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CAPÍTULO 3: ENCUENTRO EN LAS SOMBRAS

CAPÍTULO 3: ENCUENTRO EN LAS SOMBRAS

Las calles de Chicago eran un laberinto frío y de solado. Cristel caminaba sin rumbo, su mente atrapada en un torbellino de dolor. Cada paso parecía más pesado que el anterior, como si las palabras de Brandon y las risas de Corina fueran cadenas invisibles que la arrastraban al abismo.

Se detuvo un momento, apoyándose contra una pared mientras intentaba contener las lágrimas. Su respiración era irregular, y su cuerpo temblaba. En algún lugar lejano, su reflejo se asomó en un vidrio roto. Apenas pudo reconocerse: el cabello desordenado, el maquillaje corrido, la marca del golpe en su rostro. Una sombra de lo que había sido.

Cerró los ojos, apretando los puños. “Patética,” la palabra resonó en su cabeza, cargada de desprecio, arrancándole el poco aire que le quedaba. No tenía a dónde ir, ni a quién acudir. Su hija, Alana, era lo único que la mantenía en pie, pero incluso ese pensamiento se sentía distante en ese momento.

No escuchó los pasos hasta que ya fue demasiado tarde. Un grupo de hombres emergió de las sombras, rodeándola con sonrisas torcidas.

—Mira lo que tenemos aquí —dijo uno, examinándola con ojos llenos de malicia.

Cristel retrocedió instintivamente, pero la pared fría a su espalda cortó cualquier escape. Su corazón comenzó a latir con fuerza mientras la realidad se volvía aún más aterradora.

—¿Qué hace una mujer como tú caminando sola a estas horas? —preguntó otro, acercándose.

—Déjenme en paz —murmuró, pero su voz era débil, apenas audible.

Los hombres se rieron, y uno de ellos extendió una mano hacia ella. Cristel intentó moverse, pero su cuerpo estaba paralizado por el miedo. Otro la empujó contra la pared, y un dolor agudo le recorrió la espalda. Quiso gritar, pero su voz no salió.

—Creo que nos vamos a divertir mucho contigo —dijo uno, inclinándose demasiado cerca.

De repente, una voz grave y autoritaria rompió el aire.

—Suéltenla.

Los hombres se giraron, enfrentándose a una figura que emergía de la oscuridad. Era alto, vestido de negro, y su mirada helada parecía cortar como un cuchillo. Su sola presencia detuvo a los atacantes en seco.

—¿Y tú quién diablos eres? —gruñó uno, intentando sonar desafiante.

El hombre no respondió. En un movimiento rápido y preciso, lo derribó con un golpe al estómago. El atacante cayó al suelo, retorciéndose de dolor, mientras los demás observaban, indecisos.

—Si tienen algo de sentido común, se largarán ahora mismo —dijo, su voz baja pero cargada de peligro.

Uno de los hombres intentó avanzar, pero no llegó lejos. El extraño lo neutralizó con una facilidad que dejó claro que no era alguien común. Los otros no necesitaron más advertencias. Murmurando maldiciones, huyeron hacia la oscuridad.

Yaroslav se giró hacia Cristel, que ahora estaba sentada en el suelo, con la cabeza inclinada y su cabello húmedo ocultaba su rostro, su cuerpo débil temblaba por culpa del frío y por la fiebre que comenzaba a tener.

Los pasos de Yaro, resonaban en la calle vacía mientras se acercaba lentamente. Al agacharse e inclinarse hacia ella, un aroma dulce y floral despertó algo enterrado en su memoria.

Fue hasta entonces cuando ella levantó muy apenas la cabeza, encontrándose con ojos miel nublados por las lágrimas contenidas. Pero la joven apenas murmuró algo intangible antes de desplomarse contra su pecho. Yaroslav la sostuvo antes de que cayera por completo, acomodándola con cuidado en sus brazos para que no cayera contra el suelo.

En eso la miró detenidamente, y su respiración se entrecortó al reconocerla. Ese rostro… no había forma de olvidarlo. Era la misma mujer que había marcado su memoria desde aquella noche y antes de ese momento.

Recordó el calor de su cuerpo, su aroma, y cómo se había grabado en su mente desde entonces.

Sin embargo, ese recuerdo también trajo consigo una oleada de molestia y resentimiento. Después de aquella noche, ella había desaparecido sin decir nada, dejándolo con preguntas sin respuesta y una sensación de vacío que lo había perseguido durante esos seis años.

Y ahora, ahí estaba, vulnerable y rota, despertando en él emociones contradictorias que lo desafiaban de nuevo a mantener el control.

Sin apartar del todo su mirada de ella, la levantó con facilidad y la llevó hacia su coche. Algo profundo se instaló en su pecho, un impulso de protegerla, a pesar de todo.

La acomodó con cuidado en el asiento trasero, mientras su mano derecha y mejor amigo, Bogdan, observaba con una expresión de escepticismo desde el asiento del conductor. Yaroslav se sentó en el asiento del copiloto, todavía atrapado en sus pensamientos.

—Pensé que irías por algo de comida, y lo que trajiste fue a una indigente —dijo Bogdan con un gesto de desdén, observando a la chica por el espejo retrovisor. —No sabía que te gustaba hacer actos de caridad.

El comentario rompió la burbuja de sus pensamientos, y Yaroslav apretó los dientes. Había pasado tanto tiempo buscándola sin éxito, y ahora, el destino la había puesto frente a él en las circunstancias más inesperadas.

—Ella no es un vagabundo —espetó Yaroslav, su tono gélido y cortante.

El comentario de su amigo lo había irritado más de lo que quería admitir. Bogdan se encogió de hombros, pero no dijo nada más.

Yaroslav volvió la mirada al asiento trasero dónde estaba recostada y dormida. Sus facciones relajadas en un contraste desgarrador con la vulnerabilidad que emanaba.

Por un lado, sintió alivio de que no escuchara las palabras de Bogdan; por otro, no podía evitar preguntarse qué demonios había pasado en su vida para encontrarla en un estado tan lamentable.

No estaba seguro de si quería desenterrar la parte de su pasado que la llevó a ese punto o entender su situación actual. Lo único que tenía claro era que, ahora que la había encontrado, su mayor deseo era protegerla.

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