—¿Alguna vez en tu vida has visto una barra de oro? —le preguntó Marko una tarde.Esa vez Valentina no sabía cómo reaccionar ante lo que veían sus ojos. Marko le extendió el lingote de oro y la joven lo tomó con sus dos manos, era pesado, ancho y duro como un bloque, resplandecía y casi se podía ver reflejada en el oro.—Con un único lingote podrías vivir cómodamente para el resto de tu vida y dejar una fortuna a tus hijos —le comentó Marko.—¿Y cuántos de estos posee la familia Rumanof? —indagó Valentina. El hombre ladeó una sonrisa.—Somos dueños de muchas minas de oro, en pocas palabras, somos los que creamos los lingotes de oro que se almacenan en los bancos, nos pertenecen —contestó.Valentina le devolvió el oro y Marko lo guardó en la caja fuerte, pudo vislumbrar otras barras de oro que estaban en el fondo de la caja.Marko confiaba tanto en ella que le había mostrado el lugar secreto de la mansión Rumanof donde se guardaba la caja fuerte. Se encontraba en una pequeña bibliotec
Valentina se acodó en la mesa y notó el rostro pálido del joven, pasaba de la sorpresa al miedo.—En una semana te subirás en tu auto como cualquier mañana para dirigirte a tus clases en la universidad —dijo Valentina casi a susurro—, habrá amanecido lloviendo. Pero ¿qué mal podría pasarte? Es un día cualquiera y tu chofer conduce en completa calma. Pero los arrollará un camión que decidió saltarse la luz roja del semáforo. Afortunadamente no será nada grave, pero terminarás con una cicatriz en tu muñeca derecha en forma de cruz, producto de un vidrio roto de la ventana del auto que dolorosamente una enfermera deberá sacarte porque quedó incrustada.Los labios de Marko temblaban, su piel estaba erizada. ¿Valentina estaba loca? ¿Por qué decía cosas tan raras?Ella respingó las cejas.—¿Creerás que si pasa será una coincidencia que una joven loca te dijo para evitar tener que rechazar tu confesión? —cuestionó Valentina—. Ese mismo día las acciones del grupo Rumanof crecerán un diez por c
Merina respiraba agitadamente, tenía sus mejillas hinchadas de rubor. Rodó la mirada a su alrededor, había varios estudiantes observando lo que ahora era una escena.—Ah… no, esto es un malentendido —le dijo a Mariana—. Valentina me intentó faltar el respeto nada más porque le pedí que se dirigiera a su salón. No es horario para estar por fuera, estamos en clases.—¿Y por eso te crees con el derecho de golpearla? —cuestionó Mariana.—No la iba a golpear, por favor, Mariana, sabes que yo no soy capaz de semejante cosa —soltó Merina indignada y con tono dolido—. En todo caso, ¿qué haces aquí? Deberías estar en clases con ella.—Me ibas a golpear —intervino Valentina con tono alto, para que los que estaban a su alrededor escucharan—. Me llamaste m*****a pobretona de quinta. Supongo que para ti yo no soy nadie nada más porque estudio aquí por una beca.Merina echó una rápida mirada a su alrededor, algunos estudiantes estaban grabando lo que pasaba.—Valentina, por favor, no tienes que crea
Mientras hablaba, sus ojos volvieron una y otra vez a Valentina, quien no apartaba su mirada de él. Su semblante era sereno, pero en su interior bullían pensamientos de cómo era posible que ella pudiera predecir el accidente con tanto detalle; no podría tratarse de una casualidad, Valentina le había aclarado que no se trataba de eso, sino de que sabía perfectamente lo que sucedería a futuro.—Lo bueno es que estás bien —dijo Mariana con un largo suspiro. En ese momento, sonó su teléfono. Mariana revisó la pantalla y se levantó con prisa—. Es mi mamá. Quiere saber cómo estás. Ahora vuelvo —anunció mientras salía de la habitación.El silencio cayó como un manto pesado entre Valentina y Marko. Él jugueteaba con el borde del vendaje, impidiendo mirarla directamente, finalmente se animó a hablar, desbordando su fuga de emociones revueltas.—Antes de que llegaran, mi papá estuvo aquí —dijo, con un tono dubitativo—. Me contó que, justo antes de recibir la noticia del accidente, estaba celebra
Marko se estaba apropiando demasiado de la idea de vengarse por algo que aún no había pasado, según él, era mejor estar prevenido y no cometer el mismo error dos veces. En aquellos días estuvo haciéndole preguntas a Valentina muchas veces, la llamaba de un momento a otro para hacerle preguntas concisas como:—¿En qué año me voy a casar?—En el dos mil veintitrés —le respondía ella.—¿Tan joven? ¿Es que acaso la dejé embarazada? —replicaba él.—No, sólo quisieron casarse —contestaba Valentina con tono neutral.O iba a recogerla en el colegio nada más para volver a interrogarla, iban a una cafetería y él le compraba todos los helados de sabores que ella pedía.—¿Y llegué a tener hijos? —preguntaba Marko.—No, al menos que yo supiera —respondía la joven.—¿Por qué querría casarme tan joven? Apenas tendría veinticuatro años… —volvía a replicar.Y Valentina hacía silencio.—Dime, ¿al menos podré ser buen jefe?—Te robaste todas las propuestas que yo hice y te volviste obscenamente rico —se
La sala era amplia y elegante, decorada con un lujo que no dejaba espacio a la modestia. Las paredes estaban cubiertas con papel tapiz de tonos dorados, y sobre ellas colgaban cuadros de paisajes clásicos enmarcados con molduras de madera oscura. Un gran candelabro de cristal dominaba el techo, proyectando su luz cálida sobre un mobiliario de terciopelo y madera tallada. El aire olía ligeramente a jazmín, proveniente de un difusor de aromas colocado en una mesa de mármol, junto a una tetera de porcelana fina y una bandeja con pastelillos.Valentina estaba sentada en uno de los sofás, impecablemente maquillada y con un vestido rosado que le ceñía la figura con elegancia. Parecía una joven sacada de un cuento de hadas, aunque su mirada atenta revelaba que no se sentía completamente cómoda en ese espacio. Sus ojos se posaron en Merina, quien estaba sentada frente a ella.Merina llevaba un vestido blanco que caía con gracia sobre su esbelta figura. Su cabello negro y liso brillaba bajo las
Había llegado el cumpleaños de Merina. La noche era cálida, y una suave brisa mecía las flores del vasto jardín de la mansión. Las luces del exterior iluminaban los senderos adoquinados y proyectaban sombras danzantes sobre los árboles. Merina y Marko estaban de pie junto a una pérgola cubierta de enredaderas, desde donde se podía escuchar el lejano murmullo de los invitados. Por fin ella había logrado tener un momento de privacidad con el joven.Merina lucía diferente esa noche. Su cabello negro caía suelto sobre los hombros, brillando a la luz de las lámparas. Sus ojos, normalmente fríos y calculadores, parecían dulces, casi tímidos. Llevaba un vestido color marfil que le daba un aire etéreo, y una sonrisa vacilante adornaba su rostro.—Me gusta estar aquí contigo —confesó de repente, rompiendo el silencio. Su voz era suave, casi un susurro, mientras sus dedos jugueteaban nerviosamente con un pequeño dije que colgaba de su collar—. Desde que te conocí en la escuela, cuando estabas co
Era un mediodía soleado, y el jardín del colegio estaba tranquilo. La mayoría de los estudiantes se encontraban en las aulas o en otras áreas del campus. Valentina disfrutaba de un momento de calma, sentada en una banca metálica junto a una pequeña fuente, esperaba que Mariana regresara del baño cuando Merina apareció de repente. Su silueta destacaba al caminar con paso firme, el cabello negro perfectamente liso caía como un manto.—Vaya, vaya, si no es la pequeña Valentina —dijo Merina con una gran sonrisa que destilaba arrogancia. Se detuvo frente a ella y, con un movimiento calculado, mostró un collar de diamantes que brillaba al sol—. ¿Te gusta? Marko me lo regaló anoche, cuando me pidió que fuéramos novios. Fue el mejor regalo de cumpleaños.Valentina alzó la mirada desde el libro que sostenía y soltó una carcajada seca. Cerró el libro que sostenía en sus manos con calma y se cruzó de brazos, observándola con una mezcla de diversión y desdén.—¿Eso es lo mejor que tienes, Merina?