Un vestido violeta, elegante, y hermoso es llevado por una figura femenina y esbelta, parecía sacada de un catálogo de modelos de alguna alta firma de moda. Poseía una cintura que sería fácilmente rodeada por unas manos grandes de hombre, el hombre en cuestión era el de sus sueños, Adriano Caruso. Su eterno amor.
Ostentaba una cabellera negra, lo suficientemente lisa y larga como para escurrirse entre los dedos en una caricia, unos ojos azules cautivadores que miraban con inocencia y ternura sin esconderse, y unos labios pequeños, finos y rojizos sin necesidad de maquillaje. Esa era ella, Bianca.De todas las maneras que hay en este mundo de asesinar a una persona, la más dolorosa o al menos una de las más dolorosas es no poder compartir tu alegría con tus seres queridos. Eso ella lo sabía bien. La incertidumbre tintaba de vez en cuando su alegría de dolor y tragedia.Bianca Lombardo se miró por quinta vez en el espejo, entre emocionada, sorprendida, asustada e ilusionada. Ni ella entendía sus sentimientos. No es fácil entender que la persona de la que has estado enamorada desde que tienes uso de razón, descendiente del asesino de tu padre, haya vuelto a casa para el funeral de su hermano y ahora de la nada sea tu prometido.A pesar de ello, el deber la empujaba a casarse con él. Debía hacerlo, una deuda de sangre es una deuda de sangre. Con Dominik no había podido ser porque se casó con una tal María antes de que las familias pudieran pactar la paz y dar tregua a esa guerra sin cuartel entre los Lombardo y los Caruso. Ahora agradecía al destino que hubiese sido así pues pronto sería la esposa de Adriano Caruso. Se sentía culpable por ser incapaz de sentir asco por el hijo del hombre que había disparado a su padre a quemarropa sin miramiento alguno pero no podía evitarlo, el corazón quiere lo que quiere, y ella quería fundirse en los brazos de ese chico, ahora hombre, que le había conquistado el corazón de adolescente.No pudo evitar dar un leve salto al escuchar unos disparos desde su habitación. Rápidamente, sobresaltada, corrió a la ventana para observar que era su hermano mayor, el cabeza de la familia de los Lombardo, parecía fuera de sí disparando con fuerza al maniquí que tenía colocado en el jardín. Él se había opuesto totalmente a este pacto y menos aún a firmar la paz pero sabía que la guerra era insostenible para ambas familias, no pararían de sufrir bajas, físicas, materiales y emocionales. La unión entre los Lombardo y los Caruso pronto sería un hecho.—¡Enzo!—gritó ella disgustada recriminando su actitud.Enzo Lombardo probablemente si le hicieran un análisis de sangre saldría un 100% de odio a los Caruso. No les perdonaría haber acabado con su padre, no les perdonaría haber golpeado tan fuerte a su familia, a día de hoy, su madre, no salía de su habitación, y cuando lo hacía no paraba de hablarles como si fueran unos niños aún y no dos adultos. Los psiquiatras pasaban a montones y nadie sabía solucionar ese problema.Tenía los mismos ojos que su hermana pero suyos no derrochaban bondad alguna y menos en un momento como ahora. Poseía un color de pelo mucho más claro que ella, que habían sido heredados de su padre, Gido Lombardo, igual que el tono de su piel, mucho menos pálido y más levemente tostado que la piel de porcelana de Bianca. Había tenido que a los doce años de crecer para mantener a su madre y a su hermana a flote, protegidas, en consecuencia. Nunca había tenido tiempo para nada excepto para trabajar.Miró su anillo, un lobo, y recordó el lema de su familia: senza la sua famiglia il padre è inutile, sin su familia el padre o el hombre es inútil. Los Caruso eran los culpables de su miseria en especifíco el padre de Adriano y Dominic, Vittorio. Se vengaría de ellos aunque le costara la vida.—¡No te metas en esto Bianca!—espetó él con furia sin mirarla, los hombres que le rodearon no tardaron en hacer un par de señas para que alguna de las sirvientas subiera a callar a Bianca.Ella cerró la ventana y corrió a su cama, se tapó con el edredón, no quería que vieran que se había puesto su mejor vestido ni menos aún que se había dedicado a espiar a su hermano esa mañana cuando pactaron que esa misma tarde los Caruso vendrían a casa de los Lombardo en señal de paz.Los suaves golpes de la puerta hicieron que Bianca hiciera su mejor esfuerzo por fingir una voz dormida.—¡Pase!—gimió ella volteándose para el otro lado.—Señorita Lombardo…—la voz de una de las sirvientas más jóvenes de la casa, hizo que se le formara una sonrisa traviesa en el rostro, sintiéndose como una niña de quince y no la mujer de veinte y dos años que era—Su hermano nos ha mandado a decirle que esta tarde vendrán la familia de los Caruso para anunciar vuestro compromiso—añadió.—Gracias—no se podría hacer una idea de cuán agradecida se encontraba Bianca con ella, con todo en general, por primera vez la vida le sonreía.—¿Se encuentra bien?—preguntó con preocupación.—No, la verdad, por eso he decidido tumbarme. Puedes marcharte, tranquila—finalizó la pelinegra volviéndose a acomodar en su cama, esperó con atención a que la puerta se cerrara de nuevo para ponerse a saltar encima de su cama eufórica ante los sucesos.Se permitió reír y saltar, dejar libre su corazón para que hiciera cuantas fantasías con Adriano como quisiera, diez años habían pasado… Diez años, ya sería un hombre y pronto sería su hombre. No dudó en saltar de un lado para otro eufórica sintiéndose como la mujer más feliz del mundo. No entendía como había sucedido pero la vida le había sonreído. Se sentía egoísta pero el amor también es en parte egoísmo.Además lo estaba haciendo por el bien común de ambas familias, se dijo intentando que el nudo en la garganta que se le formaba al recordar a su difunto padre no matara las mariposas de su estomago aunque era una tarea demasiado complicada, pensar en Adriano, hacia que todos sus miedos se evaporaran.22 años atrás.Una niña camina entre las sucias calles de Nueva York, descalza y con el pelo sucio, carga una recién nacida en brazos, a penas es capaz de cargarla y caminar al mismo tiempo. Camina sin parar de voltearse hacia todos los lados como si tuviese miedo de que alguien la estuviese siguiendo, primero mira hacia su derecha, luego a su izquierda, atrás y delante de forma sigilosa. En altas horas de la madrugada pocas personas se pasean, prostitutas, borrachos y algún que otro obrero son lo único que le hace compañía junto a un amanecer que está por nacer.Finalmente llega a su destino, el orfanato, una sonrisa victoriosa se forma en el rostro de la pelirroja al saber que su sacrificio había valido la pena.Para ella no había salvación pero para su hermana sí, pensó.Ella probablemente volvería a Rusia o tal vez a Alemania pero su aprecia
Un vestido violeta, elegante, y hermoso es llevado por una figura femenina y esbelta, parecía sacada de un catálogo de modelos de alguna alta firma de moda. Poseía una cintura que sería fácilmente rodeada por unas manos grandes de hombre, el hombre en cuestión era el de sus sueños, Adriano Caruso. Su eterno amor.Ostentaba una cabellera negra, lo suficientemente lisa y larga como para escurrirse entre los dedos en una caricia, unos ojos azules cautivadores que miraban con inocencia y ternura sin esconderse, y unos labios pequeños, finos y rojizos sin necesidad de maquillaje. Esa era ella, Bianca.De todas las maneras que hay en este mundo de asesinar a una persona, la más dolorosa o al menos una de las más dolorosas es no poder compartir tu alegría con tus seres queridos. Eso ella lo sabía bien. La incertidumbre tintaba de vez en cuando su alegría de dolor y tragedia.Bianca Lom
Meredith se despertó en el reducido dormitorio de paredes verdes, acostada encima de una cama que se le quedaba pequeña. Abrió los ojos a pesar de las pocas ganas o mejor dicho inexistentes que tenía al apreciar que definitivamente su vida se había convertido en un sin sentido. Poco importaba el doctorado, su trabajo, su carrera o si quiera la mismísima Vivianne si lo que estaba en juego o al menos así lo había sentido durante los últimos días era nada más ni nada menos que su cuello.John Cuervo le sonrió de par en par al verla reaccionar, el pelirrojo, hizo su mayor esfuerzo por vendar y curar sus heridas a pesar de que aún y no siendo muy alta Meredith, él a penas rozaba el metro treinta.Lo único que podía hacer por esa mujer era compadecerse, no podía evitar apiadarse de ella pues era obvio que a Meredith ese mundo le quedaba tan grande como a los Cue
La figura de un hombre alto y fornido se pasea inquieta como si en lugar de un hombre fuera una bestia, y como si en lugar de encontrarse en lo que era su hogar, estuviera en una jaula. Así se sentía Adriano en la casa de los Caruso, como una bestia enjaulada.—Bienvenido a casa, soy Sasha, la mano derecha de Dominik —sonrió el rubio con su clásico encanto, extendiendo su mano para luego estrecharse a sí mismo, al ver que el castaño no estaba para la labor.Adriano lo escanea de arriba a abajo con indiferencia.—¿Dónde has estado la última semana?—pregunta Adriano fulminando con la mirada a Ezra.—¿Perdón?—preguntó Ezra sin poder camuflar su sorpresa.—Sé quien eres—espetó Adriano con su clásico tono de voz tenue y apagado—Por eso mismo sé que desapareciste justo después de la boda de mi
—Con una condición—añade seria.—¿Cuál?—Prometeme que mi integridad física no estará en juego ni tampoco la de los Cuervo—añade la última palabra mirando a los hombrecitos que la miran confundidos como si no creyeran que Meredith hubiese pronunciado esas palabras. Ella ignoró ese gesto, prefirió no mirarlos.Ezra hizo un par de intentos por entonar pero finalmente tan solo le salieron un par de muecas, la castaña lo había tomado desprevenido. Por muy lógica que fuese la petición Ezra sabía que no podía prometer algo así cuando no era capaz ni garantizar ni la suya propia, estaban en territorio peligroso aún así formuló su mejor sonrisa en un intento de tranquilizar los ojos de los presentes que lo miraban serios.—Te doy mi palabra que haré mi mejor esfuerzo por protegeros—afi
—¡Demonios!—la voz y la mirada penetrante de Ezra al otro lado de la pantalla hizo que los Cuervo y Meredith intercambiaran un par de miradas cómplices, victoriosos, ante el resultado.Igor, Iván y Daniel no habían dudado en atracar la tienda que Igor usaba para espiar señoras en sus vestuarios. Aún podían sentir a las dependientas perseguirlos con dos palos de escobas. Al menos no habían sido audaces de llamar antes la policía. Así le habían conseguido el vestido, los tacones y algo de maquillaje que en seguida dejaron ver que Meredith Klein y Malak Kaiser compartían talla de pecho. Y en cuanto a físico no tenían nada que envidiarse la una a la otra.—¿Parezco ella?—pregunta Meredith refiriéndose a Malak fingiendo una tierna sonrisa, Ezra y los Cuervos asienten de forma contundente, ella tuerce la sonrisa en una mueca—Pues que pena p
—Dominik, hay personas detrá…—la voz de Malak no sirvió para alertar a Dominik. No fue suficiente incentivo para que el líder de los Caruso la tomase en serio. Es más ni siquiera pudo ver su miedo o preocupación.—¿Estás de broma?— torció una sonrisa burlona—Pues claro que hay personas detrás de nosotros María, soy el cabeza de los Caruso—explicó con diversión tomando uno de los mechones dorados de ella para mirarla serio—Ahora dejanos disfrutar de nuestra luna de miel—formula como si no esperara una respuesta por su parte y así era.—Todo está bien. He planeado todo para que mi hermano regrese a Milano por fin después de tantos años, él se casará con la hija de los Lombardo y por lo tanto estará obligado a permanecer en Italia…—aclara sin poder esconder su emoció
—Puedo ser muchas cosas pero jamás el juguete momentáneo que un hombre compra una mujer para satisfacer su deseo sexual—añade mirándolo con asco.Adriano con los ojos fuera de órbita no duda en hacer una señal con las manos a sus hombres para que no intervinieran dado que ya estaban a media trayectoria de dispararla se retiran. De pronto una melodía invade la habitación, era Claro de Luna de Beethoven.—Adriano…—llamó Ezra sin poder esconder su preocupación por la cabeza de Meredith—¿Escuchas Beethoven?¿Qué tienes noventa años?—añade sin poder evitar fruncir el ceño disgustado.—Mide tus palabras—espetó el moreno sin perder de vista ni las distancias con Meredith, tenía colocados cada mano en un lado del asiento y ella en lugar de mostrarse sumisa y echarse para atrás se mantuvo inm&