14. LA DULCE EKATERINA

Le di vueltas y vueltas a la situación. Ekaterina debía pagar, pero tampoco me sentía cómodo con la idea de lastimarla. No quiere decir que no pueda lastimar mujeres; lo he hecho, pero no es algo que me guste o de lo cual me sienta orgulloso. Soy un experto en tortura, pero los gritos de las mujeres y los niños no tienen el mismo efecto en mí. Además, tampoco me agrada la idea de ajusticiar a una mujer que ha estado en mi cama y me ha dado tan buen sexo. Afortunadamente, la tortura no se limita a generar un dolor físico; el peor golpe es quizás el psicológico, y en este momento, ese es el que tendrá que enfrentar Ekaterina.

La respuesta no demora mucho en llegar a mi celular.

—Llego esta noche a tu apartamento —responde, y el celular me avisa que sigue en línea.

—Necesito algo diferente, más que sexo. Vámonos primero a un bar; necesito licor —respondo.

Su respuesta demora casi un minuto en llegar. Está pensándolo, pues nunca nos hemos encontrado en un lugar público. Responde que sí.

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