A la mañana siguiente, un estruendo la despertó.
Se incorporó de golpe, su corazón martilleando contra sus costillas.
—¡No! —el grito desgarrador de Allison resonó por toda la casa.
Alanna apenas tuvo tiempo de girarse cuando sintió un golpe agudo en su brazo.
El jarrón roto a sus pies le hizo entender lo que había pasado. Allison lo había arrojado… y ahora la porcelana rota había dejado un corte profundo en su piel.
—¡Alanna! —gritó Allison, llevándose las manos a la boca—. ¿Qué hiciste? ¡Te lastimaste!
Antes de que Alanna pudiera reaccionar, la puerta se abrió de golpe y entraron Miguel y Alberto.
—¿Qué está pasando aquí? —preguntó Alberto con el ceño fruncido.
Allison corrió hacia Miguel, temblando.
—¡Hermano, tienes que hacer algo! ¡La encontré lastimándose con los pedazos del jarrón!
Alanna sintió que la sangre se le helaba.
—Eso no es cierto —dijo con calma, aunque su voz estaba cargada de rabia contenida—. Ella lo rompió a propósito.
—¡Eso es mentira! —sollozó Allison—. ¡Yo solo quería ayudarla!
Miguel miró la escena: el jarrón roto, la herida en el brazo de Alanna, la desesperación en los ojos de Allison… y dudó.
Alberto no tardó en tomar una decisión.
—No voy a permitir más escándalos en esta casa. Miguel, encárgate de que Alanna aprenda a comportarse.
Miguel asintió con rigidez.
—Sí, padre.
Alanna no dijo nada. En esta casa, su voz no tenía valor.
Después de limpiar la herida en su brazo, Miguel la llevó al despacho y cerró la puerta.
—No voy a tolerar más tus desplantes, Alanna —dijo con frialdad—. Desde ahora, tienes prohibido salir a los jardines.
Alanna lo miró con rabia.
—¿Me castigas por algo que no hice?
Miguel no respondió de inmediato. Cruzó los brazos y suspiró.
—Si vuelves a causar un escándalo o a desafiar las reglas de esta casa… te encerraré en el sótano.
El aire pareció desaparecer de los pulmones de Alanna.
El sótano de la casa Sinisterra era un lugar oscuro, húmedo y frío. No tenía ventanas, solo piedra y sombras.
Miguel la observó fijamente, esperando su reacción.
Pero Alanna se negó a mostrar miedo.
—Harás lo que quieras —respondió con dureza—. De todas formas, ya me tienes prisionera.
Miguel apretó los puños y salió sin decir nada más.
Horas después, mientras las criadas susurraban a su alrededor, Alanna escuchó algo que la hizo estremecer.
—Dicen que el señor Leonardo no tiene compasión con las mujeres.
—He oído que golpeó a su última prometida hasta dejarla inconsciente.
—Es un hombre cruel y despiadado.
El miedo le recorrió la espalda como un latigazo.
Si la obligaban a casarse con ese hombre… estaría condenada.
Debía huir.
Esa misma noche, esperó a que todos se durmieran. Se cubrió con una capa oscura y bajó sigilosamente por las escaleras, su pierna temblando de dolor con cada paso.
El portón principal estaba cerca. Solo unos metros más…
—¿A dónde crees que vas?
El tono helado de Miguel la hizo congelarse en el lugar.
Giró lentamente, encontrándose con la mirada implacable de su hermano.
—Miguel, por favor —susurró, apelando a lo que fuera que quedara de bondad en él—. No me obligues a casarme con ese hombre.
Miguel apretó la mandíbula.
—No puedo permitir que huyas.
—Sabes lo que dicen de él —insistió ella, con desesperación—. Sabes lo que me hará.
Miguel cerró los ojos por un momento.
Pero entonces, recordó la expresión de Allison.
Si ayudaba a Alanna… Allison sufriría.
Respiró hondo, volviendo a abrir los ojos con decisión.
—No hay nada que pueda hacer por ti.
Antes de que Alanna pudiera reaccionar, él chasqueó los dedos y dos sirvientes se acercaron.
—Llévenla al sótano. Cierren la puerta con llave.
—¡No! ¡Miguel, no me hagas esto!
Pero él ya se estaba alejando.
El pánico se apoderó de ella.
Los recuerdos del convento la golpearon con fuerza: el encierro, la desesperación, la sensación de que el aire se le acababa.
—¡Miguel! ¡No me encierres!
Golpeó la puerta con todas sus fuerzas.
—¡Miguel!
Su desesperación fue tanta que, por primera vez, el corazón de Miguel titubeó.
Dio un paso hacia la puerta, dispuesto a abrirla.
Pero entonces, una mano se posó sobre su brazo.
—Déjala, hermano —susurró Allison—. Es lo mejor.
Miguel la miró, inseguro.
—Ella tiene que entender que no puede hacer siempre lo que quiere —insistió Allison con dulzura—. Es por su bien.
Miguel exhaló lentamente… y se alejó.
Horas más tarde, el chirrido de la puerta del sótano rompió el silencio. Alanna, con la espalda apoyada contra la fría pared de piedra, levantó la mirada. La tenue luz de una lámpara iluminó la silueta de Esteban.
—Alanna… —su voz sonaba tensa, contenida.
Ella no se movió. Su expresión era inmutable, como si su presencia no significara nada.
—Voy a sacarte de aquí —dijo con firmeza.
—No necesito que me saques de nada.
La frialdad en su tono hizo que Esteban se detuviera.
—Alanna, por favor… No puedes casarte con Leonardo.
Ella dejó escapar una risa seca.
—¿Y ahora te importa?
—No es eso… —Esteban apretó los puños—. Escucha, sé que no quieres oírlo de mí, pero él es peligroso. No puedo permitir que…
—No tienes derecho a decirme qué hacer —lo interrumpió Alanna con una mirada helada—. No porque me saques de este lugar significa que tu opinión me importe.
Esteban sintió un golpe en el pecho.
—Alanna…
—A mí no me interesa lo que pienses —su voz fue cortante, sin espacio para dudas—. No necesito tu compasión, ni tu culpa, ni tu lástima.
Esteban bajó la mirada, su respiración agitada.
Ella avanzó con dificultad hasta la puerta, ignorándolo por completo.
Cuando salió del sótano, Miguel lo estaba esperando en el pasillo. La tenue luz de las velas proyectaba sombras en su rostro, haciéndolo parecer aún más serio.
—¿Qué hacías ahí? —preguntó Miguel con dureza.
Esteban lo miró directamente a los ojos.
—Intentando salvar a tu hermana.
Miguel frunció el ceño, pero Esteban dio un paso adelante y habló con firmeza.
—Dime, ¿de verdad quieres que Alanna pase el resto de su vida sufriendo? ¿Que termine como una prisionera en su propio hogar o peor aún, que la encuentren muerta algún día? ¿Puedes vivir con eso?
El rostro de Miguel se endureció, pero no dijo nada.
—Leonardo es un hombre despiadado. No puedes justificar este matrimonio solo por los intereses de la familia. Si realmente te importa Alanna, haz entrar en razón a tu padre antes de que sea demasiado tarde.
Miguel sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Había oído los rumores sobre Leonardo, pero nunca se había permitido pensar en las consecuencias reales.
Miguel caminó con paso decidido hacia la habitación de Alanna y entró sin pedir permiso.
—Encontré la solución para que no te cases con Leonardo.
Alanna cruzó los brazos.
—¿Ah, sí? ¿Y qué milagro has obrado ahora?
—Anunciarás públicamente que hiciste votos en el convento, que juraste servir al Señor por siempre. Nadie podrá obligarte a casarte si ya perteneces a Dios.
El rostro de Alanna se endureció.
—¿Quieres que pase el resto de mi vida encerrada en ese lugar? ¿Después de todo lo que viví ahí?
—Es mejor que casarte con un hombre como Leonardo.
Alanna negó con la cabeza.
—No lo entiendes, Miguel. El convento fue un infierno para mí. Prefiero casarme con Leonardo antes que regresar allí.
Miguel apretó los puños.
—No digas estupideces. ¿De verdad prefieres soportar su violencia antes que alejarte de todo esto?
—Este matrimonio es por los intereses de la familia.
Miguel soltó una risa amarga.
—No mientas. No es por la familia, es por ti.
Alanna lo miró con dureza.
—Si crees eso, no me conoces en absoluto.
Miguel se acercó hasta quedar frente a ella.
—Allison sí tuvo que aguantar años de miseria, y nunca la oí quejarse. Pero tú… tú no estás dispuesta a perder ni un poco de tu comodidad. Prefieres entregarte a un monstruo antes que vivir con menos de lo que crees merecer.
Alanna sintió un ardor en la garganta, pero se mantuvo firme.
—Hazme el favor de salir de mi habitación.
Miguel la miró con decepción.
—Eres una interesada.
Sin decir más, se giró y salió de la habitación, dejando la puerta abierta de par en par.
Alanna se quedó inmóvil, sintiendo el peso de sus propias decisiones, pero no permitió que una sola lágrima cayera. No podía dudar. No ahora.
En una lujosa suite en París, Leonardo se encontraba de pie frente a un gran ventanal, observando la ciudad iluminada bajo la noche. Su silueta alta y esbelta se recortaba contra el reflejo de las luces doradas. Vestía con impecable elegancia, su porte imponente transmitía autoridad, pero lo que realmente helaba la sangre de quienes lo rodeaban era la frialdad calculadora en sus ojos oscuros.No era un hombre que se dejara llevar por emociones innecesarias. La paciencia y la estrategia eran sus armas más letales. Todo el mundo le temía. Desde sus asociados hasta sus enemigos sabían que un solo error ante él podía significar la ruina.Su odio hacia los Sinisterra era profundo, enraizado en su propia sangre. Esa familia había sido la responsable de la muerte de sus padres. No importaba cuánto tiempo hubiera pasado; la deuda de dolor y sufrimiento seguía intacta en su memoria.—No descansaré hasta verlos postrados —murmuró con una sonrisa helada—. Humillados, pidiendo clemencia.Cada mov
Los días en la mansión Sinisterra eran insoportables para Alanna a pesar de que se mantenía apartada de todos, con la mirada siempre distante y la voz cortante. Allison no perdía oportunidad de molestarla, siempre con comentarios afilados disfrazados de dulzura delante de sus padres. Helena no podía ignorar la opresión en su pecho cada vez que veía a su hija. La frialdad de Alanna no era solo una barrera, era un reflejo de todo lo que ella había permitido que sucediera. Había sido testigo de cada humillación, de cada injusticia, de cada momento en que Alanna había sido relegada a la sombra de Allison. Y, sin embargo, nunca había hecho nada para protegerla.Recordaba cuando Alanna la amaba, cuando la miraba con adoración, cuando corría a sus brazos con la esperanza de recibir una caricia o una palabra de afecto. Recordaba las noches en que la pequeña se acurrucaba a su lado, contándole con entusiasmo sobre sus sueños, sus ilusionesPero ahora, su hija no esperaba nada.Una tarde, con
Allison caminaba junto a Esteban, con su brazo enlazado al suyo, sonriendo con orgullo. Le hablaba sobre la boda, sobre los arreglos florales y los invitados de la alta sociedad, pero él apenas reaccionaba. Su mirada vagaba entre la multitud, buscando a alguien más.—Esteban, ¿me estás escuchando? —preguntó Allison con dulzura fingida, intentando llamar su atención.—Sí —respondió él sin emoción, pero sin siquiera mirarla.Allison frunció el ceño, siguiendo su mirada, y su expresión se tensó al ver en quién se había fijado.Alanna.Estaba al otro lado del salón, conversando aún con aquel hombre misterioso. Sin embargo, lo que realmente la hizo hervir de rabia fue la expresión de Esteban. Su mirada no solo reflejaba interés, sino algo más profundo.—No entiendo qué le ves —murmuró Allison con desprecio—. Está arruinada.Esteban no respondió. Simplemente soltó el brazo de Allison sin siquiera mirarla y comenzó a caminar en dirección a Miguel, quien estaba unos metros más adelante. Allis
Desde aquel incidente con Miguel, Alanna no tenía permitido salir de la mansión hasta el día de la boda. No que eso le importara demasiado; de cualquier manera, tampoco tenía intenciones de ver a su familia. Pasaba los días encerrada en su habitación, refugiándose en el único lugar donde podía estar en paz. A veces salía al jardín cuando la soledad de las paredes se volvía asfixiante, pero incluso allí sentía la sombra de su familia sobre ella.El desprecio de Allison, la culpa fingida de su madre, los intentos inútiles de Miguel por acercarse… todo eso la agotaba. Sabía que lo que más les dolía no eran sus palabras, sino su indiferencia. Y ella no iba a darles el lujo de verla doblegarse.Esteban apareció en la mansión Sinisterra con la excusa de visitar a Allison, pero la realidad era otra. No tardó en buscar a Miguel, quien lo recibió en su despacho con gesto serio.—¿A qué has venido esta vez? —preguntó Miguel Esteban cruzó los brazos.—Vine a ver a Allison… y a hablar contigo.M
Al día siguiente, Alanna se sintió mucho mejor. A pesar de lo ocurrido con Esteban y su reacción ante los dulces, había dormido profundamente, y por primera vez en días, no sintió su cuerpo pesado al despertar. Sin embargo, su tranquilidad se rompió en cuanto una de las sirvientas tocó a su puerta.Cuando la sirvienta tocó a su puerta para informarle sobre la cena familiar, Alanna sintió una punzada de irritación.—La señora insiste en que asista esta noche —dijo la mujer con voz cautelosa.Alanna cerró los ojos y apretó los labios. ¿Por qué su madre seguía intentándolo? ¿Por qué no la dejaba en paz de una vez?No entendía por qué insistía en luchar contra la corriente, en tratar de remendar algo que estaba irremediablemente roto. No importaba cuántas cenas familiares organizara, cuántas veces intentara actuar como si todavía fuera su hija, nada iba a cambiar el hecho de que su mundo se había desmoronado. Su madre quería jugar a la familia perfecta, pero lo que habían destruido no tení
Leonardo se acomodó en su asiento con una elegancia que contrastaba con la tensión en la sala. Cada movimiento suyo estaba impregnado de una superioridad innata, como si realmente estuviera en un lugar al que todos los demás solo podían aspirar a pertenecer.Su mirada vagó perezosamente por la mesa hasta posarse en Esteban. Durante unos segundos, lo observó en silencio, analizando cada detalle con una mezcla de curiosidad y desdén. Luego, una sonrisa ladeada, burlona, apareció en sus labios.—¿Tú eras el prometido de Alanna?La pregunta sonó inocente, pero la burla en su tono era innegable. Antes de que Esteban pudiera responder, Leonardo soltó una ligera risa, una carcajada discreta que resonó con un veneno sutil.—Vaya, qué degradante.Esteban mantuvo su postura rígida, los nudillos de sus manos crispados sobre la mesa. Su mirada no tembló, pero la humillación era palpable en el aire.—¿Perdón? —dijo con frialdad, aunque sus palabras apenas ocultaban el enojo que hervía en su interi
Leonardo se puso de pie con calma, pero cada movimiento suyo irradiaba poder. Con una elegancia natural, se hizo al lado de Alanna, como si su presencia a su lado fuera innegociable.—Mi casa matrimonial aún está en construcción —anunció con frialdad—. Hasta que esté lista, me quedaré aquí.El silencio se apoderó de la sala. La señora Sinisterra ocultó su nerviosismo tras una sonrisa forzada, mientras su esposo fruncía levemente el ceño, meditando las implicaciones de aquellas palabras. Allison, por su parte, se irguió con emoción mal disimulada, como si aquella noticia fuera un giro inesperado que podría jugar a su favor.Miguel, en cambio, sintió una punzada de desagrado en el pecho. La sola idea de que Leonardo compartiera el mismo techo con ellos lo inquietaba profundamente, aunque lo disfrazó con una sonrisa sarcástica.—Las habitaciones de huéspedes no son precisamente lujosas —comentó con fingida cortesía—. Dudo que sean adecuadas para alguien tan ilustre e importante como tú.
Desde que Leonardo y Esteban se mudaron aquí, toda la casa se ha visto envuelta constantemente en una atmósfera tensa. Las visitas de Nathaniel parecían ser un pequeño respiro para Alanna. Con él, podía hablar sin la constante sensación de que cada palabra sería usada en su contra.Pero no todos estaban conformes con esa relación. Miguel observaba con creciente irritación cómo Nathaniel llegaba una y otra vez, ignorando el hecho de que Alanna estaba comprometida. La situación se volvió insoportable cuando también notó la forma en que Esteban la buscaba con frecuencia, como si aún tuviera algún derecho sobre ella.Para Miguel, todo esto era inaceptable. Alanna, con su actitud indiferente, parecía no darse cuenta del escándalo que esto podía provocar. Sus interacciones con Nathaniel y Esteban no solo dañaban la imagen de la familia, sino que también demostraban una falta de respeto hacia el compromiso que ahora tenía con Leonardo.El sol comenzaba a ocultarse tras los altos muros de la