Era un mediodía soleado, y el jardín del colegio estaba tranquilo. La mayoría de los estudiantes se encontraban en las aulas o en otras áreas del campus. Valentina disfrutaba de un momento de calma, sentada en una banca metálica junto a una pequeña fuente, esperaba que Mariana regresara del baño cuando Merina apareció de repente. Su silueta destacaba al caminar con paso firme, el cabello negro perfectamente liso caía como un manto.—Vaya, vaya, si no es la pequeña Valentina —dijo Merina con una gran sonrisa que destilaba arrogancia. Se detuvo frente a ella y, con un movimiento calculado, mostró un collar de diamantes que brillaba al sol—. ¿Te gusta? Marko me lo regaló anoche, cuando me pidió que fuéramos novios. Fue el mejor regalo de cumpleaños.Valentina alzó la mirada desde el libro que sostenía y soltó una carcajada seca. Cerró el libro que sostenía en sus manos con calma y se cruzó de brazos, observándola con una mezcla de diversión y desdén.—¿Eso es lo mejor que tienes, Merina?
El sol de mediodía se filtraba a través de los grandes ventanales de la cafetería, iluminando el espacio con un resplandor cálido y agradable. Aquello no era una simple cafetería escolar: el suelo de mármol blanco brillaba impecable, las mesas redondas estaban cubiertas con manteles de lino gris claro, y las sillas de diseño moderno eran tan cómodas como elegantes. En una esquina, una barra de café de madera oscura exhibía una selección de postres que parecía sacada de una pastelería de lujo, mientras que los estudiantes eran atendidos por los meseros que tomaban atentamente las órdenes.Valentina estaba sentada cerca de los ventanales, disfrutando de la vista del jardín exterior, donde los árboles perfectamente podados y las flores multicolores creaban un paisaje digno de un cuadro. Sus ojos color miel observaban distraídamente el exterior, mientras jugaba con el borde de su pocillo que soltaba un hilillo de vapor que aromatizaba con su fragancia a té verde. Su cabello castaño oscuro
La penumbra envolvía la biblioteca privada de la mansión de Marko, apenas iluminada por la cálida luz de un par de lámparas antiguas. Las paredes estaban cubiertas de estantes de madera oscura rebosantes de libros encuadernados en cuero, y un aroma a papel viejo y barniz llenaba el aire. En el centro, una gran mesa de caoba sostenía un pesado candelabro de bronce, aunque ninguna de sus velas estaba encendida.Marko estaba de pie junto a una de las altas ventanas, con las cortinas entreabiertas dejando entrever la noche estrellada. Su rostro, habitualmente sereno, ahora mostraba una mezcla de preocupación y determinación. Vestía una camisa blanca con las mangas arremangadas, y el cabello oscuro caía desordenado sobre su frente.Valentina, sentada en uno de los sillones de cuero frente a la chimenea apagada, lo observaba con atención. Su vestido de seda azul le daba un aire etéreo, pero había una sombra de cansancio en sus ojos claros. Cruzaba las manos en su regazo, intentando mantener
Sentada con la espalda erguida en uno de los sillones, Merina llevaba un vestido ajustado color crema que resaltaba su figura. Sus uñas perfectamente pintadas de rojo tamborileaban sobre el reposabrazos mientras observaba las fotografías acomodadas sobre la mesa de madera.—Como le decía, señora —comenzó el detective privado, un hombre de rostro anguloso, con barba incipiente y un traje que parecía caro, pero algo desgastado—, la madre de Valentina tiene un pequeño negocio familiar. Venden medicinas naturales. Es modesto, pero parece que les va bastante bien, son populares en la zona.Merina no dijo nada, pero tomó una de las fotografías. En ella, una mujer de mediana edad, de cabello castaño claro y semblante amable, aparecía detrás de un mostrador lleno de frascos y cajas de diferentes colores.— ¿Y el padre? —inquirió, su voz tranquila, pero con un hilo cortante.El detective hizo una leve aceptación con su cabeza y deslizó una foto.—Trabaja como contador en el Banco Rumanof. Según
El recuerdo del primer beso que Marko le había dado en su fiesta de cumpleaños cuando eran niños era uno de los más hermosos que conservaba. Los radiantes ojos azules del niño destellaban inocencia y amor puro, al igual como su sonrisa, era cálida y amena.Valentina quería quedarse allí, sentada en aquella piscina, siendo una niña de siete años. En aquellos tiempos todo era felicidad, Marko Rumanof era su mejor amigo, a su lado se sentía segura, nadie en el colegio la molestaba y su familia aún no se había separado.Su cuerpo se volvió pesado y por fin pudo arrastrarse al recuerdo, quedándose allí y siendo feliz..Estaba seguro que pasaba algo, podía presentirlo. Valentina no era de las que nunca contestaban el celular, ella siempre le respondía.Se dirigió a la casa de Rosa y no esperó a que Valentina le abriera la puerta. Afortunadamente tenía una copia de las llaves de Rosa y abrió, comenzando a llamar a Valentina, pero no le contestaba. Corrió escaleras arriba y empezó a buscar e
El líquido escarlata se esparcía por el pavimento, rodeando la cabeza de Valentina. Sus ojos aún seguían abiertos y lograba ver el auto estacionado a varios metros de distancia. La puerta del piloto se abrió y unos zapatos de cuero negro avanzaron hacia ella, hasta que el hombre apareció en su campo de visión y se agachó para observarla de cerca. Aquellos ojos verde claros se abrieron en gran manera y el miedo lo consumió.Marko Rumanof dio un impulso hacia atrás, cayendo sentado, teniendo que sostenerse sobre sus manos. Empezó a hiperventilar.La había asesinado. Se acababa de convertir en un asesino.Cuando Valentina notó el espanto en el rostro de Marko Rumanof entendió que ya no le quedaba vida, ahí acababa todo.Qué irónica era la vida. Su jefe acababa de asesinarla. Después de años de abuso físico y psicológico por parte de él, terminó arrancándole la vida. Y todo porque ella decidió desobedecerlo.Minutos atrás Marko le había aventado los papeles a la cara:—¡Esto no sirve, vuél
Marko soltó una sonrisa socarrona.—Claro, una persona como tú jamás pensará en que hizo mal —soltó él con amargura—, mucho menos sentiría arrepentimiento por sus acciones. Tú jamás pedirías perdón. —¿Por qué debería arrepentirme por algo que nunca hice? —cuestionó Valentina—. ¡¿Por qué debería arrepentirme y pedirle perdón a la que desde niña me ha maltratado?! —preguntó con amargura—. Ojalá nunca se deba arrepentir por todo el daño que usted me ha hecho. Ojalá y cuando se entere de la verdad de quién es realmente la mujer con la que se casó el cargo de conciencia no lo mate.Valentina aventó los papeles al suelo con fuerza.—Y ojalá usted nunca deba pedirme perdón por todo el daño que me ha ocasionado, porque yo nunca lo voy a perdonar —finalizó.Valentina salió a toda prisa de la oficina. Era de noche y la mayoría de los empleados ya se habían marchado, así que la joven caminó con premura por los cubículos vacíos. Escuchaba al fondo a su jefe y esto la hacía temblar del miedo. To
No entendía lo que estaba pasando. Ahí estaban sus padres desayunando alegremente, antes, cuando la habían visto le preguntaron por qué no se había cambiado.—Ya vas tarde a clases, anda, ve a cambiarte —le ordenó su mamá.¿A clases? Valentina no lo entendía. Aun así, fue a tomar una ducha y al abrir el closet para sacar la ropa, encontró el uniforme del colegio.Mientras se terminaba de arreglar comenzaba a procesar lo que estaba pasando. Todo le parecía tan real que creyó que tal vez y toda su vida pasada fue un mal sueño y por fin había despertado. Sin embargo, mientras tomaba el desayuno con sus papás se dio cuenta por el calendario que colgaba de la pared que se encontraba en el pasado, justo en el dos mil diecisiete: el año en que comenzó toda su pesadilla.Bajó la mirada a su taza de avena y empezó a cuestionarse… ¿y si esto en realidad era una recompensa de la vida? ¿Y si le habían entregado una segunda oportunidad para que pudiera dejar de ser una cobarde y enfrentara todo lo