Epílogo

—Deja de mirarme así, estoy bien —le digo a Lenin, quien no deja de mirarme como si fuera la cosa más rara del mundo. 

—¿Y cómo se supone que te mire? Te estás…

Blanqueo los ojos. 

—Idiota, se me ha roto la fuente —resoplo. 

Lenin sigue mirándome mientras las chicas que contrató para que me acompañaran, una cosa así como damas de compañía, hacen lo debido, me llevan a la bañera y hago todo por asearme, las contracciones no me han llegado y debo aprovechar, esperábamos al bebé para dentro de unas semanas más, pero al parecer es impaciente y decidió que ya era el momento. 

—¿En serio hay tiempo para eso? —inquiere Lenin en la puerta. 

—Cállate y lárgat

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