi vida. Me encanta que esté desnudo así para mí.

Y fue entonces cuando Diana dio un grito de placer al sentir su lengua húmeda y caliente, él se bebió sus jugos a lengüetazos que hacían eco en la habitación.

—Juro por Dios, que jamás había probado algo tan dulce como tú.

Diana se arqueaba de placer cuando sintió como lamía su clítoris. Anteriormente había tenido sexo oral, pero nada podía compararse con lo que estaba sintiendo en ese momento. La lujuria corría a través de sus venas, y daba latigazos en su vientre. Entre más él bebía de ella, más ella derramaba sus jugos

—Ian... más. Necesito más, no pares.

—Sí, cariño. Claro que hay más.

Sintió como introducía un dedo dentro de ella y seguía chupando su clítoris.

—¡Noo! —se quejó ella—. No es suficiente.

—Tienes razón, no es para nada suficiente. 

Tomó un segundo dedo y lo introdujo, y con el dedo pulgar jugó con su clítoris. Le gustaba la forma en que ella respondía ante él. Sabía que estaba a punto de correrse. Eso lo encendió más, y comenzó a mordisquear la pequeña protuberancia.

—Ian… no pudo más, siento que me voy a correr.

—Hazlo —ordenó con voz firme.

El mundo se fraccionó en puntos multicolores para ella, mientras que Ian sentía como sus músculos vaginales, no quería dejar ir a sus dedos.

Él sacó los dedos de su sexo totalmente empapados los pasó por su gruesa erección.

—¡Oh sí, Diana! Voy a enterrarme dentro de ti. Tan profundo que nos volveremos uno, eso no lo dudes.

Estiró el brazo hasta la mesita de noche, y sacó de la gaveta un preservativo para ponérselo. Apretó los dientes, estaba tan duro que la fricción de ponerse el látex era doloroso. La jaló hasta su cuerpo y le abrió más las piernas. Poco a poco fue introduciéndose en su cuerpo.

—Joder, estás tan apretada —negó con la cabeza y con voz tensa—. Estoy seguro que no podré ir como quiero.

—No. Si puedes —susurró ella—. Solo dime, ¿cómo me necesitas?

Esas palabras fueron un detonante para él. Porque en ese momento se introdujo hasta la empuñadura  en ella. La miró a los ojos, y notó cómo ella abría de golpe sus ojos. Espero unos segundos que le parecieron una eternidad, para que el cuerpo de ella se acostumbrara a él, y fue entonces cuando comenzó a penetrarla en serio.

Los gemidos de placer de Diana lo volvían más loco. Siempre se había sentido atraído por ella, pero ahora estaba hipnotizado. Aún no entendía como había esperado tanto para hacerla suya.

—Dios Ian. Me siento tan bien, contigo en mi interior —arqueaba más su cuerpo hacía él.

Cada embestida enviaba una caricia a su útero. Placer. Lujuria. Ella no sabría darle algún nombre a ese momento, lo único que sabía era que jamás lo había experimentado.

—Mírame, Diana. Siente como te tomo —manifestaba mientras se volvía a introducir en ella cada vez más fuerte.

—No puedo soportarlo Ian, por favor, haz que me corra.

Él podía sentir lo mismo. Sus testículos estaban pesados listos para derramar su semilla. Jamás había odiado el látex como en ese momento. Su miembro se puso más duro, como una barra de acero. Había llegado el momento.

—¡Córrete Diana! —ordenó de nuevo, metiendo uno de los hermoso picos de sus pechos a la boca.

Y con esas palabras, un segundo orgasmo le atravesó como un rayo. Estaba ronca de tantos gritos de pasión. Todo se desvaneció a su alrededor, cuando sintió a Ian correrse dentro de ella con un gruñido, que sumado a sus gritos hicieron eco en la habitación.

Todavía sus corazones estaban latiendo rápidamente, sentían como aún la sangre corría furiosa en sus venas. Ella lo abrazó fuertemente, y escondió el rostro en su pecho. Mientras él la besaba encima de su cabeza.

—¡Estuvo genial! —afirmó mirándola a los ojos mientras salía lentamente de su cuerpo.

—Más que eso —ella le sonrió.

—Voy a deshacerme de esto —señaló al preservativo.

Caminó desnudo con paso firme, desnudo en toda su gloria hacia el cuarto de baño. Y cuando iba a quitarse el jodido material lo miró, y entonces lo supo. El preservativo estaba roto.

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