Me cubrí los ojos ardientes con el pañuelo y respiré hondo, sin prestar atención alguna a quién estaba sentado a mi lado. De repente apareció mi padre, con un tono inusualmente respetuoso y humilde:—Señor Montero, disculpe el espectáculo. Los asientos VIP están por allá, si me permite acompañarlo...—No es necesario, me quedo aquí —respondió el tal señor Montero con voz serena pero autoritaria.Mi padre iba a insistir, pero el maestro de ceremonias llamó a los padres al escenario y Carmen se lo llevó con rapidez.Alcé la cabeza intentando recomponerme, y antes de poder devolver el pañuelo, escuché por los altavoces:—Y ahora, invitamos a la testigo de la boda, la señorita María, a subir al escenario.Los focos me cegaron por sorpresa. El bullicio se transformó en un silencio sepulcral. Podía sentir todas las miradas: algunas de lástima, otras esperando el espectáculo. Me erguí de inmediato, armándome con una coraza de dignidad, y subí al escenario con paso firme.El murmullo se reanud
Isabel, con lágrimas en los ojos, comenzó su discurso entre grandes sollozos. A mitad de sus palabras comprendí su estrategia: ¡estaba manipulando emocionalmente a todos los presentes!—Gracias a mi hermana por aceptar mi amor con Antonio, por permitirme partir de este mundo sin remordimiento alguno. Por favor, no la juzguen, es la mejor hermana que alguien podría tener.Sus palabras lacrimógenas tuvieron efecto: el salón quedó en absoluto silencio, todos miraban al escenario con seriedad. Las burlas cesaron de golpe.Mientras observaba al público, creí distinguir en ese momento un rostro extraordinariamente apuesto, con ojos brillantes como estrellas frías y una leve sonrisa en sus labios finos. No parecía conmovido en absoluto por el teatro de Isabel.Isabel se volvió hacia mí con ojos llorosos:—María, gracias... Quisiera oír lo que hay en tu corazón... ¿me... me odias?Me estremecí, incrédula ante su audacia. ¡No solo había manipulado a todos los presentes, sino que ahora me forzab
El caos se desató por completo, con los invitados levantando apresurados sus celulares para grabar frenéticamente. Yo estaba en desventaja, sola contra todos, pero afortunadamente los padres de Antonio, preocupados por las apariencias, corrieron a separarnos.—¡Por favor, por favor! ¡Es la boda de los chicos! ¡Hay tantos invitados mirando! ¡Deténganse!—¡No me detengan! ¡Hoy voy a matar a esta hija ingrata! ¡Mala suerte! ¡Naciste para arruinarme!Mariano, completamente fuera de sí por mi provocación, estaba irreconocible. Ni siquiera los padres de Antonio podían contenerlo.De repente, Carmen gritó eufórica:—¡Paren! ¡Isabel se desmayó! ¡Ayuda! ¡Que alguien nos ayude!Mariano se paralizó, me empujó con brusquedad y corrió hacia su hija menor:—¿Qué pasó? ¿Y la ambulancia? ¡Llamen a emergencias!En un instante, todos los que me rodeaban se dispersaron para auxiliar a la novia desmayada.Antonio, desesperado, levantó a Isabel en sus brazos:—¡Isabel, resiste! ¡Tienes que resistir! ¡Te ll
Me preguntaba por qué habría asistido a mi boda con Antonio alguien tan importante. No tenía sentido, ¿me estaría equivocando? Aunque, pensándolo bien, para alguien que rara vez aparece en público, al menos había presenciado todo un espectáculo.El celular al instante me sacó de mis divagaciones.—¡Antonio e Isabel son unos asquerosos! —gritaba Sofía por teléfono, furiosa y exaltada—. ¡Casi estrello mi celular de la rabia! ¡Pero tú estuviste genial, les diste su merecido a esa pareja de víboras!Suspiré, recostándome en el asiento y masajeándome la frente:—No me digas que ya está en todas las redes...—¿Tú qué crees? Es el drama más comentado del siglo, ni las telenovelas inventan algo así. Los internautas están divididos en dos bandos, discutiendo acaloradamente.Cerré los ojos, más estresada aún. Sí, quería vengarme, pero no hundirme en este pantano. Si esto se hacía más grande, yo también sufriría las consecuencias.—María, ¿estás bien? Vi que te golpearon —preguntó Sofía, pasando
—¿Está a punto de morir alguien? —pregunté con malicia a Antonio mientras abría la puerta, todavía aturdida por los efectos de las pastillas para dormir—. ¿Isabel está agonizando?Esas palabras lo enfurecieron por completo.—¡María! ¡No seas tan cruel! —exclamó Antonio con una expresión sombría que jamás le había visto.Sin ganas de discutir, intenté en ese momento empujarlo fuera para cerrar la puerta.Pero Antonio fue más ágil: de una patada brutal abrió la puerta y me agarró del brazo.—¡Antonio, ¿qué haces?! ¡Voy a llamar a la policía por allanamiento! —grité furiosa, forcejeando y propinándole una bofetada en mi arrebato.Sin hacerme caso, me arrastró hasta su auto y me metió enloquecido a la fuerza.—¡Antonio, ¿te volviste loco?! ¡Déjame bajar!—¡Isabel está grave, al borde de la muerte! ¡Tienes que venir de inmediato al hospital conmigo! —pisó el acelerador hasta el fondo y el auto salió disparado en la oscuridad de la madrugada.—¿Y a mí qué me importa si se está muriendo? No s
Antonio siempre había creído que Isabel era solo mi hermanastra. Lo miré y, pensando que ya no tenía sentido alguno ocultarlo, le dije con sarcasmo:—¿Apenas te enteras? Isabel y Sergio son mis hermanos de sangre, hijos del mismo padre.La sorpresa de Antonio creció de forma vertiginosa:—¿Mismo padre? Pero solo son dos años menores que tú...—Exacto. Ese animal que tengo por padre engañó a mi madre cuando yo apenas tenía un año, quizás antes. Presionó a mi madre de todas las formas posibles para divorciarse y meter a su amante y su familia en casa.Los ojos atónitos de Antonio iban recorriendo de Mariano a Carmen.—Esto... nunca me lo contaste —murmuró con una expresión indescifrable, como si apenas comprendiera la magnitud de su error.—¿Para qué iba a andar ventilando trapos sucios en ese momento? Además, tú que te las das de listo, ¿cómo no lo dedujiste?Este tipo de sangre es tan raro que cualquiera sospecharía al ver que Isabel y yo lo compartimos.Viendo que Antonio guardaba abs
—¿Tomó pastillas para dormir? —preguntó la enfermera, asombrada.—Sí, tomé dos antes de dormir. Han pasado... —miré el reloj digital sobre la puerta de emergencias— unas cuatro horas.—Imposible entonces, no pasaría los respectivos análisis —respondió la enfermera negando con la cabeza.Levanté las manos en señal de rendición y, mirando sus ojos atónitos, dije con calma:—Lo siento mucho, no es que no quiera ayudar, es que no puedo.—¡María, nos engañaste! —Mariano explotó—. ¡¿Por qué no lo dijiste antes si sabías que no podías donar?!—Qué injusto. Antonio me sacó de mi casa a la fuerza, yo ni sabía para qué me traían —parpadeé inocentemente, mirándolos fijamente uno a uno.—María, tú... —Antonio me miraba furioso, rechinando los dientes, pero impotente.Ver sus caras de frustración me mejoró por completo el humor.En ese momento, se abrió la puerta de emergencias y una enfermera salió corriendo:—¡No hay suficiente sangre! ¿Encontraron donantes? ¡Rápido!Carmen casi se desmaya del su
—Lo siento mucho, no traje mi celular, así que no puedo hacer el pedido —dije.La linda joven respondió despreocupada: —No te preocupes, aún no he activado mi sistema para recibir pedidos. Tranquila, ya me pagarás el viaje cuando lleguemos.Me quedé aún más sorprendida, sin palabras.Le di la dirección de la mansión y ella la ingresó en el GPS, girando suavemente el volante para salir de inmediato del estacionamiento.No habíamos avanzado mucho cuando sonó su teléfono.Contestó con sus auriculares bluetooth: —Oye... tuve que irme por algo urgente, pídele al chofer que te recoja. Ay, fue algo repentino, no alcancé a avisarte, luego te explico... ¡Ya verás que cuando sepas me darás la razón! Me voy, que estoy manejando.Al escuchar su conversación, instintiva miré por el retrovisor.No sé si vi mal, pero en la entrada del hospital había una figura alta y elegante. La luz de la mañana lo iluminaba, mezclando en su presencia una extraña armonía entre frialdad y calidez.Su sola presencia p