Capítulo 4

—¡Pasa..! —comentaron del otro lado y ella accedió.

—Ya terminé señor ¿puedo retirarme?

—Sí, vete —comentó con voz desinteresada.

Ella asintió, y simplemente se dio la vuelta para poder marcharse. Sus pasos, fueron más rápidos que su corazón.

Entre medio del pasillo, se sintió feliz de poder regresar a su casa.

El único problema, era la distancia que tenía que recorrer. Ya había anochecido, la neblina poco a poco estaba cayendo. Estiró la mano, sintiendo que en cualquier momento desaparecería.

Se abrigó, primero se cambió los tacones, al llegar al banco que quedaba enfrente de la empresa. Ya lista con sus zapatillas deportivas, agujereadas comenzó su caminata.

La farola, la acompañaban. Haciéndola sentir menos sola. No pasaron ni 15 minutos cuando se sintió levemente observada. Pero, desestimó ese sentimiento.

A lo lejos, había un vehículo de color azul, largo, al estilo limusina.

—¿Por qué caminarás sola..? — se preguntó Eduardo mientras había ordenado a su chofer, seguirla a la distancia.

Ella era muy distraída, para no darse cuenta.

—Señor ¿quiere que nos vayamos a su casa..?

—No, ve despacio, me parece una tontería que camine a esta hora sola ¿Acaso quiere que le ocurra algo? —preguntó.

—No lo sé señor, pero yo creo que ese no es su problema.

—Si tanto apuros quieres.. por irte a tu casa, hazlo y yo me busco otro chofer —comentó con voz fría.

—L-lo siento señor.

Mientras el auto se deslizaba suavemente por la calle, Eduardo contempló como la joven se abrazaba a sí misma, sus pasos cada vez se aceleraba más.

Después de 40 minutos de caminata, finalmente ingresó a un edificio tan deteriorado, lo sorprendió.

—¿Y este lugar feo?

Sabía que era rica. Entonces ¿por qué ingresaba ese lugar?

"Tal vez tien el amante —pensó —Y yo aquí esperando por ella, ni siquiera se que demonios hago aquí".

—Avanza, ahora sí vamos a mi casa.

—Enseguida señor.

Al día siguiente, para Briana ingresar a la oficina era una tortura. Aún le costaba bastante trabajo tener que enfrentar a su ex esposo, fingir que nada le ocurría con su cercanía.

—Hola señor. Le traje su café —comentó.

—Gracias, ahí tienes otras carpetas. Necesito que vayas al depósito al depósito a buscar más archivos.

—Enseguida señor —comentó ella acelerando el paso, y alejándose.

Para él, tenerla cerca significaba que ella pudiera descubrir el secreto, pero en cuanto entró a la empresa sabiendo que ella trabajaba ahí, no pudo resistirse a llamarla como su asistente.

Tal vez era un error, pero de igual forma, no sabía por qué lo hacía.

Como siempre, su asistente cerró con seguro, era el único pedido que él había dicho desde el primer día. Al verse seguro dentro de su oficina, Eduardo movió su silla con rueditas; hasta finalmente abrir una puerta a un costado.

Flexionó sus brazos hasta quedarse apoyado en la silla de ruedas.

Se sentía frustrado, no quería que ella lo viera en esas condiciones. Movió las ruedas para poder desplazarse, y se acercó al gran ventanal. Se había caído un par de veces en la silla giratoria.

Por ese motivo necesitaba la silla de ruedas. Aunque le gustaba estar en esa alta silla, sintiéndose poderoso, y aún con sus piernas funcionando.

Aunque sea en su mente.

No era así, solamente quedaba parte en la ilusión.

Miró hacia el exterior, le gustaban los días nublados, seguramente estaba a punto de llover.

Le gustaba antes caminar bajo la lluvia; ahora podía recordar eso. Se mordió los labios, y le dió un fuerte golpe a la silla de ruedas.

—¡Maldició..! —protestó.

Por otro lado Briana estaba entre medio de tantas hojas, que se perdió. No podía llegar a comprender, quién podría guardar tantos archivos en un solo lugar tan pequeño.

Estornudó, le daba alergia la tierra, y ese lugar ni siquiera disponía de una ventana.

Salió envuelta en tantas carpetas, su rostro desapareció detrás de las mismas.

Al llegar a su pequeño cubículo, dejó todo ahí.

—¿Te asignaron un poco de trabajo..? —preguntó sarcástica Melisa.

—¡Cállate..! —le ordenó.

—¿No quieres que te ayude..? —dijo divertida.

—Me encantaría pero el jefe, me ordenó que solamente yo puedo ver estas cosas.

—Entonces te deseo suerte, te traeré un café.

Meli se puso de pie, desapareciendo por el pasillo. Briana puso los ojos en blanco y abrió la primera carpeta.

Una gran polvadera, salió dispersa de la misma; al igual que humedad.

—Voy a morir ahogada —protestó.

Cuando ya iba por la décima carpeta, se puso de pie, quería preguntarle acerca de algunos números que no podía llegar a comprender.

Eran demasiado extraños.

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