Ahora entiendo la forma de ser de esta chica. Vive con su familia en un vecindario similar al de Sophía, pero con más personas en un apartamento del mismo tamaño, por lo que siempre hay alguien con quien hablar y mucho que hacer. Su madre nos recibe en la puerta y me agradece lo que ella considera un hermoso gesto.Saludo a la madre y a tres hermanos menores que me observan con curiosidad. Calculo que el chico tiene unos catorce años y las gemelas, seis o siete. Todo funciona como un reloj en esa casa: una de las niñas pone la mesa, al chico le toca lavar la loza hoy, y la otra niña tiene otra asignación relacionada con la ropa, según alcanzo a entender.La comida es simple, pero agradable. Cada uno cuenta sus experiencias del día, y hay una especie de retroalimentación que no observaba desde hace años. Cloe ríe de algún comentario tonto del chico, quien tampoco tiene pelos en la lengua para hablar.—¿Y qué nos cuenta usted, señor Sebastián? —pregunta la madre.Respondo lo que puedo p
Mientras Alexander se recupera, estoy a la cabeza de todo. La cantidad de reuniones y datos que hay que analizar me agobia, además de que eso hace que todo mi equipo esté sobrecargado de trabajo, sobre todo Lissa y Arturo. Sigo sin entender por qué Alexander peleó tanto por este cargo; es un fastidio total.A las diez de la mañana, llega a mi correo el informe completo de los estudios de seguridad. Hice revisar a todo el personal, incluyendo a los fallecidos en el atentado. Uno a uno voy descartando traidores y aumentando mi ansiedad, pues estoy dejando de último a mi sospechoso principal. Reviso muchas cosas: cuentas bancarias, propiedades, viajes extraños, su familia y, en algunos casos, sus GPS. Todos están limpios, menos, obviamente, los sicarios del otro bando, cuyas cuentas bancarias me confirman lo que ya sabía...Falta un solo clic. La carpeta se abre, dejándome ver alertas en todas las áreas posibles. Ingresos mensuales mucho más elevados de lo debido, una propiedad escondida
Es evidente el esmero que ha puesto en su arreglo hoy; luce despampanante con ese vestido negro que se ajusta a sus curvas como si estuviera hecho a medida. Debería sentir el deseo de demostrarle a ese cuerpo lo que el mío puede hacerle sentir de nuevo, pero no, el fuego se ha extinguido.Cierro la puerta y ella me mira con evidente deseo. Se sienta al borde de la cama y cruza las piernas de forma sugestiva.—Parece que hoy quieres jugar a los roles —desliza un dedo por sus labios y lo va bajando lentamente hasta su escote—. Te queda bien la fachada de hombre indiferente; será divertido romperla.—No es una fachada, así que detente.No me cree, así que enciendo el televisor y proyecto las imágenes que tenía preparadas. Su sonrisa se congela.—¿Qué es eso, Sebastián? —me mira con incredulidad—. ¿A qué estás jugando?El tono tentador desaparece de su voz y es reemplazado por uno ofendido.—Son las imágenes de una mujer completamente enamorada de un hombre —camino hacia ella y se levanta
—Su vida se está apagando, Sebastián, y no puedo hacer nada.Escuchar a Noah romperse fue desgarrador. Su voz temblaba, cargada de impotencia y miedo. No solo estaba perdiendo a la mujer que ama; También estaba asfixiándose con el temor de fallar como padre. La idea de no ser suficiente para su hija lo torturaba. Lo entiendo. Yo tampoco sabría qué hacer. ¿Qué sabemos nosotros de bebés, de ser padres, de convertir una casa en un hogar cálido? Hubiera mandado todo al carajo para estar a su lado, apoyándolo. Pero él no me quiere ahí, no todavía.—No puedes hacer nada para que Mía sana, mientras que en casa te necesito. No debes venir —detuvo mis intenciones con una frialdad que dolía.Tenía razón, pero eso no lo hacía más fácil. Noah es como un hermano para mí. Aunque la vida nos haya separado en algunos momentos, nunca hemos perdido contacto, nunca hemos dejado de apoyarnos. Me frustra no poder estar ahí. Y, claro, quiero conocer a su hija; todos queremos.Han pasado dos semanas desde q
Como siempre, Alexander pone mala cara en cuanto pongo mi música. Me resulta divertido molestarlo, debo admitir. Eso hace que disfrute aún más de mis canciones. Llevo días sumido en un mar de trabajo de oficina, y los openings de Naruto y el ejercicio me han mantenido a flote. Me llenan de energía, justo lo que necesito para no hundirme en la rutina.—No puedo creer que a un grandulón como tú le gusten esas cosas aún —dice con desdén, mientras me lanza una mirada burlona.Le devuelvo una mirada fulminante.—Ya te lo advertí: es mi auto, mi música. —Sonríe con arrogancia, así que decido molestarlo más—. No te imaginas lo inspirador que puede ser. La cantidad de ideas que me vienen viendo esos animes es increíble, facilitan mi tarea como cobrador.Su risa se apaga mientras me concentro en la carretera. El silencio cae sobre nosotros.—Ya casi llegamos. Déjame hablar a mí —rompo el mutismo con una voz firme.Estaciono frente al edificio de Duin, consciente de que las miradas de la gente
No logro comprender cómo Sophía pudo elegir una profesión tan deprimente como la medicina. Desde antes de cruzar la puerta de urgencias, ya se ven rostros angustiados, y al entrar en la sala de espera, la situación empeora. Niños llorando, personas dobladas por el dolor y heridas leves componen el sombrío abanico de realidades que saltan a la vista. Este no es el tipo de ambiente que me gustaría para ninguna mujer, mucho menos para ella.Es irónico que me desagrade este entorno, considerando que cuando trabajo de cobrador disfruto de la sangre y el llanto. Pero en mi defensa, no es la violencia lo que me satisface, sino la certeza de que el sufrimiento que infrinjo, ya sea físico o psicológico, dejará una marca en mis víctimas. Les obligará a reconsiderar las consecuencias de sus decisiones.Nos dirigimos hacia la recepción de enfermería, conscientes de la mirada curiosa de la mujer tras el mostrador, quien evidentemente nota que no venimos por asistencia médica. Alexander toma la ini
—Deberíamos poner algo de música —dice Alexander, esbozando una sonrisa tan amplia que lo fulmino con la mirada a través del espejo retrovisor.—Si es por mí, no se preocupen —responde Sophía sin apartar la vista de la ventana—. Esta noche tendré suficiente con soportar ruido y gente sudorosa a mi alrededor. No necesito más.Frunzo el ceño, sorprendido. Normalmente, yo tampoco soy fan de esos ambientes. Siempre necesito una excusa laboral o una motivación muy específica para ir a lugares concurridos. La miro de reojo, intrigado por su desgana. Ella está absorta mirando por la ventana, como si la ciudad fuera realmente algo interesante de mirar. Me pregunto si tal vez yo debería acompañarla esta noche. No es que disfrute de esos eventos, pero… Muero por verla arreglada.He estado trabajando tan duro que me merezco un premio, aunque sea uno visual.Dejamos a Alexander en casa del abuelo y seguimos rumbo al edificio de Sophía. El silencio en el auto me pesa, así que intento romperlo con
—Se nota que está muy interesado en ti —dice Mary, mientras ambas observamos a Dylan regresar a su consultorio—. Si yo fuera tú, ya habría aprovechado a ese bombón.Bombón. Si ella supiera que ya le quité el envoltorio y lo probé, no me estaría hablando como si fuera una puritana. Pero el problema con Dylan no es lo que pasa en la cama. Es cómo me siento con él cuando no estamos en ella.Hemos intentado pasar más tiempo juntos estos últimos días. Hemos compartido varios desayunos, y él ha sugerido un par de veces ir a mi apartamento o que yo vaya al suyo, pero algo en mí aún no está del todo cómodo con la idea. Me las he arreglado para evitar esos momentos, pero ya no puedo tratarlo como una aventura casual de una sola noche.—No estoy segura de lo que quiero con él todavía —respondo, sin apartar la vista de la radiografía que ahora reviso—. No voy a precipitarme.No sé qué expresión tiene Mary en la cara, pero puedo sentir sus ojos fijos en mí. De repente, suelta un grito que me sobr