2

Como en tantas otras ocasiones de su vida, Alessandro dejó de lado sus propios deseos y se concentró en no girarse para ver como aquella muchacha se vestía. Y mientras permanecían ambos en silencio no dejaba de pensar en que tenía que tomar decisiones que cambiarían el rumbo de su vida y, a pesar de que no tenía ningún interés en hacerlo, no podía retrasarlo más. Tendría que abandonar su búsqueda en dos días, debido que pasaría a visitar a uno de sus viejos amigos por su cumpleaños. Lo que le hizo pensar en las dos semanas que faltaban para lo que su madre estaba preparando, así que, aunque no le gustaba ser de anfitrión, abandonar su búsqueda para ir a su hogar era obligación y su prioridad.

Mientras tanto, Catherine estaba impresionada por tanta desfachatez de aquel hombre que la devoraba con la mirada, supo de inmediato que solo se trataba de un forastero que tenía toda la intención de comenzar su cortejo poco amable y sutil con ella, pero no funcionaría. Aquel hombre estaba de pie en un rincón escasamente a unos metros de ella. Presa de una sensación similar a la vergüenza, se aclaró la garganta. Capturando toda su atención comenzó a mirarlo de arriba abajo; era un hombre apuesto, pero por su vestimenta supo que posiblemente se trataba de un soldado, Catherine sin ser consciente de que aquel hombre la observaba con ojos de diversión, comenzó a morderse el labio inferior y juntando sus manos tomó la firme decisión de marcharse. Pero él no estaba dispuesto a dejarla ir.

Alessandro, cuando la vio se le antojaron esos labios carnosos y los tomó, sabía a gloria, y al ver que ella estaba dispuesta a irse sintió el masculino impulso de detener su huida.

—Disculpe mi atrevimiento, ¿puedo preguntar quién es usted mi Lady? —habla Alessandro concentrado y rezando a los dioses con todas sus fuerzas para que el desenlace de aquel encuentro resultara esperanzador, no siempre se encontraba con mujeres de una belleza extraordinaria y salvaje.

Recordando sus modales y todo lo que su madre le había enseñado, resignada, decidió responder con amabilidad falsa.

—Soy Catherine Griftonn —responde Catherine apenada y muriendo por salir de aquel embrollo tan bochornoso—. Y puedo observar que usted es un soldado.

Catherine era una mujer sumamente sutil, con los años su madre la había hecho una mujer insegura con la firme educación de que tenía que obedecer a su futuro marido en todo. Aquella chica temeraria, audaz y divertida se había quedado dormida en las profundidades de su alma, aunque por las noches acudía a ella en busca de cobijo. Frente a todos no era más que una mujer delicada aunque ante los ojos de Alessandro era más que eso. Su mirada la escudriñaba con inquietud a intervalos poco notorios, no estaba vestida como las damas elegantes de alta alcurnia; profusamente enjoyadas, con vestidos costosos y perfumes exquisitamente elegidos por los mejores perfumistas del mundo. No, Lady Catherine traía puesto un simple vestido liso verde claro, con un escote muy recatado para su gusto, su cabello rubio enmarañado y mojado que se le pegaba al rostro, y aquella mirada tierna y feroz a la vez lo volvió loco, parecía una mujer salvaje de algún mundo paralelo a este.

—¿Puedo preguntar qué le hace pensar que soy un soldado? —Alessandro espera impaciente su respuesta, mientras saca de su morral de cuero una botella de agua de vida, bebió un corto sorbo apretando los dedos alrededor de la botella intentando controlar el deseo de beberse por completo la potente bebida y hacer suya a aquella salvaje.

—Porque un caballero decente no andaría por estos rumbos y mucho menos se tomaría la molestia de robarle su primer beso a una pobre mujer que está comprometida —Catherine aclara las dudas de aquel hombre apuesto, deseosa de marcharse cuanto antes de aquel lugar.

—¡Su primer beso! —Alessandro abre los ojos como platos y un brillo de diversión se coloca en estos—. Disculpe mi atrevimiento Lady Catherine, pero... ¿no cree que es algo mayor para su primer beso?

—Con todo el respeto que demanda su posición y haciendo fuerte a la buena educación de la que fui instruida, eso es algo que a usted no le interesa, puesto que no tenemos el gusto de conocernos —Catherine se sentía más y más incómoda.

¡Maldición! no había estado tan nervioso o inquieto frente a una mujer desde... nunca. Lady Catherine tenía una actitud que se convertía en un claro ejemplo de reto y que un hombre de sangre caliente como él, no dejaba escapar. Haciendo una breve revisión al cuerpo de la mujer, supo que gracias a las ropas húmedas que se le pegaban al cuerpo, era poseedora de unas caderas anchas, unos pechos jugosos aunque pequeños, un vientre plano y del que estaba seguro debido a la confesión que le había hecho, jamás había sido tocada por manos masculinas, y eso lo excito pero se mantuvo al margen. Podía, si él quisiera, tomar lo que a otro le pertenecía pero no era tan vil. A lo largo de su vida había estado con infinidad de mujeres, y durante los últimos meses que había pasado en compañía de Romelia; una prostituta de Francia, resultaba ridículo que hasta cierto punto aquella mujer le provocara un ardor casi incontrolable en la entrepierna con solo presentarse frente a él con ropas mojadas. No cabía duda alguna que Lady Catherine afectaba su capacidad para respirar con claridad y pensar adecuadamente, tanta belleza junta en una mujer tan simple le aterraba.

—Tengo que irme señor —agrega Catherine a la falta de habladuría de aquel hombre.

—Permita que me presente Lady Catherine —dice Alessandro intentando que aquel encuentro no terminara aún, no sin antes saber más de ella.

—Lo siento, pero me temo que es tiempo de que me vaya —dice Catherine con sutileza.

Alessandro escudriñó nuevamente a Lady Catherine y se le tensó la mandíbula al ver como la respiración de la mujer se aceleraba. ¡Demonios! era tan hermosa que se vio obligado a tomar aquellos delicados y gruesos labios nuevamente, no iba a permitir que se marchara sin antes dejarle un recuerdo de que él había sido el primer hombre en besarla. Entonces lo supo; esperaría una eternidad si era necesario para volver a encontrarla y cortejarla. Su prometido debía ser un hombre poco cabal al dejarla andar sola y no hacerla su mujer lo más rápido posible. Y alargaría el plazo, rechazaría a todas las mujeres de alta sociedad que su madre le presentara en su fiesta.

Lady Catherine sabía a paraíso, eso fue lo primero que pensó antes de que ella sutilmente le mordiera la lengua y le diera una patada en la entrepierna.

—¡Oh por Dios! —Exclamó Catherine sabiendo que aquella acción podía causarle severas consecuencias—. ¡Lo siento tanto!

—No creo que en verdad lo sienta —se queja Alessandro.

—¡Usted tuvo la culpa por besarme! —Catherine sintió como el calor subía por todo su cuerpo hasta colocarse amablemente en sus mejillas dejando ver un ligero sonrojo—. Le he dicho que estoy prometida y no le ha importado mi sentir, solo ha tomado lo que ha deseado desde un principio, ahora si me disculpa, tengo que marcharme antes de que mi madre se de cuenta que no estoy en casa.

Alessandro se quedó inmovilizado por aquella bruja; como él la llamaba, por su belleza, su altanería y su salvajismo bien escondido detrás de una educada mujer aunque no sofisticada. Todo en ella le había maravillado. Mientras Lady Catherine se alejaba se dio cuenta de que prismas de luz gracias a los rayos de la luna, realzaban lo rubio de su cabello, envolviendo aquella parte de la isla en un paraíso lleno de fulgor cálido y dorado. Alessandro levantó su mano y la llevó hasta su boca pasando sus dedos por sus labios al tiempo que repasaba mentalmente aquel beso maldito que lo había embrujado.

—Lady Catherine Griftonn, ¿qué me has hecho mujer? —susurra con la adrenalina recorriendo su torrente sanguíneo.

Pero Catherine no compartía las mismas sensaciones y mucho menos los mismos pensamientos, en su corazón solo existía Andrew Sterlingh.

—¡Maldita sea! —masculló con dolor al saber que su primer beso se lo había robado un soldado y sin embargo, pese a que nadie nunca se enteraría, sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas.

Quienquiera que hubiera sido aquel hombre de ojos grises, solo sabía que una plaga merecía terminar con sus huesos en las aguas del Támesis por haberle robado a su amado algo que le tenía guardado desde que tenía seis años de edad. Mientras caminaba pensó en aquel hombre, era apuesto y a pesar de su comportamiento formal y la experta factura de su atuendo que rivalizaba seguramente con el de muchos soldados, supo que se trataba de un hombre que solo buscaba desvirgar a cualquier muchacha que no perteneciera a la alta sociedad, como lo era ella.

A la mañana siguiente Catherine se levantó muy temprano y quiso darse un último baño en aquel sitio que se había convertido en su favorito durante aquella temporada. Pero cuando regresó a casa de su tía su madre se horrorizó por el aspecto que tenía.

—¡Catherine, oh por dios, pero... pero...! —dramatiza su madre, quien a partir de que su padre había enfermado severamente y al quedar coja a causa del accidente que tuvieron hace años, se convirtió en una mujer amargada, avariciosa y superficial, lejos quedaba aquel recuerdo de la mujer dulce, tierna y amable que era con la gente—. ¿En dónde te has metido? ¡Mira qué fachas! pareces una ramera salvaje.

—Lo siento mucho madre, perdí el tiempo en un baño cerca de...

—¡No importa, hay que darnos prisa! ya no aguanto estar un segundo más entre esta gente pobre —exclama la señora Griftonn con ojos de víbora.

—Madre, nosotros solo somos la humilde familia de un molinero —comenta Catherine en un tono de voz tan bajo temiendo ser escuchada por alguien que no fuera su madre.

—¡Muchacha insolente! —La señora Griftonn termina dándole una bofetada que le dolió en el alma a Catherine—. Eso será por poco tiempo, ya que en cuanto fallezca tu padre y regrese tu prometido el Duque Andrew Sterlingh, serás respetada y heredera de una jugosa fortuna que tendrás que compartir con tu hermana. Y si tenemos suerte, podré hacerme amiga cercana de la Duquesa Sterlingh; tu futura suegra, así que no vuelvas a repetir que somos la familia de un miserable molinero o de lo contrario te azotaré.

Aquellas palabras le dolieron a Catherine, aún más que la bofetada que había recibido de su madre, ¿en qué momento había cambiado tanto con ella? de ser su hija predilecta, al nacer su pequeña hermana y al heredar la ambición y el mal genio de su progenitora, terminó por convertirse en su consentida. Haciéndola una niña de 16 años caprichosa, embustera, avariciosa, altanera y que le encantaba engatusar a los hombres para obtener lo que quisiera. Ya estaba en la edad para contraer matrimonio y resultaba bochornoso que su hermana; Adela, no dejará de repetirle que era una mojigata solterona y que ningún hombre se fijaría en ella, puesto que pese a poseer belleza, por dentro estaba seca, y lo que buscaba un hombre era alguien que le supiera calentar la cama. Palabras fuertes para alguien como ella, pensó Catherine muy a su pesar. Adela a diferencia de Catherine, era una muchacha de una belleza incluso más profunda que la de ella, estando juntas su hermana terminaba por eclipsar su presencia, era de figura esbelta, unos pechos enormes y unos ojos que embrujaban a cualquiera que cruzara miradas con ella. Su piel era incluso más blanca que la de Catherine, manos delicadas y de buen gusto, puesto que a pesar de ser pobre, su madre se las arreglaba para que al menos ella tuviera vestidos decentes. En cambio Catherine parecía vieja a su lado pese a tener solo 21 años de edad, no había sido tocada nunca por ningún hombre y su madre pasó media vida ahuyentando a todo aquel que la quisiera cortejar, cosa que le agradecía, ya que solo podía amar a un hombre; Andrew. Ambas hermanas eran polos opuestos, mientras Catherine era reservada, obediente, lista e introvertida con una personalidad meramente aburrida para los ojos humanos, Adela era una muchacha alegre, consentida y muy extrovertida que capturaba las miradas de todos cuando paseaban por el parque central; siempre contoneando sus caderas vulgarmente y moviendo sus pestañas cada que algún Lord las saludaba por educación.

—Perdóneme madre, no volverá a ocurrir, será como usted diga —responde Catherine con la miraba baja.

—Cuando tengas a tus propios hijos entenderás lo que es capaz una madre de hacer por ellos, solo busco la felicidad de ambas y tú por ser la mayor tienes que sacrificarte y ayudarme a que Adela sea feliz —la señora Griftonn camina más aprisa—. ¿Entendiste?

—Sí madre.

Pese aquella contestación, Catherine se guardó las lágrimas para más tarde y caminando sobre un hierbajo entre flores, se sintió incómoda por el silencio que las envolvía. Dolorosamente consciente de la distancia que mediaba entre su madre y ella y el elegante estrato social en el que a menudo se empeñaba su madre a encontrarse... la quería, después de todo era la mujer que le había dado la vida y albergaba la ligera esperanza de que regresará a ser como antes aunque a veces renunciaba a esa tonta idea. Cuando por fin se pusieron en marcha, tomando entre sus manos dentro del carruaje un tarro de miel, sonrió al saber que Kit Revensly; hijo del Archiduque Revensly y su mejor amigo de hace años, se pondría feliz. Amistad que por supuesto su madre no estaba de acuerdo pero lo dejaba pasar puesto que los Revensly eran una familia de gran abolengo y gracias a ellos podían codearse de vez en cuando con la crema y nata de la sociedad. A él le gustaba la miel natural y viniendo un presente de Catherine seguramente le alegraría. Sin embargo, aquel hombre de ojos grises no se apartaba de sus pensamientos y se colaba en sus sueños lo que duró el viaje de tres días.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo