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No podía negarme. No podía negarme a pelear con Alexander porque era una regla absoluta e inamovible de la manada, casi de cualquier manada existente.

Si un miembro consideraba que su Alfa no era lo suficientemente fuerte o no hacía bien las cosas, tenía todo el derecho absoluto a reclamar el liderazgo con una pelea a muerte. Ya había sucedido varias veces, pero usualmente el Alfa siempre ganaba. En el 99% de los casos, un Alfa siempre era más fuerte. Un Alfa siempre había sido entrenado desde pequeño para serlo.

De hecho, yo estaba un poco retrasado con elegir quién sería mi sucesor. Desde que era niño, debía comenzar a entrenarse para eso. Por eso los Alfas siempre llevaban la delantera: por su entrenamiento. Porque, una vez asumieran el cargo, de forma instintiva su cuerpo y su mente cambiaban, como si la Diosa Luna les otorgara la fuerza física y mental necesaria para liderar la manada.

Pero supe en ese preciso instante que todo había sido planeado: la cláusula de moralidad, el ex
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