Prefacio

—¿Señor Tom?—la voz de Meredith sonó horrorizada en medio de la habitación, bajo sus ojos un rastro imparable de lágrimas que no habían dudado en salir.

Su estado era deplorable, el que solía ser una larga y sedosa melena negra se había convertido en un mata de pelo desordenado, lo que solía ser un hermoso rostro ovalado había sido adornado con moratones, lo que había sido un cuerpo envidiable había sido decorado con algún que otro golpe que había dejado alguna que otra herida en consecuencia de la brutalidad de los movimientos que le habían llevado a esa habitación con esos conocidos, que no tenían nada conocido ya.

No creía lo que sus ojos observaban, o al menos no quería creerlo. El señor Tom había sido como un padre de ella.

Del señor Keynes, siempre la había enviado en el departamento, no la veía valida, se lo podía haber imaginado, era creíble al menos pero de Tom…

De Tom si que no entendía nada. Tantas noches en el bar riendo, hablando, sintiéndose especial para los Robinson habían sido puro teatro. Ellos habían sido lo más cercano a un hogar para una niña que había vivido alejada de sus padres toda su vida pero ahí estaba viéndola hundida y destrozada sin hacer nada.

Era el padre de su mejor amiga.

El hombre bajó la mirada afligido, sin atreverse a mirarla, como si temiera encontrarse con los ojos rojos de la destrozada joven. No parecía estar contento con la situación pero tampoco hacía nada por mejorarla, de hecho era cómplice de su miseria.

—Lo siento—susurró él—Las deudas del bar van en aumento…—añadió sintiéndose culpable mirando finalmente al suelo mientras se pasa una mano por su canoso pelo.

—No le des explicaciones Tommy, esta zorra ha engañado a todo el mundo, no es de fiar es Malak Kaiser, y nosotros no deberíamos tener piedad con ella—la voz del señor Keynes no tardó en atacar sin ningún reparo, mirando con asco a Meredith, como si en lugar de una mujer golpeada y asustada, hubiese un monstruo. Un ser despreciable que se merecía ser torturado y más y no una profesora de universidad venida a menos que intentaba hacer su mejor intento de vivir una vida normal en una ciudad como Nueva York.

—¿Qué cojones dice?—pregunta Meredith seria sin poder controlar más su rabia, era una sensación extraña pues Meredith era lo contrario a un ser pasional—¡Llevo las últimas horas gritándole que no conozco ese maldito nombre!—añadió desesperada al escucharlo pronunciar ese nombre de nuevo. Ni siquiera conocía a esa mujer…Pero habían estado llamándola todo el rato por ella.

—No nos importa. Ya te hemos vendido—respondió el encogiéndose de hombros despreocupado.

Meredith negó incrédula ante ellos, no le iban a hacer caso por más que ella dijese que no conocía a esa mujer.

—¿Me habéis vendido? ¿Alguien puede explicarme qué cojones está pasando?—la voz de Meredith sonó tan dura y agresiva aún atada y golpeada en esa silla que pareció no solo alterar a los dos hombres mayores sino a los nuevos miembros de la sala, el viejo garaje abandonado del señor Robinson.

Caminaron coordinados, hombro con hombro, pelo engominado, pasos controlados, jeans desgastados, chaquetas de cuero a juego, efectivamente Los Cuervo habían venido a llevarse a Malak. A la zorra de Kaiser, la viuda negra, la mantis religiosa…El único detalle era que esa mujer no era Malak Kaiser, era Meredith. Meredith Klein una joven que encontraba diversión ordenando estantes y charlando con su mejor amiga en el bar del señor Tom. Esa vida de golpes, palizas, secretos y sangre no estaba hecha para ella pero al parecer nadie parecía darse cuenta o al menos no querían darse cuenta, pues hasta un ciego podría observar que Malak Kaiser jamás se dejaría maltratar de esa manera sin oponer resistencia. Probablemente dos señores mayores como Tom Robinson y Paul Keynes habrían quedado mutilados con tan solo posar sus viejas manos encima de la encantadora y letal Malak.

Igor Cuervo no dudó en golpearla con su clásico b**e de baseball, firmado por su b**eador favorito, sin ningún tipo miramiento dejándola en el suelo en el acto. A lo que sus hermanos asintieron complacidos.

—¿Tenías que hacerlo?—preguntó malhumorado el señor Keynes mirando el moribundo cuerpo de la joven.

—Es imposible que Meredith sea Malak, Paul…Nos estamos equivocando. No deberíamos haber dado el chivatazo—habló Tom mirando con preocupación a Paul ignorando a los Cuervo. El hombre miro a su amigo con cara de circunstancias, sabían que habían obrado mal. Ya no había vuelta atrás, con esta gente no habían segundas oportunidades.

—Sea como sea creo que a nadie de los presentes nos importa si ella es o no es, lo importante aquí es el dinero—respondió Igor Cuervo con frialdad mientras mira de reojo el diminuto cuerpo de Meredith abatido en el suelo.

Poco después James Cuervo no duda en cargarla para acabar marchándose de la misma manera que entraron. Coordinados, hombro con hombro, pasos seguros y firmes, cargaron a Meredith como los enanitos a Blancanieves.

(***)

—Por vigésimo quinta vez, no se quien cojones es Malak Kaiser, mi nombre es Meredith Klein la única deuda que tengo es con la biblioteca del campus por no devolver los libros a tiempo, soy profesora de filologia y si no me hubieráis secuestrado sería doctora—expresó desesperada Meredith intentando vislumbrar los ojos de los hombres que la observaban curiosos, el foco que había alumbrando le hacía imposible la tarea sin quedarse ciega en el intento. Aún así podía entrever que no ostentarían ni un metro treinta del suelo, excepto uno de ellos, que poseía toda la altura de sus acompañantes fusionada.

Uno de ellos le pone una botella de agua y un trozo de pan mientras la desata, a pesar de los insultos y criticas de sus hermanos.

—Bebe—la voz de Igor Cuervo suena tajante—Tienes suerte de que John sea tan bueno, además no podemos llevarte desnutrida a Italia—añade tajante a lo que sus hermanos le ríen la gracia de forma exagerada como si temieran herir el ego de Igor Cuervo.

—¿No se supone que los doctores estudian medicina?—susurra James confundido, sus hermanos le recriminan a baja voz también.

—¿Se supone que debo estar agradecida?—inquiere Meredith clavando sus ojos azules en los curiosos que la miraban en medio de la oscuridad, no entendía de dónde le había salido este espíritu guerrero pero ahí estaba. Aferrándose a la vida con uñas y dientes. Tampoco sabía con quien hablaba, pero no le importaba. Estaba harta. No había tenido ni un respiro, sentía su mundo caerse encima y lo peor era que no podía hacer nada.

—Bebe el agua m*****a perra—susurró una voz en medio, era Daniel Cuervo.

—Si si, bebe—afirma el grandullón de James.

—Que beba—añade tajante Iván.

—Eso, eso—responde Justin añadiéndose a la fiesta.

—La chica dice que no es Malak—afirmó John Cuervo mirando a su hermano mayor con temor.

—¿Y? Ni que fuéramos una parroquia para estar haciendo favores, lo que nos gusta es la plata, el dinero, el money—espetó Iván mirando desganado a John.

Este apaga el foco que hay alumbrando a la muchacha ignorando a sus hermanos dejando un grupo de hombres que no levantaban ni metro y medio del suelo excepto el gigante de James al descubierto. La gran banda criminal que la había secuestrado poseía la altura de un niño de primaria.

—Ya pero nosotros buscamos a la zorra de Malak—afirmó John finalmente.

—Igual que medio planeta—le respondió Igor encogiéndose de hombros incrédulo ante su hermano.

—¿A caso no os importa vengar a Michael?—les responde John furioso intentando buscar alguna reacción empática por parte de sus hermanos.

Los Cuervo eran conocidos en el mundo del robo organizado. Eran muy buenos con lo que hacían. No eran sangrientos. No eran violentos. Robaban para poder sobrevivir, esa es la única salida laboral para unos enanitos sin padres y un gigante.

—¿Des de cuando discutimos delante de nuestras presas?—preguntó Justin furioso mirando de reojo a Meredith.

—No os preocupéis por mi, yo…—hace una pausa mareada intentando coger fuerzas y levantarse de su silla—Yo estoy de p**a madre, continuad con lo vuestro—añadió con una mueca irónica antes de caer rendida inconsciente de nuevo.

—Definitivamente no es Malak—negó John llevándose una mano a la cara al ver el caos que estaba a punto de precipitarse en sus vidas.

—Pobre mujer—señaló James apiadándose de los golpes que tenía.

—No es nuestro problema, ya hemos dado nuestra palabra a los hombres de los Caruso—tragó saliva con fuerza Igor, el cabecilla de la banda—Con esa gente es mejor no bromear—añadió serio.

—Curemos sus heridas y démosle de comer, es lo mínimo por esa cantidad de dinero—afirmó John arqueando sus pelirrojas cejas señalando el moribundo cuerpo de la joven—Al fin y al cabo no querrán a una Malak muerta…—añadió resignándose ante sus hermanos a entregar a la joven inocente.

—¡Policía!—la voz de un hombre entrando tras dar una patada a la puerta del salón del apartamento de los Cuervo hizo que los hombres lo miraran sorprendidos.

Maggie Coelho

Empezamos de nuevo, se recomienda volver a leer.

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