IX. Amor, fuego pasión y mucho más

Completamente desnuda me encaminé hacia el baño, donde una gran bañera esperaba por mí. Mientras esperaba paciente que se llenara, le mostré con total desinhibición los senos a mi marido, quien mantenía su fiera mirada en mí y cada parte de mi piel expuesta.

—Quiero tenerlas en mi boca y entre mis manos —susurró con voz profunda y cargada de deseos—. Y sí, quisiera deslizarme una y otra vez entre ellas. Son tan perfectas.

Sus palabras más esa forma ronca de hablar me tenía sumamente húmeda y con ganas de estar entre sus brazos para cumplir todas nuestras fantasías.

—¿Podrás soportar tres días, cariño mío? —pregunté juguetona, deslizando la yema de mis dedos por la cima fruncida y endurecida de mis pechos—. No es tanto tiempo. ¿o sí?

—Es demasiado —suspiró, mordiendo su boca—. Me vas a matar, mujer. Sabes que eres puro fuego del más corrosivo. No tienes ni un poco de compasión de mí.

Sonreí, acariciando perezosamente mis pechos y mi cuello, antes de acomodar el teléfono de tal manera donde pudiese verme completa a la hora de sumergirme en la bañera.

—Dios mío —lo escuché decir y reí.

¿Qué mujer no se sentiría satisfecha y poderosa de seguir provocando a su marido luego de ocho años de relación y darse cuenta de que ese fuego aún no se ha extinguido? Muchos me dijeron que la pasión acababa tiempo después, pero a mí nunca me ha sucedido aquello. Tanto Will como yo mantenemos nuestras ganas intactas, hasta me atrevo a decir que con el paso de los años la llama se ha ido intensificando gradualmente.

Es maravilloso compaginar con tu pareja en todos los aspectos. No solo estamos en las buenas y en las malas, en la salid y en la enfermedad como lo prometimos, sino que también estamos hechos a la medida. Encajamos a la perfección en cada aspecto de nuestra vida, aún más en la cama, cuando los deseos nos superan y la pasión habla por sí sola.

Me sumergí en la bañera con toda la sensualidad que una mujer puede poseer al sentirse poderosa y sonreí coqueta a la cámara, llevando mis manos por el agua y luego pasándolas con suavidad por mis senos. El agua cubría hasta mis pechos, por lo que mi esposo aun podía apreciar las cimas endurecidas y deseosas de su hambrienta boca.

—Ahora déjame ver un poco más —pedí.

—Pero yo quiero ver como te tocas por y para mí —se quejó en voz baja, aun así, bajó la cámara y mordí mis labios al verlo en toda su gloria, en lo alto, endurecido y húmedo; listo para mí—. Esa mirada, esposa.

—Es la única que tengo, esposo.

Me puse en pie y me senté en el borde de la bañera, abriendo mis piernas de par en par y deslizando mis dedos con la misma suavidad y lentitud con la que él sostenía su masculinidad.

Las palabras en ese instante sobraban, puesto que con la mirada nos lo dijimos todo. El baño se llenó de mis gemidos y mi cuerpo vibró en cada toque sin perderme a detalle como mi esposo perdía el control y se dejaba vencer por mi voz al otro lado de la línea.

Su perfecto cuerpo era un deleite del cual nunca me aburriría en esta ni en la otra vida. Sus músculos tensos, el sudor que corría por su piel, la forma en que sus venas se brotaban y se endurecía cada vez más. Su intensa mirada más verlo tan excitado me tenía tan caliente que mi mano no se podía comparar ni un poco con toda la calma que él me brindaba.

Ansiaba su toque, sus besos, su salvaje ternura a la hora de someterme. Necesitaba que calmara todo ese fuego que él mismo había iniciado y yo no podía contener ni mucho menos apagar.

Entre toques mucho más profundos y gemidos llenos de desesperación, le supliqué como muchas veces lo hacía. Por más de que me sentía complacida al compartir este momento tan íntimo, lo que necesitaba era a él.

—Te necesito, Will —susurré en voz alta, vibrando por completo ante las sensaciones que me sumergían en un intenso éxtasis de placer—. No sabes lo mucho que necesito de ti.

—Oh, mi diosa, también te necesito —suspiró—. Tu boca aclama mis besos, tu piel arde al necesitar el toque de la mía y tu interior... Joder, mira cómo estás de húmeda, tan lista para recibirme y cobijarme en tu apretado y caliente interior.

La sola idea de imaginarlo entre mis piernas, tomándome con brutalidad mientras me besaba y su mano envolvía mi cuello, mi espalda se curvó y mi cuerpo vibró con tanta violencia que creía que no era natural la manera en que mi mente quedó en blanco y solo pude ser una sola con él a la distancia, estallando en cientos de sentires que hacían doler con intensidad mi centro.

Mantuve los ojos cerrados por varios minutos, hasta que todo resquicio de placer desapareció y los abrí, solo para encontrar a mi esposo sonriendo, con las mejillas sonrojadas y una mirada completamente obnubilada de placer.

—Lo más hermoso en este mundo eres tú —dijo y una sonrisa se dibujó en mi rostro, así como sentí que mis mejillas se calentaban—. Y eres mucho más hermosa cuando llegas a tu orgasmo.

Me sumergí en la bañera nuevamente y me acerqué lo más que pude al teléfono, viendo a mi esposo más tranquilo y aun con la evidencia de su semen regado por su vientre.

—Y soy la única, ¿o no? —bromeé.

—Eres y serás la única, eso no tienes por qué dudarlo, mi amor —acomodó la cámara y mostró su hombría palpitante, lo que me hizo reír y desear tomarla en mi boca—. Este desastre solo lo puedes provocar tú y nadie más que tú.

—Te amo tanto, William Lester —no aparté la mirada de sus ojos y pude notar como ellos brillaban con mucha más intensidad—. En este momento, donde no estoy a tu lado, mi corazón termina de convencerse que eres tú a quien amaré por el resto de mi vida.

Sonrió.

—¿Recuerdas cuando nuestros padres nos dijeron que nos habíamos apresurado en casarnos? —inquirió y asentí, riendo, recordando a la perfección aquel día inolvidable—. Les dije que jamás era apresurado unirse a la persona que más se ama, porque, Amanda, a ti te he amado desde hace tantos años. Eres mi primer amor, mi primera ilusión, la primera chica con la que viví tantos momentos buenos y malos, la chica que vi hacerse mujer entre mis brazos, con la que deseé toda una vida, tener hijos, conocer el mundo. Ese día les dije a mis padres que te amaría incluso estando muerto, porque este amor que siento por ti no puede combatir contra la muerte.

Mis ojos se llenaron de lágrimas y, por más que parpadeé para no dejarlas caer, ellas empaparon mi rostro sin que pudiera hacer nada. Así es nuestro amor, una conexión que va más allá de una pasión.

—No llores, mi vida.

—Estoy llorando de felicidad —limpié mi rostro—. No necesito nada más en esta vida para ser feliz, porque ya lo soy teniéndote cada día y cada noche a mi lado. ¡Ah, Will, quiero besarte!

Soltó una risita divertida y nos quedamos viendo fijamente por largos segundos, con ese amor y devoción tan característico nuestro.

—Podrás besarme mañana, Sra. Lester —dijo de repente y lo miré sorprendida—. Viajaré a Melbourne en horas de la mañana. Volveré mañana mismo, pero podemos pegarnos una escapada para al menos besarnos.

—¿Estás bromeando?

—No, debo ir a una reunión importante con el Sr. Weiss, y como mi esposa está en la ciudad por temas de trabajo, solo pensé que vernos y darnos un pequeño beso sería maravilloso.

De solo imaginar ese pequeño beso mi corazón bombea con fuerza, y no precisamente el que tengo en el pecho.

—Sr. Lester, harás que el regaño que mi jefe me dé merezca la jodida pena.  

***

¡Hey, amores, espero estén muy bien!

¿Qué les está pareciendo este libro? Mucha miel nos va a empalagar, ¿no creen?

El siguiente capítulo por fin sabremos lo que piensa nuestro querido Julen, y desde ya les digo que la etapa de la miel y el amor rosita se acabó, así que espero que estén listas para todo lo que se viene.

No olvides votar, comentar y seguirme. Gracias por el apoyo y el amor que le dan a mi trabajo.

No leemos más tardecito con otro capítulo.

Las amodoro.

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