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VI. Inconveniente

Hoy nos entregan el resultado de los exámenes, y me he sentido tan ansiosa de salir del trabajo, que no he hecho más que sumergirme de lleno en los informes que debo realizar para no enloquecer.

Aunque ya hablamos y decidimos que, sin importar el resultado que fuese, seguiríamos con el plan de tener un hijo, no puedo dejar de estar intranquila. Pese a todo, estamos hablando de nuestra salud.

Me encontraba en la hora del almuerzo cuando recibí una llamada de mi mejor amiga; Eliza, lo que se me hizo sumamente extraño, puesto que ella debería estar durmiendo.

Respondí sin dudar, pensando que había sucedido algo malo, pero su bostezo y un leve murmullo me hizo esbozar una sonrisa.

-¿De nuevo con insomnio? -pregunté, comiendo perezosamente el almuerzo.

-Sí, pero no hablemos de eso porque no quiero seguir llorando.

-¿Jimmy volvió?

Resopló con fuerza y sentí la necesidad de ir a su casa y abrazarla.

-Ya sabes, todo seguirá igual por más que venga a decirme dos palabras bonitas cada que se aburre con otras o se acuerda de mí existencia. Pero, de verdad, no hablemos de él. Quiero saber cómo estás.

-Dejaré el tema por hoy, pero no te vas a salvar, ¿de acuerdo?

-Vale, mamá. Ahora cuéntame qué tal es Australia.

-Es un país maravilloso y, que, gracias a mi nuevo empleo, tendré el gusto de conocer más de una ciudad en el mundo.

-Ese empleo tuyo es envidiable.

-Ni tanto -solté una risita-. Es bastante demandante.

-No es como si la Sra. Johnson nunca hubiese sido estricta y severa.

-Bueno, haciendo una pequeña comparación, el Sr. Black es mucho más amable y paciente.

-Recibeme en Australia, ¿sí? Cocino, plancho y hasta lavo. Además, quién sabe, puede que allá se encuentre el amor de mi vida -bromeó, pero sabía que había algo de súplica en sus palabras-. ¿Cómo va el trabajo de ser padres? ¿Ya germinó el frijol?

Solté una carcajada, sin dudar, extrañaba demasiado a Eliza. Sus bromas, sus comentarios, su sarcasmo, simplemente pasar el tiempo con mi amiga me hacía demasiada falta.

-Aun no, pero hemos ido a consulta y estamos decididos a someternos a un tratamiento de fertilidad. Hoy nos entregan los primeros resultados de los exámenes.

-Sabes que siempre te apoyaré, y soy testigo de que ser madre es tu mayor sueño, pero si quedas embarazada, ¿cómo vas a hacer con tu nuevo trabajo? Me has dicho que es demandante y si tu deseo es concebir tendrás que enfocarte más en el bebé que en el trabajo.

Guardé silencio, pensando en sus palabras. Soy consciente de que si deseo ser madre, tendría que renunciar a este nuevo empleo que demandará mucho de mi tiempo, pero, por una parte, no quisiera dejarlo.

-He conocido muchas mujeres embarazadas que trabajan.

-Y no estoy diciendo que el embarazo sea un impedimento para que las mujeres trabajen, pero debes ser consciente de que un tratamiento de fertilidad es de mayor cuidado.

Suspiré, dejando de lado el almuerzo, de repente sintiendo que perdía todo el apetito.

-Lo sé... Sé que debo tener muchos más cuidados, pero sinceramente no quiero dejar este nuevo empleo. Aún no sabemos qué va a suceder, hasta ahora estamos iniciando el tratamiento y no sabemos si vaya a concebir naturalmente o por medio de una inseminación, así que no quiero apresurarme en nada, como tampoco quiero ilusionarme demasiado... Pero si la doctora me sugiere dejar el trabajo por el bien de mi bebé y el mío, lo haré sin dudarlo.

-Bien, tienes razón. No nos adelantemos a los hechos y esperemos que puedas seguir trabajando aún cuando hayas quedado embarazada.

Sonreí, la sola idea de pensar que puedo tener la posibilidad de traer una vida al mundo, me hace feliz y erradica de mi mente todo miedo que pueda sentir.

Luego de hablar otro poco con Eliza, colgué la llamada, puesto que mi amiga debía prepararse para ir a trabajar y mi almuerzo ya había llegado a su fin.

Me levanté del comedor, llevando conmigo la bandeja. Al girar, me estrellé de frente con otro cuerpo y todo lo que tenía en la mano cayó con un gran estruendo que me hizo estremecer.

-Lo siento tanto, Sr. Black, no lo vi.

-No te preocupes, no es tu culpa, Amanda.

Me agaché a recoger los cubiertos y la loza quebrada, pero la mano del Sr. Black se cerró alrededor de mi muñeca con suma suavidad, lo que me llevó a mirarlo.

-Deja eso ahí, puedes cortarte -susurró, mirándome con esos ojos tan azules y profundos-. Ven, deja que una de las chicas del aseo se haga cargo.

-Sí, señor.

Me ayudó a ponerme en pie y se mantuvo en silencio, mirándome fijamente sin soltarme.

Sentí gran incomodidad, no sabía si era por la forma en que me estaba mirando o porque su mano sostenía la mía y sus dedos rozaban con extrema suavidad mi piel.

Aparté mi mano de un solo tirón, sintiendo que mi cara ardía de vergüenza, pero su toque me hizo sentir tan incómoda que no veía el momento que dejara de tocarme.

-Lo siento, no quise incomodarte -carraspeó, guardando las manos en los bolsillos de su pantalón.

-No hay problema -dije, evitando el tema y quizá pensándolo demasiado-. Bueno, Sr. Black... Iré a mi puesto de trabajo. Permiso.

Asintió sin decir una sola palabra y salí casi corriendo del comedor de la empresa, incómoda y avergonzada a partes iguales. Qué momento más incómodo acabo de vivir con mi jefe, pero espero estar pensando todo mal. Es decir, sería demasiado chistoso que el Sr. Black se fijara en mí. Es más ni siquiera debería estar pensándolo, primero porque soy una mujer casada que ama profundamente a su esposo y, segundo, porque mi jefe jamás se fijaría en su simple y nueva secretaria.

Reí, de repente pensando en mi mejor amiga. Si ella hubiese visto ese intercambio tan vergonzoso de seguro ya habría creado un escenario donde le dejaría en claro que jamás le fallaría a Will. Mi esposo es el único hombre en mi mente y mi corazón, no importa si otros hombres son mucho más atractivos o adinerados, después de todo, mi corazón ya eligió al amor de su vida y nadie podrá arrancarlo de mi pecho, ni siquiera la jodida muerte.

En cuanto llegué a mi escritorio, le envié un mensaje a Will, asegurándole que nos encontraríamos en la clínica puesto que no podía venir a buscarme. Aunque aún me sentía algo ansiosa, sus palabras de calma y ánimo lograron derrumbar todos los miedos que sentía.

«Si Dios desea que seamos padres, tendremos esa dicha cuando menos lo esperemos. Mientras tanto, lo mejor es ir paso a paso, pero juntos, mi amor. Te amo».

Miré su mensaje por largos minutos en los que mi corazón no dejaba de sentir ternura y calma. ¿Cómo no amarlo más? ¿Cómo no desear morir a su lado? ¿Cómo no anhelar una vida y una familia extraordinaria? Will sabe qué decir en estos momentos donde siento que el mundo tambalea y me hace dudar incluso de mí misma. Él es mi mayor apoyo, quien le brinda la paz a mi angustiado corazón.

-Amanda.

-Sí, Sr. Black.

Me puse en pie de un salto, llevando mi teléfono detrás de mi espalda como si hubiese cometido un delito.

-Por favor, cancela todas mis citas del día, surgió un inconveniente de último minuto en una de las sedes en Melbourne, por lo tanto debemos viajar ahora mismo.

-¿Cómo? -pregunté sin poder creerlo.

-Al parecer hubo un incendio.

-Pero...

-Entiendo que este suceso te tome por sorpresa, pero no puedo simplemente manejar la situación desde aquí. Además de ir a mirar cuántos daños materiales hay, también tengo que asegurarme que mi personal se encuentre bien -dio dos pasos hacia su oficina, pero se detuvo breves instantes y me dedicó una mirada por encima de su hombro-. Por cierto, cancela todos los compromisos que tengo durante los tres días siguientes, porque esta no es una situación que se resuelva en un par de horas.

No me dio tiempo ni de hablar, puesto que su silueta se perdía en el interior de su oficina una vez que salí de mi aturdimiento.

Cerré los ojos con fuerza y solté un largo suspiro, preguntándome por qué tenía tan mala suerte. ¿Por qué justo en este día tan importante sucedía algo tan malo? Sé que soy la secretaria del Sr. Black y debo acatar sus órdenes sin rechistar, pero me gustaría pedirle estos tres días libres para poder ir a mi consulta médica; sin embargo, es demasiado pronto para solicitar permisos.

Encendí mi teléfono y tecleé una rápida respuesta a mi esposo, explicándole la situación, por lo que su llamada no se hizo esperar.

-Lo siento tanto, mi amor, de haber sabido esto antes, yo...

-Cielo, ¿cómo ibas a saber lo que sucedería? No lo pienses mucho, ¿de acuerdo? Ahora debes cumplir con tu trabajo, por lo que, tan pronto estés de regreso, iremos juntos con la doctora. La llamaré y le explicaré la situación para reagendar la cita, ¿está bien?

-Pensé que te ibas a molestar por esto.

-Sabes que no -dijo con suavidad-. Entiendo a la perfección tu posición, además de que no somos adivinos como para pronosticar los infortunios.

-Estaba preocupada. Gracias por entenderlo, mi amor.

-No lo pienses demasiado. ¿A qué hora van a viajar?

-El Sr. Black aún no me ha dicho a qué hora partiremos, pero supongo que será en un par de horas. Te estaré avisando antes de marcharme, ¿de acuerdo? Te amo mucho y te voy a extrañar aún más.

-Y yo a ti, mi amor. Cuidate mucho. Llámame cuando estés en Melbourne.

-Debo irme, te amo -le envié un beso que me devolvió al instante antes de colgar.

Suspiré consternada, realmente deseaba empezar con el tratamiento de fertilidad cuanto antes, pero Will tiene razón, no podemos pronosticar lo que va a pasar.

Tomando una gran bocanada de aire, me puse manos a la obra y cancelé todos los compromisos del Sr. Black. Cuando le informé que todo estaba listo, me dio una hora de tiempo para ir a mi casa y empacar todo lo necesario para tres días y así partir en dos horas y media en su avión privado hacia Melbourne.

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