Capítulo 3 - Momento de enfrentar una realidad

   Adara

Terminé de arreglarme para presentarme en la constructora. Ayer, después de que la gente se fue, nos quedamos en la casa, con nuestro pequeño príncipe… —No pienses de nuevo en eso, pero no podía mentirme a mí misma, así me vean sonriente. Mi alma no sanaba, creo que jamás sanará por la pérdida de mi bebé y el llanto de mi pequeño príncipe solo renovó todo.

Pero Maco tenía razón, ya era momento de enfrentar mi verdad, y no iba a permitir que ese imbécil se case, y si lo hace, haré que se arrepienta. Él sigue odiándome, y yo he sido la primera promotora para incrementar ese desprecio al darle a entender que, si lo hice, el problema fue que él no entendió la ironía.

Y los antecedentes a mi espalda, por creerme una mujer empoderada y liberal… yo misma, por creerme toda poderosa, me enteré el puñal. Tampoco quiero pensar en las palabras del padre Castro, si lo hago no tendré la valentía de plantarme en mi empresa. —tocaron a la puerta.

—¡Adelante!

Papá ingresó. Ya se encontraba arreglado. Hoy por fin tomaba posición de mi herencia. Cuando cumplí los veintiún, me la iba a entregar, pero yo estaba recién egresada y al año pasó lo del Amazonas y le dije que siguiera al frente, pero de eso habían pasado cinco años.

—Veo que estás lista. Ya Carlos nos espera en la constructora.

—Gracias, papá. —Lo abracé.

—Estoy convencido de que puedes estar la frente, pero ahora que lo aceptas, lo haces para hacerle la vida imposible a Julián. —sonríe.

—No lo hago por eso. —mentí.

—Más sabe el diablo por viejo que por diablo. —terminé encogiéndome de hombros.

—No lo veré siempre, César no le ha entregado las riendas a Julián. Por eso no me lo toparé con él.

—El orgullo no ayuda, hija, no permitas que ese sentimiento tan dañino destruya ese hermoso corazón que tienes. Ahora vamos a desayunar. Y gracias, —arrugué la frente—. Me estás liberando de trabajo y así puedo consentir más a tu madre y a mi nieto.

Llegamos al consorcio, esperaba en la junta directiva con mi padre la llegada del abogado, pero quienes ingresaron fueron César y Julián. —Siempre pasaba lo mismo, él lograba mover todas las fibras de mi cuerpo y era el dueño de mi corazón, ese que solo brincaba ante su presencia.

No era un hombre bonito, pero sí más que su padre; no obstante, Julián era jodidamente atractivo, bendito porte masculino, su altura, seriedad… —Sé cuánto me amaba y odiaba al mismo tiempo. Yo jugué… —. Se sentaron enfrente y, al ver su reacción, me di cuenta del plan de nuestros padres. Nos acabaron de hacer una encerrona.

—Buenos días, —llegó Gabriela, quien acompañaba a Carlos—. Bueno, parece que les estamos entregando a nuestros hijos la sucesión de nuestras empresas. Gabriela ya es pasante en Derecho, ella a futuro se encargará de manejar los temas legales del consorcio y la constructora. Mi hija no se inclinó por lo penal, sino por lo comercial. —Gaby nos entregó las carpetas.

—Bueno, hijo, solo una firma me separa del estar todo el tiempo con tu madre. —comentó César, mi chico amargado firmó y le pasó la carpeta a su padre.

—Bueno, esta es la sucesión, se le hace entrega a Adara de su herencia y participación del consorcio.

Julián ahora era el representante legal de la constructora de su padre, y del 20% del consorcio en el cual yo era la dueña con el 40%. El resto era el 20% para Alejo y el otro 20% restante para Fernanda. Firmé, mi padre también. Los adultos se levantaron para tomarse un café. Gaby recogió las carpetas, todo fue hecho bajo el silencio absoluto de parte nuestra. No dejó de mirarme el ermitaño de la vida. Gaby se fue donde estaban los mayores.

—Entonces… Decidiste tomar tu responsabilidad.

—¿Algún problema? —hizo una mueca que le importaba un bledo.

—Me es indiferente.

—Me alegro, porque ahora, en los temas relacionados con las construcciones internacionales, soy tu jefe. —Lo volví a hacer, no pude identificar esa mirada café.

Ninguno de los dos habló. Mi padre tomaba un café muy ameno con César y Carlos, en el otro extremo de la sala de juntas; esto no fue casualidad y nosotros estábamos en una disputa de enojo en crecimiento. —Miré mi reloj, eran las ocho de la mañana.

—Princesa, —David, me llamó—. ¿Quieres ver tu oficina?

—Claro, papá. —Los adultos salieron, me levanté, acomodé la blusa.

—¿Eres consciente de que esto es una constructora? —También se levantó, con la mirada le pedí explicación—. No es una pasarela de moda, con esos tacones no podrás recorrer ninguna obra.

—El día que en mi agenda tenga que realizar un recorrido a una obra, me pondré las botas. Conoces muy bien que no me arrugo a estar llena de barro y trabajar en una construcción. Sin embargo, fuera de ellas me visto como quiera.

—Cuando termines de recibir tu oficina, la espero en la mía, tenemos itinerarios que cumplir, viajes a realizar. Su cargo y el mío comparten a la misma secretaria. Marleny le informará la agenda del día.

—Gracias por la información, —no quiero hacerme ilusiones, pero sus ojos brillaban y trataba de contener esa sonrisa socarrona, acomodó su traje, su reloj… ¿Se lo puso?—No se demore, señora Katsaros.

—Señorita.

El cínico se acercó tanto que me hizo alzar la mirada por la diferencia de estatura y su deliciosa fragancia nubló mi sentido.

—Yo sé perfectamente que no lo eres, desde hace mucho tengo constancia de ello.

Me sonrojé, él era el único hombre en mi vida, aunque me había besado con muchos y eso me creó una falsa imagen, ni tan falsa, no he sido tan santa, eso me lo hizo ver el padre Castro, y mis padres.

—Un comentario de mal gusto. —volvió a sonreír, pero tenía ese dejo de rabia.

—Y varios también lo saben. —Sentí mi rostro arder. Le sonríe.

—¿Qué le puedo decir, señor Abdala? El sexo me encanta. —Ahora fue su turno de cambiar de color, esos preciosos ojos cafés.

—Sí, siempre se me olvida la clase de mujer que es usted. —De nuevo me habló de usted. Le sonreí con picardía, me acerqué más.

—No debe de extrañarle, señor Abdala.

Tragó saliva de manera fuerte, mi mano descaradamente tocó su pene por fuera del pantalón y ya estaba como me lo imaginé, mi blusa y la sensual manera en que mostré una parte lo puso así.

» Usted tiene cierta fascinación por las mujeres bandidas. —Le apreté un poco más y se vio ese dejo de deseo, no se alejó. La última vez que intimamos fue en Brasil, en ese momento tenía años de no tener sexo.

—Veo que será muy entretenido trabajar con usted, «señorita» Katsaros. —pronunció con sarcasmo la palabra señorita.

—Todo dependerá de si deseo jugar.

El muy descarado se acercó y se adueñó de mi labio. No fue un beso, mordió lo justo para desequilibrarme, pero en mi mano tenía algo demasiado duro en el que aferrarme. Escuchamos cuando abrieron la puerta y, por instinto, se alejó. Se sentó para ocultar la evidente erección que se le marcaba en el pantalón. Me reí de la situación, yo estaba hecha agua entre mis piernas, pero esas eran las ventajas de ser mujer.

—Te estoy esperando, hija.

—Ya voy, papá. —Su mirada era que me las pagarás. Volvimos a quedar solos en la sala de juntas, me alejé, pero luego regresé donde estaba aún sentado—. Julián, si quieres jugar, tendrás que dejar a tu novia.

—Lamento decirle, señora, que a mi novia no la pienso dejar. —Se levantó y acercó, pero ya estaba enojado—. Tú siempre eres materia fácil… ¿Cierto? —Me dieron ganas de llenarlo de puños. Pero apelé a esa manera de comportarme y me encogí de hombros.

—Entonces quédese a dos metros de distancia, señor Abdala. No quiero infectarme. —Le sonreí y salí de la sala de juntas. Algún día sabrás la verdad. 

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