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¿UN NUEVO ENEMIGO?

15 de agosto de 1741

Catherine despierta luego de haberse quedado dormida recordando cómo había conocido a Arden. Aún le costaba creer cómo había sido el desenlace de las cosas, pero al final todo había salido muy bien para ella.

Escucha un golpe en la puerta de su camarote; se levanta y se viste con su ropa especial. Un pantalón color beige de tela suave junto a sus botas negras hasta media pierna, una camisa holgada color morado que le había regalado su padre; también se calza el tahalí donde enfunda sus dos pistolas de pólvora; encima, un chaleco de cuero marrón, y en la cintura, el correaje para portar una espada larga y curvada; y un cuchillo. Nunca sale sin ir bien preparada, sobre todo para lo que tiene que hacer este día. Finalmente se coloca el sombrero negro y ancho, con un decorado de plumas moradas y amarillas que; según su padre; perteneció a su madre hace mucho tiempo.

Catherine pensaba muy poco en ella. Antes fantaseaba con que algún día volvería por su hija, y entonces los tres serían una familia feliz, pero ahora sabía muy bien que eso no ocurriría, y lo único que puede sentir es una profunda decepción. De todas formas, el sombrero le da una sensación de poder como nunca.

Da una mirada a Arden, quien todavía sigue desnudo en la cama y duerme tan plácido como si estuviera en los aposentos del mismísimo rey Julius.

Si alguien le hubiera dicho que estaría perdidamente enamorada de ese pirata seis meses atrás, se habría reído en su cara, y de paso, le hubiera escupido también. Los recuerdos de esos meses amenazan con retomar la relevancia en sus pensamientos, pero sacude la cabeza porque debe enfocarse en la misión actual. 

Le había tomado varias semanas confirmar la información. Ahora está segura de que es verídico, un cargamento con ron y plata está a punto de llegar a la Queen Bay en poco más de una hora. Catherine sabe que es un botín demasiado irresistible como para negarse a atracarlo. Algo así le solventaría la vida a la tripulación y a ella durante un buen tiempo, podría volver a Birronto y pasar el tiempo con Arden hasta que tuviesen que volver a zarpar.

Así no hubiese algo que robar, ella siempre volvería al mar, porque estar ahí es lo que la hace sentir viva, es su verdadero hogar.

Cuando la capitana sale a cubierta, solo hay un par de marineros limpiando el suelo del navío. Heinrik se encuentra en el timón y lo va manejando a una velocidad lenta. Catherine arruga los ojos debido a la luz del sol que da de frente en su pálido rostro. El viento está en calma y solo revolotea levemente su cabello. A lo lejos, escucha el cantar de unas gaviotas, seguramente alistándose para pescar su desayuno.

—¿Dónde está la gente aquí? —demanda saber.

—Ya mismo los mando a llamar mi capitana —dice Heinrik. Deja el timón sin manejo y sale corriendo a la galera a despertar a la tripulación. Catherine se acerca al timón redondo y pasa sus dedos por él. Desde la popa puede tener una vista completa de su gran navío. El fantasma del pacífico se ha ganado su nombre a pulso en más de veinticinco años que lleva navegando esas aguas. Ese barco significaba tanto para ella como si fuese un hermano mayor.

El sol está recién saliendo, aun así, ya empieza a calentar con fuerza. Las grandes velas del barco hacen sombra donde está de pie, así que no tiene que arrugar la vista para mirar al frente. Los marineros empiezan a salir de la galera. Cada uno de ellos tiene una función específica en el barco, pero este día todos están dispuestos para una única cosa, atracar ese barco y salir victoriosos de ahí a como dé lugar.

De inmediato cada uno se pone a lo suyo y se dispersan en la nave. Berry se acerca a ella con el mapa.

—Mi capitana, este es el rumbo que hay que tomar —le dice. Señala el camino en el mapa a través de un grupo de islas.

—Si nos vamos por ahí ¿los alcanzaremos antes de que toquen puerto?

—Sí. Estamos a una hora como mucho, debemos llegar ahora. Si el dato que nos dieron es real, deberíamos llegar primero y atacarlos por sorpresa.

—Muy bien —acepta.

Uno de los marineros, de nombre James, iza la bandera pirata característica del gremio de piratas del norte. Catherine observa las velas para saber si la velocidad del viento está demasiado baja o no.

—¡Suelten las velas! —ordena para aumentar la velocidad. La tela está hacia abajo. Otro de los marineros ejecuta la orden y el barco comienza a cortar las olas con mayor potencia. En eso, Arden sale del camarote y se acerca a la capitana.

—¿Por qué no me despertaste? —pregunta.

—Te veías muy cómodo —responde con una sonrisa.

—Veo que te has vestido para la ocasión —bromea, se acerca a ella y la rodea con sus brazos. La tripulación sabe de sobra que entre ellos dos hay una relación, así que ignoran por completo la escena. Además, si Catherine ve o escucha a alguno haciendo alguna broma sobre eso, bien podría ponerlos a caminar un rato por la plancha, o atarlo a la proa del barco un rato para que aprendan a respetar.

La chica sonríe y se deja abrazar por el corsario, sin quitar las manos del timón. Arden besa su cuello y desliza sus manos por los hombros de Catherine hasta alcanzar sus manos. Ambos manejan el timón mientras el riega unos cuantos besos húmedos en su piel. Ella se estremece al tacto, y desea dejar lo que está haciendo en ese momento para volver al camarote.

—Veo que aún sigues con ganas —susurra ella. Arden se echa a reír y desliza descaradamente su mano por la entrepierna de la chica. Da un respingo al tacto de los dedos del hombre y lo empuja leve con la cadera.

—Siempre tendré ganas de ti —admite él.

—No frente a la tripulación —masculla entre dientes.

—Si no les gusta, que no miren. —Arden sujeta las caderas de Catherine y la hace girar hacia él. Apoya las manos en el timón para no perder el curso y se acerca a ella todo lo que el espacio le permite. Sus labios se rozan, la respiración de la pelirroja es acelerada y agitada. Ese hombre la pone demasiado caliente. Lleva una camisa negra semiabierta del pecho. Sus pectorales bronceados la invitan a pecar. Arden toma el mentón de la capitana y deposita un suave beso en sus labios.

—Uumm… —carraspea el contramaestre y primer oficial detrás de ellos. Ambos se separan y ella retoma el manejo de la nave.

—¿Qué sucede Heinrik?

—Ya estamos por llegar.

Los tres dirigen la mirada al frente. El conjunto de islas se observa desde el horizonte. Se ven diminutas, pero a medida que el barco se acerca más y más, se van haciendo mucho más grandes.

El dato de que un barco del rey vendría con cargamento valioso se los había dado un corsario en las islas Birronto. Sin embargo, solo ella se atrevería a atracar un navío que pertenece a la flota del rey.

Catherine había escuchado que un nuevo comodoro estaba gestionando las cosas diferente, y que el muy idiota había decidido enviar el cargamento sin ninguna protección especial. No podía ser más beneficioso para ella, casi como si se lo estuviera regalando en bandeja de plata.

Cuando están lo suficientemente cerca de las islas, deciden soltar ancla ahí mientras esperan el paso del barco. Desde esa posición no hay forma de que los vean hasta que sea demasiado tarde para ellos.

—Alisten los cañones y prepárense para abordar al otro barco cuando llegue. Les daremos alcance y no los dejaremos escapar —ordena.

—¡Sí mi capitana! —responde a coro los marinos.

—No quiero fallas, no dejen testigos.

Todos asienten y se preparan para el combate. Esta es una de las partes favoritas de Catherine, aunque le molesta pensar que probablemente tendrá daños en el barco que tendrá que reparar después.

Arden se alista también y regresa completamente armado. Lleva dos espadas largas en las manos, un par de pistolas en el tahalí y tres cuchillos.

—¿Es necesario tanta cosa? —bromea ella mientras lo mira de arriba abajo.

—Claro que sí, nunca es demasiado.

—¡Barco a la vista! —grita el vigía.

—Ya saben lo que vamos a hacer, ¡Leven las anclas y suelten las velas! ¡Hoy es un gran día para morir! —exclama Catherine.

Los marinos alzan sus armas al grito de un ¡Arrgh! Y comienzan a retomar posiciones en el barco para darle alcance al otro navío. Catherine toma el timón de nuevo y maniobra para llegar por detrás. Desde donde están, ya se puede ver el barco del rey Julius III, con sus enormes velas blancas y la bandera de Queen Bay. Un rectángulo con una gran cruz en medio que divide en cuatro secciones la bandera; representando a los cuatro mares del mundo, la mitad de la izquierda de color azul, y la de la derecha de color rojo. En el lado superior izquierdo lleva un gran sol amarillo, y encima, un barco, característico de la Queen Bay, en el mar del norte.

Sin embargo, esa bandera no la representa en lo absoluto, ella es una renegada, una pirata, y la bandera de los piratas no es esa. Cualquiera que viera al fantasma del pacífico sabría que está frente a un barco de corsarios sin ley, pues en el navío ondeaba la bandera negra con la gran calavera y los huesos cruzados en medio. 

El barco anda veloz, y da alcance al otro en menos de quince minutos. Para este punto, ella sabe que ellos ya se han dado cuenta de que los están persiguiendo, pero no podrán hacer nada ante la velocidad de su barco.

Cuando ambos navíos están frente a frente, le deja el timón a Cooke y se para en medio del barco en dirección a babor. Los marinos del otro navío ya se estaban preparando para el ataque.

—¡Disparen! —ordena la capitana en un grito.

De inmediato desenfunda su arma y comienza a disparar a discreción a cualquier hombre del otro barco. Sus hombres hacen lo mismo, abajo otros cargan los cañones para atacar primero.

Arden corre al cuarto de artillería para organizar el ataque con los cañones. De inmediato el mar que estaba en calma se llena del sonido ensordecedor de las pistolas y escopetas reventando contra la madera, y algunas veces contra alguna persona desprevenida. De lado y lado los marineros empiezan a caer; a Catherine no le queda de otra que agacharse para evitar recibir algún balazo.

En eso, escucha el “bum” del primer cañón disparado por su barco, pasa un par de segundos de silencio y luego suena otro estruendo de la bala de cañón haciendo añicos alguna parte del navío del rey.

Arden se abre paso, arrastrándose por el suelo del barco para llegar a Catherine. Ella lo mira y por un segundo, duda de todo lo que está haciendo. No podría soportar perderlo.

—¿Qué haces aquí? Vuelve a la artillería —demanda. Tiene que alzar la voz porque el ensordecedor sonido de los cañones y las pistolas no deja escuchar con claridad. Además, los marineros gritan sin cesar de un lado a otro.

—No te dejaré sola —asegura y sostiene su mano.

El sudor le recorre por la frente a pesar de estar en altamar y correr un viento fresco. La pólvora quemada y los disparos han dejado una espesa cortina de humo a su paso y no se puede ver más allá de sus narices.

De pronto todo queda en silencio. Del otro lado no atacan. Es más, ni siquiera dispararon sus cañones.

—¡Deteneos! —grita Catherine. Se pone de pie y evalúa la situación. El humo empieza a disiparse y Heinrik se acerca a ellos.

—Mi capitana, algo raro está pasando aquí.

—No puede ser que los hayamos matado a todos ya —agrega Wyler Smithies, uno de los marineros.

—Prepárense para abordar. Cooke, acerca el barco —dice la pelirroja.

—¿Estás segura? —pregunta Arden.

—Si no están atacando es porque están muertos o heridos. Somos más que ellos —Catherine quiere parecer segura de sí, pero tiene un presentimiento de que algo extraño va a pasar. Voltea a ver a sus hombres, hay algunos heridos, pero no parece nadie demasiado lastimado—. Heinrik, lleva a los heridos con el cirujano.

El cirujano es el doctor del barco. Siempre tenía uno, aunque no estuviese ahí por su voluntad. Este último lo había conseguido en aquel enfrentamiento con Arden cuando lo conoció por primera vez. De nombre Flint Penney; no estaba ahí por su voluntad, pero había colaborado bien hasta entonces.

Los dos navíos quedan lo suficientemente cerca el uno del otro como para pasarse a través de varias planchas de madera delgada. Los marinos que quedan de pie se pasan al otro lado de prisa. Catherine los sigue de cerca. Salta al interior del barco y revisa cómo están las cosas ahí. Empuña su espada con firmeza en la mano izquierda; lista para cualquier ataque sorpresa.

Pero lo único que la sorprende es que no hay ni un alma en ese lugar. Es todo demasiado extraño, considerando que los acababan de atacar. Es obvio que no pudieron irse, así como así. Corre al babor de la nave para ver si es que han escapado en bote hacia el otro lado, sin embargo, lo que la recibe es la inmensidad de un océano azul que se mece a merced del viento hacia el oeste.

—¿Dónde están? —pregunta Arden en voz alta.

—Tal vez están escondidos con el botín. ¡Revisen la nave! ¡Maten a quien se resista!

Catherine camina hasta el camarote del capitán. Abre la puerta de una patada esperando encontrarse a cualquier marinero gallina escondido entre el escritorio, mas, no hay nadie en ese lugar tampoco. El suelo está lleno de papeles que se han caído en el caos del ataque, hay un tintero regado por las hojas y algunos cuadernos de navegación, nada más.

—Cath, creo que tenemos que irnos de aquí —dice Arden con la voz temblorosa—, tengo un mal presentimiento.

—¡Mi capitana! —llama Wyler, quien también se había pasado al barco del rey—. Hemos encontrado algo.

Catherine y Arden lo siguen hasta la galera. Parte del casco del barco está destrozada y el agua está entrando, pero no es demasiado como para que se hunda tan rápido. Hay cinco barriles sellados y dispuestos en la esquina. Y están seguros de que ese es el botín porque uno de ellos se ha roto y de él sale un líquido marrón que ha inundado de aroma a ron el cuarto.

—¿Solo cinco? —reniega molesta.

—Tiene que haber más —asegura Arden.

—¡Maldita sea! —brama enojada—. Wyler, dile a los demás que vengan por esto. Al menos algo nos llevaremos.

Wyler sale corriendo de la galera y ella y Arden se quedan a esperar. Catherine se acerca a revisar los barriles, pero no puede abrirlos tan fácilmente. Saca su cuchillo y lo usa para hacer palanca y destapar el barril, cuando de pronto escucha un golpe seco y sordo detrás de ella. Un hombre ataca a Arden y lo está asfixiando. Él intenta pelear, pero no puede liberarse del agarre.

Catherine está a punto de atacarlo con su cuchillo cuando otra persona surge de las sombras detrás de los barriles y la sujeta por el cuello. La amenaza con un arma de fuego. Ella intenta pelear y liberarse, pero el agarre del sujeto es mucho más fuerte.

—¡Suéltame maldito! —grita la capitana.

Arden está siendo brutalmente golpeado por el otro sujeto frente a ella, quien al final, logra someterlo y lo sujeta fuertemente con los brazos en la espalda. Él intenta zafarse, sin embargo, parece que el golpe que le han dado lo ha dejado un poco aturdido.

—Calladita, no querrás que se muera tu amigo —amenaza quien la tiene sujetada.

Catherine espera que su tripulación llegue a ayudarla, pero pasa el tiempo y nadie entra. Sus ojos se dirigen hacia la puerta y el sujeto lo nota.

—Oh, sí esperas que vengan por ti, no lo harán.

El corazón de Catherine comienza a palpitar errático, ha caído en una trampa y ahora no tiene idea de cómo va a salir de esa situación.

El hombre la hace caminar hasta afuera de la galera, igualmente a Arden. Los pocos marinos de su tripulación que se habían pasado con ella están tendidos en el piso. La sangre mana de sus cuerpos sin parar. Están muertos, y rodeados por un montón de hombres del barco del rey. No tiene idea de dónde se han ocultado para tomarlos por sorpresa de esa forma, todo eso fue una emboscada.

Su barco sigue ahí, pero las tablas de maderas han caído, y se han alejado un poco. Seguramente Heinrik tomó esa decisión para proteger al navío.

El hombre que la sujeta le amarra las manos con fuerza. Ella se queja, pero al tipo parece importarle muy poco. La empuja contra el mástil central del barco y hace que sus otros hombres la sujeten mientras los apuntan con las escopetas.

Mira por primera vez al sujeto que la había agarrado, cuando el sol ya no le da de contra luz. Se mueve alrededor de ellos como si estuviera evaluando a su presa. Catherine ahoga un suspiro cuando lo ve. El hombre es de una belleza que ella jamás había contemplado. Por su elegante ropa, está segura de que él debe ser el capitán de la nave.

—¿Quién eres tú? —espeta con desprecio. No puede dejarse encandilar por los encantos de ese hombre.

—Soy el comodoro de la Queen Bay, y tu peor pesadilla —anuncia con una gran sonrisa.

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