Adara
Terminé de arreglarme para presentarme en la constructora. Ayer, después de que la gente se fue, nos quedamos en la casa, con nuestro pequeño príncipe… —No pienses de nuevo en eso, pero no podía mentirme a mí misma, así me vean sonriente. Mi alma no sanaba, creo que jamás sanará por la pérdida de mi bebé y el llanto de mi pequeño príncipe solo renovó todo.
Pero Maco tenía razón, ya era momento de enfrentar mi verdad, y no iba a permitir que ese imbécil se case, y si lo hace, haré que se arrepienta. Él sigue odiándome, y yo he sido la primera promotora para incrementar ese desprecio al darle a entender que, si lo hice, el problema fue que él no entendió la ironía.
Y los antecedentes a mi espalda, por creerme una mujer empoderada y liberal… yo misma, por creerme toda poderosa, me enteré el puñal. Tampoco quiero pensar en las palabras del padre Castro, si lo hago no tendré la valentía de plantarme en mi empresa. —tocaron a la puerta.
—¡Adelante!
Papá ingresó. Ya se encontraba arreglado. Hoy por fin tomaba posición de mi herencia. Cuando cumplí los veintiún, me la iba a entregar, pero yo estaba recién egresada y al año pasó lo del Amazonas y le dije que siguiera al frente, pero de eso habían pasado cinco años.
—Veo que estás lista. Ya Carlos nos espera en la constructora.
—Gracias, papá. —Lo abracé.
—Estoy convencido de que puedes estar la frente, pero ahora que lo aceptas, lo haces para hacerle la vida imposible a Julián. —sonríe.
—No lo hago por eso. —mentí.
—Más sabe el diablo por viejo que por diablo. —terminé encogiéndome de hombros.
—No lo veré siempre, César no le ha entregado las riendas a Julián. Por eso no me lo toparé con él.
—El orgullo no ayuda, hija, no permitas que ese sentimiento tan dañino destruya ese hermoso corazón que tienes. Ahora vamos a desayunar. Y gracias, —arrugué la frente—. Me estás liberando de trabajo y así puedo consentir más a tu madre y a mi nieto.
Llegamos al consorcio, esperaba en la junta directiva con mi padre la llegada del abogado, pero quienes ingresaron fueron César y Julián. —Siempre pasaba lo mismo, él lograba mover todas las fibras de mi cuerpo y era el dueño de mi corazón, ese que solo brincaba ante su presencia.
No era un hombre bonito, pero sí más que su padre; no obstante, Julián era jodidamente atractivo, bendito porte masculino, su altura, seriedad… —Sé cuánto me amaba y odiaba al mismo tiempo. Yo jugué… —. Se sentaron enfrente y, al ver su reacción, me di cuenta del plan de nuestros padres. Nos acabaron de hacer una encerrona.
—Buenos días, —llegó Gabriela, quien acompañaba a Carlos—. Bueno, parece que les estamos entregando a nuestros hijos la sucesión de nuestras empresas. Gabriela ya es pasante en Derecho, ella a futuro se encargará de manejar los temas legales del consorcio y la constructora. Mi hija no se inclinó por lo penal, sino por lo comercial. —Gaby nos entregó las carpetas.
—Bueno, hijo, solo una firma me separa del estar todo el tiempo con tu madre. —comentó César, mi chico amargado firmó y le pasó la carpeta a su padre.
—Bueno, esta es la sucesión, se le hace entrega a Adara de su herencia y participación del consorcio.
Julián ahora era el representante legal de la constructora de su padre, y del 20% del consorcio en el cual yo era la dueña con el 40%. El resto era el 20% para Alejo y el otro 20% restante para Fernanda. Firmé, mi padre también. Los adultos se levantaron para tomarse un café. Gaby recogió las carpetas, todo fue hecho bajo el silencio absoluto de parte nuestra. No dejó de mirarme el ermitaño de la vida. Gaby se fue donde estaban los mayores.
—Entonces… Decidiste tomar tu responsabilidad.
—¿Algún problema? —hizo una mueca que le importaba un bledo.
—Me es indiferente.
—Me alegro, porque ahora, en los temas relacionados con las construcciones internacionales, soy tu jefe. —Lo volví a hacer, no pude identificar esa mirada café.
Ninguno de los dos habló. Mi padre tomaba un café muy ameno con César y Carlos, en el otro extremo de la sala de juntas; esto no fue casualidad y nosotros estábamos en una disputa de enojo en crecimiento. —Miré mi reloj, eran las ocho de la mañana.
—Princesa, —David, me llamó—. ¿Quieres ver tu oficina?
—Claro, papá. —Los adultos salieron, me levanté, acomodé la blusa.
—¿Eres consciente de que esto es una constructora? —También se levantó, con la mirada le pedí explicación—. No es una pasarela de moda, con esos tacones no podrás recorrer ninguna obra.
—El día que en mi agenda tenga que realizar un recorrido a una obra, me pondré las botas. Conoces muy bien que no me arrugo a estar llena de barro y trabajar en una construcción. Sin embargo, fuera de ellas me visto como quiera.
—Cuando termines de recibir tu oficina, la espero en la mía, tenemos itinerarios que cumplir, viajes a realizar. Su cargo y el mío comparten a la misma secretaria. Marleny le informará la agenda del día.
—Gracias por la información, —no quiero hacerme ilusiones, pero sus ojos brillaban y trataba de contener esa sonrisa socarrona, acomodó su traje, su reloj… ¿Se lo puso?—No se demore, señora Katsaros.
—Señorita.
El cínico se acercó tanto que me hizo alzar la mirada por la diferencia de estatura y su deliciosa fragancia nubló mi sentido.
—Yo sé perfectamente que no lo eres, desde hace mucho tengo constancia de ello.
Me sonrojé, él era el único hombre en mi vida, aunque me había besado con muchos y eso me creó una falsa imagen, ni tan falsa, no he sido tan santa, eso me lo hizo ver el padre Castro, y mis padres.
—Un comentario de mal gusto. —volvió a sonreír, pero tenía ese dejo de rabia.
—Y varios también lo saben. —Sentí mi rostro arder. Le sonríe.
—¿Qué le puedo decir, señor Abdala? El sexo me encanta. —Ahora fue su turno de cambiar de color, esos preciosos ojos cafés.
—Sí, siempre se me olvida la clase de mujer que es usted. —De nuevo me habló de usted. Le sonreí con picardía, me acerqué más.
—No debe de extrañarle, señor Abdala.
Tragó saliva de manera fuerte, mi mano descaradamente tocó su pene por fuera del pantalón y ya estaba como me lo imaginé, mi blusa y la sensual manera en que mostré una parte lo puso así.
» Usted tiene cierta fascinación por las mujeres bandidas. —Le apreté un poco más y se vio ese dejo de deseo, no se alejó. La última vez que intimamos fue en Brasil, en ese momento tenía años de no tener sexo.
—Veo que será muy entretenido trabajar con usted, «señorita» Katsaros. —pronunció con sarcasmo la palabra señorita.
—Todo dependerá de si deseo jugar.
El muy descarado se acercó y se adueñó de mi labio. No fue un beso, mordió lo justo para desequilibrarme, pero en mi mano tenía algo demasiado duro en el que aferrarme. Escuchamos cuando abrieron la puerta y, por instinto, se alejó. Se sentó para ocultar la evidente erección que se le marcaba en el pantalón. Me reí de la situación, yo estaba hecha agua entre mis piernas, pero esas eran las ventajas de ser mujer.
—Te estoy esperando, hija.
—Ya voy, papá. —Su mirada era que me las pagarás. Volvimos a quedar solos en la sala de juntas, me alejé, pero luego regresé donde estaba aún sentado—. Julián, si quieres jugar, tendrás que dejar a tu novia.
—Lamento decirle, señora, que a mi novia no la pienso dejar. —Se levantó y acercó, pero ya estaba enojado—. Tú siempre eres materia fácil… ¿Cierto? —Me dieron ganas de llenarlo de puños. Pero apelé a esa manera de comportarme y me encogí de hombros.
—Entonces quédese a dos metros de distancia, señor Abdala. No quiero infectarme. —Le sonreí y salí de la sala de juntas. Algún día sabrás la verdad.
NadinaNo había dejado de mirarme. En el desayuno terminé sacándole el cuerpo, pero eso, solo hizo que él quedara más preocupado y por eso, me había buscado desde entonces. Los nervios me estaban matando; sin embargo, debía hacerle frente a esto y como nos había enseñado el padre Castro: «cuando una batalla se avecina y sientes que no podrás con ella, invoca al que todo lo puede y verás cómo él llega con sus ángeles.»Por alguna razón me cegué y no me inyecté la última vez. Ahora tenía trece semanas de embarazo.—Nadina, ya me tienes muy nervioso.—¡Estoy embarazada!Solté de una y sin contemplación. Su mirada pasó por una gama de sentimientos; para algunas cosas, nos entendíamos como si pudiéramos leernos la mente. Se levantó de la silla, cerré mis ojos, mi corazón palpitaba demasiado, la segregación aumentó, todo mi cuerpo transpiraba por el miedo a su reacción, las manos húmedas… —Intentó hablar, y volvió a callar. Caminaba de un lado a otro.—¿Falló el método anticonceptivo?«La v
JuliánAdara era una belleza de mujer, la miraba toda erguida e imponente, siempre con esa superioridad mal dirigida. Porque la admito por lo inteligente, pero ella lo lleva al punto de quedar como una mujer superficial y, grosera. En ocasiones suele quedar como una mujer fría e indiferente, lejos de esa calidad humana de sus padres.La susodicha ingresó a mi oficina, con su cabello rubio recogido. Detestaba sentirme tan débil al estar cerca de ella. Lo diferente que hubiera sido todo, si yo hubiera salido detrás de ella esa tarde que me encontró con la novia que tenía en ese entonces… No le expliqué lo que pasaba.Yo estaba terminando con ella, como habíamos acordado después de que por fin pudimos entendernos por esos seis meses, donde logramos tener una relación en la Amazona. La hice mía y podré ser muy machista, celoso y energúmeno, pero fui el primero en su vida, jamás me lo habría imaginado con todos los novios en su larga lista.Eso fue en sus veinte años, aunque no se lo diga
NadinaLlegamos de la reunión de Blanca, ya no podía seguir ocultándole a Eros que estaba embarazada.—Divina, ¿quieres cenar? —Le sonreí, me miró y suspiró—. Mientras preparo la cena, ¿podemos hablar? —mi corazón comenzó a latir más de prisa.—Claro.—Vi la invitación que te hicieron para presentarte en la galería de Nueva York.—Sí. —Aún no había decidido.Esa preciosa sonrisa me desarmó. Lo amaba, jamás lo negaré, pero yo quería más. Necesitaba sentirme importante para él y no su última opción.—Nadina…—Sí. —Me observaba.—Sí, estarás en la galería, o sí debemos hablar. Desde hace un mes no hemos estado juntos, me evades y eso ya me preocupa.Tenía razón, ya se me notaba el vientre y con lo demandante que podía llegar a ser en temas íntimos, temía que le hiciera daño, hasta ahora mi hijo se desarrollaba de manera perfecta, y sus turnos en la clínica fueron los que me había salvado. Puso el agua para hacer pastas. Sacó el atún y el tomate para hacer la salsa.—Eros… yo…No pude hab
ErosMe tardé más de la cuenta y le dije a Nadina que no demoraría, pero esto era fascinante y espero ella pueda entenderme. Ver el milagro de la vida y saber que hice parte para lograr a cabo da una gran satisfacción en el alma. Era como confirmar que naciste para salvar vidas. Así como mi mujer me salvó en el pasado.Todos me felicitan porque la medicina que le suministré al paciente, la cual era experimental, daba resultad. Él ya había sido diagnosticado con daño cerebral, y ahora sus familiares no dejaban de agradecerme. Aún debía seguir sumando más casos para que puedan avalar mi tratamiento como la cura para esas personas que estuvieran en estado de coma. Ellos estaban regresando.Eran las dos de la mañana, Nadina ya debía de estar dormida. ¿Qué querrá decirme? No hemos intimado desde hace un mes y eso me preocupaba. Dejé la bata en el perchero, tomé las llaves del carro. La puerta se abrió y Amelia ingresó. —Si volvía de nuevo a insinuarse, tendré que pedirle a Benjamín que la