LEILA
Había sido otra infructuosa jornada buscando empleo, pero sin conseguir siquiera que me entrevistaran.
Esa mañana me había despertado con unas terribles náuseas y no tenía dudas de que era a consecuencia de la tensión que había vivido anoche.
Había cometido una gran estupidez, un gravísimo error y estaba aterrada y perseguida con la presencia de ese hombre. Estaba segura que mientras caminaba por la calle, Giulio Greco aparecería de algún callejón solo para estrangularme y cobrarse la vergüenza que le había hecho pasar delante de aquellos reporteros.
Cuando llegué al cuarto que rentaba, la puerta estaba entreabierta y me paralicé porque sabía a la perfección quién estaría esperando por mí dentro.
Las rodillas se me debilitaron y tuve que sostenerme de la pared. Prefería mil ve
GIULIOEl nudo que comenzó a formarse en mi garganta al salir de aquella pensión, fue creciendo y obstruyendo prácticamente mi respiración. Inhalé profundo y luego largué todo el aire de golpe, para ver si aquello me quitaba algo de tensión.Me encontraba de pie, a un lado de la escalera montada que tenía para subir al jet privado que me llevaría a Roma, junto con Leila.Leila… Leila… ¡Maldita Leila!Ese demonio de chiquilla logró que hiciera la única cosa que me había propuesto no hacer jamás: pedirle a una mujer que se case conmigo.Sin embargo, en el momento la mente se me nubló y en lo único que podía pensar era en ella, con su pelo color fuego, desnuda por entero en mi cama.Negué con la cabeza. Esa mujer me volvería loco si me descuidaba y en todo caso, yo quería volve
GIULIOEs anoche llegué media hora antes de las siete; horario en que le ordené a Leila estuviera lista para aquella maldita fiesta. No me apetecía que hiciera relaciones públicas con mis conocidos y llegara a ventilar algún detalle que podría perjudicar mi imagen, y por ende, el del patrimonio de mi familia.Sin embargo, al mismo tiempo me ganaban las ganas de verla envuelta en un vestido ligero y que pasáramos un momento de tregua en la fiesta, con el pretexto de brindar una buena imagen de los futuros esposos.Me enfundé con un traje de tres piezas color negro y una corbata gris, para luego ir hasta el salón y esperar a que Leila estuviera lista. Suspiré hondo mientras la luna se veía a la perfección a través del cristal del ventanal que regalaba una postal romántica de la ciudad. Las luces estaban apagadas y solo una lámpara propinaba una
LEILADurante la noche estaba ansiosa y apenas concilié el sueño solo con el propósito de no amanecer con ojeras. Al levantarme, me di un baño, maquillé mi rostro y tomé del armario el vestido que había escogido en la tienda, junto con los accesorios.Sonreí triunfal al verme al espejo; salí con el vestido negro de encaje y el pequeño tocado con tul del mismo color que escogí en la tienda.Giulio se encontraba de espaldas a mí cuando ingresé al salón y carraspeé para que voleara a verme.Cuando lo hizo, entornó los ojos tanto que creí se le saldrían de la cara. Me aguanté la risa que deseaba lanzarle en la cara, pero cuando la conmoción acabó para él, furioso se acercó hasta mí, me tomó del codo y arrastró hasta la habitación.—¡Su&ea
GIULIOSalí abrumado de la cocina para ir por el botiquín de primeros auxilios.El aroma de Leila inundó todo mi ser y me sentí incapaz de tratarla con frialdad cuando tuvo ese pequeño accidente.Cuando llegué al ático y no la encontré en su cuarto, caminé en dirección a la cocina y me quedé en el umbral de la puerta para observarla.Otra vez vestía de negro.Otra vez me demostraba tácitamente, al igual que en la mañana, que casarse conmigo era una tragedia para ella por mis condiciones de no concederle nada de mi fortuna.Sentí cierta rabia bullendo en mi torrente sanguíneo al recordar el momento en que firmó el prenupcial. No había demostrado ninguna emoción, pero estaba seguro que fue algo difícil porque en ese instante se tuvo que convencer que estaba verdaderamente atrapada en un ma
LEILAContemplé la sombra del jet danzando sobre el resplandeciente mar Mediterráneo, antes de aterrizar en el aeropuerto de la isla.Una todoterreno negra ya nos esperaba en el aeropuerto mientras el sol de la tarde caía sobre nosotros.Después de conducir durante cuarenta minutos, el conductor quien se presentó como León, giró en una carretera estrecha con altos árboles a cada lado que hacía que el camino se volviera sombreado y misterioso.Por último, viró a la derecha, hacia la costa, hasta que apareció un juego de enormes puertas de hierro que se abrieron suavemente como por arte de magia.La todoterreno siguió avanzando por un camino de adoquines que se abría paso en medio de un enorme patio con una fuente cuya agua caía en una alberca.Miré toda aquella impresionante escena natural, en absoluto silenci
LEILAEstaba empacándolo todo, menos el dolor que me mataba por dentro. Cuando me dieron el alta, el médico había explicado que no podría haberse evitado de ningún modo y que no había razón por la que no pudiera concebir y llevar un embarazo perfectamente normal, sin problemas, en cuanto mi esposo y yo quisiéramos intentarlo de nuevo. Rememorar sus palabras solo me provocaba mucho dolor y en estos momentos me encontraba recogiendo mis escasas cosas de la alcoba.Giulio se había ocupado de todos los gastos del hospital y cuando me trajo de nuevo a su casa, había intentado hablar conmigo en varias ocasiones durante los últimos dos días. Sin embargo, solo pude ignorarlo porque no soportaría que me lastimara de nuevo con sus acusaciones y filosas palabras.Me sorprendía el profundo dolor que estaba experimentando por la pérdida de mi bebé,
LEILATres semanas después…Después del aborto, estaba mucho más débil de lo que había pensado y concluí que la muerte de mi hermano, mi embarazo y mi infructuosa búsqueda de trabajo, me estaban pasando factura ahora. Todos los días, al caer la tarde ya me encontraba exhausta y me iba a dormir a la misma hora que el señor Luca.Durante estas semanas, Giulio se había comportado amable en todo momento, aunque distante. En ningún momento volvió a mencionar la deuda ni me pidió que me marchara como había esperado cada día lo hiciera.Sin embargo, a pesar de la enorme tristeza que me causaba su lejanía, encontré un gran consuelo en la compañía de su padre, con quien hablaba a diario, leía o jugaba al ajedrez.Silvert, el perro de Valentina, también me regalaba
GIULIOLuego de que mi padre se hubiera retirado a dormir, y cuando Leila se disponía a irse a descansar, me interpuse entre ella y la salida del comedor. La noté nerviosa pero, se esforzó por no demostrar que causaba cierto efecto en ella.—¿Tienes algo que decirme? —preguntó a la defensiva y puse en marcha el plan que ideé, luego de que ella saliera del despacho y yo revisara una vez más los informes personales que el detective me había entregado.—Mañana es tu cumpleaños —le susurré y pareció sorprenderse.—Lo es —respondió vacilante.—Tengo una villa en otra ciudad de la isla y quiero invitarte a cenar —expresé y ella frunció el ceño.—Dime que no estás tramando nada macabro en mi contra —bromeó con una sonrisa jovial—. ¿Por