Adriano nunca fue la alegría de la huerta, precisamente lo contrario. Adicto a la literatura clásica, secretamente aficionado a la poesía, siempre había resultado un chico de naturaleza sensible.
A sus casi, aún le quedaban un par de años para cumplirlos, treinta años, jamás había probado el calor de una mujer, totalmente por cuestión de voluntad muchas lo habían intentado a lo largo de su vida y siempre se encontraron con la misma negativa. El problema era la ausencia de interés o de ganas, no quería tener nada que ver con ninguna mujer ni en un plano sexual ni menos aún amoroso.Detestaba el genero femenino por culpa de su madre, la imagen de verla en los brazos de uno de los soldados de su padre, cuando él no terminaba ni levantar un metro del suelo, no se le iría jamás de la cabeza. Eso fue lo único que necesitó para tirar la toalla con las mujeres y con su madre. Decidió que no volvería a fiarse de ninguna mujer, la primera de ellas, Paige.No creía poder amar a nadie ni aspiraba a sentir el amor de nadie.Adriano se había convertido en el hombre que se juró que llegaría a ser.Un reputado empresario y todo sin recurrir a los recursos poco éticos y legales que su familia tanto se esforzaba en usar y defender.Era inteligente, atento, sumamente controlador porque poseía un corazón frágil, por esa misma razón se esforzaba en que este no viese la luz, aunque en un día como este le dejaba darse un respiro. Después de todo la perdida de un hermano debe y puede ser llorada incluso por el hombre que renegó de su propia sangre y apellido.La niebla adornó perfectamente el cementerio, el mausuleo de los Caruso.El cielo completamente gris estaba practicamente apagado eso le proporcionaba un aspecto mucho más apagado y triste de lo normal, la familia Caruso estaba al completo, de izquierda a derecha, de norte a sur, no había ni un hueco por el cual pasar sin toparse con algún que otro invitado, venían a despedirse todos de su hermano, Dominik Caruso.Dominik a diferencia de él se había permitido dejar que su corazón se abriera al amor, Adriano no había tenido mucho contacto con Dominik los últimos años, ni siquiera había podido venir a su boda ni conocer a su prometida. Precisamente porque no quería volver a Milano, ni re-abrir viejas heridas que sabía perfectamente que aun quedaban por cerrar.La súbdita muerte de su hermano una semana después de su precipitada boda, hizo que dejara todo y viniera de inmediato, aun recordaba la llamada de su madre con la voz quebrantada por la perdida de Dominik.Adriano observó la escena a través de la oscuridad de la ventanilla blindada del jeep dónde iba. Vio la serpiente de piedra adornada por el lema familiar, CARUSO en mayúsculas de plata y en cursiva “Il sangue versato per l’onore non è una perdita” en la entrada decorada por las espinas de las rosas que habían plantado y otros matojos.Sonrió con amargura. De pequeño le enseñaron que ese sitio era lo más parecido al paseo de la fama de Hollywood. Era una bonita forma de justificar los asesinatos y las torturas más sádicas.Había vuelto por cumplir con su deber, con las normas, para no dejar desamparada la familia, eso era lo que su difunto padre le había enseñado a él y su hermano y ese era el legado que le había hecho regresar a esa m*****a ciudad.No conoció a la mujer de su hermano pero ya la odiaba, se había atrevido a hacer daño a su única familia con vida. Primero su padre y ahora su hermano. Por lo que había mandado a investigar después de la noticia había descubierto que esa mujer era la viva imagen de lo que se conoce como una caza fortunas, de pies a cabeza, no entendía como Dominik había podido caer en la trampa de una mujer así. Su hermano era mucho más propenso a tener contacto esporádico con las mujeres a casarse con ellas y menos aún hacerlo en menos de un mes…Conocía a las mujeres, sabía controlar sus impulsos, las usaba y luego las tiraba. Pero de algún modo Dominik había caído de pleno en la trampa de esa mujer, a él se le había presentado como María Gallieri, pero su nombre real era Malak Kaiser, la mantis religiosa. Conocida en el mundillo de la e****a por todos también como la viuda negra. Asesinaba, e****aba, mentía y seducía sin que le temblara el pulso. Detrás de una mujer bonita siempre se esconde una maldición, esa era una de las máximas de vida de vida que Adriano tenía.Asintió con burla para sus adentros para finalmente negar con la cabeza, su teoría se volvía a confirmar, no había mujer en este planeta que no estuviese motivada por segundas intenciones, fuera dinero, estatus, poder, o la combinación de las tres como en el caso de su hermano. Malak Kaiser había asesinado a Dominik y se había quedado con todo, había ideado un plan desde el principio, conocía su modus operandi y ahora la familia Caruso al completo solo podía fingir que no había pasado nada, que nunca existió una María, ni tampoco una Malak, no había forma de cogerla. Cambiaba de identidad, aspecto, nacionalidad y de hombre más que de ropa interior…—Señor, ¿va a bajar?—la voz de su chofer hizo que volviera a la realidad.El castaño tomó aire con fuerza armándose de valor debía afrontar la realidad, la ausencia de su hermano y su padre ponía el peso de todo en sus hombros. Le importaba una m****a los trapicheos de los Caruso, le importaba una m****a que su madre quedara desamparada, que perdiese su hegemonía en la casa de los Caruso, le importaba una m****a todo lo que tuviese que ver con esa familia excepto su padre y su hermano. Ellos habían sido siempre su único apoyo. Ellos eran su única familia a pesar de todo, ahora definitivamente se encontraba solo.El abogado y gestor de profesión finalmente asintió al señor mayor con una elegante sonrisa, Fabio se llamaba. Era mucho más mayor que Adriano, un hombre que se mantenía bien a pesar de los años y que había tenido que dar la cara alguna que otra vez por él en su problemática juventud.—Hemos vuelto después de tantos años, Fabio, volvemos a los negocios de la familia—le responde con diversión mientras abre la puerta del coche.—Eso parece, tenga cuidado señor Caruso. Le espero aquí—habló éste asintiendo mientras señala con la mirada la pistola que había en el asiento de copiloto—Si quiere se la dejo—añade con preocupación—Ya sabe como es su familia…—No te preocupes, hombre precavido vale por dos—susurra finalmente mostrándole todo un arsenal perfectamente guardado en la capa interior de su abrigo, marrón, de tela demasiado agobiante para su gusto, cinco pistolas adornaban cada mitad, sin hablar las navajas que coronaban por la variedad de colores y tamaños.Fabio sonrió a su jefe por última vez antes de ver como éste se marcha finalmente.Los pasos de Adriano no pasaron desaparecidos por ninguno de los presentes, a medida que los ojos se iban posando encima de él, de la majestuosa y imponente figura de Adriano Caruso, los cuchicheos aumentaban, todos se preguntaban por qué habría vuelto el hijo rebelde de la mafia. Ninguno se imaginaba que el corazón tan misterioso y custodiado por un chaleco anti balas de Adriano guardase amor por su hermano menor y a pesar de todo respeto por su padre incluso cuando tenían diferentes perspectivas sobre la vida.Su madre, rodeada por un grupo de mujeres llorando a viva voz, clava sus ojos prácticamente rojos por las lágrimas en su hijo, sin poder evitar pestañear dos veces para comprobar que no se tratara de una alucinación y que de verdad el gran Adriano Caruso había decidido brindarles su compañía en ese duro momento.—Madre.La voz de Adriano suena tenue, como todas las palabras que salían de su boca, las mujeres no dudan incluso en momentos como ese en escanear al joven de a bajo a arriba.Paige Caruso se aleja finalmente del grupo de mujeres, todas de negro, con finos peinados y llorando como si les fuera la vida en ello. De nuevo la falsedad estaba a la orden del día en su hogar, torció una sonrisa amarga para sus adentros.—Has venido—no pudo evitar saltar a los brazos de su hijo, no se habían visto en los últimos diez años.Adriano no rechazó el abrazo de la mujer, tampoco lo correspondió, tan solo se quedó con la mirada fija en alguno de los árboles que adornaban ese fúnebre lugar esperando a que esta le dejase libre finalmente.Estático, indiferente al teatro de Paige.—¿Eso significa que aceptas tomar el relevo?—pregunta, sus ojos vuelven a dilatarse ante es
El agente cayó perfectamente para apuntarlos con una pistola de uno en uno sin dejar la sorpresa de su rostro al encontrarse con que la famosa banda Cuervo era formada por enanos y un gigante.—¿Sabe que tenemos timbre el James Bonde?—pregunta James frunciendo el ceño mirando perplejo a sus hermanos, estos lo miran sin entender tampoco para observar como ahora ya tenían acceso al jardín de la casa de los Cuervo des del salón y todo gracias al agente especial.—¡Me cago en tu p**a madre, es la quinta vez esta tío!—gritó desesperado Iván al ver la puerta en el suelo rota, pues cuando entraba James borracho tampoco controlaba su fuerza y era él quién debía encargarse de ponerla de nuevo.—¿Quién cojones es este tío?—pregunta Igor con sorna mientras observa a James cargar el cuerpo de Meredith con la finalidad de llevarla a una habitación y finalmente pudiese descansar.—Madre mía…—susurra John blanqueando los ojos cansado.—Me llamo Ezra Agron y soy un agente de la ley—h
Un vestido violeta, elegante, y hermoso es llevado por una figura femenina y esbelta, parecía sacada de un catálogo de modelos de alguna alta firma de moda. Poseía una cintura que sería fácilmente rodeada por unas manos grandes de hombre, el hombre en cuestión era el de sus sueños, Adriano Caruso. Su eterno amor.Ostentaba una cabellera negra, lo suficientemente lisa y larga como para escurrirse entre los dedos en una caricia, unos ojos azules cautivadores que miraban con inocencia y ternura sin esconderse, y unos labios pequeños, finos y rojizos sin necesidad de maquillaje. Esa era ella, Bianca.De todas las maneras que hay en este mundo de asesinar a una persona, la más dolorosa o al menos una de las más dolorosas es no poder compartir tu alegría con tus seres queridos. Eso ella lo sabía bien. La incertidumbre tintaba de vez en cuando su alegría de dolor y tragedia.Bianca Lombardo se miró por quinta vez en el espejo, entre emocionada, sorprendida, asustada e ilusionada.
22 años atrás.Una niña camina entre las sucias calles de Nueva York, descalza y con el pelo sucio, carga una recién nacida en brazos, a penas es capaz de cargarla y caminar al mismo tiempo. Camina sin parar de voltearse hacia todos los lados como si tuviese miedo de que alguien la estuviese siguiendo, primero mira hacia su derecha, luego a su izquierda, atrás y delante de forma sigilosa. En altas horas de la madrugada pocas personas se pasean, prostitutas, borrachos y algún que otro obrero son lo único que le hace compañía junto a un amanecer que está por nacer.Finalmente llega a su destino, el orfanato, una sonrisa victoriosa se forma en el rostro de la pelirroja al saber que su sacrificio había valido la pena.Para ella no había salvación pero para su hermana sí, pensó.Ella probablemente volvería a Rusia o tal vez a Alemania pero su aprecia
Un vestido violeta, elegante, y hermoso es llevado por una figura femenina y esbelta, parecía sacada de un catálogo de modelos de alguna alta firma de moda. Poseía una cintura que sería fácilmente rodeada por unas manos grandes de hombre, el hombre en cuestión era el de sus sueños, Adriano Caruso. Su eterno amor.Ostentaba una cabellera negra, lo suficientemente lisa y larga como para escurrirse entre los dedos en una caricia, unos ojos azules cautivadores que miraban con inocencia y ternura sin esconderse, y unos labios pequeños, finos y rojizos sin necesidad de maquillaje. Esa era ella, Bianca.De todas las maneras que hay en este mundo de asesinar a una persona, la más dolorosa o al menos una de las más dolorosas es no poder compartir tu alegría con tus seres queridos. Eso ella lo sabía bien. La incertidumbre tintaba de vez en cuando su alegría de dolor y tragedia.Bianca Lom
Meredith se despertó en el reducido dormitorio de paredes verdes, acostada encima de una cama que se le quedaba pequeña. Abrió los ojos a pesar de las pocas ganas o mejor dicho inexistentes que tenía al apreciar que definitivamente su vida se había convertido en un sin sentido. Poco importaba el doctorado, su trabajo, su carrera o si quiera la mismísima Vivianne si lo que estaba en juego o al menos así lo había sentido durante los últimos días era nada más ni nada menos que su cuello.John Cuervo le sonrió de par en par al verla reaccionar, el pelirrojo, hizo su mayor esfuerzo por vendar y curar sus heridas a pesar de que aún y no siendo muy alta Meredith, él a penas rozaba el metro treinta.Lo único que podía hacer por esa mujer era compadecerse, no podía evitar apiadarse de ella pues era obvio que a Meredith ese mundo le quedaba tan grande como a los Cue
La figura de un hombre alto y fornido se pasea inquieta como si en lugar de un hombre fuera una bestia, y como si en lugar de encontrarse en lo que era su hogar, estuviera en una jaula. Así se sentía Adriano en la casa de los Caruso, como una bestia enjaulada.—Bienvenido a casa, soy Sasha, la mano derecha de Dominik —sonrió el rubio con su clásico encanto, extendiendo su mano para luego estrecharse a sí mismo, al ver que el castaño no estaba para la labor.Adriano lo escanea de arriba a abajo con indiferencia.—¿Dónde has estado la última semana?—pregunta Adriano fulminando con la mirada a Ezra.—¿Perdón?—preguntó Ezra sin poder camuflar su sorpresa.—Sé quien eres—espetó Adriano con su clásico tono de voz tenue y apagado—Por eso mismo sé que desapareciste justo después de la boda de mi
—Con una condición—añade seria.—¿Cuál?—Prometeme que mi integridad física no estará en juego ni tampoco la de los Cuervo—añade la última palabra mirando a los hombrecitos que la miran confundidos como si no creyeran que Meredith hubiese pronunciado esas palabras. Ella ignoró ese gesto, prefirió no mirarlos.Ezra hizo un par de intentos por entonar pero finalmente tan solo le salieron un par de muecas, la castaña lo había tomado desprevenido. Por muy lógica que fuese la petición Ezra sabía que no podía prometer algo así cuando no era capaz ni garantizar ni la suya propia, estaban en territorio peligroso aún así formuló su mejor sonrisa en un intento de tranquilizar los ojos de los presentes que lo miraban serios.—Te doy mi palabra que haré mi mejor esfuerzo por protegeros—afi