43. Sed de justicia

—No pueden entrar a la habitación del señor Gianluca. ¡Está custodiada, señora Elena!

—No confío en nadie ahora mismo. ¡En nadie! —Elena divisa nuevamente la camioneta, con el mismo corazón en la mano que hace un par de segundos—, ¿Le parece normal qué me acusen para que así deje a mi marido? Dios Mío, Gianluca —Elena enciende el auto. Pero las manos del señor Orlando la detienen—, intentaron hacerlo conmigo, el intento de asesinato frente a su oficina y ahora esto. Alguien quiere hacernos daño. Alguien quiere hacerle daño a Gianluca. Entiéndame por favor —se le quiebra la voz—, tengo qué hacer algo para protegerlo mientras está en esa cama.

—Y lo haremos. Tan sólo cálmese —ordena el abogado Orlando. Su actitud recta y sus ojos enojados están hablando con firmeza—, el señor Mancini es mi cliente y gran amigo. Ya le confesé que mis dudas eran las mismas, y ahora esto nos los confirma. El hombre dijo qué hizo un reporte, y no se lo dijeron, así qué es mucho más serio. La policía o algú
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