Capítulo 2
No me preguntó si había discutido con Daniel, sino que se limitó a mirarme con tristeza y me preguntó de dónde venía la sangre. En sus ojos vi el miedo, que me era tan familiar, el mismo que había visto antes, tras las huellas del abuso que había sufrido por parte de mi padre biológico, ante de que se casara de nuevo.

No quería que se preocupase, así que sonreí y, quitándole importancia, le dije que no era nada. Mi madre respiró aliviada y me instó a que fuera a descansar. A pesar del dolor, regresé a mi habitación y me tumbé en la cama, con el sudor frío chorreando por mi frente. Luego de tomarme algunos analgésicos, cerré los ojos, intentando dormir, pensando en que, si lo hacía, dejaría de sentir el dolor.

En mis sueños no había un Daniel feroz, ni una madre siempre llorosa, y parecía que regresaba a los momentos más dulces con Daniel. En aquel entonces, aún vivía en un barrio marginal al sur de la ciudad, disfrutando de un amor puro. Caminábamos de la mano, vagando sin rumbo por las calles. No mencionaba la pobreza de mi hogar, y él tampoco hablaba de su riqueza. Ambos éramos hijos de familias desgraciadas, que se consolaban mutuamente.

Él siempre decía que en el futuro se levantaría por sí mismo, ganándose el respeto de su padre. Mientras yo le decía que quería que mi madre se divorciara, y se alejara de mi padre abusador. Al llegar a ese punto, el chico, que no era muy expresivo, dejaba ver la preocupación en sus ojos. Con un gesto suave, había secado mis lágrimas y me había abrazado torpemente, dándome suaves golpecitos en el hombro, prometiéndome:

—Catalina, mientras yo esté aquí, nunca más tendrás que sentir miedo.

No sé cómo describir lo que sentía en aquel momento, solo sabía que sentía una profunda calidez en mi corazón.

Ese día, la camisa de Daniel había quedado empapada, y llegué a pensar que podríamos estar así para siempre, pero, de repente, él me había pedido que termináramos. No quería separarme; por lo que, con los ojos enrojecidos, le pregunté el porqué. Él respondió que simplemente ya no le gustaba, pero yo no podía aceptar aquella respuesta tan superficial, e intenté reconquistarlo.

A él le gustaban las castañas silvestres, así que decidí pelarlas con mis propias manos, sin que me importara lastimarme; así como, consciente de que le encantaba una bebida específica, no me importó hacer fila durante horas bajo el sol. Lo hacía con gusto.

Así, todos en la universidad sabían que había una Catalina atrevida persiguiendo a Daniel, y todos apostaban sobre cuándo nos reconciliaríamos.

Sin embargo, al enterarme de que Daniel sabía que la futura esposa de su padre era mi madre, entendí que jamás volveríamos a estar juntos.

3.

Dormí muy bien, excepto por el dolor que me despertó. Me llevé la mano al abdomen y apreté tan fuerte que sentí que la piel se hundía. En otras ocasiones, eso aliviaba el dolor, pero esta vez no funcionó.

Con el rostro pálido, deseaba urgentemente un vaso de agua caliente. Pero no imaginé que, en ese momento, Daniel, quien debería haber salido de la mansión de los Vargas, estaba sentado en el sofá. La sala estaba a oscuras, y apenas pude distinguirlo a través de la luz de la farola que se filtraba por la ventana. Daniel estaba reclinado contra el respaldo, con sus largos dedos sosteniendo un cigarrillo encendido.

Al parecer, escuchó mis movimientos, por lo que me dedicó una mirada impaciente.

—Catalina, ¿pretendes asustarme en plena noche?

—Lo siento, solo quería beber agua —respondí y giré mi rostro para que no viera mi lamentable estado.

Sin embargo, él parecía decidido a no dejarme en paz, ya que se levantó y se acercó a mí.

—La familia Vargas no es una familia cruel. Si buscas compasión, solo mi padre se dejaría engañar —frunció el ceño, observando con desdén mi cuerpo extremadamente delgado—. Si sigues así, morirás de hambre...

Me quedé en silencio, y forcé una sonrisa. Realmente estaba al borde de la muerte.

—Bueno, nunca más haré dieta.

Guardé silencio durante un largo rato, y al final decidí no contarle sobre mi situación. Después de todo, él deseaba que muriera. Así que esperaba darle una última sorpresa.
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