Capítulo 7
—Nada —respondió Diana, mirando por la ventana con los ojos enrojecidos.

En ese preciso momento, el cielo se iluminó con un gran espectáculo deslumbrante de fuegos artificiales. Diana recordó lo que Mariana había dicho: esta noche Nicolás lanzaría fuegos artificiales por toda la ciudad para ella.

Al verla contemplar absorta el espectáculo, Nicolás la miró con admiración:

—¿Te gustan? Puedo preparar un espectáculo aún más grandioso para ti, ¿qué te parece?

La abrazó con fuerza mientras hablaba suavemente.

Diana sonrió, pero era una sonrisa amarga, llena de lágrimas contenidas:

—Nicolás, no me gusta usar lo que otros ya han usado.

No se refería solo a los fuegos artificiales, sino también a las personas.

Aunque sabía muy bien que hablaba de los fuegos artificiales, su corazón dio un giro inesperado y sintió una inexplicable inquietud.

Después de un momento de silencio, la abrazó aún más fuerte:

—Entonces te prepararé otras sorpresas. Jamás tendrás que envidiar a ninguna otra mujer.

Diana permaneció en completo silencio, con la mirada perdida en el horizonte.

Durante los días siguientes, Nicolás actuaba muy misterioso, saliendo temprano y regresando bastante tarde.

Incluso los sirvientes notaron algo extraño y bromeaban:

—Señora, ¡el señor Paredes debe estar preparándole una gran sorpresa!

—Sí, el señor Paredes la adora tanto... Apenas terminó de encargar una joya exclusiva y ya está planeando algo más. Las sorpresas definitivamente nunca terminan.

Diana escuchaba todo esto sin mostrar expresión alguna.

Hasta que un día, Nicolás tomó su mano de manera misteriosa y la llevó hacia la puerta:

—Diana, quiero llevarte a un lugar. Te encantará.

Diana estaba a punto de negarse cuando su teléfono vibró.

Era un mensaje de Mariana:

"Diana, ¿adivina quién es más importante para él ahora, tú o yo?"

En ese preciso instante, el teléfono de Nicolás también vibró.

Diana alcanzó a ver la pantalla: era una foto de Mariana en medias negras, seguida del mensaje "¡No me hagas esperar!"

Los ojos de Nicolás se oscurecieron y su nuez de Adán se movió claramente. Enseguida, guardó el teléfono:

—Diana, surgió un problema con un proyecto. Tengo que ir urgente a resolverlo.

—¿Podemos dejar la sorpresa para otro día?

Ella lo miró fijamente a los ojos y soltó una pequeña risa.

Esa sonrisa lo inquietó de manera inexplicable. Al momento, ella bajó del auto sin decir ni una sola palabra.

Después de solo tres segundos de duda, Nicolás arrancó el auto sin quedarse por ella.

Horas más tarde, Mariana envió una foto de un bote de basura lleno de condones usados:

"Diana, perdiste otra vez. Estoy embarazada y aun así él no puede resistirse. ¿No demuestra eso cuánto me ama?"

El tono de Mariana era valiente, pero Diana miró las fotos sin responder ni una sola vez. Ya había decidido marcharse; estas cosas ya no podían herirla.

En los días siguientes, Nicolás no regresó a casa. Diana nunca preguntó por él. Pero los mensajes de Mariana nunca terminaron. A veces eran fotos de fruta cortada, otras de armarios llenos de artículos de lujo, o de platillos que él había cocinado personalmente... Todo evidenciaba cuánto la amaba Nicolás.

Diana no respondió ningún mensaje. Estaba ocupada eliminando todo rastro de su presencia en esa casa. Si iba a desaparecer, lo haría de manera definitiva.

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