De novia abandonada a amada del magnate
De novia abandonada a amada del magnate
Por: Rafi
Capítulo 1
Siempre dicen que el matrimonio es donde muere el amor. Pero bueno, mejor terminar en una tumba digna que abandonado en medio de la nada.

Me pasé más de dos meses cosiendo sin descanso hasta que por fin terminé mi vestido de novia con mis propias manos.

Cuando lo miraba bajo la luz, su elegancia y blancura me dejaban sin aliento, brillando de una manera que me robaba el corazón.

No podía evitar sonreír hasta en sueños imaginándome caminando hacia el altar, con mi vestido, hacia el hombre que amaba.

Seis años habían pasado, desde mis diecinueve hasta mis veinticinco, y por fin mi historia de amor iba a tener su "final feliz".

Pero al despertar, toda esa felicidad se esfumó como si nunca hubiera existido.

—María, esta mañana el señor Martínez vino al taller y se llevó el vestido de novia, ¿está en tu casa? —me preguntó Rosa, mi asistente, con tono extrañado.

Todavía medio dormida y confundida, le respondí: —¿Antonio se llevó mi vestido?

—Sí, ¿no estabas acaso enterada?

—Dame un momento, voy a preguntarle.

Al colgar, mi mente se fue aclarando pero seguía sin entender por qué Antonio se había llevado el vestido tan temprano.

La casa estaba repleta de cosas para la boda, ni siquiera teníamos espacio para el vestido. Por eso mismo había planeado recogerlo un día antes de la ceremonia.

Lo llamé pero no contestaba. Justo cuando iba a intentar de nuevo, él me devolvió la llamada.

—Antonio, te llamaba para preguntar si, ¿es cierto que te llevaste el vestido? —le pregunté sin rodeos.

—Sí, es cierto —me confirmó con una voz que sonaba agotada.

Me preocupé y le pregunté: —¿Te pasa algo? ¿Estás enfermo?

Después de un silencio, me respondió indiferente: —María, espero no tomes a mal lo que voy a decir pero hay que cancelar la boda.

Me quedé paralizada, con la mente en blanco. —¿Por qué?

—Isabel tiene cáncer terminal. Los médicos dicen que solo le quedan tres meses de vida.

La sorpresa me fue golpeando como olas.

Por un momento, pensé que el karma por fin había alcanzado a esa víbora.

—¿Y eso qué tiene que ver con nuestra boda?

—El último deseo de Isabel es casarse conmigo. Así podrá irse en paz —siguió Antonio sin dejarme hablar—. Sé que es mucho pedir, pero está muriendo, ¿no podrías tener un poco de compasión?

Me quedé con la boca abierta de la impresión, como si acabara de escuchar el chiste más absurdo del mundo. Después de un rato, entre risa y llanto, le dije: —Antonio, ¿estás escuchando lo que estás diciendo?

Él se mantuvo firme: —Estoy perfectamente consciente de lo que digo. María, pero he decidido casarme con Isabel para cumplir su último deseo. Sé que es injusto contigo, por eso estoy dispuesto a darte el cincuenta por ciento de las acciones de la empresa como compensación. Por favor analízalo bien y espero que también te pongas en mis zapatos.

Con el cuerpo entumecido, le pregunté: —¿Y si me niego que?

Antonio perdió la paciencia: —María, ¿no puedes ser un poco más comprensiva? Isabel es tu hermana, se está muriendo, ¿ni siquiera puedes concederle este pequeño deseo?

¿Qué clase de lógica retorcida era esa?

No pude evitar burlarme: —Si tanto te importa, ¿también planeas seguirla a la tumba cuando muera?

—Pero... —Antonio se quedó sin palabras, y después de una pausa, cambió el tema.

—De todas formas, ya traje el vestido al hospital. Isabel tiene una figura parecida a la tuya, le quedará perfecto.

Antes de que terminara de hablar, se escuchó una voz familiar de fondo: —¡Antonio, Isabel despertó!

—Ya voy —respondió Antonio con urgencia—. María, necesito tu respuesta pronto.

Colgó sin esperar que le contestara.

La voz que lo llamó era sin duda la de Carmen Gómez, la actual esposa de mi padre, mi madrastra y madre de Isabel. No tenía ni idea de cuándo se habían vuelto una familia tan unida.

Me quedé sentada en la cama, agarrando el teléfono, con el corazón lleno de rabia. ¡Qué ironía tan cruel!

Años atrás, Carmen le robó el marido a mi madre, y ahora su hija Isabel me robaba el mío. Tal madre, tal hija.

Hace más de diez años, cuando mis padres se divorciaron, no pasaron ni tres meses antes de que mi padre trajera a Carmen como su nueva reina.

Carmen llegó con sus mellizos, un niño y una niña, dos años menores que yo.

Tiempo después descubrí por casualidad que eran hijos de mi padre, mis medios hermanos.

¡O sea que mi padre había traicionado a mi madre desde hace años, con otra familia e hijos apenas dos años menores que yo!

Cuando mi madre se enteró, se enfureció tanto que quiso reabrir el divorcio para exigir una nueva división de bienes.

Mi madre solo quería protegerme y evitar que todo el patrimonio cayera en manos de esa arpía.

Pero mi padre fue un desalmado: no solo rechazó las demandas de mi madre, sino que además se apropió de casi todo el negocio de mis abuelos maternos.

Mi abuelo se enfermó gravemente por el disgusto.

No teníamos ni para sus tratamientos. Mi madre vendió hasta las joyas familiares, juntó todo lo que pudo para salvarlo, pero ni así pudimos evitar su muerte.

Mi madre, destruida por la culpa, creyendo que ella había causado la muerte del abuelo, cayó en una depresión profunda, luego le diagnosticaron cáncer de mama y falleció poco después. Mi padre la mató de tristeza.

Perder a mi abuelo y a mi madre uno tras otro nos destrozó a mi abuela y a mí.

Siendo apenas una niña, juré que recuperaría todo lo que nos pertenecía a mi madre y a mí, ¡y con intereses!

En estos años, gracias a mi esfuerzo, mi carrera ha florecido, y estaba a punto de casarme con Antonio, mi gran amor de la infancia y heredero de la rica fortuna de la familia Martínez.

Pensé que con el apoyo del hombre que amaba, nuestra unión me haría más fuerte, pero... todo se derrumbó en el último momento, ¡cuando la hija de esa arpía me robó a mi novio justo antes de la boda!

¿En qué momento se volvieron Antonio e Isabel tan cercanos?

¿Fue cuando Isabel se ofreció por primera vez a donarle sangre?

¿O cuando cocinó para él por primera vez?

¿O tal vez cuando Isabel, a los dieciocho años, declaró frente a todos que Antonio era el amor de su vida y que prefería suicidarse si no podía casarse con él?

Aunque en ese momento Antonio y yo ya éramos pareja oficial, su atrevida declaración hizo que todos la aplaudieran, alabando su valentía.

Pero Antonio, si en serio has decidido casarte con ella por esas razones, ¿ qué significan todos estos años que estuve a tu lado?

Tienes un tipo de sangre poco común, te doné sangre durante cinco años hasta que te recuperaste por completo.

Estabas débil, te preparé caldos, volviéndome una experta en la cocina.

Durante los años que estuviste en el hospital, ¿ cuántas noches pasé en vela junto a tu cama?, ¿ cuántas veces no pude dormir de la preocupación...?

¿Y ahora, solo porque Isabel tiene una enfermedad terminal, me traicionas, incluso cancelas nuestra boda sin el menor remordimiento para irte con ella?

Sentí las lágrimas amenazando con salir, pero las contuve de inmediato.

No vale la pena llorar por un hombre así, ni tiene sentido llorar por mí misma.

Los años de humillación y maltrato en la familia Navarro me enseñaron que las lágrimas no sirven de nada, solo hacen que los demás se rían más fuerte.

¡La única verdad es luchar por lo que quieres!

Agarré mi celular y llamé al traidor: —Antonio, si me transfieres la empresa completa, te dejo el camino libre con la novia. Si aceptas, ven esta noche y firmamos el contrato.

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