Diana permaneció en completo silencio, y después de un rato, cansada de seguir con esta farsa, anunció:—Es muy tarde, me voy.Nicolás se levantó para acompañarla, pero sus amigos lo detuvieron al instante:—¡Diana necesita descansar porque no se siente del todo bien, pero nosotros que llevamos tanto sin vernos no podemos dejarte ir!—Sí, deja que Diana vaya a dormir y quédate a divertirte con nosotros.Diana liberó con suavidad su mano del agarre de Nicolás y dijo con calma:—El chofer me llevará a casa, quédate.Se marchó tan rápido que Nicolás ni siquiera tuvo tiempo de detenerla.Al cabo de un rato después que el auto arrancara, Diana encontró en el bolsillo de la chaqueta un teléfono que no era suyo. Era el de Nicolás, con su característica funda negra.Pidió al chofer dar la vuelta. Apenas se detuvo frente al bar, vio a Mariana bajando de un taxi.Esta iba revisando cuidadosa su maquillaje en el teléfono sin prestar atención al camino mientras se dirigía hacia el área de los rese
Al llegar a casa, Diana desarrolló una fiebre alta que se resistía a bajar.Cuando Nicolás regresó algo ebrio y la encontró inconsciente con las mejillas ardiendo, entró en pánico y la llevó asustado al hospital.Cuando por fin recuperó la consciencia, Diana luchó por abrir sus pesados ojos. La enfermera que cambiaba sus vendajes se alegró claramente al verla despertar:—¡Señora Paredes, por fin despierta! Ha estado con fiebre durante veinticuatro horas. El señor Paredes ha estado desesperado, no se ha movido de su lado hasta hace un momento, cuando recibió una inesperada llamada. ¿Quiere que le avise? Se pondrá contentísimo de saber que despertó.Diana negó, su voz áspera y ronca:—No es necesario.La enfermera obedeció y se retiró respetuosamente después de cambiar las vendas.La habitación quedó en un silencio tan profundo que Diana podía escuchar a Nicolás hablando por teléfono afuera.Él siempre había sido un hombre tranquilo, solo perdía el control frente a ella.Sin embargo, aho
—Nada —respondió Diana, mirando por la ventana con los ojos enrojecidos.En ese preciso momento, el cielo se iluminó con un gran espectáculo deslumbrante de fuegos artificiales. Diana recordó lo que Mariana había dicho: esta noche Nicolás lanzaría fuegos artificiales por toda la ciudad para ella.Al verla contemplar absorta el espectáculo, Nicolás la miró con admiración:—¿Te gustan? Puedo preparar un espectáculo aún más grandioso para ti, ¿qué te parece?La abrazó con fuerza mientras hablaba suavemente.Diana sonrió, pero era una sonrisa amarga, llena de lágrimas contenidas:—Nicolás, no me gusta usar lo que otros ya han usado.No se refería solo a los fuegos artificiales, sino también a las personas.Aunque sabía muy bien que hablaba de los fuegos artificiales, su corazón dio un giro inesperado y sintió una inexplicable inquietud.Después de un momento de silencio, la abrazó aún más fuerte:—Entonces te prepararé otras sorpresas. Jamás tendrás que envidiar a ninguna otra mujer.Diana
La primera fecha clave fue cuando Mariana envió una foto donde Nicolás le pelaba camarones con ternura. Diana respondió preparando un brasero donde incineró, una a una, todas las fotografías que tenían juntos.Al día siguiente, después de recibir una imagen de Mariana y Nicolás besándose bajo los plátanos, Diana contrató trabajadores para arrancar de raíz cada uno de los cerezos que él había sembrado con tanto amor en el jardín de la mansión.El tercer día, cuando Mariana le mandó una recopilación de las declaraciones de amor que Nicolás le había hecho durante sus transmisiones en vivo, Diana buscó de inmediato la colección de más de cien cartas de amor que él le había escrito a lo largo de los años.Las cartas mostraban el paso del tiempo con sus páginas amarillentas, aunque la caligrafía permanecía tan perfecta como el primer día. Pasó sus dedos con delicadeza por las letras una última vez, antes de alimentar cuidadosamente la trituradora con cada una de ellas, sin salvar ni una sola
Con sus documentos de identidad temporales, Diana se dirigió al aeropuerto. En el momento en que el avión despegó, su vida anterior quedó atrás. Al aterrizar en Westland, aceptó su nueva identidad como propietaria de un hotel junto al mar.Mientras tanto, en Belamar, Nicolás estaba al borde de la locura. Retrocedamos unas horas para entender por qué.Después de llevar a Mariana a casa, ella seguía insistiendo en retenerlo:—Nicolás, ya que estás aquí, ¿por qué no subes un momento?Mientras hablaba, dibujaba círculos sugestivos en la palma de su mano. Nicolás dudó por un momento, sintiendo una indescriptible inquietud.—Mejor no. Sube tú, tengo que regresar con Diana —rechazó, apartando la mano de Mariana mientras recordaba su promesa. Hacía tiempo que no pasaba tiempo con ella, y tal vez se molestaría. Este pensamiento le provocó una sonrisa muy agradable.Mariana se aferró con fuerza a su cintura:—Nicolás, ¿no querías verme con ese conjunto? Ya que me trajiste hasta aquí, si no lo ve
—¿Saben... saben dónde fue Diana? ¿A qué hora salió? —preguntó Nicolás, lamiéndose los labios resecos, su voz ronca por la angustia.Los sirvientes negaron todo: —Señor, la señora salió temprano con una maleta. No sabemos más."¿Salió? ¿Pero adónde podría haber ido?"Su mente se quedaba por completo en blanco incapaz de imaginar dónde podría estar. Sus padres ya tenían sus propias familias, era imposible que hubiera acudido a ellos.Solo le quedaba la esperanza de sus amigas. Comenzó una serie interminable de llamadas:—¿Hola? Soy Nicolás. ¿Está Diana contigo?—¿Qué? ¿De qué hablas? ¿Cómo va a estar Diana aquí?Esta conversación se repitió numerosas veces. Incluso llamó a sus propios amigos, pero nadie sabía del paradero de Diana.La desesperación lo invadía por completo. Era como volver a aquella época antes de conocerla. Diana era su único amor verdadero, como una parte vital de su ser. Perderla era como arrancarse la carne viva, un dolor que amenazaba con destruirlo por completo.—D
"¡Quizás Diana ya había descubierto su verdadera infidelidad!", pensó Nicolás con terror.Había creído que lo ocultaba bien, que podía mantener el equilibrio entre Diana y Mariana. Se consideraba reservado, viendo a Mariana solo como un juego pasajero que nunca llevaría ante Diana, algo que ella jamás descubriría.Pero ella lo sabía. ¿Desde cuándo? ¿Cómo podía ser tan despiadada como para divorciarse de él y desaparecer por completo de su mundo?Sus ojos se empañaron, la visión nublada por las lágrimas.En ese preciso momento, Nicolás recordó las palabras de Diana cuando aceptó casarse con él:"Me esforzaré por ser una buena señora Paredes, pero jamás aceptaré ningún tipo engaño. Si me mientes, desapareceré para siempre de tu vida."En aquel entonces, Nicolás había estado seguro de que nunca le haría daño. La amaba tanto que no podía imaginar engañarla. Hubiera sido capaz de arrancarse el corazón y mostrárselo para que viera su amor.Pero ¿en qué momento cambió todo?Fueron las constan
Deseperado quiso hacer pedazos los papeles del divorcio, pero entonces se dio cuenta: quizás era lo último que quedaba de ella. Si los destruía, perdería incluso esta última señal.Una y otra vez, sus dedos dibujaron el nombre de Diana, sus ojos llenos de melancolía.—Diana, fue mi error, no debí tener otra mujer. ¡Solo te amo a ti!—Puedes golpearme, insultarme, lo que sea, pero por favor no te alejes de mí.—No puedo vivir sin ti, Diana...Repitió sus disculpas innumerables veces hasta quedar afónico. Pero la persona que debía escucharlas no estaba presente. Todo era en vano.—Diana, aún no he firmado, así que no estamos divorciados. Seguimos siendo marido y mujer, ¡y te encontraré! —afirmó Nicolás con determinación.No podía dejarla ir. Ella le pertenecía; se arrepentiría, pero jamás aceptaría que Diana lo abandonara.Con los ojos angustiados, guardó cuidadosamente los papeles del divorcio. Al menos tenía sus fotos en el teléfono para tranquilizarse.Registró toda la casa buscando c