El evento finalmente llegó a su fin. Los invitados comenzaron a retirarse poco a poco, mientras la música de fondo se iba apagando. Alanna y Leonardo mantuvieron las apariencias hasta el último momento, sin darle a nadie la satisfacción de presenciar una escena fuera de lugar.Sin embargo, en cuanto subieron al auto y la puerta se cerró, el silencio entre ellos se volvió pesado. Leonardo condujo con una expresión imperturbable, pero Alanna no estaba dispuesta a ignorar lo que había sucedido esa noche.—¿Por qué no me lo dijiste? —soltó de repente, sin apartar la vista de él.Leonardo no respondió de inmediato. Mantuvo la mirada en la carretera, sus dedos firmes sobre el volante.—¿A qué te refieres?Alanna dejó escapar una risa irónica.—No juegues conmigo, Leonardo. Sabías que Alexa estaría allí y no me dijiste nada.El hombre suspiró, como si ya hubiera esperado esa reacción.—No veía la necesidad —respondió con calma—. No quería que esto se convirtiera en un escándalo antes de que
Alanna despertó con la sensación de necesitar aire. La tensión de la noche anterior aún pesaba sobre sus hombros, y cada pensamiento sobre Alexa o la indiferencia de Leonardo la hacía apretar los dientes. No podía seguir permitiendo que su humor dependiera de los demás. Había pasado demasiado tiempo concentrada en problemas ajenos y olvidándose de sí misma.Decidida a romper esa rutina, tomó su teléfono y llamó a su asistente para cancelar cualquier compromiso. Hoy sería un día para ella. Hacía mucho que no se daba el placer de una buena tarde de compras, recorriendo boutiques con calma, sin más preocupación que elegir el vestido perfecto para su próxima gala.Las calles estaban llenas de vida y las tiendas de alta costura exhibían sus más recientes colecciones. Alanna recorrió varias boutiques hasta que, en una de sus favoritas, encontró un vestido que le robó el aliento. Era un diseño exclusivo, elegante y sofisticado, justo lo que necesitaba para recordarse quién era: una mujer fue
Alanna sintió que el aire en la habitación se volvía denso, casi irrespirable. Leonardo había dejado su copa de vino sobre la mesa y la miraba con seriedad, como si estuviera preparándose para decir algo que cambiaría todo.—Hay algo que debes saber —dijo finalmente, su voz firme pero con un matiz de duda.Alanna sintió un leve escalofrío en la piel. Había algo en la forma en que él la miraba, una sombra de culpa o quizás de precaución.—Dime —susurró ella, sintiendo su corazón latir con fuerza en su pecho.Leonardo suspiró y pasó una mano por su cabello, como si necesitara reunir el valor suficiente para continuar.—Alexa no es solo mi ex novia, Alanna —dijo, pausando para ver su reacción. Ella se mantuvo en silencio, pero sus labios se fruncieron levemente—. Es mi socia. Es la socia anónima de la que te había hablado.El mundo de Alanna se tambaleó.—¡No puede ser! —sus palabras salieron entrecortadas, como si no pudiera darle forma a su incredulidad.Leonardo se inclinó hacia adela
El convento de Santa Clara no era un lugar de redención, sino de castigo. Las paredes grises y húmedas parecían respirar opresión, y las hermanas que lo habitaban eran más guardianas que guías espirituales. Para Alanna, cada día era una batalla contra el dolor, el hambre y la humillación. Pero había un día en particular que nunca podría olvidar, el día en que su pierna fue lastimada, el día en que el convento le robó algo más que su libertad.La hermana superiora, una mujer de rostro severo y manos duras como piedra, había tomado una especial aversión hacia Alanna. No solo porque recibía dinero de Allison para que la maltrataran, si no tal vez era porque Alanna, a pesar de todo, mantenía una chispa de rebeldía en sus ojos. O tal vez porque la hermana superiora disfrutaba ver cómo la joven que alguna vez había sido una princesa se convertía en una sombra de lo que fue.Ese día, Alanna había sido acusada de robar una hogaza de pan. No era cierto, pero en el convento, la verdad importaba
El amanecer no llegó con suavidad para Alanna. En lugar de la calma promesa de un nuevo día, fue despertada abruptamente por el chirrido oxidado de la puerta de su celda abriéndose de golpe. El sonido rebotó en las frías paredes de piedra, sacándola de su ligero sueño con un sobresalto.Parpadeó varias veces, desorientada por la penumbra que aún llenaba la habitación, hasta que distinguió la silueta rígida de la hermana superiora de pie en el umbral. Su figura imponente estaba recortada contra la débil luz del amanecer, y su rostro, marcado por una severidad inquebrantable, parecía aún más duro bajo la sombra de su toca.No hizo falta una palabra. La expresión de la monja bastaba para dejar claro que aquel día no traía consigo ninguna clase de misericordia.—Levántate, perezosa —gruñó, golpeando el bastón contra la pared.El sonido seco resonó en la celda como un aviso de lo que podía venir si no obedecía rápido. Alanna sintió el dolor punzante en su pierna, como si el hueso estuviera
Ese golpe no había sido solo un castigo. Era una despedida. Una última herida, una última marca, una última prueba de que, incluso en su partida, el convento se aseguraba de recordarle que nunca había sido bienvenida.Pero Alanna se negó a detenerse.Enderezó la espalda y, con el orgullo intacto, no se permitió cojear, no mostró debilidad. Su rostro permaneció impasible, como si la herida no ardiera, como si su carne no gritara de dolor.Miguel no notó nada.Sin mirar atrás, Alanna siguió caminando.Salieron del convento en un silencio tenso. Afuera, un coche negro los esperaba. Miguel abrió la puerta con brusquedad.—Sube.El coche avanzaba por el camino polvoriento, y el silencio dentro del vehículo era tan espeso que parecía una presencia más. Sólo el monótono rugido del motor llenaba el vacío entre ellos.Miguel la observaba de reojo. Esperaba alguna reacción, alguna palabra, cualquier indicio de que la Alanna de antes seguía allí. Pero ella no se inmutaba.—¿Vas a decir algo? —s
El mármol de la escalinata de la mansión Sinisterra parecía un abismo infranqueable. Cada escalón era un desafío, cada paso un suplicio que la hacía apretar los dientes. Alanna sabía que no debía detenerse, que debía seguir adelante sin importar el ardor que le subía por la pierna herida, sin importar el cansancio que le nublaba la vista.Había caminado todo el trayecto hasta allí, con el cuerpo agotado y la mente sumida en una neblina de recuerdos. Recordando la humillación de ser abandonada en el camino, el eco de la puerta cerrándose tras ella, el polvo levantándose cuando el auto de Miguel se alejó.Había creído que después de todo lo que había vivido, ya no podía dolerle más. Pero sí podía.Se sostuvo de la barandilla de hierro con dedos temblorosos. Un paso más. Solo un paso más.Entonces, el sonido de un auto interrumpió el silencio.El rechinar de los neumáticos sobre la grava la hizo detenerse por un segundo. Alanna no necesitó voltear para saber quién era.Lo supo incluso a
Alzó el puño con esfuerzo y golpeó la enorme puerta de madera.El sonido resonó en el vestíbulo. Hubo un breve silencio, y luego, la puerta se abrió con brusquedad.Helena Sinisterra apareció en el umbral.El tiempo pareció detenerse.Los ojos de Helena se abrieron con horror al ver a su hija. Sus manos temblorosas se aferraron al marco de la puerta como si necesitara sostenerse para no desplomarse.—Dios mío… —susurró, con la voz quebrada.Alanna sintió un nudo apretándole el pecho. Había pasado tanto tiempo sin ver a su madre, sin escuchar su voz, sin sentir el calor de su presencia. Durante años, en sus momentos más oscuros, había soñado con el día en que volvería a verla. Pero ahora, nada de eso importaba.La miró con una expresión vacía, como si no la reconociera.Helena, en cambio, sintió que algo dentro de ella se desgarraba al ver a su hija tan delgada, sucia, con el rostro pálido y demacrado. Sus ojos recorrieron la hinchazón de su pierna, la forma en que su cuerpo temblaba p