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34. EN EL ESTACIONAMIENTO
—Sebastián.

La distancia entre nuestros cuerpos desaparece, y antes de que ella pueda reaccionar, tomo con voracidad esos labios a los cuales debo darles una lección. Toda la ira y frustración de esta noche las descargo en ese beso, que de manera inequívoca grita mis intenciones. Su cuerpo reacciona deliciosamente a mi toque, siguiendo mi ritmo, como si yo no fuera el único que anhelara esto.

¿Será posible? No importa, mañana pienso... mañana pensaré. Aún tengo mucho que descargar y este beso, que nos roba el aliento, es solo el preludio.

Nuestros labios se separan, y la mirada cargada de deseo que me lanza es tan intensa que no puedo más que sonreír, satisfecho, ahora con una urgencia física despertando en mí. Mis manos están inquietas, desesperadas por recorrer esas curvas que me robarán horas de sueño. Pero me sorprende al halarme bruscamente de la camisa, obligándome a volver a su nivel. Me besa con tal intensidad, con tanta demanda, que siento como si estuviera absorbiendo parte d
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