El mármol de la escalinata de la mansión Sinisterra parecía un abismo infranqueable. Cada escalón era un desafío, cada paso un suplicio que la hacía apretar los dientes. Alanna sabía que no debía detenerse, que debía seguir adelante sin importar el ardor que le subía por la pierna herida, sin importar el cansancio que le nublaba la vista.
Había caminado todo el trayecto hasta allí, con el cuerpo agotado y la mente sumida en una neblina de recuerdos. Recordando la humillación de ser abandonada en el camino, el eco de la puerta cerrándose tras ella, el polvo levantándose cuando el auto de Miguel se alejó.
Había creído que después de todo lo que había vivido, ya no podía dolerle más. Pero sí podía.
Se sostuvo de la barandilla de hierro con dedos temblorosos. Un paso más. Solo un paso más.
Entonces, el sonido de un auto interrumpió el silencio.
El rechinar de los neumáticos sobre la grava la hizo detenerse por un segundo.
Alanna no necesitó voltear para saber quién era.
Lo supo incluso antes de escuchar el crujido de los zapatos sobre la grava.
Como aquella tarde en la que él la sorprendió en el jardín.
—¿Por qué siempre tienes que andar descalza? —le había preguntado Esteban con fastidio, cargándola en brazos cuando vio que se había lastimado el pie con una piedra.
—Porque odio los zapatos.
—Porque te gusta desafiarme —había murmurado él, con una sonrisa de medio lado.
Alanna Podía sentir su presencia, firme, inconfundible. Como una sombra que jamás terminaba de desvanecerse.
Alanna cerró los ojos por un instante, preparándose, antes de continuar subiendo.
Esteban se encontraba a unos pocos metros de ella.
Había dicho que vendría a visitar a Allison, que como su prometido debía pasar tiempo con ella. Pero esa era la mentira que se repetía a sí mismo. Él estaba allí porque sabía que Alanna regresaría ese día.
Lo había escuchado en una conversación entre Miguel y su padre. "Debemos sacarla de ese convento, ella vendrá hoy."
Desde el momento en que supo la noticia, su pecho se había llenado de una ansiedad que no podía explicar. No importaban los años, no importaba lo que había pasado entre ellos. Alanna siempre fue su punto débil, aunque no lo demostrará.
Intentó convencerse de que era simple curiosidad, de que sólo quería asegurarse de que estuviera bien.
Alanna avanzaba con lentitud, con el cuerpo tenso y la mirada fija en la puerta de la mansión. El viento sacudía su cabello suelto, y la luz del atardecer bañaba su piel con un tono dorado. Pero no era la misma mujer de antes.
Había algo en su postura, en la rigidez de sus hombros, en la manera en que apoyaba el peso en una sola pierna.
Fue en ese instante cuando Esteban notó su cojera.
Su pecho se contrajo.
¿Qué carajos le había pasado?
—Alanna.
Ella se detuvo en seco.
No levantó la mirada de inmediato, como si hubiera esperado ese encuentro y aún así no quisiera enfrentarlo. Como si su voz fuera una herida abierta que no quería volver a tocar.
Finalmente, giró el rostro hacia él.
Sus ojos, aquellos ojos oscuros que alguna vez brillaron con pasión, estaban vacíos. Fríos. Como si él fuera un extraño más en su camino.
Pero Esteban no lo era.
No después de todo lo que habían sido.
No después de lo que aún sentía por ella.
Sin pensar, se acercó a ella.
—¿Qué te pasó?
Su tono era frío, pero la rigidez de su expresión lo traicionaba. Su mirada descendió lentamente, y entonces lo vio.
El leve temblor en su pierna. La forma en que su peso recaía con dificultad en el lado opuesto. Cojeaba.
Algo se rompió en su interior.
—¿Qué te sucedió?
Alanna se aferró a la barandilla, sin mirarlo.
—Nada que te importe.
La frialdad en su voz le golpeó más fuerte que cualquier reproche.
Por un instante, la imagen de otra Alanna cruzó su mente. Aquella que solía esperarlo en la entrada, con una taza de té caliente y una sonrisa tímida, incluso cuando él la ignoraba.
"Si no quieres hablar, está bien… solo quería estar aquí."
Siempre había estado allí. Incluso cuando él no lo merecía.
Pero ahora, ella ya no lo hacía.
Esteban frunció el ceño al notar su cojera.
—Estás herida.
Ella soltó una risa baja, sin alegría.
—Qué observador.
Él apretó la mandíbula.
Se acercó con la intención de sostenerla, de ayudarla a subir las escaleras, pero Alanna retrocedió un paso, mirándolo con frialdad.
—No necesito tu ayuda.
—No puedes ni caminar bien, Alanna.
Ella lo fulminó con la mirada.
—Eso nunca te importó antes.
Esteban sintió que el aire se volvía espeso entre ellos.
Por supuesto que le había importado. Siempre. Pero la vida los había separado de la peor manera, y ahora, cada palabra entre ellos estaba cargada de espinas.
Alanna desvió la mirada hacia la puerta, decidida a seguir adelante sin su ayuda.
Pero Esteban no podía dejarlo así.
—Déjame ayudarte —insistió.
Fue entonces cuando Alanna le regaló la estocada final.
—Deberías recordar que eres el prometido de Allison.
Su voz fue tranquila, pero en sus ojos brilló algo que le hizo saber que esas palabras no eran solo un recordatorio para él, sino una barrera que ella misma estaba colocando entre ambos.
Esteban se quedó inmóvil, sintió que el aire se volvía espeso cuando las palabras de Alanna se clavaron en su pecho.
Por un momento, todo lo demás desapareció. La fachada de la mansión, el cansancio en los ojos de Alanna, el dolor con el que ella se sostenía en pie. Todo se desvaneció ante el recuerdo que volvió a él como una herida que nunca había cerrado.
La noche en la que él le dio la espalda.
El mar estaba embravecido, y la voz de Allison temblaba cuando lo miró con lágrimas en los ojos.
—Alanna me empujó… —susurró, abrazándolo a fuertemente—. Yo solo quería hablar con ella, pero… no sé qué hice mal.
Y él le creyó.
Sin cuestionar. Sin pedir otra versión.
Mientras que Alanna le intentaba explicar, el la ignoró.
Siguió caminando, sosteniendo a Allison en sus brazos, pasándola justo por su lado sin dignarse a mirarla.
La indiferencia más cruel.
Más tarde, cuando ella entró en la sala con la voz entrecortada, con sus ojos rojos de tanto llorar, lo encontró junto a Allison.
La tenía abrazada, arropándola con una manta.
Sobre la mesa, humeaba un cuenco con sopa caliente.
—Esteban, yo…
—No quiero escucharlo.
Ni siquiera levantó la mirada.
Alanna había sentido un nudo en la garganta tan fuerte que casi le cortaba la respiración. No fue el frío lo que la hizo temblar esa noche. Fue él.
Y ahora, años después, ahí estaban, con ella mirándolo con la misma indiferencia con la que él alguna vez la trató.
Esteban tragó con dificultad, obligándose a reaccionar.
—Alanna…
Pero ella ya había girado el rostro. Ya no importaba.
Lo que más dolía era que, quizás, nunca había importado.
La verdad era que no le importaba Allison en ese momento. Porque nunca la había querido como a Alanna.
Pero Alanna ya no era la misma mujer que una vez amó. Y él no era el mismo hombre al que ella entregó su corazón.
Ella siguió subiendo los escalones con esfuerzo, sin mirarlo más.
Esteban solo pudo quedarse allí, viendo cómo se alejaba, sintiendo que, una vez más, Alanna se le escapaba de las manos.
El peso de su propio cuerpo se volvió insoportable cuando Alanna alcanzó el último escalón de la mansión Sinisterra. Sus piernas temblaban, su piel estaba pegajosa por el sudor y el dolor pulsaba con rabia en su pierna maltratada. Cada paso había sido una tortura, pero lo que más la consumía no era el dolor físico, sino la certeza de que no debía estar allí.
No era su hogar. Ya no.
Se quedó unos segundos allí, respirando con dificultad, sintiendo cómo la mansión la miraba con la misma frialdad con la que la había visto partir.
Alzó el puño con esfuerzo y golpeó la enorme puerta de madera.El sonido resonó en el vestíbulo. Hubo un breve silencio, y luego, la puerta se abrió con brusquedad.Helena Sinisterra apareció en el umbral.El tiempo pareció detenerse.Los ojos de Helena se abrieron con horror al ver a su hija. Sus manos temblorosas se aferraron al marco de la puerta como si necesitara sostenerse para no desplomarse.—Dios mío… —susurró, con la voz quebrada.Alanna sintió un nudo apretándole el pecho. Había pasado tanto tiempo sin ver a su madre, sin escuchar su voz, sin sentir el calor de su presencia. Durante años, en sus momentos más oscuros, había soñado con el día en que volvería a verla. Pero ahora, nada de eso importaba.La miró con una expresión vacía, como si no la reconociera.Helena, en cambio, sintió que algo dentro de ella se desgarraba al ver a su hija tan delgada, sucia, con el rostro pálido y demacrado. Sus ojos recorrieron la hinchazón de su pierna, la forma en que su cuerpo temblaba p
A la mañana siguiente, un estruendo la despertó.Se incorporó de golpe, su corazón martilleando contra sus costillas.—¡No! —el grito desgarrador de Allison resonó por toda la casa.Alanna apenas tuvo tiempo de girarse cuando sintió un golpe agudo en su brazo.El jarrón roto a sus pies le hizo entender lo que había pasado. Allison lo había arrojado… y ahora la porcelana rota había dejado un corte profundo en su piel.—¡Alanna! —gritó Allison, llevándose las manos a la boca—. ¿Qué hiciste? ¡Te lastimaste!Antes de que Alanna pudiera reaccionar, la puerta se abrió de golpe y entraron Miguel y Alberto.—¿Qué está pasando aquí? —preguntó Alberto con el ceño fruncido.Allison corrió hacia Miguel, temblando.—¡Hermano, tienes que hacer algo! ¡La encontré lastimándose con los pedazos del jarrón!Alanna sintió que la sangre se le helaba.—Eso no es cierto —dijo con calma, aunque su voz estaba cargada de rabia contenida—. Ella lo rompió a propósito.—¡Eso es mentira! —sollozó Allison—. ¡Yo sol
En una lujosa suite en París, Leonardo se encontraba de pie frente a un gran ventanal, observando la ciudad iluminada bajo la noche. Su silueta alta y esbelta se recortaba contra el reflejo de las luces doradas. Vestía con impecable elegancia, su porte imponente transmitía autoridad, pero lo que realmente helaba la sangre de quienes lo rodeaban era la frialdad calculadora en sus ojos oscuros.No era un hombre que se dejara llevar por emociones innecesarias. La paciencia y la estrategia eran sus armas más letales. Todo el mundo le temía. Desde sus asociados hasta sus enemigos sabían que un solo error ante él podía significar la ruina.Su odio hacia los Sinisterra era profundo, enraizado en su propia sangre. Esa familia había sido la responsable de la muerte de sus padres. No importaba cuánto tiempo hubiera pasado; la deuda de dolor y sufrimiento seguía intacta en su memoria.—No descansaré hasta verlos postrados —murmuró con una sonrisa helada—. Humillados, pidiendo clemencia.Cada mov
Los días en la mansión Sinisterra eran insoportables para Alanna a pesar de que se mantenía apartada de todos, con la mirada siempre distante y la voz cortante. Allison no perdía oportunidad de molestarla, siempre con comentarios afilados disfrazados de dulzura delante de sus padres. Helena no podía ignorar la opresión en su pecho cada vez que veía a su hija. La frialdad de Alanna no era solo una barrera, era un reflejo de todo lo que ella había permitido que sucediera. Había sido testigo de cada humillación, de cada injusticia, de cada momento en que Alanna había sido relegada a la sombra de Allison. Y, sin embargo, nunca había hecho nada para protegerla.Recordaba cuando Alanna la amaba, cuando la miraba con adoración, cuando corría a sus brazos con la esperanza de recibir una caricia o una palabra de afecto. Recordaba las noches en que la pequeña se acurrucaba a su lado, contándole con entusiasmo sobre sus sueños, sus ilusionesPero ahora, su hija no esperaba nada.Una tarde, con
Allison caminaba junto a Esteban, con su brazo enlazado al suyo, sonriendo con orgullo. Le hablaba sobre la boda, sobre los arreglos florales y los invitados de la alta sociedad, pero él apenas reaccionaba. Su mirada vagaba entre la multitud, buscando a alguien más.—Esteban, ¿me estás escuchando? —preguntó Allison con dulzura fingida, intentando llamar su atención.—Sí —respondió él sin emoción, pero sin siquiera mirarla.Allison frunció el ceño, siguiendo su mirada, y su expresión se tensó al ver en quién se había fijado.Alanna.Estaba al otro lado del salón, conversando aún con aquel hombre misterioso. Sin embargo, lo que realmente la hizo hervir de rabia fue la expresión de Esteban. Su mirada no solo reflejaba interés, sino algo más profundo.—No entiendo qué le ves —murmuró Allison con desprecio—. Está arruinada.Esteban no respondió. Simplemente soltó el brazo de Allison sin siquiera mirarla y comenzó a caminar en dirección a Miguel, quien estaba unos metros más adelante. Allis
Desde aquel incidente con Miguel, Alanna no tenía permitido salir de la mansión hasta el día de la boda. No que eso le importara demasiado; de cualquier manera, tampoco tenía intenciones de ver a su familia. Pasaba los días encerrada en su habitación, refugiándose en el único lugar donde podía estar en paz. A veces salía al jardín cuando la soledad de las paredes se volvía asfixiante, pero incluso allí sentía la sombra de su familia sobre ella.El desprecio de Allison, la culpa fingida de su madre, los intentos inútiles de Miguel por acercarse… todo eso la agotaba. Sabía que lo que más les dolía no eran sus palabras, sino su indiferencia. Y ella no iba a darles el lujo de verla doblegarse.Esteban apareció en la mansión Sinisterra con la excusa de visitar a Allison, pero la realidad era otra. No tardó en buscar a Miguel, quien lo recibió en su despacho con gesto serio.—¿A qué has venido esta vez? —preguntó Miguel Esteban cruzó los brazos.—Vine a ver a Allison… y a hablar contigo.M
Al día siguiente, Alanna se sintió mucho mejor. A pesar de lo ocurrido con Esteban y su reacción ante los dulces, había dormido profundamente, y por primera vez en días, no sintió su cuerpo pesado al despertar. Sin embargo, su tranquilidad se rompió en cuanto una de las sirvientas tocó a su puerta.Cuando la sirvienta tocó a su puerta para informarle sobre la cena familiar, Alanna sintió una punzada de irritación.—La señora insiste en que asista esta noche —dijo la mujer con voz cautelosa.Alanna cerró los ojos y apretó los labios. ¿Por qué su madre seguía intentándolo? ¿Por qué no la dejaba en paz de una vez?No entendía por qué insistía en luchar contra la corriente, en tratar de remendar algo que estaba irremediablemente roto. No importaba cuántas cenas familiares organizara, cuántas veces intentara actuar como si todavía fuera su hija, nada iba a cambiar el hecho de que su mundo se había desmoronado. Su madre quería jugar a la familia perfecta, pero lo que habían destruido no tení
Leonardo se acomodó en su asiento con una elegancia que contrastaba con la tensión en la sala. Cada movimiento suyo estaba impregnado de una superioridad innata, como si realmente estuviera en un lugar al que todos los demás solo podían aspirar a pertenecer.Su mirada vagó perezosamente por la mesa hasta posarse en Esteban. Durante unos segundos, lo observó en silencio, analizando cada detalle con una mezcla de curiosidad y desdén. Luego, una sonrisa ladeada, burlona, apareció en sus labios.—¿Tú eras el prometido de Alanna?La pregunta sonó inocente, pero la burla en su tono era innegable. Antes de que Esteban pudiera responder, Leonardo soltó una ligera risa, una carcajada discreta que resonó con un veneno sutil.—Vaya, qué degradante.Esteban mantuvo su postura rígida, los nudillos de sus manos crispados sobre la mesa. Su mirada no tembló, pero la humillación era palpable en el aire.—¿Perdón? —dijo con frialdad, aunque sus palabras apenas ocultaban el enojo que hervía en su interi