Alessandro se quedó totalmente inmóvil, dejando que su cuerpo y mente asimilaran todo el asombroso impacto que las palabras y actos de Catherine le habían producido. Ella estaba de pie ante él con los ojos brillantes de deseo, las manos posadas sobre su pecho y su lujurioso cuerpo pegado al suyo, el nebuloso timbre de su voz al susurrar aquella sentencia con la que apunto había estado de detenerle el corazón.
«Quiero que me hagas el amor»
A pesar de las innumerables veces que había fantaseado con oírla pronunciar esas palabras desde que la conoció, nadie lo había preparado para la realidad. El corazón le latía con tanta fuerza contra las costillas que no le habría sorprendido nada. Aun así, bajo las capas de la alegr&ia
Catherine le vio sacudirse la tela azul marino de los hombros y de pronto supo exactamente por dónde empezar. Dando un paso adelante, le cogió del puño. Alessandro se quedó inmóvil, observándola, y por primera vez en su vida Catherine le quitó una prenda de ropa a un hombre, el simple hecho de deslizar despacio la tela por sus brazos la embriagó. Cuando terminó, se quedó con la prenda, que todavía conservaba el calor del cuerpo de Alessandro, contra su pecho. Sus párpados se cerraron y agachó la cabeza para aspirar su olor. Él se quedó totalmente hechizado por la visión de Catherine acunando su chaqueta contra su cuerpo. Dios sabía que nunca había sido más sincero que cuando le había dicho que lo único que deseaba era complacerla y adorarla.&
El torrente de lluvia arrasaba con todo a su paso, los truenos iluminaban la estancia principal, en dónde Alessandro miraba a través de la ventana, ya habían pasado dos semanas en las que incansablemente había buscado a Catherine, sin resultados favorables, era como si de algún modo se la hubiera tragado la tierra, ¿tanto lo odiaba? No, debía haber alguna explicación lógica, después de aquella noche mágica en la que ella se había entregado a él, no podía olvidarla, y no quería, juraría de ser necesario que la encontraría y le haría pagar el corazón roto que le dejó después de su partida. Y por supuesto... mataría a Andrew.—Ya no sigas pensando, te tengo buenas noticias.La voz d
Alessandro dejó escapar un largo suspiro y se mesó los cabellos mientras observaba atentamente las calles de París antes de llegar a una de las propiedades de los Revensly, Kit había prometido alcanzarlo en una semana, ya que como Archiduque tenía responsabilidades. Su mente proyectó el brillante suelo de tarima y las paredes profusamente revestidas con paneles de madera muy parecidas a las de un museo. Y al mirar detenidamente todas aquellas hermosas ventanas de cristal viselado... no podía dejar de pensar en que cada vez estaba más cerca de Catherine. ¡Maldición! había pasado días enteros sumidos en una total y atrayente oscuridad, se sintió preso de las náuseas y doblemente culpable por no haber corrido antes a Ofelia, aún recordaba con claridad la discusión acalorada que tuvieron aquella noche cuando Kit lo despertó y
Las voces del cotilleo de la alta alcurnia se mezclaban con el sonido estridente del campanar en la iglesia, había terminado la misa y Catherine estaba más que ansiosa por llegar y alejarse de las miradas petulantes e intrigadas de las damas que hasta ahora no tenía la intención de entablar algún tipo de conversación, en donde las banalidades salieran a flote por sobre lo que ella consideraba verdaderamente importante.Cuando Andrew le propuso de manera poco ortodoxa asistir a la misa en compañía de la ahora duquesa Sterling, supo que algo no andaba bien, y es por ello que decidió morderse la lengua y actuar como una sama sumisa ante la que para el mundo, es su suegra. Y ahora, de vuelta a la propiedad de Andrew, se encontraba arrellanada en su dormitorio en el confort de su sillón de orejas favorito, junto al fuego de la chimenea, pensando en las consecuencias de sus actos, aún tenía el coraz
Alessandro observaba a su mejor amigo Kit coquetear con un par de damas de la alta alcurnia en Francia, moviéndose como un pavorreal, siempre atento a lo que las aludidas le decían entre risas que denotaban poca sencillez. Las ansías comenzaban a carcomer su alma y el deseo imperioso por tener a Catherine entre sus brazos solo hacía que se remojara los labios un par de veces más antes de chasquear la lengua.Las damas que pasaban a su lado, al verle el traje de capitán, le sonreían y él por educación solo les hacía una ligera reverencia, otras más atrevidas lanzaban sus pañuelos para que si tenían suerte, él levantara alguno dispuesto a darle su afecto a la afortunada, pero él no necesitaba de eso, porque la única mujer a la que no podía sacarse de su cabeza, era a Catherine.El sol estaba en pleno apogeo y en la plaza el ruido de los carruajes se hizo
—¡Suéltame! —exclamó llena de deseo desatado Catherine.—¿Por qué? Es tiempo de que regreses a mi lado.—¡No, no somos nada, somos!Alessandro la bajó cuando se vio a las afueras del pueblo, un caballo estaba listo y ensillado, el aire se hizo notar y él, con el ceño fruncido le quitó el prendedor que sostenía su cabello rubio que hacía la mezcla perfecta con el verde de sus ojos.—Marido y mujer, sé que cometí errores Catherine y mi peor defecto fue no haberte hablado de mi pasado pero…—¡Calla, no quiero saber nada!—Pues lo sabrás, porque Lady Ofelia y yo no somos nada, más que dos personas que hubo un tiempo que coincidieron, eso es todo.Los ojos de Catherine comenzaron a llenarse de agua, el dolor en su pecho que le produce el tenerlo tan cercal hace que en su rostro se dibuje una mueca en su rostro y que muerda sin ser consciente de lo que desata en Alessa
Ha pasado un año desde que la vida de Catherine y Alessandro cambió, de haber llegado a ser el capitán del ejército rebelde, a un esposo amoroso, tierno y dedicado, y ella, la chica que había sido humillada, martirizada, maltratada y acusada de las peores injurias, en la dama con título que siempre fue. La herencia la recibió, dejando a la duquesa y a Andrew en completa ruina, algunos dicen que zarparon a Singapur y otros más que el barco en el que viajaron se hundió cruzando el océano.Nadie sabe de su paradero, pero de lo que sí están seguros, es que no los volverán a ver. Por otra parte, Kit, lleno de galantería se ha comprometido con lady Arya, hija del Vizconde Gusem, una mujer tímida que logró arrebatarle el corazón y que a petición de Catherine, ambos se llevaron consigo a una abadía, a su hermana menor.Sus vidas giraban, daban enormes pasos y no se detenían, y ahora, mientras los rayos cálidos del sol se mostraban ante todo su esplendor, Catherine ob
Un escalofrío de inquietud bajó por la espalda de la Duquesa Sterlingh, quien dejó de clavar su gélida mirada sobre la pequeña rubia de seis años que corría detrás de su adorable hijo por la orilla de la playa. Se giró de mala gana y le echó una breve ojeada a la señora Griftonn, con todos los sentidos alerta aguzó el oído para poner la atención necesaria a la locura que su esposo, el gran Duque Sterlingh estaba por hacer.—Me temo que no es buena idea Jonh —habla el señor Griftonn con manos temblorosas mientras sostenía su sombrero de gala.La mirada fría y penetrante de la duquesa se volvió nuevamente en dirección a los pequeños y a la muchacha que cuidaba de su hijo. El pequeño