Capítulo 4
Al ser D'Gems una pieza tan valiosa, la única manera de venderla era a través de una casa de subastas.

¿Así que Nicolás la había visto allí?

En lugar de responder, Diana contraatacó:

—¿Has estado acaso, en la casa de subastas?

Nicolás dudo por un momento, evitando su mirada, y después de varios segundos respondió:

—Quería comprarte algunas joyas.

"¿Comprarme joyas a mí... o a Mariana?"

Después de todo, Mariana le había preparado una sorpresa tan especial... era natural que él quisiera corresponderle.

Diana, ya con sus emociones bajo control, respondió con un tono de voz tranquila:

—No la vendí, la doné.

Nicolás tomó su mano con un gesto de total resignación:

—Diana, sé que tienes buen corazón, pero si quieres donar algo, puede ser cualquier otra cosa. Esta joya no.

Sacó una caja de su bolsillo y la colocó frente a Diana.

Al abrir el estuche de terciopelo negro, ahí estaba D'Gems.

La joya conservaba su extraordinario brillo.

—La recuperé. D'Gems es la prueba de mi amor por ti, nunca debes quitártela.

Mientras hablaba y hablaba, Nicolás volvió a colocársela personalmente.

Ella miró el collar que había regresado a su cuello y sonrió con amargura.

"Ah, Nicolás, qué buen actor te has vuelto."

Acababa de llegar corriendo después de estar con otra mujer, y ahora podía pronunciar palabras de amor tan fácil.

Esa noche, cuando estaba a punto de dormirse, sonó el teléfono de Nicolás. Él lo silenció de inmediato, dándole unas palmaditas tranquilizadoras en la espalda. Segundos después, volvió a sonar.

Después de varias veces, Nicolás, preocupado por molestar a Diana, se vio obligado a contestar.

La voz al otro lado se escuchaba claramente en el silencio de la habitación.

—¡Nicolás, sal a divertirte! Estamos todos aquí, solo faltas tú.

Nicolás rechazó de inmediato sin pensarlo:

—Estoy arropando a Diana. Adiós.

—¡Eh, no cuelgues! Deja de ser tan mandilón, ¿cuánto hace que no sales con tus amigos?

—Sí, otros se olvidan de sus amigos por su esposa, pero tú tan directamente nos has borrado del mapa. Que te está pasando.

El ruido de fondo era intenso. Nicolás cubrió el micrófono:

—Ya basta, bajen la voz. Ya les he dicho que nadie en el mundo es más importante que mi esposa. Me quedo con ella.

Pero del otro lado seguían insistiendo.

Varios tomaron el teléfono para convencerlo, decididos a hacerlo salir.

En medio de la disputa verbal, Diana, ya despierta por el ruido, intervino:

—Ve a reunirte con ellos, hace mucho que no los ves.

Nicolás se mostró reacio, pero ante la insistencia de Diana, le propuso:

—Entonces ven conmigo. Si no vienes, no voy.

Los amigos de inmediato empezaron a suplicar una y otra vez:

—¡Diana, ven con Nicolás! ¡Será divertido!

—Sí, Diana, ¡por favor! Si no vienes, Nicolás no vendrá.

Finalmente, Diana aceptó y solo entonces Nicolás accedió a salir.

Apenas abrió la puerta del reservado y vio a sus amigos rodeados de más de una docena de mujeres, Nicolás dio media vuelta para marcharse.

Sus amigos reaccionaron al instante, apresurándose a despedir a las mujeres.

—Fuera, fuera todas.

Solo cuando la última mujer abandonó el reservado, sus amigos suspiraron aliviados y le pasaron un brazo por los hombros.

—Nicolás, no has cambiado nada en todos estos años. No dejas que ninguna mujer se te acerque, excepto Diana.

Nicolás se sacudió el brazo con disgusto, incluso se sacudió un polvo imaginario de la ropa:

—Soy un hombre casado, debo darle seguridad a Diana. ¿Qué vas a saber tú, que ni te has casado?

Todos en el reservado se rieron y miraron a Diana en señal de complicidad. Aunque era una reunión de amigos, Nicolás solo tenía ojos para Diana.

Si alguien encendía un cigarrillo, él lo fulminaba con la mirada hasta que lo apagaban:

—A Diana no le gusta el olor a tabaco.

Si alguien le ofrecía una copa, la rechazaba sin contemplación alguna:

—A Diana no le gusta que huela a alcohol.

Si alguien ponía música,:

—Apáguenla, Diana prefiere la tranquilidad.

Nicolás rechazó todas las invitaciones con un rostro muy serio, concentrado únicamente en cortar fruta para Diana.

Manejaba el cuchillo con gran destreza, presentándole un recipiente de fruta perfectamente cortada.

—Diana, come.

Al notar su fino vestido y la baja temperatura del aire acondicionado, se apresuró a quitarse la chaqueta y ponérsela sobre los hombros.

—Diana, ¿así está mejor? ¿Todavía tienes frío?

Todos empezaron a hacer bromas:

—¡Nicolás, no te mereces tener esposa!

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