Katerine no había olvidado lo que era despertar y encontrarse con ese enorme hombre cerca de ella, pero nunca dejaría de maravillarse. Con él, todos los días eran como el primero. Cuando lo veía, sentía un millón de cosas, pero sobre todo miedo, porque algo tan impresionante como él no podía ser verdad. Y absoluta adoración por su portentosa existencia.
Allí estaba él, observándola como si fuese algún tipo de diosa, Katerine no terminaba de entender qué de ella le resultaba tan deseable. Aunque lo que sea que fuera, lo agradecía. Taciturnos, ambos se observaron. Él tenía un rostro que ella consideraba bravío y una mirada cerril que le ponía los pelos de punta. Ella sabía que eso solo era una fachada, lo conocía, sabía que podría llegar a ser todo eso, pero también sabía cuan dulce y curiosa era su
Eva había faltado ese día, por lo que Katerine y Ana tenían que arreglárselas solas. Se dividieron las tareas en el instante que Katerine llegó. Se puso su nuevo uniforme y le quedó bastante cómodo, ya no habría accidentes. Cuando salió para hacer un plan con Anastasia y Kareem, ninguno se percató del moretón, muy bien cubierto, que adornaba la mandíbula de Katerine.Se sintió aliviada, sabía que no recibiría preguntas ni tendría que tolerar miradas de lastima.Las tareas le resultaban sencillas, pero agotadoras, tenía que hacer todo muy rápido si no quería toparse con alguno de los señores de la casa.Katerine fregaba el piso de uno de los baño de las habitaciones cuando escuchó una puerta.—¡Apresúrate, Kate! —se exaltó Anastasia llevando una carga de ropa limpia que com
Ella nunca se había considerado una mujer excepcional. O hermosa. Solo invisible, alguien que no llamaba la atención. Alguien que no valía la pena. Sabía que esos pensamientos no habían nacido en ella desde su propio criterio, pero fue lo que había aprendido desde muy niña, de todas las personas cercanas a ella. Ellos —sin saberlo— habían destruido su autoestima con comentarios burlescos, señalándola, juzgándola, haciéndola sentir rechazada. Eran su familia y habían acabado con ella desde muy dentro.No quería pensar en ellos mientras que se maquillaba, pero no podía evitarlo. Mientras se aplicaba el labial escuchaba a madre susurrarle lo horrible que eran sus dientes. Katerine los observó y sí, los tenía un poco torcidos, pero ella nunca había entendido la obsesión de su madre por sus dientes. O por todo lo que ella era.
La fiebre la despertó.Cuando Katerine abrió sus ojos, la luz se colaba por la ventana iluminando la habitación por completo. Tenía dolor de cabeza y se encontraba sola. Temblaba mientras intentaba ponerse de pie para ir al baño, la garganta le escoció.Estaba enferma, sin ninguna duda y…tenía resaca.Sentada sobre el colchón notó que estaba desnuda, sus bragas eran lo único que la cubría. Descubrirse de esa forma hizo que su cerebro despertara y la abofeteara con los recuerdos de lo que había sucedido con Ean.Ella lo había tocado hasta hacerlo eyacular.Cerró sus ojos por la puntada que sintió en su cabeza al darse cuenta de lo que había hecho.Él prácticamente se lo había exigido, pero ella…Katerine recordaba que lo deseaba también, negárselo no era una opción.La ha
Estaba metida en la cama, su cuerpo seguía estremeciéndose cada tanto, pero ya no como al principio, cuando apenas había bajado del auto todo su cuerpo temblaba con violencia.Las palabras de East Lawcaster se habían grabado con fuego en su cabeza.Tenía sus manos apretadas con fuerza esperando que las pastillas surgieran efecto y todos los males abandonaran su cuerpo, o por lo menos, que los apaciguaran.Él había hablado sobre magia, sobre esaesenciaen ella. De Ean. No podía ser otra y él lo sabía, pero ¿Cómo?, nadie había actuado tan raro y él…East. East tenía que ser algo para haber podido insinuar eso. Desde el primer momento que lo conoció sabía que algo no era del todo ordinario, pero ella había decidido ignorarlo llamándose paranoica.Él había puesto las cartas sobre la mesa.
En algún punto se había callado, cansada. Los temblores abandonaron su cuerpo al igual que la fiebre y sus delirios. No recordaba mucho de lo que había salido de su boca, pero sí recordaba la forma en la que se sentía. El querer escapar de nuevo, huir.Ean estaba allí, mirándola. La había dejado sobre su cama cuando la fiebre había bajado. Él no se fue aunque ella se hubiera dormido por horas, él seguía allí. Preocupado por lo que ella había dicho.Irse.¿Realmente sería capaz de hacerlo?Sí, por supuesto que sí, si eso significaba protegerlo la respuesta era sí. No le importaba mucho las dificultades que tendría que enfrentar ella misma, podría con ellas. De todas formas, no era la primera vez que ella pensaba en dejar La Perla. Muchos malos días ella había querido salir corriendo.Y lo ha
Él era blando debajo de ella y exigente.Katerine no entendía muy bien cómo es que habían terminado sobre su desgastado colchón. Después de que él le hubiera quitado la toalla, sus manos habían estado moviéndose por su cuerpo como enloquecidas, sobre sus pechos, su abdomen ymás abajo, donde a ella le tomó todo su autocontrol no caer de bruces al piso. Los ojos de él estaban donde la tocaba, pero también veía su rostro, como si no quisiera perderse ninguna de sus llamativas expresiones.Cuando había sentido celos de sus manos bajó su boca para comenzar a comerse su piel a besos, mordidas y lametones. Había buscado sus piernas cuando las rodillas de ella cedieron por la intensidad sus caricias.Katerine había gritado por el contacto abrupto de su piel caliente con la de él. Esa colisión también lo hab&iac
Ean volvió a ella más pronto de lo que Katerine había podido pensar. Estaba con ella al despertar y estaba en su cabaña esperándola cuando ella llegaba de su trabajo. Se le hizo costumbre traer frutas con él y agua de Fría. Katerine no quiso seguir insistiéndole que no era necesario, porque él sin dudas estaba muy feliz haciéndolo, solía emocionarse absurdamente cuando ella aceptaba cualquier cosa que él quisiera darle. Y si eso lo hacía feliz, ella no se lo evitaría.La perspectiva de vida de Katerine había cambiado, enormemente. Ya ni siquiera le parecía ridícula la idea de que una mujer pudiera sentirse dichosa de tener un hombre que la recibiera en casa después de un largo día, claro que antes no lo conocía a él y a sus tantas formas de hacerla reír. Ean no era como cualquier hombre, eso lo tuvo presente desde el princip
Katerine se puso nerviosa, pero no aflojó su expresión al bloquearle el camino a Ean. —No puede verte, escóndete. —No —fue lo que él le respondió. Tenía las fosas nasales expandidas, estaba oliendo al hombre que se hallaba en la puerta. —Él no representa ningún peligro —susurró con calma—. Es mi amigo. La puerta volvió a ser tocada, Cole ya la había escuchado y estaba insistiendo en entrar. Ella nunca tardaba tanto en abrirle. Ean miró a Katerine con inseguridad. —Estaré bien —aseguró ella—. Tienes que irte, vuelve luego, recuerda que no pueden verte. Él asintió cuando ella no cedió ni un solo paso. —Quedarme cerca —murmuró, con voz grave—. Yo cuidarte. Katerine lo guió hasta la ventana y gritó hacia la puerta que esperara un segundo. Silenciosamente y sin perder la fuerza en su mirada lo sacó de su casa, esperó hasta que lo vio esconderse en los árboles para poder estremecerse. Si ella no