48.

La noche había caído. Podía verse irremediablemente a través de la luz que ya no entraba por la puerta por donde se habían llevado a Sirius y Ángel. Pude ver cómo el semblante de Ismael se hacía cada vez más y más pesado, mientras se quedaba mirando la hoguera. Los leños que alimentaban el fuego comenzaban a agotarse, hasta que ya no quedaban más que un par de carbones que apenas eran capaces de iluminar el rostro anguloso, de rasgos rectos y fuertes, del hombre del que alguna vez estuve enamorada.

Pero luego me regañé a mí misma. Era una ingenua si realmente pensaba que yo aún no estaba enamorada de Ismael. Había pasado muy poco tiempo, tal vez un par de meses, desde que todo había cambiado, desde que anunciaron que ya no se casaría conmigo… y que se casaría con...

¿Cómo podía uno perder el amor por alguien en tan poco tiempo? Alguien que me había dado tantas increíbles horas de esparcimiento, de cariño… No, no es imposible que pudiera perder ese amor de un día para otro.

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