Deseo Salvaje
Deseo Salvaje
Por: Kleo M. Soto
Epígrafe

—Hablo en serio, creo que ya ha llegado el momento de hacerlo —Jonathan se apresura a decir, pero es incapaz de ocultar la sonrisa que atraviesa sus labios con picardía.

—No estoy diciendo que no quiero que suceda contigo —me levanté con pereza del sofá cama que estaba colocado en medio de su muy desordenado departamento, y en el que siempre intentaba convencerme de entregarme a él—. Es solo que no logro entender cómo te preocupa más ese tema, que nuestra situación económica, ¡mírate! Ni siquiera tienes algo comestible dentro de la nevera, únicamente son dos miserables cervezas las que adornan el interior de tu muy sucio refrigerador.

Jonathan frunció el ceño e hizo una mueca, demostrándome su claro desconcierto y molestia causantes de mi vomito verbal.

—¿Desde cuándo te has vuelto una critica todo? —No le presté la menor atención al tono de su voz cuando me incliné para recoger mi blusa del suelo—. Y claro que me preocupa no tener empleo, ¿crees que este cuerpo escultural se mantiene con el aire?

Puse los ojos en blanco.

Jonathan solía ser narcisista y un hijo de... arrogante cuando de su apariencia se trataba, llevaba cuatro jodidos años a su lado y en todo ese tiempo solo los dos primeros años se comportó como todo un caballero de reluciente armadura, y mucho mejor que un maldito príncipe azul. Ambos teníamos veintiocho años, y desde que había entrado hace un año a trabajar como chofer en la casa de una familia rica, había cambiado demasiado, en especial porque siempre lo echaban y a las semanas la dueña le pedía que regresara. Comportamiento que me llevó a pensar que tal vez esa señora estaba mal de sus facultades mentales, pero no lo cuestionaba demasiado, no era una de esas novias posesivas y celosas que les armaban numeritos a sus novios. No señor, yo confiaba en Jonathan.

—Lo que tú digas —ironizo terminando de abotonar mi blusa.

—Vamos Ane, solo quiero que hagamos el amor, ¿no crees que ya es bastante raro que con tantos años de relación, no tengamos sexo? —me dice colocándose detrás de mí al tiempo que rodea mi cintura con sus brazos fuertes y varoniles.

—Lo que creo es que me doy mi lugar —me zafo de su agarre y tomo mi bolso con toda la intención de salir de ese lugar que me asfixiaba con cada segundo que pasaba—. Escucha, te amo, y sí quiero que mi primera vez sea contigo, pero sinceramente en estos momentos estoy más preocupada por buscar un nuevo empleo y ganar dinero, que en acostarme contigo, no solo eres tu quien tiene problemas, por si no lo recuerdas mi padre está gravemente enfermo, y mi madre nos abandonó cuando tenía cinco años, soy lo único que le queda y no pienso abandonarlo.

—Pero...

Comencé a caminar con pereza hacia la puerta de salida.

—Hagamos un trato, me entregaré a ti cuando nuestra situación económica mejore —zanjo el tema—. Ahora me tengo que ir, nos vemos mañana.

La sonrisa interna de Jonathan desapareció, estaba molesto, pero no me importaba.

—Como digas —soltó en un tono seco y lleno de una actitud que demandaba hostilidad.

Pero no dije nada más, salí de su departamento y comencé a caminar veloz, baje la mirada y observé la hora que marcaba mi reloj de mano, uno que había comprado en rebajas hace tres años, llevaba más de veinte minutos de retraso, se suponía que hoy tenía un cita con mi tío Albert, basándome en lo que me había comentado ayer por la noche, era de suma importancia que llegara a tiempo para escuchar lo que me tenía que decir. Mi tío era Secretario de Estado y prácticamente estas semanas se la vivía en la casa blanca, por asuntos confidenciales... según él, pero ahora estaba quedando mal.

¡Bip! ¡Bip!

M****a.

Mi celular comenzó a sonar y tuve que buscarlo con rapidez entre todas las cosas dentro de mi bolso, cuando por fin logré tomar el aparato ruidoso, tomé un taxi de una base que se encontraba a la esquina del departamento de Jonathan y subí indicándole al chófer con la mano, que arrancara en dirección recta.

—¡Anelys! —la voz cantarina de mi tío Albert fue música para mis oídos, pero también un fiel recordatorio de mi irresponsabilidad, si algo odiaba él, era la impuntualidad de las personas.

—Tío... escucha, sé que...

Cerré la boca al escuchar todo el revuelo que claramente inundaba mi sistema auditivo, varias voces se hicieron llegar como torbellinos y dudé en volver a dejar que de mi garganta brotara alguna miserable disculpa.

—Lo siento Anelys, me temo que en estos momentos me encuentro en la casa blanca, por lo que te pido de favor que vengas, lo que tengo que decirte es de suma importancia y puede que si lo haces bien, cambie tu vida por completo —me explicó rápidamente y de forma continua, un escalofrío de energía nerviosa me atravesó.

—¿Yo, ir a la casa blanca? ¿Acaso te has vuelto loco tío? Dudo que me dejen entrar, a más de que no estoy segura de que el presidente esté de acuerdo...

—Cariño, solo has lo que te pido, y no te preocupes por el presidente, él está enterado y ha dado la estricta orden de que te dejen pasar —dice mi tío y por su tono de voz pude deducir que su paciencia está terminando—. Si eres lista sabrás aprovechar este privilegio, por algo decía yo que las ciencias políticas te ayudarían algún día.

¿El presidente estaba enterado? ¿Y por qué daría un permiso así a una simple ciudadana como yo que no tiene nada especial? Las preguntas martilleaban en mi cabeza.

—¿Por qué el presiente estaría involucrado en nuestros planes? —me atrevo a preguntar.

—Anelys, no hagas más preguntas, las respuestas las tendrás en cuanto llegues a la casa blanca, te quiero cariño, ahora tengo que colgar.

—Pero...

Demasiado tarde, demasiado pronto, mi tío había colgado.

¡Joder!

—Señorita ¿Adónde la llevo? —me pregunta el taxista mirándome a través del espejo retrovisor.

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