Allison caminaba junto a Esteban, con su brazo enlazado al suyo, sonriendo con orgullo. Le hablaba sobre la boda, sobre los arreglos florales y los invitados de la alta sociedad, pero él apenas reaccionaba. Su mirada vagaba entre la multitud, buscando a alguien más.—Esteban, ¿me estás escuchando? —preguntó Allison con dulzura fingida, intentando llamar su atención.—Sí —respondió él sin emoción, pero sin siquiera mirarla.Allison frunció el ceño, siguiendo su mirada, y su expresión se tensó al ver en quién se había fijado.Alanna.Estaba al otro lado del salón, conversando aún con aquel hombre misterioso. Sin embargo, lo que realmente la hizo hervir de rabia fue la expresión de Esteban. Su mirada no solo reflejaba interés, sino algo más profundo.—No entiendo qué le ves —murmuró Allison con desprecio—. Está arruinada.Esteban no respondió. Simplemente soltó el brazo de Allison sin siquiera mirarla y comenzó a caminar en dirección a Miguel, quien estaba unos metros más adelante. Allis
Desde aquel incidente con Miguel, Alanna no tenía permitido salir de la mansión hasta el día de la boda. No que eso le importara demasiado; de cualquier manera, tampoco tenía intenciones de ver a su familia. Pasaba los días encerrada en su habitación, refugiándose en el único lugar donde podía estar en paz. A veces salía al jardín cuando la soledad de las paredes se volvía asfixiante, pero incluso allí sentía la sombra de su familia sobre ella.El desprecio de Allison, la culpa fingida de su madre, los intentos inútiles de Miguel por acercarse… todo eso la agotaba. Sabía que lo que más les dolía no eran sus palabras, sino su indiferencia. Y ella no iba a darles el lujo de verla doblegarse.Esteban apareció en la mansión Sinisterra con la excusa de visitar a Allison, pero la realidad era otra. No tardó en buscar a Miguel, quien lo recibió en su despacho con gesto serio.—¿A qué has venido esta vez? —preguntó Miguel Esteban cruzó los brazos.—Vine a ver a Allison… y a hablar contigo.M
Al día siguiente, Alanna se sintió mucho mejor. A pesar de lo ocurrido con Esteban y su reacción ante los dulces, había dormido profundamente, y por primera vez en días, no sintió su cuerpo pesado al despertar. Sin embargo, su tranquilidad se rompió en cuanto una de las sirvientas tocó a su puerta.Cuando la sirvienta tocó a su puerta para informarle sobre la cena familiar, Alanna sintió una punzada de irritación.—La señora insiste en que asista esta noche —dijo la mujer con voz cautelosa.Alanna cerró los ojos y apretó los labios. ¿Por qué su madre seguía intentándolo? ¿Por qué no la dejaba en paz de una vez?No entendía por qué insistía en luchar contra la corriente, en tratar de remendar algo que estaba irremediablemente roto. No importaba cuántas cenas familiares organizara, cuántas veces intentara actuar como si todavía fuera su hija, nada iba a cambiar el hecho de que su mundo se había desmoronado. Su madre quería jugar a la familia perfecta, pero lo que habían destruido no ten
Leonardo se acomodó en su asiento con una elegancia que contrastaba con la tensión en la sala. Cada movimiento suyo estaba impregnado de una superioridad innata, como si realmente estuviera en un lugar al que todos los demás solo podían aspirar a pertenecer.Su mirada vagó perezosamente por la mesa hasta posarse en Esteban. Durante unos segundos, lo observó en silencio, analizando cada detalle con una mezcla de curiosidad y desdén. Luego, una sonrisa ladeada, burlona, apareció en sus labios.—¿Tú eras el prometido de Alanna?La pregunta sonó inocente, pero la burla en su tono era innegable. Antes de que Esteban pudiera responder, Leonardo soltó una ligera risa, una carcajada discreta que resonó con un veneno sutil.—Vaya, qué degradante.Esteban mantuvo su postura rígida, los nudillos de sus manos crispados sobre la mesa. Su mirada no tembló, pero la humillación era palpable en el aire.—¿Perdón? —dijo con frialdad, aunque sus palabras apenas ocultaban el enojo que hervía en su interi
Leonardo se puso de pie con calma, pero cada movimiento suyo irradiaba poder. Con una elegancia natural, se hizo al lado de Alanna, como si su presencia a su lado fuera innegociable.—Mi casa matrimonial aún está en construcción —anunció con frialdad—. Hasta que esté lista, me quedaré aquí.El silencio se apoderó de la sala. La señora Sinisterra ocultó su nerviosismo tras una sonrisa forzada, mientras su esposo fruncía levemente el ceño, meditando las implicaciones de aquellas palabras. Allison, por su parte, se irguió con emoción mal disimulada, como si aquella noticia fuera un giro inesperado que podría jugar a su favor.Miguel, en cambio, sintió una punzada de desagrado en el pecho. La sola idea de que Leonardo compartiera el mismo techo con ellos lo inquietaba profundamente, aunque lo disfrazó con una sonrisa sarcástica.—Las habitaciones de huéspedes no son precisamente lujosas —comentó con fingida cortesía—. Dudo que sean adecuadas para alguien tan ilustre e importante como tú.
Desde que Leonardo y Esteban se mudaron aquí, toda la casa se ha visto envuelta constantemente en una atmósfera tensa. Las visitas de Nathaniel parecían ser un pequeño respiro para Alanna. Con él, podía hablar sin la constante sensación de que cada palabra sería usada en su contra.Pero no todos estaban conformes con esa relación. Miguel observaba con creciente irritación cómo Nathaniel llegaba una y otra vez, ignorando el hecho de que Alanna estaba comprometida. La situación se volvió insoportable cuando también notó la forma en que Esteban la buscaba con frecuencia, como si aún tuviera algún derecho sobre ella.Para Miguel, todo esto era inaceptable. Alanna, con su actitud indiferente, parecía no darse cuenta del escándalo que esto podía provocar. Sus interacciones con Nathaniel y Esteban no solo dañaban la imagen de la familia, sino que también demostraban una falta de respeto hacia el compromiso que ahora tenía con Leonardo.El sol comenzaba a ocultarse tras los altos muros de la
Desde las sombras del pasillo, Leonardo observó cada gesto, cada palabra entre Alanna y Miguel. No le sorprendía la arrogancia de Miguel, pero la frialdad de Alanna… eso sí llamó su atención. Era fuerte, más de lo que había imaginado, y ese desafío silencioso que destilaba le resultaba incluso intrigante.La mansión estaba envuelta en un silencio sepulcral cuando Alanna subió las escaleras rumbo a su habitación. El aire denso y cargado de tensión la hacía sentir como si cada paso la llevara directamente a la boca de un lobo. No le sorprendió escuchar pasos tras ella. No tenía que voltear para saber que era él.Leonardo.Se detuvo justo al llegar a la puerta, sintiendo la presencia inconfundible de aquel hombre tan cerca que su piel se erizó involuntariamente. No quería darle la satisfacción de mostrarse inquieta, así que respiró hondo y abrió la puerta con total calma.Pero antes de que pudiera cruzar el umbral, una mano fuerte se posó en la madera, cerrándola de golpe.Alanna se giró
El amanecer llegó, pero para Alanna la noche había sido eterna. Apenas había cerrado los ojos tras la pesadilla. El eco de la voz de Leonardo aún resonaba en su mente, y su cuerpo temblaba con cada recuerdo de su mirada fría y dominante.Bajó a desayunar con el rostro impasible, como si nada la perturbara. Sin embargo, al cruzar el umbral del comedor, su cuerpo se tensó al instante.Leonardo ya estaba allí.Sentado en la cabecera de la mesa con la actitud de un rey en su trono, bebía su café con la misma indiferencia de siempre, como si ya considerara esa casa su territorio.Miguel y los Sinisterra también estaban presentes, pero reinaba un silencio incómodo. Era evidente que la presencia de Leonardo no era bien recibida, pero nadie se atrevía a desafiarlo.—Buenos días —dijo Alanna con frialdad, tomando asiento.Leonardo alzó la mirada y la recorrió lentamente, como si analizara cada centímetro de su rostro. Su expresión no revelaba nada, pero sus ojos oscuros parecían penetrar su al