CAPÍTULO 5: MADRE DESESPERADA
Cristel caminaba con paso apresurado y el corazón martillándole el pecho. La idea de volver a la casa de su prima para recoger a Alana y llevársela consigo era lo único que ocupaba su mente. Sabía que la situación con su esposo había llegado a un punto de no retorno, y la palabra divorcio retumbaba en su cabeza como un eco implacable.
Cuando llegó a la casa de su prima Lucía, tocó la puerta con insistencia. Su pecho subía y bajaba con ansiedad mientras esperaba. Lucía abrió la puerta con cara de desconcierto.
—Cristel, ¿qué haces aquí? —preguntó Lucía, con el ceño fruncido, claramente confundida.
—¿Cómo que, qué hago aquí? —respondió, sorprendida. Respiró hondo antes de continuar—. Vine por Alana. Necesito llevarla conmigo.
Su prima frunció aún más el entrecejo, y su expresión pasó de sorpresa.
—Cristel… Alana ya no está aquí.
—¿Qué? —La voz de Cristel se quebró, una punzada de miedo recorriéndole el cuerpo—. ¿A qué te refieres con que ya no está aquí? Ayer te la dejé y te dije que pasaría por ella después de…
Sus palabras se ahogaron en su garganta, incapaz de terminar la frase. No quería recordar lo que había sucedido.
—Brandon vino por ella, hace un rato. Dijo que estabas esperándolos en tu casa, que preferiste quedarte ahí mientras él la recogía —explicó su prima con tono calmado, aunque su mirada no ocultaba la confusión—. Parecía todo normal, Cristel… ¿Acaso no lo acordaron ustedes?
Cristel sintió como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago. Dio un paso atrás, el miedo subiéndole hasta la garganta.
—No… Yo no le pedí que hiciera eso —negó con la cabeza.
Su prima parpadeó, desconcertada, y su mirada se volvió más atenta.
—¿Qué sucede? ¿Pasó algo entre ustedes dos?
—No es momento para hablar de eso —cortó rápidamente, desviando la mirada y esquivando la pregunta. Su pecho subía y bajaba agitado—. No tengo tiempo, necesito ir a buscar a Alana.
—Cristel… —Intentó decir su prima, notando la urgencia en su voz y la inquietud en su semblante.
—Por favor, no me preguntes ahora —interrumpió con firmeza, tomando aire para contener la desesperación que amenazaba con desbordarse—. Tengo que irme.
Sin esperar respuesta, giró sobre sus talones y salió apresuradamente, dejando atrás la preocupación de su prima y el peso de las explicaciones que aún no estaba lista para dar. Lo único que importaba en ese momento era recuperar a su hija.
El trayecto hacia el edificio donde solía vivir con su esposo fue un torbellino de emociones. Al llegar, sin siquiera tomar aire, subió al elevador de prisa y presionó el botón con tanta fuerza que sus manos temblaron.
Cuando las puertas se abrieron, salió casi corriendo, sintiendo que el aire quemaba en sus pulmones. Su corazón palpitaba con furia mientras avanzaba por el pasillo que había pasado muchas veces antes. Sin dudarlo, se plantó frente a la puerta del apartamento y golpeó con fuerza, una y otra vez.
—¡Brandon, abre la puerta! —gritó, su voz rota entre la desesperación y la ira.
Golpeó nuevamente, con los nudillos enrojecidos. Su paciencia se había agotado.
Brandon abrió, con una sonrisa sarcástica en los labios.
—Vaya, te tardaste, creí que eras una madre responsable y que estarías aquí temprano. ¡Qué decepción, Cristel!
—¿Dónde está Alana? —espetó Cristel, ignorando sus palabras con la voz temblorosa por la ira y nervios.
—¿Dónde más? En su casa, con su padre, donde debe de estar mi hija. —Su tono era provocador, como si estuviera disfrutando de la desesperación de ella.
—¿Ahora si te importa? Recuerdo que ayer dijiste lo contrario —trató de sonar firme, aunque sentía que el pánico la consumía. —Alana no se va a quedar aquí. Así que dame a mi hija.
Brandon cruzó los brazos y sonrió con malicia.
—He cambiado de opción, mi hija no se va a ir contigo. Alana está mejor aquí conmigo que con su madre irresponsable.
—¡Es mi hija! Tengo más derecho que tú.
La burla desapareció del rostro de Brandon, y fue sustituida por una furia fría y peligrosa.
—No puedes sacarla de este lugar sin mi permiso. Yo también tengo derecho sobre ella. Te puedo quitar la custodia con solo tronar los dedos. No tienes nada con que defenderte. Tú no tienes un techo propio a donde llevarla. Yo tengo mi trabajo y este apartamento, yo soy el que le puede dar una vida segura. En cambio, tú… —Su mirada se volvió cruel—, no tienes ni en que caerte muerta, Cristel.
Algo dentro de ella la asustó, pero no retrocedió. En cambio, se escabulló, por un lado, y entró al apartamento. Caminó hacia la sala, donde Alana estaba sentada en el suelo, abrazando una muñeca con fuerza.
—Mamá —llamó la niña, con sus ojos grises llenos de lágrimas. Estaba asustada.
Cristel corrió hacia ella y la tomó en sus brazos.
—Nos vamos, te llevaré lejos de aquí, cariño. Todo estará bien, no llores, por favor.
La apretó contra su pecho.
Pero Brandon llegó y con rapidez le arrebató a la pequeña antes de que llegaran a la puerta.
—¡Suelta a mi hija! —gritó Cristel, con lágrimas de impotencia. —¡Entrégamela!
Brandon bajó a la pequeña y la empujó hacia el sofá, luego volvió para ver a su esposa, con la mandíbula tensa y los ojos encendidos de ira.
—¿Sabes qué, Cristel? ¡Me tienes harto!
Su mano se levantó antes de que ella pudiera reaccionar, y la bofetada que le dio fue más fuerte que la anterior. Esta vez la había golpeado con el puño cerrado, eso provocó que cayera al suelo de rodillas.
—¡Mami! —sollozó la pequeña, horrorizada, cubriéndose las orejas con ambas manos y negando con la cabeza. —¡Mami! ¡Mamitaaa! —repitió y repitió.
Brandon se giró hacia la niña, su voz estalló como un trueno.
—¡Cállate de una m*****a vez, mocosa!
El llanto de Alana no hizo más que enfurecerlo. Brandon levantó la mano hacia ella, dispuesto a golpearla a ella también. Cristel se dio cuenta de lo que estaba por hacerle a su hija, entonces con un movimiento rápido se puso de pie y se interpuso en medio, como una pared, para evitar que la tocara.
—¡No te atrevas a tocar a mi hija, maldito desgraciado!
Brandon no contuvo su fuerza. Su puño chocó contra el costado de Cristel, haciéndola caer una vez más, esta vez llevándose el golpe entero en su cuerpo. El dolor le atravesó cada fibra, pero no importaba. Miró a su hija, aterrada y temblando, arrinconada en el sofá. Fue entonces cuando algo dentro de ella se rompió al captar esa imagen de miedo en Alana.
Sintió el peso del arma en el bolsillo del abrigo. Y sin pensar dos veces, con las manos temblorosas, la sacó y se puso de pie mientras le apuntaba a su esposo con ella.
—¡Aléjate de nosotras! —dijo entre dientes.
Brandon se detuvo en seco, con la incredulidad marcada en su rostro.
—¿Qué demonios estás haciendo, Cristel? ¿Vas a dispararme?
Ella no bajó el arma. Sus manos temblaban, pero sus ojos brillaban con una mezcla de miedo y determinación.
—¡Te dije que te alejaras! —esta vez gritó más alto.
El llanto de Alana apenas se escuchaba al fondo de la sala, se había aferrado de nuevo aquella muñeca con tanta fuerza. Brandon levantó las manos lentamente, con una sonrisa burlona en los labios.
—Eres estúpida. Tú no sabes usar un arma.
—Inténtalo y ponme a prueba —escupió Cristel, con voz quebrada pero decidida.
Brandon dio un paso atrás, levantando las manos con gesto de rendición.
—Maldita zorra… —masculló, pero al ver el arma temblar en sus manos, avanzó con rapidez para intentar quitársela. Apenas dio dos pasos cuando un disparo resonó en la habitación.
Cristel sintió el retroceso del arma en sus manos y vio cómo una mancha roja se extendía rápidamente por la camisa de Brandon. Le había disparado. ¿Lo había herido de gravedad? ¿O, tal vez, iba a morir?
Su respiración se volvió errática, y un frío intenso le recorrió el cuerpo. Un pensamiento la golpeó como un rayo: si él moría, eso a ella la convertiría en una asesina.
CAPÍTULO 1: EL PASADOCristel tenía catorce años cuando lo vio por primera vez. Estaba en un restaurante con sus padres, charlando con su madre y riendo suavemente, como si el mundo fuera simple y tranquilo. No había nada en su comportamiento que indicara que sabía lo que realmente sucedía a su alrededor, ni que aquel instante marcaría el comienzo de algo que cambiaría sus vidas para siempre.Yaroslav, con diecinueve años, cruzó la puerta con el porte de alguien que ya cargaba el peso del mundo sobre sus hombros. Su padre lo había llevado para discutir negocios, una de tantas reuniones que formaban parte de su entrenamiento como heredero. Pero aquella noche, todo eso quedó en segundo plano cuando la vio.Ella reía, ajena a su entorno, completamente absorta en la conversación con su madre. Yaroslav se quedó inmóvil, como si el tiempo se hubiera detenido. Su mirada se posó en ella, estudiando cada detalle: la curva de su sonrisa, el brillo despreocupado de sus ojos, la delicadeza de su
CAPÍTULO 2: LA TORMENTA SE DESATÓ SEIS AÑOS DESPUÉS ACTUALIDAD Cristel cruzó la puerta del apartamento, todavía aferrando el ramo de flores marchito contra su pecho por el mal tiempo. Incluso la lluvia había empapado su ropa, pero no podía importarle menos. Apenas habían pasado treinta minutos desde que dejó a su hija, Alana, en casa de su prima.Hoy era su sexto aniversario y quería pasar la noche con su esposo. A pesar de los años difíciles que pasaron, había decidido darle otra oportunidad a su matrimonio. Pero el sonido de risas y murmullos la detuvo en seco.Se tensó. Su corazón latía con fuerza, como si ya supiera lo que estaba a punto de descubrir. Avanzó lentamente hacia el dormitorio. La puerta estaba entreabierta. Empujó con suavidad, y los vio.Brandon, su esposo, estaba enredado con Corina. Su mejor amiga.El ramo cayó de sus manos, y un jadeo de incredulidad escapó de su garganta.—¡Brandon! —gritó, su voz desgarrándose.Él no se inmutó. Giró la cabeza con calma, y una
CAPÍTULO 3: ENCUENTRO EN LAS SOMBRAS Las calles de Chicago eran un laberinto frío y de solado. Cristel caminaba sin rumbo, su mente atrapada en un torbellino de dolor. Cada paso parecía más pesado que el anterior, como si las palabras de Brandon y las risas de Corina fueran cadenas invisibles que la arrastraban al abismo.Se detuvo un momento, apoyándose contra una pared mientras intentaba contener las lágrimas. Su respiración era irregular, y su cuerpo temblaba. En algún lugar lejano, su reflejo se asomó en un vidrio roto. Apenas pudo reconocerse: el cabello desordenado, el maquillaje corrido, la marca del golpe en su rostro. Una sombra de lo que había sido.Cerró los ojos, apretando los puños. “Patética,” la palabra resonó en su cabeza, cargada de desprecio, arrancándole el poco aire que le quedaba. No tenía a dónde ir, ni a quién acudir. Su hija, Alana, era lo único que la mantenía en pie, pero incluso ese pensamiento se sentía distante en ese momento.No escuchó los pasos hasta q
CAPÍTULO 4: DESCONFIANZA. ¿QUÉ ME HICISTE?El primer rayo de luz atravesó las cortinas de aquel lugar, despertando a Cristel con un leve quejido. Parpadeó, confundida, mientras el aroma a madera y una leve fragancia masculina la envolvían, algo que le hizo recordar el pasado por un breve momento, pero no podía ser él, se dijo en su mente. Al intentar levantarse, notó que algo estaba mal. Su ropa había desaparecido de su cuerpo, sustituida por una camisa masculina que le cubría hasta los muslos. La prenda olía a limpio, pero el detalle no la reconfortó; al contrario, su desconcierto se transformó en alarma.Giró la cabeza y lo vio. Sentado en un sillón cercano, con una postura relajada, pero una mirada gélida que la atravesaba como un cuchillo, estaba el hombre más imponente que había visto en su vida. Enorme, de hombros anchos y con una presencia que hacía que el aire se tornara denso, él la observaba en silencio. Su mandíbula firme y sus ojos grises tenían algo entre desafío y peligr