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Capítulo 4 - Se acabó

Nadina

No había dejado de mirarme. En el desayuno terminé sacándole el cuerpo, pero eso, solo hizo que él quedara más preocupado y por eso, me había buscado desde entonces. Los nervios me estaban matando; sin embargo, debía hacerle frente a esto y como nos había enseñado el padre Castro: «cuando una batalla se avecina y sientes que no podrás con ella, invoca al que todo lo puede y verás cómo él llega con sus ángeles.»

Por alguna razón me cegué y no me inyecté la última vez. Ahora tenía trece semanas de embarazo.

—Nadina, ya me tienes muy nervioso.

—¡Estoy embarazada!

Solté de una y sin contemplación. Su mirada pasó por una gama de sentimientos; para algunas cosas, nos entendíamos como si pudiéramos leernos la mente. Se levantó de la silla, cerré mis ojos, mi corazón palpitaba demasiado, la segregación aumentó, todo mi cuerpo transpiraba por el miedo a su reacción, las manos húmedas… —Intentó hablar, y volvió a callar. Caminaba de un lado a otro.

—¿Falló el método anticonceptivo?

«La verdad os hará libre», era la frase que el padre siempre suele decir al finalizar la eucaristía.

—No Eros, yo no me inyecté. —Se puso pálido.

—No renegaré nada de mi hijo o hija. Y sabes que ese no es el problema en esto, —nos señaló—. Es evidente que la confianza acaba de romperla.

—Yo quería…

—Explícate.

Detestaba cuando se ponía en el papel de ser superior. Pero ya me cansé de entenderlo, así que, como intransigente, seré yo.

—¡Quiero hijos, matrimonio y familia! Quiero más, me cansé de estar a escondidas.

—¡Y vuelves con la misma retahíla! —se contenía—. Jamás te he ocultado, Nadina, tú lo hiciste.

—Eros, nunca me pediste que fuera tu novia, tampoco me pediste que viviéramos juntos.

—¡¿Tengo que decirte las cosas que por derecho son tuyas?! Soy hombre de una sola mujer. ¡¿No te lo dije?! Jamás he besado otros labios, porque me respeto y te respeto. Siempre he estado contigo. El nombre de si somos esto o aquello me es irrelevante.

—Pero yo necesito escucharlo.

—Eres la mujer en la que más confiaba. —Esa última palabra me hizo temblar el labio—. Siempre fui claro de no, hijo, no matrimonio, porque eso implicaba un tiempo el cual no tengo en este momento. Tengo muchos proyectos por hacer antes de jugar a la casita… —calló al comprender esas palabras.

—Por primera vez me acabas de dar la razón. —hace un rato fue al taller de pintura a buscarme para hablar y estábamos en la sala. Me levanté—. Tú no quieres algo que yo deseo, tal vez sea cursi a estas alturas, pero deseo casarme de blanco, formar una familia, ya estamos sobre los veintisiete años.

—Yo tengo…

—Siempre te he dado prioridad a ti y tú nunca me la das a mí, por eso me cansé.

—Y fuiste tan irresponsable e irreverente para tomar una decisión de tal calibre como el de traer un hijo a esta vida, sin los exámenes reglamentarios correspondientes para ver si mis espermas no tienen alguna enfermedad congénita, ¡tuve leucemia! —en eso tenía toda la razón, pero ni modo.

—¿Tanto te molesta el que tengamos un hijo y formemos una familia?

—¿De eso se trataba todo, Nadina, buscar un modo de obligarme a casar? —No dije nada, eso era lo que quería—. En este momento no tengo tiempo para eso. —Mi labio tembló—. No quiero ofenderte. Te amo, pero no acepto a que me obligues.

—¿Eso significa?

—Responderé por mi hijo o hija. Nuestro hijo no tiene la culpa de lo que acaba de quebrarse entre nosotros.

—Comprendo. —Me aguanté las ganas de llorar, menos mal el pantalón rojo que tenía, sus bolsillos eran bastante amplios para ocultar el cómo empuñé mis manos—. Me radicaré en Estados Unidos. —Su mirada no decía nada.

—Mantenme informado, y estaré el día de su nacimiento, —abrí la boca—. No pongas esa cara. Me conoces más que nadie, siempre te he dicho mi deber con el mundo, y así me aceptaste. Pactamos que nada de hijos hasta tener estudios para saber que no heredarán la leucemia, solo era cuestión de hablar.

—No querías casarte. —En parte tenía razón, pero yo también la tenía—, pensé que… —Me toqué el vientre.

—No quiero tener una responsabilidad para la cual no tengo tiempo para dedicar.

—¿Te das cuenta? Nunca seré más importante. —El labio me tembló.

—Lo eres, pero…

—Nunca lo he sido, Eros, por lo menos tómate el trabajo de analizarlo, utiliza tú excepcionalmente para que comprendas y compares las situaciones en este tema tan básico, como lo es una relación de pareja. Y gracias por mi bebé.

—Ni se te ocurra mezclar las cosas. El bebé no tiene la culpa, no me alejes de él, me haré cargo de todo lo concerniente a su bienestar. —¿Eso que quería decir?— Es evidente que hasta aquí llegamos como pareja, faltaste a la confianza depositada en ti, actuaste como niña adolescente para querer obligarme a casar. Y no aceptaré tu chantaje.

Mi respiración comenzó a agitarse más. Respiré profundo para retener el cúmulo de sensaciones abrumantes, los que amenazaban con doblegarme, pero esta vez no aceptaré nada diferente a que luche por mí.

—Es mejor que no continúes, Eros, porque estás ofendiéndome. —Se acercó, había tanta decepción en sus ojos.

—Parece que mi ángel dejó de ser un ser divino. —se inclinó, tocó mi vientre y toda mi piel se erizó—. Tú no tienes la culpa, —besó mi vientre—. Adiós, Nadina. 

Sentí que mi corazón dejó de latir, me tapé la boca. Se alejó, lo vi tomar su saco para irse.

—Ya veo, tú nunca me amaste. —dije antes de que saliera del apartamento.

—¡No digas palabras que nunca he dicho!

—Corrijo, acabo de confirmar que solo me has querido, tú no me amas lo suficiente para darme el lugar que merezco.

—Siempre le he dado la importancia a las personas y las tengo en el lugar correspondiente. ¿No estabas conmigo? Ante todos te puse como mi mujer.

—No, Eros, pensamos diferente. Te entiendo, y de tanto comprenderte, dejé a un lado mis deseos y necesidades. Siempre te complací, te hice la vida fácil, jamás me di mi lugar ni te la puse difícil, jamás has luchado por mí.

—No te queda el que seas tan repetitiva. —tomó las llaves del apartamento y las de su auto—. Un papel no me hace respetarte o valorarte más de lo que siempre te he valorado.

—Entonces, ¿esto se termina, Eros?

—Discúlpame por responderte con una pregunta: ¿Tú estarías en una relación donde ya no hay confianza? —El labio me volvió a temblar—. Ya tienes la respuesta, te abriré una cuenta para depositar el dinero para mi hijo. —cerré mis ojos, haré de cuentas que eso no lo dijiste. La puerta se cerró.

Llegué a la cocina, tomé un vaso, lo llené con agua, las manos me temblaban. Sabía que esto iba a pasar, era consciente y sería su reacción. No se ofendería contra el bebé, sino contra mi decisión de embarazarme sin su consentimiento. Miré su apartamento, le había puesto varios adornos, cuadros para darle vida.

Y él nunca lo notó. Nada de lo que yo hacía lo notaba. Me lavé la cara en la poceta del lavaplatos. Fui al cuarto de servicio, saqué algunas cajas y en ellas comencé a meter mis adornos, mis cuadros coloridos, amaba el color. Eros era de blanco o negro. Salieron tres cajas y las dejé en el cuarto de aseo.

Varios portarretratos en colores cálidos estaban en una repisa, esos los guardé en mi maleta; los había hecho yo misma, eran de los viajes en las pocas veces que salimos a divertirnos. Pero nunca había tiempo para nosotros.

Ahora, si se confirmaba que el dedicarme un poco de compañía era para perder el tiempo… No sé cómo sentirme al respecto, era extraño, me sentía tranquila, su reacción no me tomó por sorpresa. Siempre lo había sentido de esa manera, a mi lado, pero ausente. Tomé una hoja, le escribí:

Eros

Paradójicamente, acabo de confirmar que en verdad yo no era tan importante, en vez de dolerme, me ha dado tranquilidad… Supongo que en el fondo yo tampoco te amaba lo suficiente para seguir aguantando el estar en lo último de tus prioridades, o tal vez, con el paso de los años se fue acabando el sentimiento.

Me queda claro. Y ya me cansé de esperar a que tú luches por mí. Te mantendré informado con relación al desarrollo de nuestro hijo.

Adiós.

Nadina Kozlova Benedetti

No volví a llorar. Me sentía triste; sí, demasiado. Lloré tanto en los últimos meses, supongo que será por eso. No podía hacer nada, pasó como era evidente que pasaría. Eros nunca había luchado por mí, y yo siempre se lo concedí todo bajo la errada consigna de entenderlo, porque era una persona diferente.

Tomé la maleta, el bolso, mi neceser. Le di una mirada de nuevo a su apartamento. —llamé al vigilante para que me ayudara a bajar las cajas y le di el dinero para que las mandara a la dirección que le di—. Mi vuelo era en la noche. Le escribí un mensaje a mis padres para almorzar juntos, no puedo irme sin despedirme de ellos.

También a Adara para vernos en la tarde. No le diré a nadie que estaba embarazada, solo lo sabía Natalia, y se lo confesaré a Adara, el resto lo dejaré a decisión de Eros. Salí del lugar que fue mi hogar en los últimos meses. Antes de cerrar la puerta, volví a ingresar para dejar las llaves de este lugar. Me daba tristeza y a la vez tranquila. Sonó mi celular.

—Hola, mami.

—Hija. Claro que sí, tu papá dice que nos vemos en el restaurante de José Eduardo.

—Ahí estaré, mami.

—Te amo.

Ahora debía buscar un lugar donde esperar mientras llega la hora del almuerzo, ¿a dónde iré?

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