66.

El viento me despeinaba el cabello, pero yo enterré mi cara en el suave pelaje del lobo de Valentín. Aspiré su aroma: era particular, áspero, olía a frutas, como si el hombre pasara horas de su tiempo preocupándose por tener un pelaje brillante y perfecto. Pero yo sabía que no era así, yo sabía que en el fondo no me importaba el peculiar aroma de su lobo. Lo único que me importaba en ese momento era lo que había acabado de suceder, y no podía dejar de sentirme sucia, una asesina.

Seguimos avanzando por el bosque, tratando de poner toda la distancia posible entre nosotros y los hombres que había dejado congelados en el suelo. Estábamos ya a varias horas de viaje, a punto de entrar en la tormenta eterna, cuando Valentín se detuvo al fin. Parecía cansado. Cuando bajé de su lomo, me dejé caer de rodillas al suelo; me sentía terriblemente agotada. Era la primera vez que usaba el poder del hielo sin desmayarme, pero sentía que había arrebatado de mí todas las pocas fuerzas que tenía en el c
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