Capítulo 5
Me reí con amargura mientras miraba el tráfico en la calle. Esperé a que mi mente se calmara un poco antes de voltear a decirle con ironía:

—Antonio, no soy un centro de reciclaje. No importa cuánto te haya amado antes ni cuánto haya sacrificado por ti. Desde el momento en que decidiste traicionarme, dejaste de merecer mi amor.

Me di la vuelta en ese momento para irme, pero no pude contenerme más y volví a mirarlo, señalándolo:

—Aunque fueras el último hombre sobre la tierra, jamás volvería a mirarte. Realmente, me das asco.

Quizás mi actitud tan definitiva lo hirió, porque de repente se acercó y me agarró, suplicando:

—María, yo te amo. Estos seis años juntos están grabados en mi corazón, nunca los olvidaré. Pero Isabel se está muriendo, es tan triste y miserable todo esto... solo tiene este pequeño deseo antes de morir...

—¡Suéltame!

—María, te juro que cuando Isabel...

No lo dejé terminar esas palabras desagradables y le di otra bofetada en la otra mejilla. Ahora sí estaba simétrico, su apuesto rostro se veía aún más ridículo.

—Antonio, por toda la sangre que te doné, sé un buen ser humano y deja de asquearme —lo sentencié antes de darme la vuelta y marcharme sin mirar atrás.

No anuncié la cancelación de la boda a amigos y familiares, solo se lo dije a mi abuela y a mi tía. Mi abuela, cerca de los ochenta años y debilitada por la pérdida de mi abuelo y mi madre, había estado enferma estos últimos años. Pensé que la noticia la devastaría, pero de manera sorprendente lo tomó con sabiduría. Aunque se entristeció y se enfureció brevemente, enseguida me consoló:

—Es mejor darse cuenta temprano de cómo es esta clase de persona. Si hubiera pasado después del matrimonio y con hijos, el daño habría sido mucho peor y los niños también habrían sufrido. Eres joven, hermosa y tienes una buena carrera. No hay prisa alguna, podemos buscar con calma. E incluso si no encontramos a alguien confiable, mientras tú seas feliz, yo te apoyo.

Mi tía dice que, aunque los ojos de la abuela están nublados por la edad, su corazón ve con total claridad. La vieja había comprendido la verdadera naturaleza de los hombres y el matrimonio a través de la vida fallida de mi madre.

El apoyo de mi abuela y mi tía me reconfortó mucho. Me recuperé en breve y volví de inmediato al trabajo. Ahora que era la dueña de la empresa, tenía que esforzarme aún más, después de todo, ahora trabajaba para mí misma.

Apenas terminada la reunión de la mañana y de vuelta en mi oficina, mi asistente Rosa llamó a la puerta:

—María, el señor Martínez está aquí.

Me sorprendí, ¿Antonio en la empresa? Antes de que pudiera preguntar el motivo de su visita, apareció en la puerta. Le hice un ligero gesto a Rosa para que se retirara.

Antonio entró, pero se quedó en la entrada sin acercarse demasiado:

—Vengo de recoger a Isabel del hospital y, como pasaba por aquí, subí a buscar mis cosas.

Aunque antes no venía todos los días, tenía una oficina con algunas pertenencias. Lo ignoré por completo y seguí trabajando. Al ver que no le prestaba atención, Antonio se marchó cerrando la puerta, aparentemente incómodo.

Al cabo de unos segundos, volvieron a tocar. Levanté la vista y me sorprendí al ver a Isabel en la puerta. ¿Qué quería ella?

—Antonio no está aquí, búscalo en su oficina —le dije con frialdad.

Isabel entró, cerró la puerta y dijo suavemente:

—María, vengo a verte a ti.

Algo confundida, pero después de un momento comprendí y pregunté con burla:

—¿Qué más quieres que te ceda?

Después de quitarme mi esposo, el vestido de novia, las joyas e incluso toda la boda... ¿aún no estaba satisfecha?

Isabel se acercó poco a poco, su pequeño rostro pálido parecía a punto de desmayarse. No entendía muy bien porque no estaba en el hospital descansando, ¿acaso había abandonado el tratamiento?

—María, quiero que seas testigo de nuestra boda —dijo con un tono de voz suave al llegar a mi escritorio—. Tu posición es importante, solo si tú nos das tu bendición públicamente, los invitados no hablarán...

¡Sus palabras me hicieron alterar!

—Isabel... —me reí con frialdad mientras me levantaba. Intenté organizar mis palabras varias veces, pero no pude contener la furia que recorría el cuerpo—. ¿Te queda algo de vergüenza? ¿No temes que todos los invitados te señalen y te insulten en la boda?

Mi voz estaba llena de desprecio. Si no fuera porque parecía a punto de caerse, le habría dado una fuerte bofetada que la habría dejado pegada a la pared.

¡Esto era demasiado!

Isabel empezó a llorar entre lamentos:

—María... desde pequeña siempre has sido mejor que yo en todo, tan perfecta... Yo te admiraba y te envidiaba... Soy un fracaso completo y ahora estoy muriendo... Solo quiero casarme con Antonio y tener una boda hermosa antes de morir... María, cuando muera... Antonio volverá a ser tuyo, no puedo quitártelo para siempre...

No pude soportarlo más y señalé con firmeza la puerta:

—Vete, vete ahora antes de que te abofetee.

—María... —lloró con más fuerza mientras rodeaba el escritorio para agarrarme del brazo—. Por favor ayúdame... Sé que me odias por haberte quitado tantas cosas... Lo siento mucho... Esta será la última vez, por favor ayúdame solo esta vez...

—Suéltame —definitivamente no soportaba su contacto ni podía seguir escuchando sus palabras retorcidas.

—María... te lo suplico...

—¡QUE ME SUELTES! —al ver que no me hacía caso alguno y seguía sacudiendo mi brazo mientras suplicaba, la aparté de manera violenta.

—¡Ah! —Isabel gritó desconsolada y se desplomó como una muñeca desarticulada. Intenté sujetarla instintivamente, pero fue demasiado tarde.

La caída fue demasiado fuerte.

Y como si el destino quisiera burlarse de mí, ¡Antonio abrió la puerta justo en ese preciso momento!

—¡Isabel! —grito Antonio, corriendo hacia ella con el rostro desencajado.

—Isabel, ¿cómo estás? ¿Dónde te duele? Dime... —la levantó con cuidado entre sus brazos, angustiado y sin saber qué hacer.

Me quedé paralizada observando la idílica escena. Pensé en explicarme, pero ¿para qué? La expresión de Antonio me decía que cualquier explicación sería inútil.

Como era de esperarse, después de levantar a Isabel, me miró con furia:

—¡María! ¿No sabes en qué estado está? ¡¿Y aun así la agredes?! ¿Qué clase de persona eres? ¡Por muchos errores que haya cometido, sigue siendo tu hermana!

—Antonio, no regañes a María... no fue su intención... —murmuró Isabel débilmente, apenas podía mover sus brazos, defendiéndome.

Me reí en mi interior con amargura mientras mantenía una expresión impasible:

—Lárguense de aquí antes de que se muera en mi oficina. Me traería mala suerte.

Las pupilas de Antonio se dilataron por la sorpresa; era evidente que no esperaba que mis palabras fueran tan venenosas de mi parte.

—María, ¡no te reconozco! Yo soy quien te ha fallado, ¿cómo puedes ser tan cruel con alguien inocente que se está muriendo? ¿No temes el karma?

Sonreí y contraataqué sin acobardarme:

—Tú eres el malagradecido, tú eres quien ha obrado mal. Si tú no temes al karma, ¿por qué debería temerlo yo?

Antonio iba a responder, pero Isabel se quejó del dolor en sus brazos:

—Antonio...

Al bajar la mirada y ver sangre en sus labios, entró en pánico:

—¡Aguanta Isabel! ¡Te llevo al hospital ahora mismo!

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