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Destino en París: amor y cocina
Destino en París: amor y cocina
Por: Rogue
Capítulo 1: La Belle Étoile

“Saint-Étienne es un pueblo encantador” piensa Sophie mientras sale de la antigua cabaña de verano de sus padres que ahora es suya. 

El sol apenas está comenzando a salir en el horizonte y el viento fresco le pega en la cara cuando atraviesa el jardín y se dirige fuera de su propiedad para hacer su camino hacia su negocio.

Sophie acomoda su suéter y la bolsa que cuelga junto a su cadera y comienza a caminar con paso decidido, pero no rápido. Tiene tiempo para llegar, de todas formas, es un pueblo pequeño.

Saint-Étienne está situado en lo profundo de la campiña francesa. Se encuentra rodeado de exuberantes campos verdes, colinas ondulantes que parecen moverse con el tiempo y viñedos interminables. Es un lugar pintoresco que a Sophie siempre le ha evocado una sensación de serenidad y tranquilidad.

Cuando su padre murió, hace apenas un año, la única felicidad que tuvo fue el legado de la cabaña veraniega que ha pertenecido a su familia durante generaciones. No había dudado al momento de vender su apartamento en la ciudad y mudarse al pueblo con una sola ilusión: empezar los cimientos su sueño.

La cabaña está algo alejada del pueblo, como otras propiedades pequeñas, pero nada más lejos que una caminata de diez o quince minutos. Sophie tiene una pequeña bicicleta que planea arreglar en algún momento para cuando necesite moverse más rápido, pero por ahora disfruta mucho del tiempo entre la brisa primaveral y el cielo despejado. Hace tan solo seis meses que se ha mudado y todavía tiene tiempo para adaptarse.

El paisaje natural que rodea el pueblo es simplemente impresionante. Los viñedos se extienden hasta donde alcanza la vista, creando un mar de vides que producen vinos de renombre mundial. Los campos de lavanda llenan el aire con su fragancia relajante y sus vibrantes colores púrpuras, convirtiendo la campiña en un lugar de ensueño para cualquier persona.

Un pequeño paraíso que Sophie ya ha hecho suyo.

Al ingresar al pueblo, es reciba por las calles empedradas estrechas y adoquinadas, bordeadas por casas de campo con fachadas de piedra cubiertas de enredaderas y flores coloridas en macetas que adornan las ventanas. Hay varios edificios históricos y una iglesia antigua que se mezcla armoniosamente con las tiendas y cafeterías modernas, creando un ambiente encantador y casi nostálgico, como si la Francia antigua aún emergiera en la arquitectura.

Sophie recuerda haber venido desde que era pequeña, sus padres, empresarios de clase media-alta, habían adquirido su terreno por medio del testamento de su abuelo materno y pasaban cada verano en el lugar. Durante ciertas temporadas, rebosaba de turismo, pero cuando Sophie venía de vacaciones solo estaban los habitantes del pueblo y uno que otro visitante. Nunca se había hecho amiga como tal de alguien, pero todos la trataban con cariño a ella y a sus padres. Conforme creció, se dio cuenta que extrañaba el lugar y que era  el lugar perfecto para comenzar a hacerse un nombre, especialmente con la demanda de turistas.

Los habitantes de Saint-Étienne son amigables y acogedores, con un estilo de vida relajado y apreciación por las cosas simples de la vida. Los días, para ellos, se pasan disfrutando de paseos por los senderos naturales, picnics en los prados y celebraciones comunitarias que involucran música, baile y festivales de temporada.

El corazón del pueblo, por el que ella pasa todos los días, es su plaza principal, donde una fuente central de piedra crea un punto de reunión para todos, sin discriminación. Tiene una estructura francesa clásica y a los turistas les gusta tirar monedas pidiendo deseos, el dinero suele ir a la recaudación de fondo para las celebraciones del pueblo.  Alrededor de la plaza se encuentran las pequeñas boutiques que exhiben productos artesanales, desde joyería hecha a mano hasta productos locales, como queso y vinos. Los cafés y restaurantes con terrazas al aire libre ofrecen espacios para disfrutar de los deliciosos platos de la cocina francesa.

Y ahí, justo detrás de la fuente, formando parte de la vista, está “La Belle Étoile”. Un local de dos pisos con ventanas grandes y escaparate negro brillante. El mayor orgullo de Sophie. En poco tiempo, ha logrado que el lugar sea encantador y acogedor, para reflejar el estilo de vida francés y el amor de Sophie por la buena comida y, sobre todo, la hospitalidad. El restaurante se ha convertido rápidamente en una joya que atrae a los lugareños y los turistas con su exquisita cocina, por lo menos, es lo que las revistas locales han descrito en sus resúmenes de cinco estrellas, para satisfacción de Sophie.

Justo cuando llega a la puerta y saca la llave maestra de su bolsa, siente como el pueblo toma vida. Los comerciantes comienzan a salir de sus casas, los trabajadores rodean la plaza e incluso se siente un cambio en el ambiente: el comienzo de un nuevo día. 

Sophie sonríe ante el pensamiento y entra, haciendo que la campanilla de la puerta suene levemente. “La Belle Étoile” está decorada con tonos suaves y pinturas de artistas locales colgadas en las paredes, mientras que la iluminación tenue crea una atmósfera íntima y romántica de la que Sophie se siente propia. Las mesas están cuidadosamente dispuestas con manteles blancos impecables y jarrones de cristal en espera de las flores frescas del día. A la derecha, los escalones indican el segundo piso, donde una mesa en el balcón es la más codiciada por sus vistas.

El aroma del lugar es limpio, pero se mezcla con el imborrable olor a la cocina francesa que todos los días llena el aire y que hace que los estómagos gruñan de anticipación. Sophie, sobre todo, se enorgullece de utilizar ingredientes frescos y locales en sus platos, creando una experiencia tan personal que complace a los lugareños e invita a los visitantes a formar parte del pequeño pueblo.

De hecho, en el poco tiempo que ha estado abierto, “La Belle Étoile” se ha convertido un lugar querido dentro del pueblo. Los comensales llegan a deleitarse con los sabores de la cocina de Sophie, compartir momentos especiales y disfrutar de la compañía de sus seres queridos.

Su trato con los habitantes del pueblo ha cambiado mucho desde su niñez, luego de que su mudanza fuera definitiva, todos la acogieron como si hubiera sido parte del pueblo toda la vida. Varios fueron sus primeros clientes y es seguro decir que todos han pasado, por lo menos una vez, a disfrutar de los platillos de Sophie.

Mientras recorre el mostrador, colocado al fondo del local, Sophie deja su bolsa y acomoda el tablero de anuncios que se encuentra junto a la caja registradora. Ahí están pegadas algunas fotos con chefs famosos que se han presentado a su restaurante y que han felicitado a Sophie por su cocina. Tiene a Pierre Laurent y Gabrielle Dupont en primer plano, algo que siempre sorprende a los conocedores culinarios que se adentran en su restaurante.

Junto a esas fotos hay un recorte pequeño, una nota del periódico “Gastronome” que destaca especialmente en el país. Es de renombre debido a que cuenta con un equipo de expertos en alimentos y bebidas, chefs reconocidos, críticos culinarios y periodistas especializados en el mundo de la gastronomía francesa. Publican artículos que abarcan desde restaurantes exclusivos hasta cocina de autor, comida callejera, vinos, técnicas de cocina y entrevistas con destacados chefs de renombre mundial.

Sophie pensó que soñaba cuando el reportero se presentó y dijo que escribiría una reseña rápida del postre que ella le diera a probar. Es algo pequeño, ni siquiera un artículo, pero fue suficiente para impulsar a Sophie. Es de sus mayores tesoros, le hace recordar que está cerca de ser alguien en el mundo del arte culinario.

Detrás del mostrador principal, Sophie se dirige a la cocina y se dedica a prender las luces con tranquilidad, entonando una pequeña canción en silencio. No es una cocina profesional, ni muy espaciosa, pero, hasta ahora, no ha supuesto un problema para Sophie. 

Nunca ha estado más feliz en su vida desde que el restaurante comenzó a mantenerse por sí mismo en poco tiempo y se da cuenta que, con un poco más de impulso, su mayor sueño se hará realidad. Lo sabe, lo siente en su corazón y, a veces, de lo único que se arrepiente es de la soledad a la que se ha visto orillada. Esa pequeña molestia…

El sonido de la campanilla de la puerta hace que se salga de sus pensamientos.

Se acerca los interruptores delanteros y enciende las luces principales, antes de recostarse en el mostrador. Ahí, en la puerta, están sus dos únicas trabajadoras: Marie y Camile. Le sonríen y se acercan a ella.

Marie es una camarera experimentada y amable, con un impecable historial de servicio al cliente. Siempre está dispuesta a ofrecer recomendaciones sobre los platos que creen que todos deben probar de Sophie y, siendo tan joven, veinte años, es una cara fresca para los turistas. El empleo cubre sus gastos de viaje para ir a estudiar al otro pueblo.

Camille, por otro lado, es la cajera. También vive en el pueblo y es un poco mayor, más maternal. Tiene el tipo de rostro que te hace querer ser amable, además de tratarte como si fueras parte de su familia casi de inmediato. En realidad, es una maestra, pero está retirada desde hace años y el dinero le sirve para darse sus gustos ahora que su marido también parece haber llegado a la edad de jubilarse y ninguno de sus hijos viven con ellos.

Trabajan con ella todo el día, durante todos los días de la semana, excepto Marie los sábados cuando va la universidad y la remplaza Jack (su hermano, más pequeño y algo caótico para el restaurante, pero aun así tan bueno como su hermana), bajo un suelo más que merecido. Y, con el tiempo, se han convertido en sus amigas.

—¿Has visto las noticias? —pregunta Marie en cuanto esta frente a ella. Su cabello rizado rebota  junto a ella.

Bonjour para ti también, petite —contesta Sophie rodando los ojos. Camille se adelanta para abrazarla y Sophie se derrite en sus brazos mientras Marie parlotea, Camille huele a canela.

—Sí, sí —Marie agita la mano con disgusto—. Ayer anunciaron un nuevo concurso de cocina. ¡Julien Marchand será el juez principal! No se le ha visto como en diez años y de repente vuelve para un concurso de comida que, adivina, ¡tiene premio en efectivo!

El nombre capta la atención de Sophie. Julien Marchand es uno de los mejores chef del país, pero no se le ha visto en un largo tiempo, no después de que vendiera su cadena de restaurantes y, supuestamente, se retirara al campo para, ¿cómo decían las revistas?, ah, sí: “pensar en todo y nada”.

—Suena emocionante —comenta Camille mientras deja sus cosas bajo el mostrador y comienza a tomar los trapos de limpieza— ¿Cuánto es el premio?

—¡Cien mil euros!

Sophie y Camille sueltan un jadeo sorprendido. Las tres comparten una mirada.

—¡Lo sé! —exclama Marie—. Es increíble. Si no fuera solo por invitación, te diría que deberías de mandar solicitud, Sophie. Estoy segura de que ganarías.

—Me alagas, petite, pero parece que estoy lo suficientemente ocupada— dice Sophie mientras abre las persianas.

—No es justo —sigue Marie—. Debería de ser una competición abierta, es inevitable que la gente con contactos entre a ese show, los mismos chefs una y otra vez. ¡Y de seguro habrá solo dos o tres mujeres, como siempre!

—Bueno, es un mundo competitivo —Camille se encoje de hombros.

—Querrás decir machista— contradice Marie—. En fin, nos preocuparemos por ello cuando el programa este en marcha. ¿Qué tengo que hacer?

Sophie se ríe con cariño. Marie es una chica activa y enérgica, pero al final de cuentas, siempre está dispuesta a trabajar.

—Ve a por las flores con Maurice y dile a Lucas que se pase por aquí para traernos el periódico. Hoy hay una excursión turística y será un buen día.

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