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MEMORIAS DEL MAR

15 de agosto de 1741

Los gemidos de Catherine resuenan entre las paredes de madera de aquel barco. El mecer de las olas ayuda a que el movimiento repetitivo que hace Arden dentro de la chica sea mucho más placentero. Gime una vez más con fuerza mientras él sujeta con firmeza sus caderas. Sus cuerpos desnudos y jadeantes se mueven en un vaivén de sensaciones delirantes. Ella siente una oleada de placer recorrer su feminidad y esparcirse por el resto de su cuerpo, enreda los dedos en el cabello negro del pirata y le da un delicado beso en los labios mientras le sonríe.

Caen agotados en la cama luego de esa intensa sesión de pasión. El pequeño busto de Catherine se sigue moviendo debido al mecer del barco, el pirata a su lado la mira con deleite y se relame los labios. Todavía no ha terminado de saciar su ansia por ella, pero se da un respiro y se queda recostado admirándola.

El sol está por salir del horizonte, se puede ver a través de la pequeña ventana del navío. Ya se escucha el canto de algunas gaviotas a lo lejos buscando alimento. Ambos saben que pronto tendrán que salir para volver a navegar; mientras tanto, se pueden quedar un rato así.

Catherine lo mira con dulzura. Se da la vuelta dejando su espalda al aire frío de la madrugada. Así que toma una sábana y se cubre de forma escueta con ella. Con sus ojos puestos en él no puede dejar de pensar en cómo es que ha terminado en esta situación, gimiendo como una condenada debajo de los muslos fuertes de Arden Tydes.

Él le sonríe y entonces ella le da un leve empujón.

—¿Qué? —pregunta con las mejillas enrojecidas.

—Eres hermosa —le dice. Catherine entierra la cara en la cama, que no es demasiado cómoda si lo que quieres es dormir.

—Deberíamos dormir —contesta ella luego de unos segundos.

—No puedo, me has dejado con ganas de más —confiesa Arden con una mirada traviesa. Sus dedos le recorren la espalda de forma juguetona. Catherine niega con la cabeza.

—No. Si no dormimos ahora, no tendremos energía para lo que vamos a hacer.

Catherine Riley es una mujer de muchos rostros. Es dulce y sensual cuando está con Arden, pero también es la más fiera pirata de los mares del norte. Ella y su tripulación lideran el gremio de piratas de la Queen Bay. No hay nada que el rey Julius III pueda hacer contra ellos.

Cada tanto a Catherine le tocaba navegar durante meses con la tripulación y esconderse en las islas Birronto. El único lugar libre de jurisdicción de la corona de Regoria. Ahora estaban navegando de vuelta a Queen Bay, porque les habían pasado el dato de que llegaría un cargamento con plata y ron a las costas. Si querían tener algo que intercambiar en el mercado negro, era crucial interceptar ese cargamento antes de que tocara puerto dentro de dos noches.

Arden resopla de mala gana, sin embargo, sabe que está agotado y el sueño ya empieza a apoderarse de él. Cierra los ojos y sus enormes pestañas los cubren de inmediato. Catherine lo mira una vez más. Le ha dicho que deben dormir, pero ella no tiene sueño.

Una vez más vuelve a preguntarse cómo es que terminó envuelta en la cama con él. Se echa a reír de su propia estupidez. Hace unos meses había jurado que jamás dejaría que si quiera la tocara.

Vuelve a girarse en la cama y mira el techo del camarote donde se encuentran. Es el de la capitana. Tampoco se puede creer que es la capitana del gran fantasma del pacífico. Su padre le había heredado el navío poco antes de decidir que ya era momento de retirarse. Y no era de menos, ya no le quedaban demasiadas extremidades para poder continuar con la vida de pirata.

La mujer intenta dormirse, pero no puede, en cambio, su mente comienza a divagar, recordando aquellos meses atrás cuando su vida dio un vuelco de ciento ochenta grados…

03 de marzo de 1741 (seis meses antes)

Es el tercer día de celebración de Catherine. Oficialmente es la capitana del barco más veloz del mar y, por supuesto, eso es digno de celebración. Ha bebido tanto que ya ni recuerda por qué empezó en primer lugar. Se encuentra en un bar del puerto en la isla de Birronto. El lugar apesta a alcohol. Hay un pobre tipo que toca la melodía de una guitarra sin que se llegue a escuchar demasiado, debido al bullicio ensordecedor de los hombres y las mujeres que se encuentran disfrutando. De rato en rato se escucha el vidrio quebrandose contra el suelo, que está húmedo y muy sucio.

Nada de eso a ella le importa. Pide una botella más de ron y ya ni se ocupa de rellenar el vaso. Simplemente bebe del pico.

—Deberías parar ya —le dice Heinrik con voz condescendiente.

—¿Por qué? Déjame beber, me lo merezco —contesta ella mientras hipa. A Heinrik se le hace muy gracioso verla en ese estado. Él es su contramaestre, y también su mejor amigo.

—Mi señora capitana, si no deja de beber me veré en la obligación de llevármela a rastras de aquí.

—¿Acaso le estás dando órdenes a tu capitana? —increpa ella.

Ya sabe Heinrik que cuando se pone así, no hay quien la saque de su terquedad.

—La tripulación te espera para zarpar por primera vez como la capitana oficial. —Intenta convencerla, aunque sea con una mentira.

—La tripulación está más borracha que yo. —Se burla. Le señala hacia una esquina de la taberna, donde hay varios de sus hombres tendidos en el suelo. De no ser porque sus pechos subían y bajaban suavemente, habría jurado que no estaban con vida.

—Bien, me rindo. —Heinrik sacude los brazos y se levanta dispuesto a irse—. Iré a buscar algún lugar donde dormir.

El muchacho se aleja de ella sin mirar atrás. Es inútil tratar de convencerla y lo sabe muy bien.

Catherine se queda recostada contra la barra y vuelve a darle un sorbo directo a la botella. Gira sobre su eje en la silla de madera alta sobre la que está sentada, y le da un vistazo a aquel lugar. La luz tenue de las velas no da demasiada iluminación, y las ventanas enormes tampoco dejan pasar nada de luz porque es de noche.

Las siluetas de las personas se ven borrosas a su alrededor. Comienza a pensar que tal vez si debió hacerle caso a su contramaestre.

De pronto uno de los hombres que está en el lugar se acerca a ella. No es la primera vez que lo ve. Desde que está ahí hace tres días el hombre también había estado, y no paraba de mirarla ni un segundo. Se preguntaba cuándo se envalentonaría para acercarse a ella.

—Disculpe usted, bella dama —comienza a decir el pirata. Y ella está segura de que es un pirata porque esa pinta no puede ser de nada más.

Catherine lo detalla antes de que siga hablando. El guapo hombre tiene la piel bronceada por el ardiente azote constante del sol, es alto y sus pectorales sobresalen por encima de la camisa mal abrochada que lleva puesta. No puede evitar detallar todos los músculos marcados de su cuerpo. Lo mira de arriba abajo hasta detenerse en su rostro. Un perfecto y definido rostro que le da una gran sonrisa de regalo. Para su sorpresa, tiene unos dientes en buen estado, cejas pobladas; que le dan una profundidad a su mirada como un océano en una noche sin estrellas. Y, por último, esos ojos, negros e intensos. No hay duda de que el pirata es del tipo de los que le gustan a ella. Pero Catherine piensa que no tiene tiempo para perder en esas tonterías del amor. Con sus cortos veinte años, jamás ha experimentado más allá de pasar una que otra noche de placer con algún desconocido. Tal vez el hombre frente a ella sea uno más de esos en su lista.

Enarca una ceja y lo mira desafiante, esperando que continúe la ridícula frase que seguro va a decir. Se voltea y le da toda su atención.

»Tengo tres días pensando en todas las formas posibles en las que le puedo quitar ese vestido. —La pelirroja quiere ahogar una risita. La verdad es que es una frase ingeniosa por no decir menos, pero esa noche ella piensa que nadie le arrancará el vestido.

—¿Eso es lo mejor que se te ocurrió? —reta.

—Podría decirte las formas. —Se inclina muy cerca de ella y le sonríe. El pirata expide un aroma dulce y eso la embriaga. Nunca había olido a nadie que no pareciera que se hubiese bañado con agua de muerto y pescado.

—Tal vez, si me pagas otra botella —susurra en su oído. En Realidad, no le apetece del todo buscar algún encuentro con él, pero algo en su vestimenta le llama la atención. Los ojos de Catherine se dirigen a la pequeña y redonda joya de oro que cuelga de su cuello.

«Si tiene un botín como ese, significa que habrá más en algún lado. Tal vez pueda sacarle algo a este tipo después de todo».

El corsario golpea un doblón contra la mesa y le hace señas al que sirve los tragos para que traiga otra botella. Se pone cómodo en la silla junto a Catherine y le pone una mano en la rodilla. Ella la toma y la sube un poco más arriba.

—¿Cuál es tu nombre, bella dama? —pregunta casi con voz solemne.

—Catherine Riley, ¿y el tuyo?

—Arden… —hace una pausa—… Tydes. Dispuesto a besar tus pies, y cualquier otra parte que quieras —dice. Lo vuelve a mirar detenidamente. A lo mejor es porque está muy borracha, pero Arden se le hace increíblemente atractivo, y de pronto las ganas de jugar con él en la cama se le hacen más tentadoras. Se ríe de lo que le acaba de decir y siente que sus mejillas se sonrojan un poco.

—Arden, nunca te había visto por estos lares.

—¿Vives aquí en Birronto? —indaga. Su mano ha subido un cuarto más hacia arriba, y ahora casi roza los muslos de la chica.

—Desde que nací.

—Yo vengo de los mares del este. Soy de la isla calavera.

Catherine se sorprende, nunca ha ido más lejos de los mares del norte. Su padre le decía que aquellos otros lugares eran territorio de otros piratas, y estaba prohibido ir a menos que quisieras estar en guerra con ellos.

—¿Cómo pudiste entrar acá? —Su curiosidad puede más que cualquier cosa.

—Estoy huyendo en realidad, es una historia larga, y no creo que tengamos tiempo para contarla toda. —La mano de Arden ahora roza el inicio de la entrepierna de Catherine. De forma casi automática ella abre las piernas un poco más. Él interpreta eso como una invitación y se aventura a rozar con delicadeza entre las faldas de la chica. Cierra los ojos y deja escapar un gemido.

—Creí que me dirías cómo quitarías mi vestido —susurra.

Arden sonríe y le toma la mano para sacarla afuera. Ella lo sigue y se van hasta una pequeña posada que está a pocos metros de distancia de la taberna. Arden empuja la puerta mientras busca los labios de Catherine. Ambos intentan deshacerse de sus ropajes. La pelirroja desliza sus manos por los hombros del pirata, y sin que él lo note, aprovecha para quitarle la joya de oro que tiene en el cuello. La oculta en uno de sus bolsillos y retoma las caricias que exploran su cuerpo.

Él desata su corsé y libera sus pechos, de deleita a la luz de las velas mirar su feminidad. Los latidos de su corazón se aceleran, por un momento sus miradas se conectan y ella siente que lo conoce de toda la vida. Su respiración jadeante se mezcla con la de él, Arden no parece como cualquier otro hombre con el que ha estado antes. El pirata recorre habilidoso cada centímetro de su cuerpo, ella deja escapar un gemido de placer mientras sus muslos húmedos delatan el deseo que él le provoca.

Prenda por prenda caen al suelo hasta que los dos quedan desnudos. Él la recuesta delicadamente sobre la cama; que cruje debido al peso. Sus bocas se funden en un beso apasionado mientras sus lenguas se buscan con desesperación, Catherine entierra sus dedos en la espalda del pirata cuando lo siente por completo en su interior. Los movimientos ondulantes de sus caderas la llevan a la cima del éxtasis, cierra los ojos y se deja llevar por el momento de intimidad que los envuelve, un último jadeo explosivo de deseo la hace estremecer hasta que sus piernas temblorosas desfallecen sobre el colchón.

No pasa mucho tiempo para que caiga dormida al lado de ese desconocido que dice ser del mar del este.

El sol le da en toda la cara a la capitana. No tiene idea de cuanto estuvo dormida, pero por la posición del sol en el horizonte parece que ha sido bastante tiempo. Todavía está desnuda; busca a tientas al hombre con el que estuvo la noche anterior, sin embargo, no lo encuentra por ninguna parte. Su ropa no está, solo la de ella.

La cabeza le duele como nunca. Se sienta en la cama y el cabello pelirrojo le cae enmarañado sobre la cara. Lo hace a un lado y se apresura a vestirse. Cuando se ha acomodado el vestido y se ajusta el corsé, verifica en el bolsillo oculto entre su falda que la joya siga ahí. La saca y admira la redonda cosa que parece una moneda con un agujerito en la parte de arriba. Ahora que la puede detallar mejor, en la moneda de oro parece haber un grabado extraño que nunca había visto antes. Sonríe victoriosa y se la vuelve a guardar en el bolsillo.

No le sorprende que el tipo no esté, después de todo, es típico que siempre se vayan después de la noche de placer.

Sale de la posada y paga la estadía porque la insoportable vieja; dueña del lugar; no deja de gritarle que es una ramera y ladrona. En otra ocasión tal vez le hubiera cortado la lengua, pero no está de ánimos para desatar una pelea local. No le conviene.

—Seguramente Heinrik me está buscando —pronuncia en voz alta para sí misma.

De día en el puerto las cosas son muy diferentes. Hay mucho movimiento de marineros y mercantes. Los barcos empiezan a llegar de a montones, cargando y descargando cargamentos; todos ilegales.

El olor a agua salada inunda la nariz de Catherine, quien mataría por un trago de ron en ese momento, aunque se conformaría con agua.

Camina tambaleándose en dirección a su barco, pero por alguna extraña razón, no lo encuentra. Está segura de que lo había dejado atado en el muelle en dirección norte, pero no está ahí. Cree que es resultado de su embriaguez; seguramente está perdida.

—¡Capitana! ¡Mi capitana! —grita su contramaestre. Corre como un desquiciado hacia ella, se sostiene el sombrero con una mano para evitar que los fuertes vientos lo hagan salir volando.

—¿Qué pasa, compae?

—Se han llevado el barco —dice asustado. Su pecho sube y baja por la excitación de haber corrido, y por el miedo que le provoca decir aquello.

—¿¡Que!? —grita. De pronto se despabila y corre hasta donde estaba segura que había dejado el barco—. ¡Maldita sea! ¡Mil veces maldito! ¡Canalla! —despotrica sin ningún filtro.

—¿Sabe quién ha hecho esto? —quiere saber Heinrik.

Catherine se acerca al borde donde debería estar atado el navío. Lo único que hay es un papel en su lugar. El viento baila el papelillo de un lado a otro, así que lo sujeta firme con ambas manos. La nota solo dice: “gracias por la noche, y por el barco”.

—Claro que sé quién fue. Lo hizo delante de mis narices y no me di cuenta —reniega. Se siente estúpida por haberse dejado engañar. Ella le quitó un simple pendiente, él se ha robado su bien más preciado. Catherine aprieta los puños y mira con decisión a su contramaestre—. Ese maldito canalla tiene una marca negra en su cabeza —sentencia.

Heinrik traga en seco, sabe bien lo que significan esas palabras; ella no tendrá piedad contra el imbécil que se atrevió a robarle al fantasma del pacífico.

Catherine da media vuelta y camina con sus botas negras golpeando contra la madera mojada, que cruje a su paso como si fuese a romperse. Esta furiosa y no piensa con claridad.

—¿Dónde está el resto de la tripulación? —demanda saber.

—Están fuera de la taberna esperando órdenes.

—Diles a mis valientes que me esperen aquí, voy a recuperar nuestro barco. —Continúa caminando a paso acelerado mientras se abre paso entre la gente. Algunos la miran con mala cara y otros solo la ignoran. Heinrik va como un loco detrás de ella.

—¡Espere! ¡Espere, mi capitana!

—¿Qué quieres ahora? —grita ella con mala cara.

—No puedo dejarla ir sola a recuperar el barco, para empezar ni siquiera sabe dónde está, ¿Cómo se va a enfrentar sola esos bandidos?

—Heinrik, no digas ridiculeces, yo puedo enfrentarme sola a esos idiotas. —Catherine reanuda el paso, pero el contramaestre la sujeta del brazo. Ella voltea y sus intensos ojos verdes se clavan en los de él, quien la suelta de inmediato y baja la cabeza.

—Perdóneme, capitana. Sé que usted puede con ellos, pero, aun así, ¿cómo va a traer de vuelta el barco usted sola?

—Dejaré a uno vivo para que me ayude, después lo haré dormir con los peces —contesta con una sonrisa maliciosa.

Vuelve a andar y esta vez no deja que Heinrik la siga. Corre hasta el puesto de comercio del puerto, uno de ellos podría prestarle un bote, sin embargo, es posible que el navío esté demasiado lejos. El fantasma del pacífico es el barco más veloz, alcanza unos diez nudos en su mejor momento, y si el viento es favorable, podría ir incluso un poco más rápido; sin embargo, ella no pierde las esperanzas de que tal vez lo pueda encontrar en mar abierto.

Su mente no deja de pensar en dónde podrían estar. Alguien tuvo que haberlos visto en la madrugada antes de salir. Un barco tan grande no se desaparece así sin más.

Cuando llega al puesto del mercante de barcos la recibe un hombre de mediana edad. Ya lo adorna una barba ligeramente canosa y la mayor parte de su cabello se ha ido. Dos grandes mechones de pelo lo flanquean a cada lado de su cabeza, una gran cicatriz recorre su cara en forma diagonal, pasa por su ojo izquierdo; el cual, ya no le funciona; y baja hasta la mitad de su mejilla. Lleva puesto unos harapos sucios y viejos y ha perdido varios de sus dientes.

—¿Cuánto vale alquilarle un bote de vela? —pregunta sin rodeos.

El hombre la mira de pies a cabeza, seguramente piensa que es una criatura. Le da una sonrisa de medio lado que expone la hilera vacía donde deberían estar sus dientes.

—Ni trabajando toda tu vida podrías pagarlo.

Catherine suelta una bolsa de doblones de oro en el mostrador del viejo. El hombre la mira con la boca abierta y vuelve a sonreír.

—Escoge el que desees.

Ella le sonríe y se va a buscar el bote más adecuado. Sabe bien que con uno de esos y en circunstancias normales, jamás podría darle alcance, sin embargo, no piensa rendirse ante nada. Vuelve de nuevo al muelle para intentar encontrar a alguien que haya visto a ese imbécil robarse su barco.

Primero se acerca a uno de los marineros que está distraído en sus propios asuntos. Friega con insistencia una cubeta que a todas luces se ve que; sin importar cuanto la frote; jamás podrá quitarle el horrible olor a pescado podrido.

—Jack tar —saluda. Esa es la manera de dirigirse a un marinero, aunque no lo conozcas—. ¿Ha visto hacia dónde se fue el barco que estaba allí? —dice señalando el lugar vacío donde solía estar.

El marinero la mira y vuelve a dirigir su vista hacia lo que está haciendo. No conseguirá nada con ese sujeto, respira con frustración y se aleja de él. Avanza hasta el espacio vacío donde no hay más que mar. El agua azul intenso se mece suavemente con el viento; el mar está en calma hoy.

Catherine mira a todos lados y se da cuenta de que hay un tipo con un sombrero en forma de triángulo que no le quita la mirada de encima, a pesar de que está con la cabeza gacha. Tiene un cerillo entre los dientes y los brazos cruzados. Desde ahí puede ver que lleva el tatuaje que marca a todos los piratas: una calavera con los huesos cruzados.

Se acerca con determinación y le grita:

—Tú, ¿sabes a dónde se fue mi barco?

—Sí, lo sé.

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