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Destinada al Mafioso
Destinada al Mafioso
Por: Anne Mon
CAPÍTULO 1: EL PASADO

CAPÍTULO 1: EL PASADO

Cristel tenía catorce años cuando lo vio por primera vez. Estaba en un restaurante con sus padres, charlando con su madre y riendo suavemente, como si el mundo fuera simple y tranquilo.

No había nada en su comportamiento que indicara que sabía lo que realmente sucedía a su alrededor, ni que aquel instante marcaría el comienzo de algo que cambiaría sus vidas para siempre.

Yaroslav, con diecinueve años, cruzó la puerta con el porte de alguien que ya cargaba el peso del mundo sobre sus hombros. Su padre lo había llevado para discutir negocios, una de tantas reuniones que formaban parte de su entrenamiento como heredero. Pero aquella noche, todo eso quedó en segundo plano cuando la vio.

Ella reía, ajena a su entorno, completamente absorta en la conversación con su madre. Yaroslav se quedó inmóvil, como si el tiempo se hubiera detenido. Su mirada se posó en ella, estudiando cada detalle: la curva de su sonrisa, el brillo despreocupado de sus ojos, la delicadeza de sus gestos. Había algo en ella que lo desarmaba, algo que no entendía, pero que le resultaba imposible ignorar.

Mientras los adultos se retiraban a un salón privado, Yaroslav permaneció en su lugar, atrapado en una especie de hechizo silencioso. Por un instante, consideró acercarse, decir algo, cualquier cosa. Pero se contuvo. No era el momento ni el lugar. Así que hizo lo único que podía: grabó en su memoria aquel instante, como si temiera que pudiera desvanecerse.

Esa noche quedó marcada en su mente. Para Cristel, fue solo una cena más. Para Yaroslav, fue el inicio de un recuerdo imborrable.

[***]

4 AÑOS DESPUÉS.

El aire fresco del jardín no logró apaciguar el torbellino en la mente de Cristel. La cena con sus padres se había extendido más de lo necesario, y la noticia que había recibido antes no hacía más que intensificar su necesidad de escapar. Pero justo cuando pensó que encontraría un momento de calma, el sonido de golpes secos la detuvo.

A unos metros, dos hombres corpulentos rodeaban a otro que apenas se mantenía en pie. Las sombras de la noche hacían la escena aún más siniestra, y el jadeo doloroso del hombre golpeado resonaba como un eco. Cristel sintió un escalofrío recorriendo su espalda. Todo en su interior le gritaba que retrocediera, que fingiera no haber visto nada. Pero algo más fuerte la mantuvo allí.

—¡Déjenlo en paz! —su voz cortó el aire, firme, aunque su corazón latía con fuerza desbocada.

Los hombres se giraron hacia ella, sorprendidos. Uno de ellos la miró con una sonrisa burlona, examinándola como si fuera un simple inconveniente.

—¿Y tú qué crees que estás haciendo, muñeca? —su tono era despectivo, pero Cristel no se dejó intimidar.

—Llamé a la policía. Están en camino —dijo, con una valentía que no sabía de dónde venía.

Los hombres intercambiaron miradas, dudando por un instante. Ese momento fue suficiente para que Cristel diera otro paso al frente.

—¡Ayuda! ¡Por favor, alguien que nos ayude! —gritó, haciendo eco en la noche.

—Maldita sea —gruñó uno de los hombres, jalando a su compañero—. Esto no vale la pena. Vámonos.

Ambos hombres retrocedieron y se giraron para después desaparecer en la oscuridad de la noche. Mientras se alejaron, lanzaron maldiciones entre dientes. Cristel esperó hasta que quedaran solos antes de acercarse al hombre que habían dejado golpeado.

—¿Está bien? —preguntó, arrodillándose frente a él.

Él levantó la cabeza y sus ojos se encontraron. El hombre era Yaroslav Korsakov, pero ella no lo iba a reconocer, aun si no llevará el antifaz que le cubría parte de su rostro.

Lo único que pudo notar fue la sangre que corría desde su ceja hasta la hinchazón en su pómulo y una magulladura en tono rojizo de su labio. Pero lo que la dejó inmóvil fueron sus ojos grises penetrantes. Había algo en ellos, algo que le resultó familiar.

—Ayúdame... a salir de aquí... —murmuró él, con voz ronca y baja. Llevó el brazo a su costado para tocarse una de las costillas, le dolía mucho, al parecer se la habían quebrado.

Cristel no dudó ni un segundo, menos cuando notó el gesto de dolor en su cara. Lo ayudó a levantarse y después pasó el brazo de él por sus hombros para que se mantuviera de pie mientras lo sostenía de la cintura. Él era muy alto y pesado, mucho más de lo que esperaba, pero no se detuvo hasta llegar a la salida, donde pidió un taxi y subió con él.

No quería dejarlo solo, no hasta ver que estaba en un lugar seguro. Llegaron a un hotel cercano después de indicarle al chofer a dónde necesitaban ir.

Cuando bajaron del taxi, ella miró el edificio. Era más elegante y majestuoso que en el que se quedaba con su familia y donde lo encontró golpeado.

—¿Está hospedado aquí? —jadeó, esforzándose por mantenerlo de pie nuevamente.

—Sí —respondió él, débilmente.

En cuanto llegaron a la suite, Cristel lo ayudó a sentarse en la cama. Su respiración seguía agitada, pero el alivio de estar fuera de peligro parecía calmarlo un poco.

—Acuéstese, estará mejor así —dijo, empujándolo con suavidad hacia el respaldo de la cama.

Él obedeció y se recostó lentamente, mientras la observaba en silencio. Había algo en ella que lo desarmaba, sin duda la recordaba perfectamente. Hubo un momento en su vida donde creyó haber olvidado esa sensación, pero esta vez lo sintió con fuerza.

Cristel fue al baño y regresó con un botiquín.

—Voy a limpiarlo —avisó, y empapó una gasa en alcohol.

Yaroslav no se movió mientras ella limpiaba la sangre de su rostro con cuidado, sus ojos no se apartaron de ella ni un solo momento. Cristel miró el antifaz y, sin pensar, llevó su mano hacia él.

—Déjeme quitarle esto. Será más fácil.

Pero antes de que pudiera tocarlo, él atrapó su mano para detenerla.

—No. Déjalo.

Lo miró, confundida. Se le hizo extraño que prefiriera seguir ocultándose; sin embargo, no insistió. Mientras continuaba limpiando las heridas, su mirada se detuvo en su boca. Había algo en él, algo en esos labios que la hacía sentir extrañamente atraída.

Él también lo sintió. Ese impulso que llevaba reprimiendo durante años y esa necesidad de sentirla contra su cuerpo. La primera vez que la vio, había sido un deseo imposible, pero lo detuvo en ese instante. Ahora, ella estaba ahí, a su alcance y sola. Antes de poder detenerse, se inclinó hacia adelante y atrapó sus labios en un beso.

Cristal se quedó inmóvil al principio, estaba completamente sorprendida, pero no lo rechazó. Su tacto fue suave, casi reverente, había una intensidad reprimida, que para él era imposible de ignorar ahora. Sin embargo, después de unos segundos, Yaroslav se apartó bruscamente, no quería que se asustara y saliera corriendo.

—Esto no está bien… —murmuró, sin mirarla, lo había dicho más para él—. No me conoces —eso sí fue directo para ella.

Volvió a mirarla a los ojos. Cris se mantuvo ahí, ni siquiera se alejó un centímetro, al parecer ella quería más. La mirada de ella se lo dijo.

—Eso no es lo que importa. Estás muy herido y puedes lastimarte más si haces esfuerzo.

Sus palabras eran racionales, pero había algo detrás. Yaroslav no podía seguir ignorando el deseo que lo consumía por dentro, incluso en ella había notado lo mismo. Así que hizo a un lado todo, y esta vez la tomó por la cintura, para atraerla hasta su cuerpo y apretarla contra él.

De nuevo la beso, pero esta vez fue distinto, con más pasión, con más intensidad.

Esta vez ella no dudó en responder, solo se dejó llevar por ese instante. Sus bocas se movieron con urgencia, con una necesidad que ambos no lograrían explicar en ese momento, solo sentirlo. La tensión en el aire creció y se dejaron envolver por el deseo que encendió sus cuerpos.

No importaba si ella no lo conocía o si al día siguiente no lo recordaba. Tampoco le preocupaban sus heridas ni el dolor en su costado. En su mente solo existía ella. No iba a dejar pasar ese momento ahora que la tenía entre sus brazos. Aunque fuera solo por un instante y nunca más volviera a tenerla, valdría la pena.

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