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★★★ 16 AÑOS DESPUÉS... ★★★

Un búho ululó y su pulso comenzó a galopar, Catherine llevaba cerca de tres semanas realizando esas secretas salidas nocturnas y estaba acostumbrada a los sonidos extraños provenientes del bosque en sombras. Al escuchar el crujir de una rama, con calma, se inclinó hacia su pierna y debajo de su vestido liso y viejo rodeó con los dedos la fría empuñadura metálica del cuchillo que su padre le había regalado cuando cumplió quince años. Ahora con 22 años de edad se había forjado a pulso la fama de la mayor solterona de toda la historia. Muchos rumores corrían sobre varios caballeros que la querían cortejar para convertirla en su amante. Ella rechazaba amablemente toda insinuación siempre que la ocasión se prestaba, no había llegado tan lejos ni dedicado tanto tiempo en permanecer intacta para su adorado Andrew como para que algún hombre con intenciones nada caballerosas viniera y le quitara su virtud.

«Solterona del año» La palabra en sí parecía una burla y se tragó el amargo sonido que pugnaba por salir de su boca mientras se acercaba al lago. Esas salidas nocturnas se habían convertido en algo más que un refugio contra su soledad, venir a darse un baño por la noche se había vuelto una obsesión que la despojaba del sueño, de su tranquilidad de espíritu. Pronto... pronto llegaría su amado. De una manera u otra regresaría a sus brazos. Su madre no paraba de decirle en incontables ocasiones que la madre; La duquesa Sterlingh era una bruja y por ende su marido se atrevió a alejar a su hijo de ella. Todos esos pensamientos que aturdían su mente los apartó con delicadeza cuando divisó su destino. Habían pasado dos semanas de visita en aquel lugar debido a que su tía Lady Marlob había dado a luz a su cuarto hijo y necesitaba ayuda. Era un sitio lleno de paz, por lo que se acercó hasta una cascada y sabiendo que no había paseantes a esa hora, comenzó a quitarse la ropa para darse un buen baño dejándose solo el camisón.

El agua estaba fría pero hacía de sus delicias, y mientras gozaba de un excelente momento que la madre naturaleza le regalaba, no dejaba de pensar en una sola cosa; ya tenía la edad suficiente para casarse, eso lo sabía de antemano, de hecho, muchas de las amistades que conservaba en el pueblo de San Ferhumst, ya estaban casadas y hasta con hijos. Todos estos años solo se había estado guardando para un solo hombre; Andrew Sterlingh. Sus amigas siempre le presentaban caballeros y no dejaban de intentar relacionarla con los lords más demandados de la sociedad, pero claro, al ser la hija de un humilde molinero nadie la tomaba en serio, era poseedora de una belleza inigualable y por ende era la envidia de muchas. Maldición, ella no era soltera, estaba comprometida desde los seis años. Y ahora a sus 22 años seguía dudando de sus encantos y peor aún, que fuera capaz de generar tal entusiasmo masculino. Siempre se sintió tentada de decir quién era su prometido pero su madre le aconsejó no hacerlo hasta su regreso. Sin embargo, al tratar de evitar a sus inesperados pretendientes, había cosechado a pulso el apodo de La Indomable.

Catherine estaba tan adentrada en sus propios pensamientos, que no se percató de que a unos cuantos metros de ella había un hombre levantando una pesada paletada de tierra, Alessandro; el capitán del ejército rebelde, se echó al suelo mientras sus cansados músculos protestaban por el esfuerzo. ¿Cuántas fosas más podría cavar? ¿Cuántas noches más podría resistir sin dormir? incluso en el día, cuando tenía que abandonar la búsqueda de aquel criminal por temor a ser descubierto por los contrarios, esa tarea seguía obsesionándolo, cavar fosas en donde muchos de sus compañeros terminaban muertos en combate. Ser capitán no era un trabajo fácil, y muchas veces pensó en retirarse pero tanto su honor como su integridad requerían que la cumpliera. Había comprometido ambas cosas y, como consecuencia de su insensatez se negaba a cometer un error.

«Sí, mejor mantener tu promesa que cometer otra equivocación y ser la burla de toda la familia» se burló una vocecilla en su interior.

Como esas excursiones nocturnas en la oscuridad esperando impaciente el momento exacto para atacar. Pero ahora, tras intentar con tanto ahínco no fracasar, no podía burlar a su mayor enemigo; el tiempo. El tiempo se le agotaba, se puso de pie y echó a un lado varias paletadas más de tierra, y luego se detuvo para secarse la sudorosa frente con la mano. El sudor le resbalaba por la dolorida espalda, y soltó un resoplido de frustración, disgustado tanto por esta búsqueda infructuosa como por el hecho de que, irónicamente su casa estaría llena de invitados en dos semanas, ya que su madre se empeñaba en buscarle una buena esposa. Con lo que disponía todavía con menos tiempo para cumplir con su trabajo. Eran pocos días de libertad y la sabría aprovechar, ya que al final tendría que obligarse a soportar la compañía de todas esas personas en la cena de bienvenida que le prepararían a su regreso.

Maldita sea, no quería invitados, no quería que invadieran su casa. Su privacidad. Pero ¿tenía otra elección? Necesitaba una esposa pronto, y por Dios, haría cualquier cosa por conquistar a una buena mujer que no solo tuviera cierta preferencia por su fortuna, que aunque no era mucha, le alcanzaba para vivir muy bien. Apartando todo supo que era momento de un buen baño, era primordial quitarse todo el sudor y la tierra que tenía encima. Caminó en dirección al lago y se detuvo al observar que al parecer no era el único que no podía dormir esta noche.

Catherine, absorta de que unos ojos grises la observaban con diversión, cerró los ojos y dejó que su cuerpo flotara sobre el agua.

—¡Creo que no es un sitio ni la manera en la que una dama esté bañándose!

Una voz masculina la sobresaltó de tal manera que se sumergió en el agua avergonzada. Esperaba que aquel hombre fuese quien fuese se marchara, pero no dudaría mucho, ya que sus pulmones comenzaron a exigir oxígeno. Entonces, unos brazos fuertes rodearon su cintura y la elevaron hasta la superficie. Tomó una enorme bocanada de aire al tiempo que abría los ojos como platos al ver a aquel hombre. Quien de inmediato y sin perder tiempo alguno la besó provocándole un mal presentimiento que se deslizaba por su columna. ¡Dios mío! ¿Qué había hecho?

—Eres la mujer más hermosa que he visto...

Al parecer el destino había trazado un nuevo camino en la vida de la bella Catherine... ¿Quién era aquel hombre? Pero más importante... ¿Por qué la había besado?

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