Capítulo 8
La primera fecha clave fue cuando Mariana envió una foto donde Nicolás le pelaba camarones con ternura. Diana respondió preparando un brasero donde incineró, una a una, todas las fotografías que tenían juntos.

Al día siguiente, después de recibir una imagen de Mariana y Nicolás besándose bajo los plátanos, Diana contrató trabajadores para arrancar de raíz cada uno de los cerezos que él había sembrado con tanto amor en el jardín de la mansión.

El tercer día, cuando Mariana le mandó una recopilación de las declaraciones de amor que Nicolás le había hecho durante sus transmisiones en vivo, Diana buscó de inmediato la colección de más de cien cartas de amor que él le había escrito a lo largo de los años.

Las cartas mostraban el paso del tiempo con sus páginas amarillentas, aunque la caligrafía permanecía tan perfecta como el primer día. Pasó sus dedos con delicadeza por las letras una última vez, antes de alimentar cuidadosamente la trituradora con cada una de ellas, sin salvar ni una sola.

La mañana de su partida, Diana apenas había abierto los ojos cuando encontró justo a Nicolás, quien llevaba días sin aparecer, de pie junto a la cama. Sostenía el teléfono de ella y la miraba con una expresión profunda y seria.

—Diana, acaba de llegar un mensaje sobre una cancelación exitosa. ¿Qué estás cancelando?

El corazón de Diana dio un giro repentino. Recuperó apresurada su teléfono y comprobó la pantalla. Era la confirmación de la eliminación de su verdadera identidad. Por fortuna, el teléfono tenía contraseña y Nicolás solo había podido ver el mensaje en la pantalla bloqueada.

Recobrando la compostura, respondió con naturalidad:

—Nada importante. Hackearon una de mis redes sociales, así que la recuperé y decidí mejor cerrarla por seguridad.

Nicolás se tranquilizó y la envolvió en sus brazos:

—Mi amor, ¿adivinas qué te traje de lo que tanto te gusta?

Después de una pasa repentina, ella respondió con suavidad:

—El refresco de la tienda del este de la ciudad.

—¿Cómo lo supiste? —preguntó Nicolás, muy sorprendido.

"¿Cómo no saberlo?", pensó ella. Durante su noviazgo, cada vez que la hacía enojar, él corría hasta esa lejana tienda para comprarle refresco como ofrenda de paz. El dulce aroma siempre conseguía derretir su enojo. Nunca le importaron las joyas ni los autos de lujo, solo ese helado en especial.

Él solía bromear: "Mi Diana es tan fácil de contentar."

Y ella le picaba la frente con el dedo, respondiendo cariñosa: "No es que sea tan fácil, es que te amo tanto que te perdonaría cualquier cosa."

"Pero el día que deje de amarte, ni siquiera una amenaza de suicidio te servirá."

Los recuerdos se desaparecieron cuando Nicolás sacó la caja de refrescos:

—Como siempre, no puedo ocultarte nada.

Diana sonrió con amargura:

—Es cierto, no puedes ocultarme nada.

Por alguna razón que no entendió, el corazón de Nicolás se encogió:

—Diana...

Ella no respondió y se dirigió a bañarse.

Al salir, vio a Nicolás marchándose de manera apresurada. Después de un momento de duda, lo siguió.

Se detuvo en seco en la entrada al ver a Mariana en una parada cercana. "¿Cómo se atreve a presentarse de manera tan descarada en la mansión?", pensó.

Nicolás, claramente más alterado que Diana, se acercó apresurada a Mariana y la agarró del brazo con un rostro sombrío:

—¿Has perdido la cabeza? ¡¿Por qué viniste aquí?! Te dejé muy claro que nunca aparecieras cuando Diana está presente.

Al escuchar su tono furioso, Mariana tembló y sus ojos se llenaron al instante de lágrimas. Se aferró a su camisa:

—¡No puedo estar ni por un momento sin ti! El bebé tampoco.

Tomó su mano para colocarla sobre su vientre.

Él retiró la mano con total frialdad:

—Deja de jugar. Mi asistente te llevará. En unos cuantos días iré a verlos a ti y al bebé.

Pero Mariana se negó a marcharse, aferrándose a su mano con más fuerza:

—¡No! No quiero ir con el asistente. ¡Te quiero a ti!

Se puso de puntillas, tiró afligida de su corbata y lo besó.

Nicolás intentó apartarla , pero después de unos segundos de insistencia por parte de ella, la agarró con fuerza y correspondió al beso apasionadamente.

Se besaron con una intensidad deslumbrante en medio del jardín. Cuando la mano de él empezó a deslizarse travieso bajo la ropa de ella, a punto de perder el control, se detuvo de repente y la apartó:

—Tienes que irte.

Mariana, con los ojos brillantes por el deseo, se apoyó en su pecho y le susurró algo al oído.

La expresión de Nicolás cambió claramente.

Finalmente cedió:

—Está bien, hoy te acompañaré. Sube al auto, iré en un momento.

Mariana, satisfecha con su victoria, sonrió radiante mientras subía al auto acariciando su vientre.

Diana se dio la vuelta justo antes de que Nicolás regresara.

Momentos después, él entró diciendo:

—Diana, quería pasar todo el día contigo, pero surgió una emergencia en la empresa. Tengo que salir. Quédate en casa y cuando termine esto, te prometo dedicarte cada minuto, ¿de acuerdo?

Esperó nervioso su respuesta, pero Diana solo lo miró una vez.

Esa única mirada lo dejó al instante paralizado.

¿En qué momento los ojos de su Diana habían perdido por completo todo su brillo?

Su nuez de Adán se movió mientras pronunciaba su nombre:

—Diana...

Antes de que pudiera añadir algo más, ella esbozó una ligera sonrisa:

—Ve, atiende con tranquilidad tus asuntos.

Su tono era suave como siempre, sin nada que delatara su dolor.

Finalmente, él se tranquilizó.

Sin pensarlo más, acarició su cabello y se marchó.

Pronto se escuchó el motor del auto, alejándose hasta desaparecer en la distancia.

La sonrisa se borró del rostro de Diana, dando paso a un par de lágrimas silenciosas.

Las secó sin hacer ruido alguno, tiró todo el refresco a la basura, y sacó la maleta que ya tenía preparada.

Después de una última mirada a lo que había sido su amado hogar, envió un mensaje final a Nicolás:

—Han pasado las dos semanas. Ya puedes abrir el regalo de aniversario que te di.

Él respondió casi al instante:

—Mi amor, volveré pronto y lo abriremos juntos.

Diana sonrió con amargura.

¿Juntos? No, Nicolás. Solo tú. Solo tú, por el resto de tu vida.

Procedió a reenviar a Nicolás todos los mensajes que Mariana le había estado mandando uno tras otro y, sin un momento de duda, partió su tarjeta SIM en mil pedazos.

Finalmente, tomó su maleta y atravesó la puerta por última vez.

Afuera, el sol de la mañana brillaba de manera intensa, prometiendo un nuevo día. A partir de ese momento, nadie podría encontrar jamás a Diana...

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