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CAPÍTULO 2: LA TORMENTA SE DESATÓ

CAPÍTULO 2: LA TORMENTA SE DESATÓ

SEIS AÑOS DESPUÉS

ACTUALIDAD

Cristel cruzó la puerta del apartamento, todavía aferrando el ramo de flores marchito contra su pecho por el mal tiempo. Incluso la lluvia había empapado su ropa, pero no podía importarle menos. Apenas habían pasado treinta minutos desde que dejó a su hija, Alana, en casa de su prima.

Hoy era su sexto aniversario y quería pasar la noche con su esposo. A pesar de los años difíciles que pasaron, había decidido darle otra oportunidad a su matrimonio. Pero el sonido de risas y murmullos la detuvo en seco.

Se tensó. Su corazón latía con fuerza, como si ya supiera lo que estaba a punto de descubrir. Avanzó lentamente hacia el dormitorio. La puerta estaba entreabierta. Empujó con suavidad, y los vio.

Brandon, su esposo, estaba enredado con Corina. Su mejor amiga.

El ramo cayó de sus manos, y un jadeo de incredulidad escapó de su garganta.

—¡Brandon! —gritó, su voz desgarrándose.

Él no se inmutó. Giró la cabeza con calma, y una sonrisa cínica se dibujó en su rostro.

—Ah, Cristel. Ya era hora de que te enteraras.

Corina se levantó de la cama, envuelta en la sábana, como si fuera la dueña del lugar.

—¿Sorprendida? —preguntó con burla, su tono lleno de veneno.

Los miró a ambos mientras trataba de entender lo que miraban sus ojos.

—¿Cómo pudiste? —murmuró, su voz temblando—. Brandon, tenemos una familia, una hija. ¿Cómo puedes hacernos esto?

Él se encogió de hombros con indiferencia.

—¿Familia? No exageres, Cristel. Lo que teníamos, porque ya es pasado, fue por obligación, y nada más. Tú no significas nada para mí.

Las palabras la golpearon como un puñetazo. Dio un paso atrás, pero Corina avanzó, disfrutando de su humillación.

—Cristel, ¿de verdad creías que podías mantenerlo a tu lado e interesado por ti? Mírate. Eres patética. Una mujer tan… ordinaria y aburrida.

Cristel la fulminó con la mirada, pero no podía ignorar el dolor que la quemaba por dentro.

—Se suponía que tú eras mi amiga —susurró, con los ojos llenos de lágrimas—. Te confié mi vida, mi familia, todo.

Corina rió.

—¿Amiga? Oh, Cris, qué ingenua fuiste, o más bien diría tonta. Siempre fui mejor que tú en todo. Y Brandon lo sabe mejor que nadie.

—Basta, Corina —intervino Brandon, con voz firme. No para salir al rescate de su esposa, sino porque ya se sentía aburrido con toda esa escena—. Esto ya no importa. Cristel, escucha bien. Este matrimonio terminó hace tiempo, tal vez antes de que comenzará. Tú simplemente te negaste a aceptarlo.

Ella negó con la cabeza, incrédula. Aunque no lo amará, nunca lo hizo, se aferraba a esa vida, a una familia que nunca fue.

—Eso no es verdad. He hecho todo lo posible por esta familia. Por ti. Por Alana.

Brandon soltó un suspiro pesado, como si estuviera cansado de explicar lo obvio.

—¿Alana? ¿De verdad crees que me importa esa niña? —dijo con frialdad—. Nunca fue parte de mis planes. Tú insististe en traerla al mundo, no yo.

Cristel sintió que sus piernas flaqueaban, pero Corina no le dio tiempo para procesarlo.

—Brandon no te ama, Cristel. Nunca lo hizo. De hecho… —Corina sonrió, su expresión llena de maldad—. Estoy embarazada. Y esta vez será un niño. Su verdadero heredero.

Su boca se abrió sorprendida, no esperaba escuchar aquella noticia. Fue como si le hubieran lanzado un balde de agua fría en la cara.

—¿Qué estás diciendo? —susurró, mirando a Brandon, esperando desesperadamente que lo negara.

Pero él no lo hizo. Al contrario, asintió.

—Por fin voy a tener lo que siempre quise. Y tú ya no tienes cabida aquí ni en ningún otro espacio de mi vida.

Sintió un temblor en todo su cuerpo, su voz saliendo apenas como un murmullo.

—Este apartamento es mío. Alana y yo nos quedamos aquí.

Brandon sonrió, pero no había calidez en su expresión.

—¿Tuyo? ¿De verdad lo crees? Tú firmaste todo a mi nombre, Cristel. No tienes nada. Este lugar, como todo lo que llegó a hacer tuyo, me pertenece.

Ella lo miró, paralizada por el impacto. Había confiado en él. Estos seis años lo había dado todo por él. Y ahora, le estaba arrebatando todo, incluso lo que le dejaron sus padres.

—Eres un miserable —murmuró, con rabia contenida que hizo que vibrará su voz—. ¿Cómo puedes hacer esto? ¿A caso no te duele dejar a Alana sin un hogar?

—¡Déjate de dramas! ¡Simplemente acepta que perdiste y que sobras en la vida de Brandon! —le dijo Corina mientras le mostraba una sonrisa cruel en los labios.

—¡Tú, cállate! —le gritó, furiosa. El dolor se estaba convirtiendo en rabia y resentimiento. —Decías ser mi mejor amiga, y me traicionaste. Te revolcabas con mi esposo a mis espaldas.

Avanzó hacia ella para abofetearla, pero antes de que pudiera hacer algo, sintió la mano de Brandon sujetando su muñeca con fuerza. Su mirada dura era un reflejo del hombre despiadado que ahora entendía que siempre había sido.

—¡Ya basta, Cristel! —bramó, y entonces sucedió lo impensable. Levantó la mano y fue él quien la golpeó a ella.

El sonido de la bofetada resonó en la habitación, dejando una marca roja en su mejilla. Pero más que el dolor físico, fue la destrucción de su dignidad lo que la dejó paralizada. 

La sorprendió que él la golpeara, aunque en el pasado ya le había puesto un dedo encima. Había tratado de borrar ese amargo recuerdo durante más de dos años.

Él dio un paso atrás, respirando con dificultad.

—¿Crees que con tus escenitas puedes arreglar algo? ¡Eres la razón por la que esto no funcionó desde el comienzo! —Su voz era fría y llena de desprecio.

Lo que vino después fue aún peor.

—¿Quieres hablar de traiciones?—continuó él. —¿Por qué no mencionas al niño que perdiste? ¿Crees que no lo iba a saber nunca? —Las palabras de Brandon eran un veneno que la paralizó. —Ese aborto fue el principio del fin para nosotros, Cristel. Nunca serviste para darme un hijo varón, y cuando lo intentaste, lo perdiste. Tu cuerpo no sirve para procrear herederos.

Cómo pudo, siguió conteniendo las lágrimas que le quemaban en los ojos para no derrama una sola. Reunió el poco orgullo que le quedaba.

—¡No te atrevas a hablar de ese bebé! ¡No te da el derecho, maldito cobarde!

Hizo a un lado ese mal recuerdo, el momento cuando perdió a su bebé. Brandon era el único culpable; sin embargo, él trataba de hacerle creer que todo había sido su culpa. Según su esposo, ella lo había provocado y fue todo cuando terminó en tragedia.

Brandon señaló hacia la puerta, indiferente a su dolor, no le importaban los sentimientos de su esposa.

—Ya no hay lugar para ti aquí, así que lárgate de una m*****a vez de mi casa.

Se quedó paralizada de nuevo, no hizo nada por moverse cuando fue echada, pero él no esperó a que ella reaccionara, así que la agarró del brazo con fuerza y la arrastró hacia la puerta.

La amante los siguió y le gritó las últimas palabras antes de empujarla fuera del apartamento.

—¡Fuera de aquí, patética! No queremos volver a ver tu cara fea nunca más. ¡Y espero que no se te ocurra buscar a Brandon, o lo lamentarás!

Aquellas dos palabras de, “lo lamentarás” resonaron en su cabeza, ¿podía pasarle algo peor que esto?, se cuestionó preocupada.

La puerta se cerró con un estruendo, dejándola sola en el pasillo. Ese sonido la hizo responder, pero su cuerpo solo se sobresaltó.

Cuando bajó al vestíbulo, vio que la tormenta afuera era feroz. La lluvia y el viento azotaban las calles, pero el ruido de algo cayendo la hizo mirar otra vez hacia afuera.

Salió de prisa sin pensarlo dos veces y comprobó lo que estaba ocurriendo. Desde el balcón del apartamento que había sido suyo, vio cómo su ropa, zapatos y otras pertenencias eran lanzados en el aire, y caían en el asfalto mojado.

—¡Se te olvidó esto! —gritó Corina, riéndose mientras la observaba desde arriba. —¡Tu basura también sobra aquí, llévatela contigo!

Brandon apareció a lado de su amante y la abrazo por la cintura mientras ambos la miraban con desdén.

Cayó de rodillas bajo la lluvia, tratando de recoger su ropa empapada. Pero al ver que era un esfuerzo inútil, dejó todo en el suelo. Con los ojos llenos de lágrimas, se levantó lentamente, negándose a darles el gusto de verla derrotada.

—No les daré el espectáculo que quieren ver, no dejaré que me humillen más, —se dijo a sí misma mientras caminaba para irse, no importaba que hubiera una tormenta.

Aún no sabía a dónde debía ir, pero una cosa era segura: su hija no la vería en ese estado. Tendría que encontrar fuerzas para volver y ver a Alana a los ojos, y no era el momento de hacerlo.

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