LEILA
Durante la noche estaba ansiosa y apenas concilié el sueño solo con el propósito de no amanecer con ojeras. Al levantarme, me di un baño, maquillé mi rostro y tomé del armario el vestido que había escogido en la tienda, junto con los accesorios.
Sonreí triunfal al verme al espejo; salí con el vestido negro de encaje y el pequeño tocado con tul del mismo color que escogí en la tienda.
Giulio se encontraba de espaldas a mí cuando ingresé al salón y carraspeé para que voleara a verme.
Cuando lo hizo, entornó los ojos tanto que creí se le saldrían de la cara. Me aguanté la risa que deseaba lanzarle en la cara, pero cuando la conmoción acabó para él, furioso se acercó hasta mí, me tomó del codo y arrastró hasta la habitación.
—¡Su&ea
GIULIOSalí abrumado de la cocina para ir por el botiquín de primeros auxilios.El aroma de Leila inundó todo mi ser y me sentí incapaz de tratarla con frialdad cuando tuvo ese pequeño accidente.Cuando llegué al ático y no la encontré en su cuarto, caminé en dirección a la cocina y me quedé en el umbral de la puerta para observarla.Otra vez vestía de negro.Otra vez me demostraba tácitamente, al igual que en la mañana, que casarse conmigo era una tragedia para ella por mis condiciones de no concederle nada de mi fortuna.Sentí cierta rabia bullendo en mi torrente sanguíneo al recordar el momento en que firmó el prenupcial. No había demostrado ninguna emoción, pero estaba seguro que fue algo difícil porque en ese instante se tuvo que convencer que estaba verdaderamente atrapada en un ma
LEILAContemplé la sombra del jet danzando sobre el resplandeciente mar Mediterráneo, antes de aterrizar en el aeropuerto de la isla.Una todoterreno negra ya nos esperaba en el aeropuerto mientras el sol de la tarde caía sobre nosotros.Después de conducir durante cuarenta minutos, el conductor quien se presentó como León, giró en una carretera estrecha con altos árboles a cada lado que hacía que el camino se volviera sombreado y misterioso.Por último, viró a la derecha, hacia la costa, hasta que apareció un juego de enormes puertas de hierro que se abrieron suavemente como por arte de magia.La todoterreno siguió avanzando por un camino de adoquines que se abría paso en medio de un enorme patio con una fuente cuya agua caía en una alberca.Miré toda aquella impresionante escena natural, en absoluto silenci
LEILAEstaba empacándolo todo, menos el dolor que me mataba por dentro. Cuando me dieron el alta, el médico había explicado que no podría haberse evitado de ningún modo y que no había razón por la que no pudiera concebir y llevar un embarazo perfectamente normal, sin problemas, en cuanto mi esposo y yo quisiéramos intentarlo de nuevo. Rememorar sus palabras solo me provocaba mucho dolor y en estos momentos me encontraba recogiendo mis escasas cosas de la alcoba.Giulio se había ocupado de todos los gastos del hospital y cuando me trajo de nuevo a su casa, había intentado hablar conmigo en varias ocasiones durante los últimos dos días. Sin embargo, solo pude ignorarlo porque no soportaría que me lastimara de nuevo con sus acusaciones y filosas palabras.Me sorprendía el profundo dolor que estaba experimentando por la pérdida de mi bebé,
LEILATres semanas después…Después del aborto, estaba mucho más débil de lo que había pensado y concluí que la muerte de mi hermano, mi embarazo y mi infructuosa búsqueda de trabajo, me estaban pasando factura ahora. Todos los días, al caer la tarde ya me encontraba exhausta y me iba a dormir a la misma hora que el señor Luca.Durante estas semanas, Giulio se había comportado amable en todo momento, aunque distante. En ningún momento volvió a mencionar la deuda ni me pidió que me marchara como había esperado cada día lo hiciera.Sin embargo, a pesar de la enorme tristeza que me causaba su lejanía, encontré un gran consuelo en la compañía de su padre, con quien hablaba a diario, leía o jugaba al ajedrez.Silvert, el perro de Valentina, también me regalaba
GIULIOLuego de que mi padre se hubiera retirado a dormir, y cuando Leila se disponía a irse a descansar, me interpuse entre ella y la salida del comedor. La noté nerviosa pero, se esforzó por no demostrar que causaba cierto efecto en ella.—¿Tienes algo que decirme? —preguntó a la defensiva y puse en marcha el plan que ideé, luego de que ella saliera del despacho y yo revisara una vez más los informes personales que el detective me había entregado.—Mañana es tu cumpleaños —le susurré y pareció sorprenderse.—Lo es —respondió vacilante.—Tengo una villa en otra ciudad de la isla y quiero invitarte a cenar —expresé y ella frunció el ceño.—Dime que no estás tramando nada macabro en mi contra —bromeó con una sonrisa jovial—. ¿Por
GIULIOCuando llegué de Roma, lo primero que hice fue buscar con ansiedad a Leila.Llevaba conmigo una carta de condolencias que ella escribió antes de conocernos y no sabía qué pensar de la situación, porque su contenido me había calado muy hondo. Apenas llegó de la sede de Londres, a la oficina central de Roma y me la entregaron.Y eso no había sido todo; también comprobé que ella no iba al club irlandés a cazar hombres con dinero como había pensado y que era prácticamente como la hermana del dueño, a quien, ayudaba desinteresadamente las veces que iba allí.La encontré, sentada al borde de la piscina, con el Mediterráneo de fondo y el corazón se me detuvo al darme cuenta de que la había extrañado mucho y también al saber que ella no estaba comportándose como había esperado, bas
Al verla algo nerviosa y reacia a responder a mi confesión, le agarré una mano para tranquilizarla y eso la animo a hablar:—No sé cómo puedo creerte… pero también siento muchas cosas por ti, aunque me siento bastante dolida por tu acusaciones, por tratarme como alguien que no vale la pena —quise explicarle mis motivos, pero me silenció con un apretón de mano—. Entiendo cómo te debes de haber sentido y he visto en primera persona el desastre que mi hermano causó en tu familia. Lo siento mucho.En ese momento me di cuenta de que éramos los últimos clientes en el restaurante y, cuando salimos de allí, me detuve, le besé la mano y le dijo:—Gracias por ser sincera conmigo, Leila.Ella asintió y nos montamos a la moto para regresar a casa.Cuando llegamos a la villa, Leila era un manojo de nervios. Durante el trayecto, sent&i
GIULIOMe sentía agotado de tanto pensar en todo lo que había ocurrido entre Leila y yo.En mi cabeza retumbaba una y otra vez aquellas palabras: «mientras me sigas reteniendo aquí». Sin embargo, todo se me olvidó e ingresé renovado a la villa, deseando ver a Leila junto a la piscina, jugando con Silvert o acompañando a mi padre en una partida de ajedrez.No obstante, cuando entré a la casa algo me dijo que ella no estaba allí.Justo en ese momento la enfermera de mi padre salió al vestíbulo.—¿Has visto a mi esposa? —pregunté sin siquiera saludar.—Buenos días, signore Greco. La señora Leila ha salido... —soltó una pequeña carcajada.—¿A qué se debe la gracia? —fruncí el ceño—. ¿A dónde