Dioses entre nosotros
Dioses entre nosotros
Por: Chlöe Venus
Prólogo.

Londres.

Era tarde en la noche, las luces se reflejaban en el pavimento húmedo, resultado de una de las lluvias veraniegas del año. Hace mucho que ya había terminado la jornada de la mayoría de las personas, por lo que el rugir de los pocos autos circulantes es el sonido que predominaba. Sin embargo, en Brixton, el ambiente nocturno estaba en su auge; los jóvenes citadinos llenaban las calles y se conglomeraban en frente de los locales de entretenimiento. 

En una discoteca popular de la zona emanaba el eco ahogado de la música en su interior. Afuera, algunos rezagados esperaban en fila porque sus invitaciones fueran aceptadas, o que el saca-bullas de turno se dejase sobornar. Adentro, el club se encontraba tan abarrotado que pronto sería necesario llamar a los bomberos. Entre los asistentes en la pista rozando sus cuerpos al ritmo de sonidos estruendosos y sensuales, frenéticos por el alcohol y las drogas, se encontraba en una de las mesas VIP un hombre joven acompañado por amistades.

De llamativos ojos verdes y de cabellos dorados, estaba siendo el centro de atención como acostumbraba; primero porque antes había prometido pagar toda la cuenta de la mesa, y segundo, había ingerido tres cuartos de una botella de vodka sin siquiera marearse. Él sabía que no iba a ser sencillo, no era la primera vez que intentaba dejarse llevar por el alcohol y olvidarse del mundo, pero también tenía en cuenta que sería muy extraño que alguien tomara tanto y aparentase estar perfectamente bien.

Los seis acompañantes del muchacho aprovechaban la bebida gratis, tres de ellas eran féminas que intentaban llamar su atención y llevarlo a la pista de baile, pero a él no le interesaba. Pronto una mujer pelirroja en la pista captó su interés y se levantó con intenciones de bailar, hablar con ella, y posiblemente llegar a algo más al adentrarse la noche. Al ver que su patrocinador se iba, las amistades del chico rubio intentaron que retornara a la mesa.

- ¿Qué sucede, Gilbert? ¿Ya tan pronto nos dejas? – Preguntó uno de ellos, un chico bajo, de cabello castaño y crespo, con una vestimenta más llamativa de lo que solicitaba el club.

- Vamos, Gilbert, no nos dejes, apenas llegamos a unas horas. – Balbuceaba una de las mujeres del grupo, al mismo tiempo en que se aferraba a su brazo. Era una de las chicas que menos le agradaba a Gilbert por sus rasgos histriónicos.

- No me iba, tenía algo en mente… pero ya se fue la idea que tenía - Decía Gilbert a sus amigos al ver que la mujer pelirroja y de gran escote bailaba con otro hombre de forma sugestiva. - ¿No creen que este ya hemos venido mucho a este club? ¿Por qué no probamos otro sitio?

- Encontré un sitio nuevo a una cuadra de aquí – Señaló otra de las chicas mientras les enseñaba a los demás el lugar en cuestión en su teléfono celular. – Pero dicen que no dejan entrar a muchas personas.

- Eso no será un problema – Dijo Gilbert, tomando su chaqueta negra de los asientos y dirigiéndose hacia la salida.

- ¡Así es! ¡Vamos! – exclamó otro de sus acompañantes, haciendo que los demás exclamaran mientras seguían a Gilbert.

- Pero no pienso mover mi auto, iremos caminando. – Añadió mientras atravesaban la salida.

- ¡Ah, vamos! Mis tacones me están matando. – Señaló una de las chicas.

- No es mi problema, Leah.

En dirección al nuevo club, unos más ebrios que otros y Gilbert, que era muy bueno fingiendo estarlo, gritaban y reían de insensateces, y sin motivos, se empujaban unos a otros a las calle sin tráfico, burlándose unos de los otro. Dos de las chicas pedían a los hombres que se comportaran, pero todos hacían caso omiso, de igual forma, a esas horas de la noche eran poco los autos que circulaban por allí.

Uno de los empujones fue suficientemente brusco como para uno de los muchachos perdiera el equilibrio y se desplomara a la mitad de la calle en una intersección. La reacción popular fue de gritos y risas estruendosas, hasta que un auto apareció de la nada y frenó justo antes de impactar al veinteañero. De la impresión, todos se quedaron callados, y el muchacho en el piso estuvo petrificado por unos momentos.

- ¿Acaso no ven la luz verde? – Exclamó el conductor del vehículo en cuestión.

- ¡Lo siento, está muy borracho! – Gilbert se había acercado a la calle para recoger a su amigo, quien todavía estaba aturdido por el evento. Lo levantó del suelo tan pronto que este ni se dio cuenta en medio de la confusión y lo alejó de la vía de tránsito.

- ¡Idiotas! – Declaró el conductor al retomar la marcha de su auto.

- ¡Tú también, hijo de puta! – Respondió una de las chicas con exaltación.

Mientras tanto, el compañero que había caído se recuperaba del shock mientras se limpiaba su atuendo lleno de la suciedad del asfalto, al mismo tiempo en que los demás seguían maldiciendo y quejándose del conductor.

- ¿Estás bien? – Preguntó Gilbert.

- Si, gracias, amigo. Casi no la cuento.

- Deberíamos seguir ¿El club no debería estar cruzando esta calle, Marie? – Inquirió a sus amistades.

- Si, ya casi llegamos. – Dijo la risueña Marie, atolondrada por el alcohol. – No te olvides mirar a los lados, Fred. – Advirtió satíricamente al compañero que recién había pasado el susto de su vida, hizo a los demás reír, y produjo en Fred una mirada asesina.

Esperaron que el semáforo cambiara a pesar que la calle había quedado aparentemente vacía, todos cruzaron con el mismo entusiasmo que llevaban anteriormente. Gilbert se distrajo viendo su teléfono un momento, por lo que fue el último en cruzar cuando ya sus amigos estaban al otro lado. Y mientras estaba en medio de la vía de tránsito escuchó el rugir de un motor acercarse de manera insidiosa, pero ya era demasiado tarde para responder.

En un abrir y cerrar de ojos, una motocicleta negra atravesó la intersección a una velocidad ilegal, y sin intenciones aparentes de esquivarlo, impactó en contra del muchacho a pesar de que el semáforo estaba en rojo. Nadie pudo observar nada, solo un celaje oscuro y casi sobrenatural que se estrelló en contra de Gilbert mientras las chicas gritaban y los hombres quedaban atónitos por el evento. El impacto lo llevó a varios metros en el pavimento, rodando varias veces y desgastando su piel y ropa.

Cuando ya yacía tendido en el suelo ensangrentado e inconsciente, sus acompañantes gritaban y maldecían al mismo tiempo que corrieron a verlo. El motociclista apenas se tambaleó a lo lejos como consecuencia del impacto, pero no dejó de seguir su camino como si nada hubiese afectado su velocidad.

Pronto escucharon el sonido de unas sirenas acercándose y como niños al timbre de receso, el grupo huyó y abandonó a su amigo tendido en el suelo por miedo a ser arrestados. Dos camionetas blindadas, de estilo militar, en color negro y sin identificaciones, se aproximaban a toda velocidad al lugar del accidente. Una patrulla al verlo, frenó abruptamente cerca del muchacho, que si una botella de vodka en una sola sentada no lo emborrachaba, un atropellamiento no lo mataría, incluso a esa velocidad.

La otra patrulla siguió en la persecución del misterioso motociclista. Una agente con uniforme anti-balas y de color negro, con casco y pasamontañas salió del puesto del copiloto del vehículo de forma abrupta. Apresuradamente se acercó y se agachó frente al muchacho noqueado, acostado sobre su brazo, con los ojos entrecerrados y la boca abierta, cubierto en su propia sangre.

-M****a… - Susurró para sí misma, sabía de quien se trataba. Recostó a Gilbert sobre su espalda con cuidado, estaba inconsciente pero gimiendo del dolor. - ¡Tenemos que abandonar! ¡Llama a una ambulancia! – Exclamó a su compañero dentro del vehículo.

- ¿Qué? ¿Por qué tenemos que abandonar? – Cuestionaba el compañero masculino desde el auto, a punto de abrir la puerta para salir.

- Arruinamos la misión, involucramos algo más que un civil. Solo mira quién es. – El otro agente salía del vehículo y se acercaba a la escena, al ver el rostro del hombre que se encontraba en el pavimento entendió lo que decía su compañera.

- Maldita sea. – Tomó su comunicador y presionó el botón. – Patrulla 4 a Central, necesitamos una ambulancia urgente. Se trata de Gilbert Harker.

Sumamente adolorido y sin poder articular palabra, Gilbert había recobrado el conocimiento por un momento para darse cuenta que ellos no eran agentes de policía comunes. De hecho, le eran familiares los uniformes y el emblema. La ambulancia llegó impresionantemente pronto, también reconoció ese vehículo, y el emblema que llevaba. Decía “Hospital van Helsing. Investigación de vanguardia”. Apenas salieron los paramédicos, cayó inconsciente una vez más.

Dentro de la ambulancia en movimiento, reposaba en una camilla con hematomas en la cara y pequeñas heridas abiertas en la piel. Su camisa blanca se encontraba teñida en rojo y había sido abierta para sujetar los electrodos, también le habían despojado de su chaqueta de lino porque estaba desecha. Su cara estaba cubierta con la mascarilla de oxígeno, y el monitor de electrocardiogramas que marcaba un pulso constante pero leve. Abrió despacio los ojos, encandilado por la luz interior del vehículo se quejó y logró llamar la atención de uno de los paramédicos.

- ¿En dónde estoy? – balbuceó con voz ronca y apagada a la primera persona que se cruzó por su confusa mirada, que resultó ser una joven paramédicos a la cual apenas podía vérsele los ojos, pues llevaba un cubrebocas.

-Creo que lo sabe, señor Harker. –respondió ella, mientras introducía un analgésico en la vía intravenosa con una jeringa. Al principio se sorprendió que sabía su nombre, al momento pensó que habían visto su identificación.

La luz se disipó en sus ojos y pudo ver más claramente, su memoria también volvió de forma repentina. Recordó el emblema que anteriormente había visto afuera de la ambulancia, y también a los agentes uniformados que lo auxiliaron antes.

- M****a… ¿Arthur lo sabe? –Emitió un quejido que fue en parte por el ardor del analgésico recorriendo sus venas, y por pensar en lo que le pasaría a él cuándo lo viesen las personas habían enviado esa ambulancia.

-No, señor, él está en la Central ocupado con la operación de hoy. Pero la señorita Virginia está enterada. –Escuchar ese nombre no le produjo ningún alivio y solo pudo susurrar una respuesta a la paramédicos.

-Maldición… -En ese momento, su vista se volvió nublosa y quedó inconsciente una vez más.

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