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Capítulo 2 - Situación tensa

Eros

Me tardé más de la cuenta y le dije a Nadina que no demoraría, pero esto era fascinante y espero ella pueda entenderme. Ver el milagro de la vida y saber que hice parte para lograr a cabo da una gran satisfacción en el alma. Era como confirmar que naciste para salvar vidas. Así como mi mujer me salvó en el pasado.

Todos me felicitan porque la medicina que le suministré al paciente, la cual era experimental, daba resultad. Él ya había sido diagnosticado con daño cerebral, y ahora sus familiares no dejaban de agradecerme. Aún debía seguir sumando más casos para que puedan avalar mi tratamiento como la cura para esas personas que estuvieran en estado de coma. Ellos estaban regresando.

Eran las dos de la mañana, Nadina ya debía de estar dormida. ¿Qué querrá decirme? No hemos intimado desde hace un mes y eso me preocupaba. Dejé la bata en el perchero, tomé las llaves del carro. La puerta se abrió y Amelia ingresó. —Si volvía de nuevo a insinuarse, tendré que pedirle a Benjamín que la ponga en otro lado.

—Dime, Amelia. —cerró la puerta con seguro—, te pido el favor de quitarle el seguro a la puerta.

—Nadie lo sabrá, ¿por qué te resistes Eros?, es evidente que no tienes una relación saludable o como se debería con la mujer con quien vives. Pasas mucho tiempo en la clínica y a tu supuesta novia no le dedicas el tiempo, ni siquiera los fines de semana, ya que estás en la construcción de tu clínica. Pasas más tiempo conmigo que con ella. —Todo lo dicho me enojó.

—Te lo había dicho la vez pasada. —tomé el saco, llegué a la puerta y la abrí de par a par, se puso roja—. Soy hombre de una sola mujer, y desde hace muchos años, cuando comprendí que solo podía ser de ella, me he consagrado solo a mi novia.

—Si no te avispas, serás un cornudo, si es que ya no lo eres.

—Entonces he de agradecerles a mis suegros por la crianza que le dieron, con el ejemplo a mi mujer. Ahora retírate y no te presentes de nuevo ante mí.

—Soy tu asistente. —Se puso nerviosa.

—Lo eras, no soy el dueño de esta clínica, por eso no puedo echarte. Si en este año trabajando a mi lado, no aprendiste a conocerme, no me eres útil para trabajar conmigo y el requisito principal que te dije cuando te contraté, era la lealtad.

—Nunca he sido desleal con mi trabajo.

—Peor todavía. No tolero a las personas incongruentes y tampoco a quienes no son coherentes con su vida. Espero comprendas que no tienes el talante para ser una mujer cercana a mi vida, y me acabas de dar una razón más para seguir enamorado de Nadina. Adiós, señorita Cerón. Regrese al área donde los doctores la usan y usted se lo permite a sabiendas de que son hombres comprometidos.

—Doctor Orjuela…

—Una cosa más. Así Nadina jamás se hubiese enterado, yo no podría serle infiel, porque mi consciencia se mantiene conmigo. ¿Entendió el mensaje o se lo explico con plastilina?

La mujer salió avergonzada. Salí detrás de ella, pero tomé un rumbo diferente, debía de regresar a mi casa. Amelia me dijo algo que Nadina siempre solía decirme, y también lo que comentó Guille la vez que Natalia se encontraba en cuidados intensivos.

Si el 90% de las personas se quedan en una clínica bajo incomodidades solo para ver al paciente por cinco minutos, pero no se van para demostrarle al paciente que están lo más cerca posible a ellos. Eso me hizo reaccionar. Y, aunque no le veía aún la finalidad, no podía negar que la gente se sentía feliz con esos gestos.

Yo solo la había tenido a ella en mi vida, era mi única mujer, y no quiero… ¿Qué diablos estaba haciendo mal? Ingresé al auto, conduje en dirección al apartamento, ya iban a hacer las tres de la mañana, al menos mi turno mañana comienza después del mediodía. Dejé las llaves en el lugar de siempre, de la adrenalina de la noche no cené.

Nadina recogió los platos de la mesa, fui en busca de alimento y mis pastas estaban en la nevera. Las calenté. —comí con desespero, al ingresar a nuestro cuarto mi preciosa dormía, me cambié de ropa, lavé los dientes y me acosté a su lado.

—Regresaste. —dijo adormitada.

—Tenías algo que contarme, —besé su hombro, mi cuerpo siempre había reaccionado ante su aroma—. ¿Me seguirás castigando sin poderte tener?

—Después de hablar. —me pegué más para que sintiera cuan duro me encontraba.

—Mira cómo me tienes. —Le susurré.

—Te amo Eros, pero no tendrás nada de mí, hasta aclarar nuestra situación. —Eso no me agradó.

—Eso sonó a castigo, —seguí moviéndome, se dio la vuelta y quedamos de frente—. ¿Te pones la bata que me gusta, duermes como una diosa y no me das permiso para hacerte el amor? Eso es maltrato conyugal. —sonrió con los ojos cerrados.

—No estamos casados.

Su pierna acarició mi endurecido falo, acaricié su espalda, Nadina era una consentida, el que me permita estar en su interior requiere de un buen rato haciéndole masaje, acariciando su cuerpo. Detestaba el que solo sea tocarla en su intimidad o morderle los ligares sensibles. Con dicha mujer nada era fácil.

—¿Seguro?

—No te animes mucho, ya te dije, no haremos el amor hasta no hablar. Es importante, ahora duerme. —Su mano aferró mi parte endurecida, cerré mis ojos para deleitarme con su caricia. Alejó su mano.

—Eso es trampa, Nadina. —Nos besamos, y si no vamos a tener sexo, me saciaré con su boca, volvió a aferrarlo y mientras me acaricia me deleitaba con su boca—, no me dejes cargado, por favor.

—Te aguantas, y lo hago para que aprendas bajo la misma sensación, lo feo que es el que no te den importancia. —Me alejé, la habitación se encontraba a oscuras, en verdad se seguía muy molesta—. Es frustrante, ¿cierto?, hasta en unas horas, amor.

Me dio la espalda, tenía la sensación de que nuestra situación tocó fondo. Besé su cuello, la abracé y quedamos en forma de cucharita, se aferró a mi brazo y nos quedamos dormidos, después de todo pase lo que pase, siempre, permanecíamos juntos. Esto no lo sabía mi mujer, pero mi secreto personal era que solo podía dormir profundo cuando la tenía a mi lado.

Toqué su lado de la cama y lo sentí frío, al ser más consciente de que el sol se filtraba por la ventana la escuché en la cocina, ella siempre hacia el desayuno y yo la cena, el almuerzo no lo compartimos a menos que tuviéramos una invitación de la familia o decida acompañarme a la construcción de la clínica los fines de semana.

En ese tema era la única manera de mostrarme como un ser humano, como suele decirme Julián. El que la miren los hombres me daban celos. Esa sensación no me gustaba, y desconozco por qué muero de celos. Pero me dan ganas de partirles la cara y sacarles los ojos.

Me reí de mis propias tonterías e inseguridades, menos mal Nadina no lo sabía. Salí de la cama, me metí al baño, una vez arreglado por si me tocaba salir de urgencia a la clínica, dejé el saco en el mueble, ella puso el desayuno en la mesa.

—Buenos días, Divina.

—Buenos días.

—¿Sigues enojada conmigo? Me torturaste anoche, un mes sin sexo y al verte no puedo esconder lo que evidentemente me haces sentir.

—Al menos ejerzo un efecto en ti,

Alcé una ceja. Esto parecía más delicado y las palabras de Amelia volvieron a mí… miré esos preciosos ojos azules, era colombiana, pero toda su fisionomía era rusa, una preciosura y me molestaba que no se diera cuenta de que vivo para ella.

—¿El mismo tema?

—Aunque te moleste, sí. —Se puso muy nerviosa—. Debemos de hablar.

—Entonces hablemos…

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