Déjate llevar
Déjate llevar
Por: Angela-Rossi23
CAPÍTULO 1

La idea de vivir solo, se le ocurrió a él.

Esa mañana, bien temprano, Nick llamó a una agencia de transporte para que le enviaran un camión de mudanza. El camión llegó a la media hora de haber cortado la llamada. Su madre para entonces ya había empacado la mitad de su ropa dentro de una maleta, mientras que Nick se había encargado de empacar el resto. Cuando todo estuvo listo, el muchacho salió de la casa en compañía de su madre. La misma iba por detrás de él, intentando contener sus lágrimas. Le dolía ver a su hijo crecer y alejarse de aquel lugar, que desde su nacimiento se convirtió en su hogar.

Una vez que estuvo cargado el camión con sus pertenencias, el muchacho finalmente se despidió de su madre con un fuerte abrazo y un beso en la mejilla. Se subió a su auto, lo puso en marcha y emprendió el viaje hacia el lugar, que, a partir de ese día, sería su nuevo hogar. Durante su trayecto hacia el Hotel, recibió una llamada telefónica.

La llamada era de su madre.

Quería saber si había llegado bien al Hotel.

Nick ante la preocupación de su madre, le dijo que estaba todo bien, y que dentro de poco llegaría al Hotel. El mejor que nadie sabe lo difícil que es para su madre verlo marcharse de aquel lugar que lo cobijó durante tantos años.

Pero también es consciente de muchas cosas.

Como, por ejemplo: cuando ha llegado la hora de “independizarse”.

*****

A pocos metros del hotel, un hombre esperaba ansioso en la vereda. Se había peleado con uno de los guardias de seguridad del hotel, al cual un poco más y le da un puñetazo en la cara. Tuvieron que retenerlo entre varios hasta que la policía llegara. El hombre por supuesto, les explicó las razones de porque hacía tanto problema; pero los demás guardias tenían otras intenciones con él.

En lo que la discusión llegaba a un punto clave, en la que ninguna de las dos partes quería dar el brazo a torcer, del interior del Hotel salió una mujer de aproximadamente unos 30 años de edad, que decía ser la esposa de aquel sujeto al que los guardias tenían retenido. Ella al ser testigo de casi todo lo que pasó, decidió preguntar.

— ¿Qué pasa?

—Nada cariño. Los señores y yo, solo hablamos—respondió su marido; pero uno de los oficiales que lo tenía agarrado, intervino.

— ¿Usted es la esposa de este hombre?

—Sí, oficial. Yo soy su esposa—dijo la mujer—. ¿Qué fue lo que pasó?

—Su esposo acaba de agredir al guardia del hotel.

— ¿Qué? Pero… ¿Por qué? ¿Qué pasó?

—Será mejor que se lo diga él—respondió el oficial.

La mujer miró a su esposo, y él le sostuvo la mirada. En su mente, el hombre pensaba en la mejor manera de salir ileso de aquel problema. A decir verdad, no era la primera vez que agredía a alguien. Como tampoco era la primera vez que la policía tuvo que intervenir en un pleito generado por él. Johana, su esposa; la mujer que tanto decía amar con locura, ya había tenido suficiente de su mal comportamiento, y él lo sabía. Aquello en lo que pensaba, lo llevó a recordar aquella vez que, por culpa de sus tantas rabietas, terminó por romperle todos los vidrios del auto a su vecino.

Eso fue cuando ambos salían a vivir en un barrio de mala muerte, donde la gente solía mostrarse sumamente agria con los recién llegados.

Ese día, tuvo motivos suficientes para romper todos los vidrios del auto de su vecino. Y ese motivo fue Carl ¿Porque? Porque fue Carl quien lo culpó a él, de haber rayado toda la parte trasera de su coche con un destornillador. Max le juro que no había sido él; pero Carl insistió, y al cabo de unos minutos, toda la cuadra se enteró de lo que estaba pasando. Todos se mostraron atentos a cada una de las palabras expresadas por los dos sujetos.

Por otro lado, Johana, salió de casa en cuanto escuchó los gritos y bullicios de la gente. El miedo que tenía en esos momentos, se debía a que no era consciente de quienes se estaban agarrando a piña en medio de la calle.

Los autos que pasaban por ahí, les tocaban bocinas en su intento por hacer que paren y dejen ceder el paso. Pero no hubo respuesta por parte de los dos. Y Johana seguía preguntándose: «¿Quiénes eran los responsables de armar semejante lío?» Y fue en ese preciso instante cuando alcanzó a ver a su marido. Los golpes que recibía la hicieron suspirar e intentar convencer a Max de que se detuviera. Pero no hubo forma. Ninguno de los dos prestaba atención a lo que sucedía a su alrededor; solo se dedicaban a golpearse entre ellos, causando un gran revuelo en casi todo el barrio.

No pasó mucho tiempo hasta que alguien llamó a la policía, consiguiendo detener la pelea y que ambos hombres pararan en la delegación.

Johana también tuvo que declarar, y al cabo de dos meses a su esposo lo dejaron en libertad. Claro que hubo momentos en los que Max pensaba que Johana le pediría el divorcio; pero luego de una intensa charla, ella le dejó en claro que no se divorciaría de él, a no ser que cometiera otra estupidez como esa. Max lo aceptó.

Aquello se convirtió en un pacto entre los dos.

Pero ahora…todo era diferente.

—Llevó más de media hora preguntando: «¿Qué fue lo que pasó?»

—Cariño yo…

— ¿Te volviste a pelear? ¿Dónde quedó nuestro pacto?

—No cariño, no entiendes—respondió el hombre temeroso de que su mujer lo deje—. Todo fue una confusión. Yo no le estaba agrediendo. Él me agredió a mí; yo solo me defendí, eso es todo. No les creas.

Los policías no les dieron crédito a sus palabras.

—Eso dígaselo al juez—dijo uno de los oficiales, y lo agarró del brazo.

Intentó jalarlo; pero el hombre se resistió. No quería ser arrestado de nuevo, y pasar días y noches enteras entre medio de los convictos.

Las malas experiencias dentro de la cárcel lo habrían “compuesto”.

Bueno, al menos eso se creía.

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